Javier Marías: «Uno tiene que decidir cuáles son sus secretos»

Foto. Fernando Gómez

Hablar con Javier Marías es, como adentrarse en sus novelas, un ejercicio de reflexión. El escritor madrileño (1951), autor de una obra con un inequívoco sello personal, siembra dudas y obliga a hacerse preguntas a quienes lo siguen. En su última novela, Los enamoramientos, pone el foco sobre el azar de los emparejamientos y la debilidad incluso ética que padecen quienes aman, como si fueran víctimas de una enfermedad moral. Personajes que quieren saber pero que causan daño con ello, secretos ominosos que es mejor que lo sigan siendo, verdades que no deben repetirse para poder vivir. Todo ello está en su obra y de todo ello habla en una larga entrevista mantenida en Bilbao, donde esta semana ha recogido el premio Hotel Carlton-Argital.

– Al presentar el último volumen de su trilogía Tu rostro mañana anunció que quizá no volviera a la novela. No ha sido así. ¿Por qué?

– Después de ocho o nueve años de trabajo en esos tres libros, estaba exhausto en un doble sentido. Agotado por el esfuerzo y con la sensación de que en el campo de la ficción no tenía más cosas que contar. Pero luego pasó el tiempo y como por fortuna nunca se mete todo en una novela se me fueron ocurriendo cosas que cristalizaron en la escritura misma. Pero estuvo en un tris de quedarse en el cajón.

– ¿Qué sucedió?

– Me sentía inseguro. Incluso pedí una prórroga sobre el plazo que yo mismo había dado a mi editora, para decidir si lo publicaba. Al final, la di a leer a varias personas que me animaron a hacerlo y cambié alguna cosa. Pero podía no haber habido novela.

Los enamoramientos parece ir más en la línea Mañana en la batalla piensa en mí que en la de Tu rostro mañana.

– El proyecto de la trilogía es de los que solo se abordan una vez en la vida, por su longitud y su ambición. Desde luego, no creo que a mí me dé para otro similar. Yo pensaba que esta novela iba a ser menor por comparación, en el sentido de la ambición y en el de la extensión, aunque tiene 400 páginas. Pero parece que los lectores y la crítica la están apreciando. ¿En la línea de Mañana…? Pues no lo sé. No releo nunca mis novelas y la recuerdo ya bastante mal.

Los mitos del amor

– Vuelve a la novela después de esa advertencia y el resultado es derribar el mito de dos siglos de literatura romántica, pese al título.

– A la gente le gusta creer en esos mitos del romanticismo. Las parejas gustan de rastrear cómo se conocieron y piensan que hay predestinación en ello. Pero todo es casi como una rifa de feria al final del verano. En nuestras relaciones dependemos de cosas azarosas y de poca enjundia: quién está libre o abandonado en un momento preciso, por ejemplo. Salvo en los primeros amores, siempre estamos sustituyendo a otras personas o buscamos sustitutos. A veces, ni lo sabemos. Aunque eso no quita para estar verdaderamente enamorado.

– Acaba de hablar de saber y no saber. Uno de los grandes dilemas de sus novelas, también la última. ¿Es mejor saberlo todo o nos haría más felices ignorar algunas cosas?

– No he logrado dilucidarlo yo tampoco. Las cosas atroces da mucha rabia que no se sepan, sobre todo cuando uno las conoce y ve que otros fingen. He sentido mucha rabia al ver en la Transición a gente que decía que había vivido exiliada y yo sabía por mi padre que se habían ido porque les había surgido un contrato en una universidad extranjera o habían trabajado en una embajada al servicio del Gobierno de Franco. Creo que hay que contar la verdad pero no repetirla una y otra vez. Hacerlo solo trae más desdichas.

– ¿Desdichas para gente que no tiene culpa de nada?

– Puede ocurrir, sí. Puede suceder que indagar sobre algo sucedido, sobre algo que hizo una persona, termine dañando a otra que no tiene responsabilidad alguna. Pero es que ahora es eso lo que se lleva. La gente quiere saber, lo dice así. Hasta quiere saber lo que hacen los Servicios Secretos, cuyo trabajo es por definición eso, secreto, así que o no lo cuentan o mejor no tenemos ese servicio.

– A cambio, cada uno narra al mundo su vida a través de las redes sociales. ¿Quedarán secretos personales para construir literatura con ellos?

– Estamos radiando nuestra propia existencia. Lo que pasa es que no todo debe ser sabido, de nadie. La gente lo cuenta todo y luego se lleva grandes sorpresas. Quienes hemos vivido una parte de nuestra vida en una dictadura teníamos una clara conciencia de que había cosas que era mejor no decirlas. Deberíamos tener presente que no todo puede contarse porque todo puede ser usado en nuestra contra. La gente ha perdido la noción de lo secreto.

– ¿Cómo se explica?

– Uno de los personajes de Corazón tan blanco decía que los secretos dependen de que uno decida no contar algo de su vida. Pueden ser cosas sin trascendencia: por ejemplo, un café que hemos tomado un día con una antigua novia y que no contamos a nuestra pareja actual porque no ha sido más que una conversación intrascendente. Pero en adelante deberemos seguir ocultándolo, deberemos crear una vida ficticia y paralela. Uno tiene que decidir cuáles son sus secretos. La gente ha perdido ahora esa noción, y eso es perjudicial.

– ¿Ya solo es secreto lo que está en nuestra cabeza mientras no lo contemos a alguien?

– Es uno de los pocos reductos que nos quedan. La narradora de Los enamoramientos dice que no hay testigos de sus pensamientos. Es así. Puedo fantasear y hasta desear la muerte de una persona, y nadie lo sabrá. Aunque quién sabe si algún día no habrá una máquina que incluso sacará eso a la luz.

Escritores y premios

– En este libro está también su opinión sobre los escritores, sus colegas. Y no es muy buena.

– Son opiniones que vierte la narradora, que trabaja en una editorial. Conoce a los escritores de cerca, sabe de sus manías, así que sería raro que trabajando en eso tuviera una buena opinión de los mismos. No todos seremos así, como ella dice, pero seguro que algunos sí son, o somos, insoportables.

– A usted tampoco le gustan las gentes de opiniones rápidas, instantáneas. ¿Por eso la meditación continua de sus personajes, ese ir y venir reflexionando sobre lo ocurrido?

– Me asombra la gente que enseguida tiene opiniones, que pocos minutos o pocas horas después de sucedido algo ya sabe si está bien o no. A mí me cuesta días de pensar y darle vueltas hasta que me hago un juicio, si lo consigo.

– Hablemos de premios. Llegó a la última votación en el Cervantes que ganó Ana María Matute y estaba bien situado en las apuestas del Nobel 2010. ¿Cómo se lo toma?

– Conozco bien las casas de apuestas inglesas. Allí apuestan por todo, ya sabe. Son gente loca y basta con que cuatro apuesten por alguien que no es favorito para que suba mucho su cotización y lo sea. Pero eso no es nada. De hecho, en Suecia estoy muy poco traducido. Mi novela de más éxito internacional, Corazón tan blanco, está traducida a lenguas verdaderamente extrañas, y no al sueco, así que no creo que sea cierta esa buena posición.

– ¿Y el Cervantes?

– Es sabido que no acepto premios de índole estatal…

– ¿Tampoco ese?

– Lo da el Ministerio de Cultura… Y es un premio a la edad, lo que es un poco lamentable. Pero debo aclarar que no es que me lo hayan ofrecido y lo haya rechazado, en absoluto. Ante su pregunta, solo recuerdo que no acepto los estatales. Los premios se agradecen, algunos de forma especial. Siempre he pensado que los extranjeros son más objetivos, por la distancia. En 1986 me presenté a un premio por primera y última vez. Aspirar a ellos me parece absurdo, revela cierto engreimiento.

– ¿Y haber recibido uno muy importante o la expectativa de recibirlo no afecta a la escritura?

– No tiene la menor importancia ni debería tenerla. A la hora de escribir, casi ni se piensa en los lectores. Algo se tiene en la cabeza, pero más bien es para fijarse en la parte artesanal de cualquier novela. Lo último son los premios o las responsabilidades. Hay gente que ha recibido incluso el Nobel y está abrumada por dar la talla en su siguiente libro… No lo entiendo. Nadie tiene responsabilidad de nada cuando escribe.

 «Si Mourinho sigue en el Madrid, tendré que pasar a otro equipo»

Foto. F Gómez

Javier Marías es uno de los escritores españoles que más y con mayor profundidad ha escrito sobre fútbol. Quién mejor para hablar de la crispación generada en torno a los duelos entre el Real Madrid, su equipo, y el Barcelona.

– Madridista confeso, ¿cómo le ha dejado la larga serie de enfrentamientos de su equipo con el Barcelona?

– Vamos a ver cuánto me dura ser madridista. Si Mourinho sigue mucho en el Madrid, voy a tener que buscarme otro equipo. Quizá el Athletic, la Real Sociedad o, por extraño que parezca, el Atlético de Madrid. Estoy muy disgustado con él y su actitud y con la imagen que está dando del equipo, tan distinta de la cultivada a lo largo de su historia. Es la imagen de un quejica y nunca lo había sido. Ahora tenemos una plañidera.

 – Dice que el Real Madrid está perdiendo su estilo. Pero, ¿no les pasa a todos desde el momento en que lo único importante es el negocio y para ello hay que ganar como sea?

– Solo puede ganar uno, así que no ganar no puede ser tan grave, ni siquiera para los equipos grandes. Y el negocio no está solo en ganar, basta con participar en el espectáculo. Los madridistas estamos entendiendo ahora lo que para otros fue enfrentarse con Di Stefano. Es lo que pasa hoy con Messi. Pero eso no debe llevarnos a ciertas cosas.

– ¿Como cuáles?

– Como perder las formas y buscar conspiraciones en todas partes. Lo tradicional del Madrid ante un error arbitral ha sido callarse y aguantar.

– ¿Están el fútbol y sus actores alimentando la crispación nacional?

– Las cosas del fútbol, aunque son aparatosas, duran poco. Mourinho ha enrarecido y envenenado el ambiente, es cierto. Pero lo que pasa con el fútbol es que aunque el día que pierde tu equipo y el siguiente estás deprimido, enseguida te das cuenta de que nada importante ha cambiado en tu vida y lo olvidas. Tiene más importancia lo que hacen los políticos; esos sí que emponzoñan y de manera continua. El fútbol, como la novela, tiene mucho de ficción, y ahí se está a salvo. Un partido, como leer una novela, te permite visitar otras cosas, pensar en ellas un rato, y luego vuelves a tu vida normal.

– Las broncas, el dopaje, las irregularidades… ¿Los intelectuales que tanto han defendido el deporte en las últimas décadas podrán seguir haciéndolo con este panorama?

– A mí nunca me ha interesado lo que pasa fuera del campo, esas historias de los presidentes, sus vidas y negocios. Eso es deprimente, pero supongo que sucederá en otros ámbitos. Lo del dopaje es distinto pero creo que se está exagerando: se piden récords continuos, que los deportistas no paren… y nos echamos las manos a la cabeza porque toman cosas que tomamos a diario los no deportistas para aguantar una jornada de trabajo normal. Quizá deberíamos dejar a un lado hipocresías y aceptar ciertos grados de dopaje. Allá ellos si revientan en el campo. No me gusta esta hiperprotección de la salud ajena. Se nos trata como a menores, como en tiempos de Franco.

CÉSAR COCA

El Correo, 8 de mayo de 2011