Vídeo del discurso de entrada en la Academia de Javier Marías
Texto del discurso de entrada en la Academia de Javier Marías
La RAE celebra el día de su Fundación con un recuerdo al escritor Álvaro Cunqueiro
¿Qué crédito podemos dar a una persona que cuenta hechos dolorosos, incluso delictivos? Alguien cree haber sido testigo de un crimen y por las razones que sean, calla: por miedo, por amor. Luego, para exculparse, se pone a escribir. Pero eso es una nota particular, un relato reservado que nadie leerá. Entonces, proclamar la verdad íntimamente no tiene efectos externos. ¿Para qué lo escribe, pues? Si es para acallar sus malestares, resulta mala medicina. Podrá seguir culpándose: contar así no alivia el peso de la responsabilidad.
Escribir es dar curso y sucesión a hechos que son simultáneos y cuya relación no siempre vemos de antemano. Si nos ponemos a describir, entonces nos obligamos a ordenar y así lo que parece inexplicable se descifra, lo que no tiene un significado evidente, el hecho que es en parte insondable, adquiere un sentido. ¿Pero qué ocurre cuando leemos lo que no nos estaba reservado?
Ésa es la paradoja de Los enamoramientos, de Javier Marías. ¿Es una ficción? Es una revelación de María Dolz, una mujer treintañera que trabaja en una editorial, que desayuna todas las mañanas en la misma cafetería de Madrid. Allí, a primera hora, contempla a una pareja, un matrimonio. Desprenden dicha, júbilo, una felicidad cotidiana que a María le da contento. Pero, aunque no lo diga, también le dan arrojo, una cierta bravura en un mundo de discordias y hostigamientos. No habla con ellos, no tiene trato directo, pero su simple observación es un regalo para el ánimo.
Un día, esa pareja deja de acudir. Tal como nos revela en la primera página, él ha muerto. Lo sabrá por otras personas, por la prensa. Con ello comienza la pesquisa particular de María Dolz. Pero empieza también su acercamiento a la viuda, Luisa Alday, y a quienes la rodean. Aquello a lo que nosotros, los lectores, vamos a acceder es el relato íntimo que María se escribe para ordenar los hechos, pero será también las notas que tome para explicarse sucesos en los que no ha estado presente y que le afectan. Por tanto, lo que leemos no es la declaración ante un juez. Tampoco son unas memorias públicas. Son un secreto al que llegamos y que nos dejan en la duda.
Como dudas tiene María cuando detalla los hechos: lo único que conocemos es lo que ella dice y hemos de creer o las versiones que uno u otro le dan y hemos de aceptar. Pero esas versiones no son congruentes. Es probable que al contar mientan o inventen. ¿Qué ocurre, además, si María se enamora sin esperanza, si sus sentimientos afectan a los hechos condicionando su curso? ¿Hasta qué punto la propia María ve lo que cree estar viendo? ¿Es posible que fabule o nos engañe? Bien mirado, no nos puede mentir porque este texto no está destinado al público. “Al fin y al cabo nadie me va a juzgar, ni hay testigos de mis pensamientos”, dice. ¿Pero, entonces, cómo hemos accedido a este relato?
La prosa de Javier Marías persuade desde la primera página, con ese yo que se confiesa o se miente o se confunde. Con ese yo que precisa, presume y divaga. No es un monólogo interior; tampoco es un dictamen argumentado y escueto. Es un desahogo en el que, al modo de Las confesiones de Jean-Jacques Rousseau, la primera persona es la única prueba a la que dar crédito: su palabra, sus disquisiciones, sus conjeturas. ¿Sobre quién? Sobre aquellos con quienes trata: Luisa Alday, Javier Díaz-Varela, Ruibérriz de Torres. Hablan, sí, pero sobre sus ficciones y dicciones interviene María, la voz de María.
JUSTO SERNA
Mercurio, n. 132, junio de 2011
He hablado de este asunto en otras ocasiones, y me disculpo por la repetición. Pero es que también los vicios españoles se repiten hasta la saciedad desde hace siglos y nadie parece dispuesto a enmendarlos. Se reconocen, pero siempre como «cosa del pasado», a la vez que quienes los condenan los reiteran infaliblemente en el presente, sin darse cuenta o con gran cinismo, en realidad no sé por qué otorgo el beneficio de la duda. Se habla, por ejemplo, de lo mal que sus contemporáneos -los colegas escritores, no los lectores- trataron a Cervantes, cuyos talento y éxito tardíos no pudieron perdonarse: recuérdese que a la publicación de la Primera Parte del Quijote su autor contaba cincuenta y siete años, que debía de ser como tener hoy setenta y cinco, y diez más cuando dio la Segunda Parte a la imprenta. Escandaliza el largo ostracismo a que fueron sometidos Clarín y su Regenta (hasta los años sesenta del siglo XX, como quien dice), o los pocos honores conferidos a Valle-Inclán en vida. Quienes los conceden ahora se rasgan las vestiduras ante los errores e injusticias de otros tiempos, y se aplican a perpetuarlos en la actualidad. Acaba de ocurrir una vez más al morir Jorge Semprún. Oigo a Javier Solana lamentarse del escaso reconocimiento habido en España a quien escribió buena parte de su obra en francés pero también buena parte en español; a quien, pese a vivir principalmente en París, nunca quiso perder su ciudadanía original y por ello no pudo ser elegido miembro de la Academia Francesa. Semprún fue español de principio a fin, y sólo los muy tontos o los muy patrioteros creen que la lengua en la que uno escribe es determinante de nada. Quienes hemos traducido sabemos que ese factor, con ser importante, es secundario; que las lenguas no son gran cosa en sí mismas: un vehículo, una herramienta para expresarse y entenderse, jamás un fin ni algo sagrado. Oigo también que, «a título póstumo», a Semprún se le ha concedido «la Orden de las Artes y las Letras» en nuestro país.
No sé qué Orden es esa. Ni siquiera sabía de su existencia, y, dado que llevo cuarenta años publicando, infiero que no es codiciada y que a nadie le importa. Pero seguro que al que menos le importa es a Semprún muerto. Cada vez que se da algo póstumamente se me llevan los demonios, sobre todo si el finado ha sido longevo y ha habido tiempo de sobra para honrarlo cuando aún podía disfrutarlo. Claro que tampoco me alegran mucho esos premios que tan frecuentemente se otorgan a la edad, y no al talento, y que resultan más una humillación que un agasajo para quienes los reciben. Parece que los jurados estén refunfuñando: «Bueno, como tiene usted más de ochenta años y no se ha muerto, vamos a celebrarle lo que escribió antes de los sesenta». Porque a veces se da la circunstancia de que el octogenario en cuestión lleva ya un par de decenios sin entregar nada que valga mucho la pena. Y uno se pregunta: ¿por qué no se lo premió en su mejor época, y cuando en verdad estaba activo? Para cortarle el revesino, por utilizar una expresión de tiempos de Cervantes (significaba «interrumpir el discurso o dificultar las pretensiones de alguien»), algo a lo que España siempre ha sido aficionada, y lo continúa siendo. «¿A ver qué se va a creer este? Ya ha subido mucho, hay que frenarlo», parece ser el propósito nacional a través de los siglos.
Propósito alcanzado numerosas veces. Algunos muy buenos escritores han sido galardonados con los premios oficiales -el Cervantes, el de las Letras, el Nacional-, pero también muchos medianos y malos. En cambio se murieron sin obtener ni siquiera el último -el de menor categoría- Juan Benet, Jaime Gil de Biedma y Juan García Hortelano, y los tres eran ya sexagenarios. Lo mismo le pasó a mi padre, Julián Marías, y él murió nonagenario. Estos premios les han sido esquivos siempre a autores como Eduardo Mendoza, que ya ha cumplido los sesenta y ocho, a Félix de Azúa, que cuenta uno menos, y a Francisco Rico, con uno más; a Leopoldo María Panero y a Enrique Vila-Matas, que andan por los sesenta y tres; a Arturo Pérez-Reverte y a Luis Antonio de Villena, que tienen casi sesenta; a Soledad Puértolas y a otros de valía y obra abundante. Es llamativo que ninguno de sus libros fuera visto jamás como «el mejor del año» en narrativa, poesía, ensayo o historia, según los casos. Sé, por un testigo, que cuando Gil de Biedma rondaba ya la sesentena, se le negó un Premio Nacional con el siguiente argumento: «No estamos aquí para juvenilia». El poeta más influyente de nuestra época se murió poco después, como es sabido. Y la única vez que fui jurado de uno de esos galardones (el de las Letras, especie de «pre-Cervantes»), varios miembros se opusieron a la candidatura de Benet arguyendo que había que recompensar «primero a los viejos». Benet murió seis meses más tarde, a la edad de sesenta y cinco. Todos ignorábamos -hasta él mismo- que estuviera enfermo, pero me aventuré a discutir con aquellos miembros: «Miren, nadie sabe el orden de la muerte, y, que yo sepa, la senectud no es un mérito literario». En realidad es absurdo que en España haya tales premios, cuando este es un país al que le revienta reconocer el talento de nadie. Por eso se suele hacer póstumamente. Y si los escritores se empecinan en no morirse, como debieran, entonces se espera, al menos, a que sean gente decrépita y sin ilusiones; a que apenas puedan gastarse el dinero (si lo hay) ni sentir contento. Luego vienen las generaciones siguientes y exclaman: «Hay que ver qué ceguera tuvieron sus contemporáneos con Fulano o Mengano. Qué trato tan injusto le dieron». Mientras ellos les dan el mismo a los creadores mejores de su tiempo, y les cortan el revesino a conciencia.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 26 de junio de 2011
«Últimamente, tengo la sensación de que publicar lleva más tarea que escribir los libros», comenta Javier Marías a un grupo de periodistas latinoamericanos -cita en la que estuvo El Tiempo [Colombia]-, cuando le preguntan si tiene algún hábito de escritura. Agobiado por la vida contemporánea y por los compromisos que se les imponen hoy a los autores, agrega: «La vida de los escritores se ha convertido, en los últimos tiempos, en algo un poco absurdo; tenemos que luchar para encontrar tiempo para lo que hacemos, principalmente: escribir libros».
Precisamente, su novela Los enamoramientos, que acaba de ser publicada, es fruto de este nuevo estilo de vida que lo obligó a escribirla «a salto de mata». Marías, quien para varios expertos es un firme candidato al Nobel -aunque él no lo crea así- y uno de los escritores más importantes de España, cuenta que tiene la costumbre de anotar en su agenda el número de páginas que lleva y la fecha en que interrumpe o reanuda la escritura.
Cuando revisó sus apuntes, encontró que con este libro habían pasado cinco meses seguidos, en los cuales solo pudo sentarse 20 días en la máquina de escribir (no usa computador). Luego, pasaron otros siete meses, en los que también solo trabajó 20 días. «Evidentemente, llegó un momento en que cerré las puertas todavía más y por eso la he podido sacar adelante».
A pesar de todos los obstáculos, y cuando pensaba que ya lo había dicho todo con su trilogía Tu rostro mañana, Marías parece salir triunfante, una vez más, con otra novela de largo aliento, de 400 páginas, que, aunque a él le pareció en un principio un poco menor, ha sido ampliamente aplaudida por la crítica.
¿Qué le llamó la atención del tema?
A los enamorados nos gusta pensar que de alguna forma hay cierta predeterminación en el encuentro de dos personas, pero en el fondo es un poco falso. Más bien es un producto del azar y, a veces, es un problema de quién queda libre; aunque también entiendo el deseo de los enamorados de ennoblecer su relación y de intentar pensar, que, por el contrario, hay una especie de destino que los une.
Una de las ideas de la novela es que, en gran medida, solo somos relatos…
Eso es así y creo que, en cierto sentido, las cosas existen cuando se cuentan. Recuerdo una frase de mi novela Mañana en la batalla piensa en mí, en la cual se decía: ‘el mundo depende sus relatores’. Lo que ha sucedido en sí mismo, nunca es nada si no hay alguien que lo cuente. Lo sucedido pasa al olvido si no hay memoria o relato.
Hay escritores que abordan la muerte, el amor o algún tema para entenderlo. ¿Qué piensa al respecto?
Uno no entiende mucho más sobre casi nada después de escribir un libro. Una de las razones por las que escribo es porque me parece que escribiendo pienso mejor sobre las cosas, que de ninguna otra manera. Y creo que eso en realidad le pasa a todo el mundo, sean escritores profesionales o no. La gente escribe diarios, blogs o cartas y, a veces, para entenderse y explicarse mejor. La escritura da forma a los pensamientos. Ahora bien: de ahí a que uno entienda más sobre la muerte o sobre el amor media un abismo. A mí me gusta recordar a menudo una cosa que dijo Faulkner sobre la literatura: «La literatura lo más que logra es lo mismo que un fósforo cuando se enciende en mitad de la noche, en mitad de un campo. Esa cerilla en realidad no ilumina nada, lo único que permite ver mejor es cuánta oscuridad hay alrededor».
Para los jóvenes autores
«El único consejo que yo siempre puedo dar a los escritores jóvenes o en ciernes es que no quieran convertirse en escritores como temo que hoy en día, al menos aquí en España, sucede a menudo. Es como si para alguna gente lo importante fuera volverse escritor porque es un tipo de figura pública que no está mal, que es relativamente apreciada y respetada, que se puede hacer un poco famoso y que incluso, con mucha suerte, puede ganar mucho dinero. Y tienen la sensación, a menudo, de que escribir los libros que se precisan para convertirse en escritor es un trámite necesario, pero engorroso. Esa es el actitud que veo en muchos jóvenes, que me parece mala. La actitud realmente tiene que ser que a usted le guste escribir, que usted la pase muy bien escribiendo, aunque también sufra. Y si luego hay suerte y puede publicar su libro y tiene éxito, maravilloso. Pero lo importante es que disfrute escribiendo y leyendo. Yo siempre he creído que ahora que hay tantas escuelas de creación literaria, como todo esto que llaman en Estados Unidos creative writing y demás, la mejor escuela siempre sigue siendo la del lector».
Indignados sensatos: mirada a la protesta masiva que vive España
«Vivo muy cerca de la Puerta del Sol, donde están los indignados, y la verdad es que es una cosa que la mayoría hemos recibido con simpatía. Algunos de ellos han sido muy sensatos y algunas de las peticiones que se han hecho son cosas que yo mismo suscribiría y que he venido sugiriendo en mis artículos. Lo que pasa es que estas cosas no tienen muy fácil solución inmediata, porque ni siquiera se sabe quién podría conceder lo que se pide, en especial las reformas concretas, sin contar con las utópicas».
Reflexión sobre la verdad
«Uno de los asuntos de esta novela es sobre la imposibilidad de saber nada a ciencia cierta. Hay una frase que aparece en el libro, que dice algo así como que ‘la verdad es siempre maraña, incluso la verdad ya desentrañada’. Si nos paramos a pensar en nuestra propia vida, que es la que teóricamente conocemos mejor, e intentamos contar lo que nos ha pasado, en seguida nos encontramos con zonas de enorme sombra y penumbra».
Vive.in (Colombia), 25 de junio de 2011
Jardín soleado en una comunidad de propietarios de un barrio residencial de Madrid; tranquila mañana de sábado. En la zona en sombra del cuidado césped que bordea la piscina (cuya temblorosa superficie riela el sol, configurando la misma topografía acuática, exacta y deslumbrante, que en las pinturas californianas de David Hockney), media docena de mujeres aún jóvenes participan en la reunión semanal de su club de lectura. La obra que vienen comentando es Los enamoramientos, de Javier Marías. Sobre la mesa de resina, jarras de refresco, un cubo de plástico con hielo, algunos cuadernos de notas y bolígrafos, cinco tabletas lectoras y un libro de los de toda la vida (bueno, al menos desde Gutenberg) con el logo de Alfaguara. Cuatro de las presentes reconocen haberlo pirateado: una decisión que no las hace sentirse especialmente culpables, y que justifican con argumentos de distinto calado. El primero: la dificultad para obtenerlo por procedimientos «legales» desde alguna de las plataformas (tipo Libranda) de difusión de libros electrónicos, y la comparativa (y tentadora) facilidad para descargárselo desde páginas web más o menos ilegales. El segundo: el precio de la versión electrónica (12,99 euros), que consideran a todas luces desproporcionado. No opinan lo mismo acerca del precio del libro en papel: los 19,50 euros marcados por la editorial no les escandalizan («está en mercado», dice una) para un objeto nada virtual que merecerá conservarse en su biblioteca «de verdad», cada vez más selectiva. No se trata de empedernidas piratas informáticas: de hecho, pagan 9,99 euros mensuales por la música que eligen en Spotify o los 0,99 céntimos que les cobra iTunes por cada canción que importan, y están convencidas de que cuando los libros electrónicos se abaraten (alguna añade, «y los precios se liberalicen») la piratería será residual y su práctica se considerará socialmente reprobable, no como ahora. La escena no es representativa: son mujeres profesionales y cultas, de clase media, con suficiente dominio de la tecnología que utilizan. Pero es un síntoma. Y me pregunto qué pasará cuando el precio de los libros electrónicos (ya considerablemente rebajado) se ponga al alcance de todos los bolsillos. Mientras tanto, la empresa estadounidense Attributor (www.attributor.com) sigue forrándose a costa de vender a los grandes grupos (en España, a Planeta y Santillana) sus servicios tecnológicos de rastreo, detección y, eventualmente, eliminación (¿ pueden hacerlo legalmente?) de contenidos digitales pirateados. Lo que pasa es que, a juzgar por la poblada biblioteca virtual de novedades que las socias del club de lectura han almacenado en sus i-pads y e-books, esas empresas-terminator todavía distan mucho de funcionar perfectamente. Por lo demás, surgen nuevas alternativas a Libranda. En librosinlibro.es, por ejemplo, se han agrupado algunos editores independientes para comercializar sus contenidos digitales «de la mano de los libreros y con la complicidad de autores y lectores». Para abrir boca, ofrecen la descarga gratuita de uno de sus libros (me gustará oír lo que dicen de eso los libreros). Su declaración de principios no puede ser más desarmante, de puro bienintencionada: «librosinlibro respetará y protegerá los intereses de autores y libreros, y buscará la rentabilidad económica dentro de una filosofía de comercio amable, con precios reducidos». Por fin: El Dorado, Arcadia, Utopía. Y, encima, respetando el precio fijo, quod erat demonstrandum.
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
El País, Babelia, 25 de junio de 2011
Una de las pruebas de la hipocresía de nuestras sociedades, que aseguran preocuparse de manera preeminente por la salud de los ciudadanos hasta el punto de castigarlos si no se atienen a las reglas dictadas desde los Ministerios de Sanidad, es el monstruoso ritmo de trabajo a que someten a esos mismos ciudadanos. A los que tienen trabajo, se sobreentiende; y, como éstos son cada vez menos y son por tanto menos los que cotizan, y sobre ellos recae todo el inmenso gasto del Estado, y así dependen de su sudor los subsidios de paro y las pensiones, las diversas ayudas a los desfavorecidos, la construcción y el mantenimiento de hospitales y escuelas, las cuentas de la Seguridad Social y cuanto quieran añadir, nos encontramos con la siguiente situación: hay una ingente masa de individuos (niños, ancianos, prejubilados, parados) que, a menudo en contra de su voluntad, llevan una vida ociosa pero no por ello menos angustiosa; y una siempre menguante porción de individuos que se desloman a diario y contra cuya salud se atenta sistemáticamente. La gente que trabaja trabaja cada vez más horas. Los horarios vuelven a parecerse a los del siglo XIX, ríanse de la teoría: lo de las ocho diarias se ha quedado en algo nominal, y no son raras las jornadas de doce y aun catorce, tanto para los asalariados como para quienes ejercen profesiones liberales. Numerosos empresarios -digo «numerosos», no «todos»: absténganse de protestar los que no incurran en estas prácticas- han aprovechado la crisis para prescindir de parte de su personal y esclavizar, o casi, a la parte que conservan, que ha de multiplicarse para cubrir la tarea de sus compañeros despedidos, por el mismo o menor sueldo y sin osar rechistar siquiera.
Lo que más llama la atención, sin embargo, es la explotación a que se somete incluso a los «privilegiados», si entendemos por tales no a las personas que han gozado de privilegios desde su nacimiento, sino a quienes han tenido suerte o han recibido un don o un talento, por ejemplo los deportistas. Hace unas semanas no salía de mi asombro cuando vi que, una vez concluida la larga temporada futbolística, que ya venía precedida por la disputa del Mundial el pasado verano -con la merma de vacaciones y el enorme desgaste que una competición así supone-, los internacionales españoles no se iban a descansar un poco, sino que la Federación les había montado dos partidos amistosos … en los Estados Unidos y en Venezuela, que caen bien a mano. Los internacionales argentinos, brasileños y demás, a su vez, debían desplazarse a su continente para jugar la Copa América. Imagino que es cuestión de tiempo que todos revienten, que se resientan sus respectivas saludes y que se acorte drásticamente la duración de sus vidas deportivas. En cuanto a los tenistas, año tras año me quedo perplejo al ver cómo coronan un torneo en Melbourne un domingo y empiezan otro el inmediato lunes en Miami o Estocolmo. No se sabe ni cuándo han tenido tiempo para desplazarse, y así, sin parar, durante toda la temporada. Luego las mismas Federaciones y organismos que obligan a estos deportistas a esfuerzos tan ininterrumpidos, y los aficionados que exigen contemplarlos en acción sin pausa, ponen el grito en el cielo cada vez que se descubre que alguno se ha dopado, y lo escarnecen de manera violenta y despiadada. Lo que no concibo es que los haya que no se dopen. No tanto para obtener resultados cuanto para aguantar el ritmo demencial y frenético que se les impone. Los jugadores de la NBA, en los Estados Unidos, no sólo disputan encuentros cada dos días, sino que se pasan la existencia metidos en aviones que los trasladan de sur a norte y de costa a costa. En realidad no entiendo que no consuma sustancias todo el mundo, del ciclista al taxista y del cantante al albañil, para aguantar. Ni cómo las drogas están perseguidas por los mismos que las convierten en casi imprescindibles.
Parece como si se hubiera asentado la idea bárbara y retrógrada de que a los seres humanos hay que extraerles todo el jugo -sobre todo a los que dan dinero- a toda velocidad y hasta la última gota, sin que importe nada que se rompan más pronto que tarde. Como si fueran máquinas, en cuanto se quiebren o mueran se los sustituirá por otros que aguardan su turno con impaciencia, para gozar de su breve periodo de cara gloria -los deportistas y artistas- o de simple empleo remunerado -el resto de la población anónima-. Se los consumirá a toda prisa y que pasen los siguientes. Este es el panorama laboral actual, para los privilegiados como para los que no lo son. Algunos nos negamos a entrar en esa rueda infernal, aunque lo paguemos. Al publicar una nueva novela hace dos meses y pico, he leído esta expresión numerosas veces: «Tras más de tres años de sequía …» No sé cuánto creen los periodistas que se tarda en concebir y escribir una novela, sobre todo si la anterior le ha llevado a uno ocho o nueve años, tres volúmenes y un total de 1.600 páginas, de todo lo cual conviene recuperarse mínimamente. La expresión en cuestión ya lo dice todo: si alguien no produce continuamente, padece «sequía». Prueba de ello es que también se me ha preguntado, como lo más natural del mundo, si estaba ya escribiendo algo nuevo … mientras no paraba de viajar y promocionar la obra recién salida. Sí, nos dediquemos a lo que nos dediquemos, todos nos sentimos como esos pobres ciclistas a los que, nada más acabar exhaustos la última etapa del Giro de Italia, se les acerca un reportero insaciable y les dice: «Bueno, y ahora, a por el Tour de Francia». Sí, se ha olvidado algo fundamental: que no somos máquinas.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 19 de junio de 2011
Javier Marías escribió una novela eterna, para la historia
Las novelas decimonónicas trataban de explicar el mundo de la época, o por lo menos, un mundo personal: la visión del escritor sobre su drama contemporáneo. En estas historias, largas y densas, donde circulaban personajes detalladamente definidos y repletos de matices —símbolos de las complejidades y contradicciones del ser humano—, plagadas de acciones a través de las cuáles se observaba las consecuencias de la traición, el amor y el crimen, el lector podía sumergirse en las aguas profundas de la «verdad literaria», y allí mismo, en compañía de un libro, intentar interpretar la suya.
Es la literatura como viaje, tanto estético como filosófico, lo que Javier Marías realizó en su obra maestra Tu rostro mañana. La novela, de 1.600 páginas, editada actualmente en un solo volumen y dividida en tres partes, explora todo lo que nos interesa o nos preocupa; lo que nos conmueve o inquieta; aquello que los hombres y mujeres, a lo largo de la historia, han perseguido con éxito o fracaso; los secretos más ocultos de nuestras efímeras existencias.
A pesar de la extensión y al contrario de lo que sucede en las novelas decimonónicas, en la novela de Marías no pasan demasiadas cosas. Sin embargo, puede que los pocos acontecimientos que ocurren, expliquen prácticamente todo lo que sucede en el mundo. Jacobo Deza, el protagonista, es reclutado por el servicio de inteligencia británico, el MI6, debido a sus cualidades como intérprete de vidas y avalado por un don de la Universidad de Oxford, el profesor Peter Wheeler. Desde entonces, Jacobo se encuentra con distintos personajes, algunos pertenecientes a la organización, que le provocan sentimientos de los que florecen todo tipo de especulaciones sobre «la tragedia humana». En las numerosas charlas que mantiene con ellos, el protagonista cuestiona el mecanismo irracional, aceptado por todos, que mueve al hombre.
Ambientada en Londres, con algunos momentos en Madrid, la novela mezcla todo tipo de géneros e influencias convirtiéndose en una original historia de espías (John le Carré), donde el fondo de los asuntos y el cómo se cuenta la historia, (Proust) trasciende el contexto de la narración.
De una acción a otra, a lo largo de la novela, Deza realiza profundas reflexiones que ocupan un gran número de páginas, así como también largos monólogos interiores donde analiza la relación que mantiene con las personas importantes en su vida, y aquello que le desconcierta de la sociedad en la que vive.
Javier Marías es uno de los grandes novelistas españoles contemporáneos; un extraordinario escritor europeo, alabado por la crítica literaria internacional, que escribe con mucha elegancia y brillantez. La prosa musical y en ocasiones perturbadora desarrollada en Tu rostro mañana, provoca un enorme placer en un lector sorprendido por el impacto emocional de la trama; aunque el autor muestra todo su potencial intelectual, dominio de distintos idiomas, y conocimientos sobre historia y literatura, mantiene la frescura y la accesibilidad en su estilo.
XABIER FOLE
La Opinión (California), 15 de junio de 2011
John Gawsworth (Terence Ian Fytton Armstrong) (1912-1970).
Poeta y editor. Segundo rey de Redonda con el nombre de Juan I.
La mirada de Javier Marías se proyecta en la pantalla con un destello de amabilidad levemente juguetona, como si flirteara en el umbral de una ironía risueña. Es raro que un escritor agradezca “la paciencia” a los periodistas de México, Colombia, Perú, Chile y la Argentina apenas comienza la videoconferencia por la publicación de su última novela, Los enamoramientos(Alfaguara). La maravillosa factoría literaria de Marías continúa funcionando con esos narradores que manifiestan una explícita reticencia contra las certezas y la posibilidad de conocer. Lejos están de construir verdades mayúsculas; pueden, eso sí, conjeturar y reflexionar. La trama y los personajes son actores de reparto. Lo que importa, lo que está en un primerísimo plano, son las ideas que inoculan esas historias, las motivaciones que impulsan a actuar y los pensamientos más íntimos que permanecen ocultos. “Nuestras convicciones son pasajeras y endebles –se lee en su última novela–, hasta las que consideramos más fuertes. También nuestros sentimientos. No deberíamos fiarnos.”
La sencillez, se podría parafrasear a la narradora de Los enamoramientos, no está reñida con la inteligencia. María Dolz trabaja en una editorial y detesta a los escritores, como corresponde de tanto lidiar con pedidos desopilantes. Todas las mañanas desayuna en un bar y observa a una pareja que le llama la atención. Al verlos, cree en el amor. Poco después se entera de la muerte del hombre, Miguel Desvern, salvajemente asesinado por un mendigo que lo apuñaló sin motivo aparente. Marías dice que necesitaba la voz de una mujer como narradora. “Escribo improvisando mucho, no tengo la historia completa en mi cabeza antes de empezar. Durante la escritura, me gusta averiguar la novela que voy escribiendo a la vez que la hago. Pero algunos elementos se tienen al comenzar; era una historia que tenía que sucederle a una mujer. Podría haber hecho una tercera persona narrativa, pero estoy tan acostumbrado a escribir en primera persona, por lo menos desde 1986 con El hombre sentimental, que me costaría mucho escribir con un narrador omnisciente.”
Esculpir el tono de la voz femenina no fue un quehacer abrumador, aunque al principio, confiesa, se le escapaba algún masculino por la fuerza de la costumbre. “Las diferencias entre los hombres y las mujeres son muchas, pero la mayoría no están precisamente en la mente o en el pensamiento –señala–. Lo que hace un narrador es contar, observar y reflexionar, y creo que en esas actividades no nos diferenciamos mucho.” El hechizo de la prosa de Marías va de la mano de una teoría “escéptica” sobre el enamoramiento. “A los enamorados nos gusta pensar que hay una cierta predestinación en el encuentro de dos personas que llegan a sentir un amor profundísimo la una por la otra; pero en el fondo es un poco falso, más bien es producto del azar y a veces es un problema de quién queda libre –plantea el autor de Corazón tan blanco–. Cuando alguien queda desocupado, empezamos a fijarnos en esa persona o esa persona se fija en nosotros; por eso en un momento se dice que los emparejamientos de las personas, incluso los más encendidos, los que se perciben como más nobles, son el resultado de una especie de sorteo o de rifa al final del verano. Hay mucho de eso, aunque también entiendo el deseo de los enamorados de ennoblecer su relación y de intentar pensar, por el contrario, que hay una especie de destino que los ha unido.”
Un toque de verosimilitud despliega María Dolz cuando se ensaña con las debilidades, los envanecimientos y tonterías de los escritores con los que lidia cotidianamente. “Es frecuente que las personas que trabajan en editoriales tengan una opinión bastante regular de los escritores, porque los tratan de cerca, porque conocen sus manías, sus exigencias, sus pequeñas miserias o sus tacañerías. No es que refleje exactamente la relación con mis pares –aclara Marías–, pero entre las mejores personas que he conocido en mi vida hay algunos escritores, y entre las peores, también. Los escritores son capaces de reunir las virtudes mayores, y los mayores defectos y vicios.” La muerte está presente en su narrativa ya desde Mañana en la batalla piensa en mí. El escritor advierte que el tema va “contra la corriente” de la sociedad europea actual, en la que percibe una especie de rechazo general hacia la idea de la muerte. “No hay que hablar mucho de los muertos, no hay que tener a los muertos en cuenta; incluso estamos llegando al extremo de considerar que los muertos tienen la culpa de morirse y para mí todo eso es bastante atroz –admite, como si quisiera sacar del closet una serie de cuestiones de las que se prefiere no hablar–. La muerte es una parte importante de la vida; para mí es imposible olvidar a los muertos. El hecho de que alguien haya muerto no es suficiente para que dejemos de contar con él, si es alguien con quien hemos estado a lo largo de una vida.”
La imposibilidad de saber a ciencia cierta la verdad es otra de las obsesiones de Marías. “Si nos ponemos a pensar nuestra propia vida, nos encontramos con zonas de sombra y de enorme penumbra. Una de las cosas que le pasan a la narradora y por lo tanto también a los lectores, al final, es que no saben exactamente lo que ha ocurrido. Como sucede en la propia vida, aunque creamos que conocemos más de lo que conocemos.” La producción del escritor ha sido etiquetada por la crítica y los medios de comunicación en la categoría “novela-ensayo”. No está de acuerdo con que sus ficciones sean definidas bajo este corset. “Mis novelas tienen ‘pensamiento literario’, que no es algo tan frecuente hoy en día en este género, aunque sí lo fue en otros tiempos”, admite. Entre las ventajas que encuentra en ese “pensamiento literario” destaca el hecho de que hace factible que se contradiga de un libro a otro o incluso dentro del mismo libro. “A menudo se producen fogonazos, flashes, que el lector percibe como verdaderos. La novela no es tanto una forma de conocimiento, como se ha dicho tantas veces, sino una forma de reconocimiento. Ante cierta escena o reflexión, decimos: ‘Sí, eso es verdadero, y yo ya lo sabía, aunque no sabía que yo lo sabía’. Lo sé ahora cuando lo veo expresado de esta manera y lo reconozco.”
“El número de crímenes impunes supera con creces el de los castigados”, subraya uno de los personajes en la novela. “Las cosas existen cuando se saben, cuando se cuentan. El mundo depende de sus relatores; lo sucedido pasa al olvido si no hay relato”, explica Marías. En la sede madrileña de Alfaguara está prohibido fumar. La abstinencia al tabaco avanza sigilosa. El escritor opta por tomar un cigarrillo como si estuviera a punto de encenderlo para calmar la ansiedad. Uno de los privilegios del novelista es contar a su manera una historia de ficción, que quedará quizá –sugiere– con “mayor nitidez que cualquier otra historia real” en la mente de quienes la leen, porque habrá una cierta verdad ficticia, “una verdad que no se suele encontrar en la vida real”. El lema de Marías podría ser escribir para “pensar mejor”. “La escritura da forma a los pensamientos, los moldea; hay que ponerlos en orden o contarlos en sucesión. Pero de ahí a que uno entienda más sobre la muerte o el amor, media un abismo”, advierte. Un concepto de William Faulkner le permite amplificar su argumentación. “La literatura lo que más logra es lo mismo que una ‘cerilla encendida’ en un campo nocturno: no ilumina nada, pero permite entender cuánta oscuridad hay alrededor.”
Vive cerca de Puerta del Sol, el escenario en donde hace unas semanas irrumpió el “movimiento de los indignados” (M15). El escritor, como la mayoría de la sociedad española, ha recibido con “simpatía” los reclamos. “La gente que se ha levantado ha sido muy cívica.” El escritor, no obstante, alerta que no habrá una solución inmediata de los reclamos, entre los que se incluye una reforma de la ley electoral y la inhabilitación de las candidaturas de políticos imputados en casos de corrupción. “Está muy bien un mundo sin bancos, estaríamos de acuerdo con eso, pero ¿cómo se lleva a cabo?”, se pregunta. “Lo que no sé muy bien es cómo esto puede continuar más allá de la manifestación de un descontento. Confío en que las personas con más formación política logren darle otro cauce y que la cosa no termine en algo casi folklórico, como podría acabar sucediendo.”
SILVINA FRIERA
Pagina 12 (Argentina), 12 de junio de 2011
Allende, Marías y Espinosa, los que más venden en la Feria del Libro de Madrid
La Feria del Libro de Madrid hace ya años que no realiza sondeos sobre las obras más vendidas, pero si uno consulta en varias librerías saca la conclusión de que los escritores que mayor éxito han tenido en esta edición son Isabel Allende, Javier Marías, Albert Espinosa y Mario Vargas Llosa.
Cierto es que la lista de novelas más vendidas que da cada librero depende mucho de los escritores que han estado firmando en cada caseta a lo largo de los 17 días de feria, y depende también de su ubicación, dado que las más próximas a la carpa donde firman los autores de mayor éxito lo han notado en sus ventas.
En esa carpa firmó el primer fin de semana Mario Vargas Llosa, en su primera visita a la feria después de ganar el Premio Nobel, y durante varias horas no paró de dedicar libros suyos a centenares de lectores.
También fueron interminables las colas que ayer se formaron para acercarse a la jaima donde la novelista chilena Isabel Allende dedicaba sus novelas. La editorial Plaza Janés tuvo que cerrar la cola a las 12.00 horas, una hora después de que ella hubiera comenzado a firmar, porque era imposible atender a todo el mundo en las tres horas y media que había previstas.
Por tanto, según los libreros consultados por Efe, El cuaderno de Maya, de Allende; Los enamoramientos, de Marías, y Si tú me dices ven lo dejo todo, pero dime ven, de Espinosa, figuran entre las novelas más vendidas de la Feria.
También encontraron numerosos compradores los libros de Vargas Llosa, aunque, como le decía a Efe Carmen Cabanillas, de la Casa del Libro, la última novela del Nobel, El sueño del celta, se vendió mucho en los meses posteriores a la concesión del premio.
Los enamoramientos ha sido uno de los libros que mejor ha funcionado en la 70 edición de la feria, como le indicaban a Efe en la librería Lé, en la que también se han vendido mucho la citada novela de Allende; Dime quién soy, de Julia Navarro; Inés y la alegría, de Almudena Grandes, y el libro ya mencionado de Espinosa.
En esa misma librería encontraron muchos compradores El día de mañana, de Ignacio Martínez Pisón; Lo que me queda por vivir, de Elvira Lindo, y Los ojos amarillos del cocodrilo, de Katherine Pancol.
En la librería Blas, Los enamoramientos ha sido uno de los triunfadores, junto con El cuaderno de Maya, El holocausto español, de Paul Preston; En el país de la nube blanca, de Sarah Lark; y Prométeme que serás libre, de Jorge Molist, según Salvador Díaz.
Antonio Méndez, responsable de la librería Méndez, destacaba Los enamoramientos; Solar, de Ian McEwan; Némesis, de Philip Roth; Las cuatro esquinas, de Manuel Longares, y Algo va mal, de Tony Judt.
La librería Antonio Machado no ha tenido demasiada suerte con El cuaderno de Maya porque, como indicaba Alejandro Portero, su caseta está lejos de la carpa donde la escritora firmó. Sí ‘funcionaron bien’ las ya mencionadas novelas de Marías y de Roth, así como Asco, de José Ángel Barrueco, y De derrotas y victorias, de Daniel Bernabé.
En la caseta de la FNAC, Mercedes Castro señalaba que los libros triunfadores habían sido los ya citados de Espinosa, Vargas Llosa, Allende y Javier Marías. También se ha vendido mucho la nueva novela de Rosa Montero, Lágrimas en la lluvia.
Las huellas imborrables, de Camilla Läkberg, ha encontrado numerosos compradores en la librería 2 Castillas, al igual que El tiempo entre costuras, de María Dueñas, y El método Dukan con el que Pierre Dukan enseña a adelgazar rápido.
La novela de Läkberg es una de las que destacó Lola Larumbe, directora de Rafael Alberti, en la que las novelas más vendidas vuelven a ser las de Marías, Allende y Vargas Llosa. También fueron muy demandadas la última de José Luis Sampedro, Cuarteto para un solista, y toda la obra de Nemirovsky y Camilleri.
En la Casa del Libro firmaba esta tarde sin parar Federico Moccia, pero sus jóvenes seguidores venían todos con el libro bajo el brazo. ‘No lo han comprado aquí’, le decía a Efe Carmen Cabanillas, quien tenía muy claro cuál había sido el trío ganador de la feria: Espinosa, Marías y Allende.
Efe/Terra, 12 de junio de 2011
Feria del libro de Bilbao
El público pasa por caja
Quienes hemos disfrutado siempre las películas de juicios tenemos necesidad de visualizar las escenas de los delitos que se cometen en la realidad y que nos llaman la atención por uno u otro motivo, y los hay numerosos para fijarla en los muy graves que se le imputan al ya ex-director del FMI, Dominique Strauss-Kahn. Hay un secreto del sumario -eso que se respeta en todos los países democráticos menos en España- y por tanto aún se ignora cuál fue la secuencia de los hechos, según las respectivas versiones del presunto criminal y la presunta víctima. Así que, de momento, hemos de conformarnos con la información aproximada y parcial que ha ido dando la prensa, la cual resulta incomprensible y absurda desde cualquier punto de vista, es decir, desde el de las dos partes implicadas.
Al parecer, Strauss-Kahn se estaba duchando en su suite cuando, de manera poco verosímil, una empleada del hotel entró a hacer limpieza. Según algunas voces, además, había ya en la habitación otro empleado, que le habría franqueado el paso a la mujer. Es raro que alguien vaya a hacer limpieza después de la hora del almuerzo; es raro que ese alguien se adentre en una suite sin antes comprobar que el inquilino está ausente (a todos nos ha ocurrido eso alguna vez, y las limpiadoras, al ver que la habitación no está vacía, suelen retirarse anunciando que volverán más tarde). El relato incompleto e inconexo de la prensa asegura que, al salir Strauss-Kahn de la ducha desnudo -extraño que no se pusiera un albornoz o una toalla, como hace cualquiera que esté mojado-, vio a la mujer, y, presa de un ataque de satiriasis, se abalanzó sobre ella sin ningún preámbulo. Se hace arduo imaginar a personaje tan importante, sabedor de lo que se jugaba, y más aún en un país harto severo con las cuestiones de sexo -incluso del consentido-, bajo urgencia tan desaforada como para lanzarse sobre la primera mujer que se le aparece en el horizonte. Aunque fuera cargado de Viagra -es una hipótesis- y precisara aplacamiento inmediato, existen métodos más civilizados y menos arriesgados, desde el manual hasta el telefónico: podría haber solicitado una call-girl, sin duda un gasto al alcance de su bolsillo. También es raro que se metiera en el fregado del que se lo acusa cuando, por lo visto, estaba a punto de volar a Europa, con un pasaje sacado una semana antes, y no andaba, por tanto, sobrado de tiempo (hasta se olvidó el móvil). Pero, en fin, todo es posible, y no han faltado testimonios que señalan a Strauss-Kahn como frecuente víctima de su cuasi priapismo, por así expresarlo.
Se ha hablado de que el director del FMI obligó a la limpiadora a practicarle sexo bucal (lo de «sexo oral» es un anglicismo disparatado, significaría «sexo hablado»), pero no de cómo pudo obligarla. Sin un arma para amenazar, o sin unos golpes previos para amedrentar (y nada de esto se ha mencionado), tal situación es imposible. Dicho de manera truculenta: no se puede sujetar a una persona y atinar, al mismo tiempo, a introducirle el miembro en la boca, que siempre puede cerrarse. Igual de difícil o más es -otro de los cargos barajados por la prensa- forzar a alguien analmente si el forzador no porta un arma -insisto- o no ha intimidado antes a la víctima con violencia. El asaltante carece de suficientes manos para inmovilizar a quien se supone que se está resistiendo y a la vez penetrarla por lugar más bien recóndito. Tampoco se entiende cómo podrían haberse consumado esos dos ataques -el bucal y el anal- en un sitio rodeado de gente: personal del hotel, otros clientes vecinos, etc. Se puede gritar y se puede salir corriendo, lo cual logró hacer la mujer finalmente, pero al parecer sólo después de la doble humillación de que fue objeto. La verdad es que nada casa.
Claro que tampoco resulta creíble ni comprensible la versión de Strauss-Kahn, o de sus abogados, lo que nos ha llegado de ella. Inicialmente se dijo que este hombre de aspecto antipático aducía haber estado en un restaurante, con su hija, a la hora de los supuestos hechos. Pero al poco cambió la historia: ya no se negó que algo hubiera habido entre el acusado y la limpiadora; sin embargo, había sido «consentido». Por muy seductora que sea la personalidad de Strauss-Kahn según muchos de sus compatriotas, a sus sesenta y dos años no se lo ve como a un Adonis tan irresistible para que una mujer de treinta y dos, empleada de un hotel, sucumba a su sex-appeal sin mediar palabra, al verlo surgir en cueros, presumiblemente empapado y presumiblemente erecto. Francamente, lo normal sería que en lo último que pensase durante su jornada laboral esa mujer fuese en un lance del tipo «aquí te pillo, aquí te mato» con un cliente entrado en años. Y tampoco los portavoces de Strauss-Kahn han hablado de sexo «contratado» o «pagado», sólo «consentido», que se sepa. Sería algo más creíble que él le hubiera ofrecido a ella una buena propina a cambio de un «quicky» -por utilizar un término del país de la escena-. La propuesta podría haber sido aceptada o no, o podría haberse producido un forcejeo si el pagador no se hubiera atenido a las prestaciones pactadas. Pero, ya digo, nadie ha sacado a colación ni ofrecimientos ni pagos, por lo que no cabe sino deducir que, según la versión del acusado, cualquier mujer puede caer rendida ante el abrumador espectáculo de su desnudez sobrevenida. No creo, la verdad, que ni David Beckham suscitara vencimientos tan raudos e incondicionales. O tal vez algunos, pero es que Strauss-Kahn, cómo decirlo, seguro que no es lo mismo.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 12 de junio de 2011
Javier Marías, los «indignados» y los enamoramientos
Javier Marías, uno de los escritores españoles más exitosos de su generación, dijo que simpatiza con los «indignados» que acampan en la Puerta del Sol, en Madrid, y que se irían mañana.
El autor, que vive muy cerca del corazón de la protesta de miles y miles de españoles por la situación económica y contra la clase política, comprende que la indignación es genuina y procedente, pero duda de que sea posible cumplir con todo lo que piden los manifestantes y lo lamenta profundamente.
Marías habló de la crisis española, de su última novela -que habla del amor- y de su método de escritura, durante una teleconferencia organizada por Alfaguara, editorial que publica su último libro, Los enamoramientos , y de la que participaron periodistas de la Argentina, Chile, Perú, Colombia y México.
La novela, escrita en primera persona por una voz femenina, narra con maestría el encuentro de la protagonista con un matrimonio que ella imagina perfecto, hasta que al hombre lo acuchillan en plena calle. A partir de allí, habrá una relación extraña entre la narradora y la esposa del muerto.
«La voz femenina para narrar era absolutamente necesaria, porque era una historia que tenía que sucederle a una mujer. Y no, no me costó mucho ponerme en la piel de la narradora», dijo Marías.
El escritor expresó sobre los enamorados: «Nos gusta pensar que hay cierta predestinación para el encuentro y hasta hay gente a la que le gusta rastrear cómo fue posible conocerse, aunque todo es mentira porque es producto del azar».
Quien cuenta la historia, María Dolz, trabaja en una editorial y detesta a los escritores que llaman para pedir cualquier extravagancia. «Y hay que tratarlos como si fueran estrellas de cine», dice. La megalomanía y los caprichos de los autores enferman a María.
Desde Perú le preguntaron a Marías si él también considera que los escritores son tan indeseables. «Hay cierta verosimilitud, y es cierto que la gente que trabaja en una editorial tiene que lidiar con todo tipo de personajes. Entre las mejores personas que he conocido en mi vida, hay algunos escritores y, entre las peores, también los hay», afirmó.
Marías contó que no tiene un método para escribir y que los viajes, las presentaciones, los congresos y demás actividades sólo logran atrasar su trabajo. Dijo que escribe a máquina, que no tiene ordenador ni correo electrónico, y que sólo ahora está seguro de haber hecho bien en publicar Los enamoramientos. «Estuve a punto de guardarla en un cajón y no dársela a mi editora», confesó.
La Nación preguntó a Marías por la crisis que atraviesa Europa en general y España en particular, y el escritor contestó: «La impresión que tengo es de que se está viviendo día a día, sin pensar que va a durar demasiado, pero tampoco nos encomendamos a la suerte. Tenemos el desempleo más alto de toda Europa y, por fortuna, el Estado está ayudando a muchos ciudadanos a sobrevivir. Sí me parece que España es un país donde las familias se protegen entre sí, cosa que no ocurre en Inglaterra».
Al ser consultado por el Premio Nobel de Literatura otorgado a Mario Vargas Llosa, Marías explicó que el galardón se le da a una persona y no al país al que pertenece.
«Tanto la lengua como el país son secundarios. Para alguien como yo, que ha sido traductor, la lengua no es lo principal: es importante, pero lateral. El libro puede hipervivir fuera de su lengua», respondió.
ALEJANDRA REY
La Nación (Argentina), 11 de junio de 2011
La cultura del texto
En Los enamoramientos, último ensayo-ficción de Javier Marías, el más interesante de los personajes episódicos monta en cólera cuando topa con una edición del Quijote plagada de errores como fortuna por fontana, gallegos por yangüeses o Pues no fue por Bueno fue.
Santa cólera. Apenas existe en España una cultura del texto. Los aficionados a la música no se contentan con cualquier grabación, sino que buscan la más valiosa entre las muchas existentes. Las pinturas antiguas se someten a laboriosas restauraciones de especialistas para restituirles su apariencia original. ¿Por qué, entonces, no se trata a los clásicos con iguales exigencias? Una palabra ajena a la intención del autor, una frase que cojea, un agravio al sentido común, ¿son menos importantes que una nota desafinada o la tizne que esconde un tornasol? La Real Academia Española avala ahora con su autoridad una «Biblioteca Clásica» destinada a publicar las obras maestras de nuestra literatura en ediciones fieles a la más exigente cultura del texto.
Una cultura a la que Marías presta homenaje poniendo en el centro de Los enamoramientos un dilema textual. En el trasfondo de toda la obra, y largamente evocado, está, en efecto, un relato breve de Balzac, Le colonel Chabert, en cuyas líneas finales el abogado Derville atestigua haber conocido horrores que ningún novelista podría imaginar: «He visto a mujeres darle al niño de un primer lecho gotas que debían traerle la muerte, a fin de enriquecer al hijo del amor».
Así lo traduce Javier, el protagonista de Marías, orientado («quizá») en sus lecturas y en sus designios criminales por el aludido personaje episódico. Pero cuando la narradora, María, se va al original francés, encuentra que habla de mujeres que dan al primer hijo gustos (goûts), no gotas (gouttes), que lo llevarán a la muerte.
Todas las ediciones rezan goûts, mientras gouttes es una conjetura, del tipo que se consigna en un aparato crítico. Comprendemos sin embargo lo que hubo de pasar por la cabeza de Marías frente al pasaje citado. La frase de Balzac no cobra sentido si no se descifra como resumen de una trama, de una novela posible. Pero ¿qué gustos pueden ser los que se inculquen a un hijo para abocarlo a morir? La respuesta a tal perplejidad es una corrección textual que permite imaginar fácilmente la trama en cuestión: gotas, se entiende que de veneno (por más que ése sea un uso no documentado en La Comédie humaine).
La narradora duda entre ambas posibilidades, como duda entre las varias versiones de su propia historia. Pero el tema que fascina a Javier Marías y que se constituye en núcleo de Los enamoramientos es el que depende de aceptar goûts en el texto: la «muerte maquinada», urdida pero no ejecutada, el «lento plan» para que «venga sola o caiga por su propio peso», en la percepción de que «es muy distinto causar la muerte… que prepararla», distinto «también que desearla, también que ordenarla», porque quien la fragua siempre podrá decirse: «¿Acaso estaba presente, acaso cogí la pistola, la cuchara, el puñal, lo que acabara con él? Ni siquiera estaba allí cuando murió».
Una firme cultura del texto y una fina respuesta a los matices textuales inspiran, así, la soberbia novela de Marías en aspectos esenciales, más relevantes todavía que los sugeridos por el título. Ésas son también las virtudes que la Real Academia Española se propone fomentar con la nueva «Biblioteca Clásica» que desde hace casi dos siglos estaba entre sus obligaciones estatutarias y que ahora comienza con cuatro espléndidos volúmenes.
Nunca con mayor oportunidad. Cada vez son menos quienes, sencillamente, saben hablar, leer y escribir: quienes son capaces de expresarse a sí mismos y entender a los demás con otra cosa que el idioma estándar al que los someten los medios, el poder, los leguleyos
… El español se ahoga con la mordaza del lenguaje único. Sin ir más lejos, la metáfora y la hipérbole del estilo figurado, los juegos de palabras, la singularidad, la elegancia y la propiedad en el léxico, son ya incomprensibles para la mayoría. Frente a una lengua en ruinas, volver los ojos a la literatura, con los clásicos por delante, es toda una esperanza de riqueza y libertad.
FRANCISCO RICO
El País, Babelia, 11 de junio de 2011
Coloquio de Javier Marías con Manuel Rodríguez Rivero, el día 28 de abril de 2011, en la sede central del Instituto Cervantes, en Madrid, dentro del ciclo Encuentros en la narrativa.
Presentación de Los enamoramientos en el Instituto Cervantes
Fotos de Florencia Foresi
El reportaje salió en este diario el pasado 14 de mayo, y desde entonces hasta la fecha en que escribo no he visto un solo editorial o columna al respecto, lo cual resulta extraño teniendo en cuenta la magnitud del escándalo. Hablaba dicho reportaje de la enorme cantidad de proyectos absurdos y costosísimos encargados por las Comunidades Autónomas o los ayuntamientos de España y que, a día de hoy, no sirven para nada, están infrautilizados o directamente abandonados a medio hacer, como tantas urbanizaciones. Se ponían unos cuantos ejemplos, una breve muestra, ya que al parecer hay muchos más. L’Ágora, en Valencia, el edificio que cierra la Ciudad de las Artes y de las Ciencias, diseñado por el carísimo arquitecto Calatrava y al que sólo le faltan unos remates para su conclusión, se ha llevado ya 90 millones de euros, y hasta ahora «ha servido para albergar el Open de tenis, espectáculos infantiles, un mercado de Navidad y competiciones acrobáticas». La verdad es que se ignora qué uso puede tener ni para qué se acometió el proyecto, aparte de para que se dé lustre el señor Camps (lustre turbio, por no variar) y para despilfarrar, como si sobrase el dinero en ningún sitio. O quizá no haya apenas actividades en L’Ágora a fin de que los valencianos puedan pasearse por allí sin obstáculos, como se ha construido el aeropuerto de Castellón sin aviones, según el dúo demente formado por el propio Camps y su colega Fabra, para eso, para que la gente recorra pistas e instalaciones sin que la molesten los vuelos, ya glosé aquí su lunática y cómica inauguración.
No es este el único aeropuerto inútil, por increíble que parezca. Un par de compañías de bajo coste fueron las únicas en utilizar -a cambio de subvenciones- el de Alguaire, en Lérida, que costó 95 millones y fue promovido por el tripartito catalán. Tras fletar algún vuelo con sólo tres pasajeros, las dos compañías se marcharon. Ahora queda Air Nostrum, que «opera viernes y domingo un vuelo a Mallorca y con aeronaves pequeñas, que también funcionan a golpe de subvención». Mientras tanto, en Madrid, cerca de Barajas, se yergue un solo y vanguardista edificio de los diez proyectados, encargados todos ellos «a los mejores arquitectos del mundo». Se iban a concentrar en el fastuoso complejo la mayoría de juzgados dispersos por la ciudad, para formar un megalómano Campus de la Justicia, con un presupuesto de 1.000 millones de euros. Se han gastado ya 100 en ese único y aparatoso inmueble construido, que desde hace un año largo permanece aislado y cerrado, con vigilancia durante las veinticuatro horas del día. El Ejecutivo de Esperanza Aguirre tiene «aparcada» sine die esta operación urbanística, y no ha dicho una sola palabra al respecto en su programa para la legislatura que acaba de comenzar. En 1999 Fraga decidió levantar en un monte, a las afueras de Santiago, la Cidade da Cultura, que ya se ha tragado 400 millones sin que, doce años después de su concepción irresponsable, se hayan definido los contenidos que albergará, aunque haya 148.000 metros cuadrados a disposición. Y, como todavía no ha habido escarmiento, en Vitoria el alcalde está (o estaba, no sé si lo han reelegido) empeñado en sacar adelante otro sueño grandioso de dudosa utilidad: el Business and Arts International Center, que ocupará 67.000 metros cuadrados y costará (en principio) 175 millones. Son los ejemplos del reportaje en cuestión, muy pocos para lo que hay.
Y uno se pregunta: ¿cómo es posible que ninguno de estos desaguisados haya traído consecuencias para sus responsables? ¿Cómo es que a nadie se le piden cuentas de estos derroches monstruosos e inútiles, meros adornos de los respectivos Presidentes autonómicos o alcaldes? Todos los involucrados deberían haber dimitido, pero, como eso es mucho pedir en España, al menos deberían haber buscado a algunos chivos expiatorios -consejeros, concejales- para defenestrarlos con gran resonancia y no menor cinismo. Nada de esto sucede nunca, y es una de las razones por las que los políticos son percibidos por la población como el tercer mayor problema del país, y por las que los concentrados en las principales plazas de España no quieren saber de ellos, aunque no sepan muy bien cómo se los puede sustituir. La verdad es que ninguno lo sabemos con claridad. Por fortuna, la mayoría no cuestionamos la democracia ni la existencia de los partidos, del todo necesarios y siempre menos malos que las formaciones de advenedizos «no profesionales» e indefectiblemente populistas o cuasi fascistas, que dan lugar a caciques de derechas o de izquierdas, a Berlusconis y a Hugos Chávez, tan parecidos entre sí y los dos a Jesús Gil. Pero tal vez, como primer paso, las actuales cúpulas de PP, PSOE, IU, PNV, CiU y demás deberían hacerse a un lado y dejar su lugar a gente nueva no contaminada. Estas cúpulas se han sentido muy seguras durante años, han creído que podían gobernar arbitrariamente y con total impunidad, que las reglas del juego estaban cerradas en su beneficio, y que nada ni nadie las movería de sus respectivas parcelas de poder. Han juzgado que no tenían que rendir cuentas, ni de sus decisiones y corrupciones ni de su malgasto de los dineros públicos. ¿Un aeropuerto o un hospital de cartón piedra? ¿Un Campus de la Justicia arrumbado? ¿Una Cidade da Cultura o un Ágora que no se sabe para qué sirven? Adelante, que nos vamos a hacer fotos en ellos y nadie va a rechistar. Parecía que iba a ser así por los siglos de los siglos. Pero ya no somos cuatro columnistas a los que no se oye: son millares de voces las que han empezado a rechistar.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 5 de junio de 2011
En la celebración de su veinte aniversario, ABC Cultural le ha preguntado a veinticinco de los más destacados escritores actuales cuáles son, como lectores, los títulos fundamentales del siglo XXI. Estas son sus apuestas.
JAVIER MARÍAS
1. Austerlitz de W. G. Sebald
2. The Master. Retrato del novelista adulto de Colm Tóibin
3. El mar de John Banville
4. Demasiada felicidad de Alice Munro
5. Ocho noches blancas de André Aciman
Tu rostro mañana, de Javier Marías ha obtenido 2 votos
PALOMA TORRES
Abc Cultural, 4 de junio de 2011
Javier Marías y Los enamoramientos
Tengo por seguro que un estilo literario, entendiendo un modo original y potente de apropiarse del lenguaje que, a su vez, da cuenta de una época y su devenir, de ciertos destellos de la condición humana, es algo tan escaso que ocurre al máximo un par de veces en cada generación.
Y ahí están los más grandes: Kafka, Thomas Bernard, Faulkner, García Márquez, Borges, Lezama Lima, todos ellos tuvieron estilos propios, y puede que el más reciente haya sido Roberto Bolaño, una especial prosodia que impregna de ternura a sus personajes y situaciones. Este poderoso estilo no siempre nace con el primer libro de un autor, sino que en ocasiones se desarrolla a medida que la obra progresa y se hace más compleja; en algunos casos toma tiempo mientras la música de las palabras se refuerza, se va limpiando de adherencias (o influencias, sean estas benignas o maléficas), adquiere cuerpo y se convierte, al cabo de los años, en un ritmo envolvente y totalizador, capaz de contener al mundo y al ser humano en toda su contradicción.
Esto se me ha revelado una vez más, con vigor, al leer Los enamoramientos, la última novela de Javier Marías, escrito en una prosa que no sólo es deslumbrante sino que no puede ser más que suya. Un ejemplo: “me quedé dormida involuntariamente en su cama a media tarde o cuando ya anochecía, un sueño breve pero profundo tras el satisfecho agotamiento que esa cama me producía, qué sé yo si era a los dos, uno nunca sabe si lo que se le dice es verdad, nunca hay certeza de nada que no venga de nosotros mismos, y aún así”, frases que buscan atrapar estados de ánimo sutiles, pequeños matices de la vida, y por eso el estilo de Marías está hecho de sobrevuelos, asedios, de largos solipsismos y regodeos, de frases que resbalan y dejan un surco sobre la página, en fin, es difícil definirlo sin recurrir a su vez a pequeñas metáforas.
Por este motivo es una prosa que produce un extraño efecto: como si progresara desbordándose, como el avance de una ola seguida de otra, y luego otra, hasta dar con el matiz exacto, y así una breve anécdota puede abarcar muchas páginas, cualquier gesto de los personajes es presa de circunloquios, definiciones atentas y lúcidas, conjeturas, largas digresiones. La crítica acostumbra señalar en Marías la influencia anglosajona, lo que es una obviedad tratándose de alguien que cita a Shakespeare en la mayoría de sus títulos, pero me pregunto si no tendrá también ese origen su necesidad de precisar cada detalle anímico hasta fijarlo, clavetearlo con dardos que son palabras.
Su estilo es difícil pero, contrariamente a lo habitual, sus libros son grandes éxitos de ventas, y no sólo en España. Podría tratarse de un fenómeno de locura colectiva, ¿seis millones de ejemplares de sus obras?, ¿tanta gente siguiendo el eco de una metáfora de Macbeth en un Madrid lluvioso? Es increíble y también una excelente noticia, que habla bien de quienes leen, pues a pesar de lo que parece no son todos cautivos de Dan Brown y sus templarios. Esto lo saben los jóvenes copistas de Marías, algunos con mucho éxito en América Latina, donde su obra es menos conocida del gran público y por lo tanto fácil de imitar con impunidad. Por eso vale la pena leerlo (al original), y escuchar su poderosa voz literaria en este hermoso y muy talentoso último libro, Los enamoramientos.
SANTIAGO GAMBOA
El Espectador (Colombia), 3 de junio de 2011
El cálculo en los terrenos del amor
En Los enamoramientos, el español Javier Marías se enfoca en la vida cotidiana de una pareja feliz y describe la frágil frontera entre la vida y la muerte.
Todo comienza a través de un personaje testigo de la felicidad imaginada de una pareja. Se trata de una mujer, la narradora, María Dolz. Ella desayuna antes de entrar a su trabajo siempre en un mismo lugar para ver a una pareja que ríe, que habla, que para ella es perfecta. Hasta que un día se entera de que el hombre muere asesinado a navajazos en manos de un desconocido. Ve su foto en un periódico. Ella ya no podrá sustraerse de una historia que la involucra en su fibra más íntima: “Pero lo había visto muchas mañanas y lo había oído hablar y reírse, casi todas a lo largo de unos años, temprano, no demasiado, de hecho yo solía llegar al trabajo con un poco de retraso para tener la oportunidad de coincidir con aquella pareja un ratito, no con él –no se me malentienda– sino con los dos, eran los dos los que me tranquilizaban y me daban contento, antes de empezar la jornada”.
Algunos tejen los hilos, otros ignoran… territorio de amores que se entrecruzan. Javier Marías construye una ficción en la que se evidencia la imposibilidad de saber acerca de la verdad. No conocemos al sujeto de quien nos enamoramos, o ignoramos, olvidamos, intentamos desconocer… La protagonista se vuelve una investigadora en un emprendimiento perdido por anticipado, porque ella misma se enamora: “Un día más, una hora más a su lado, aunque esa hora tarde siglos en presentarse; la vaga promesa de volver a verlo aunque pasen muchas fechas en medio, muchas fechas de vacío”.
Todos los personajes están guiados por sus propias pasiones y todas las argumentaciones acudirán para explicar lo inexplicable y querrán justificar acciones irremediables. La frontera entre la vida y la muerte es frágil, y aunque los muertos quieran volver, el devenir de los hechos, el tiempo y el olvido harán lo suyo. ¿Es todo posible? “Vamos aprendiendo que lo que nos pareció gravísimo llegará un día en que nos resulte neutro, sólo un hecho, sólo un dato”. La protagonista presencia una conversación que hubiese sido mejor que no escuchase, hubiese sido mejor que no supiese… Pero ya sabe… y está enamorada. Saber y estar enamorada no pueden ir juntos. Parecería que uno no puede ir con lo otro, aunque la novela revele que algunos pueden desplegar un cálculo en el terreno mismo del amor.
Las reflexiones de los personajes y las referencias literarias le permiten a Javier Marías recorrer todo tipo de variables respecto del comportamiento humano y las pasiones. Si en su excelente novela Corazón tan blanco , el autor había tomado el título prestado de Macbeth como alusión a la decisión frente a determinados actos, en Los enamoramientos también se encuentra, entre otras, la misma referencia literaria.
El autor logra, a través de una conversación sobre una novela de Balzac entre dos personajes, transformar la lectura en una pista acerca de las posiciones y acciones que detentan los personajes en la trama. La protagonista escucha de la boca de su amado el relato de la breve novela: historia de una viuda de un coronel dado por muerto en la batalla, que permanece con vida y que desea volver cuando la viuda ya ha vuelto a rehacer su vida junto a otro hombre. Aunque la viuda lo hubiese querido de veras, ya no admitiría que retorne. El personaje masculino sostiene esta argumentación, y la protagonista, María, va en la búsqueda de la novela para ubicar ahí donde el hombre del cual se enamoró, interpretó de modo tendencioso el relato. Esas, sin más, son búsquedas de los enamorados: “Pero no era eso lo que decía el original (…) Hay una diferencia entre educar a alguien para su perdición y su muerte y matarlo sin más, y normalmente creemos que lo segundo es más grave y más condenable, la violencia nos horroriza, la acción directa nos escandaliza más, o acaso es que en ella no hay lugar para la duda ni para la excusa, quien la ejecuta o comete no puede parapetarse en nada, ni en el equívoco ni en el accidente ni en un mal cálculo ni en ningún error”.
Unos sustituyen a otros, todo se va olvidando, la mayoría de los crímenes permanecen impunes y ninguna versión es verdadera, sin embargo la protagonista no evita padecer.
Tampoco desaparecen todos los registros y aunque María Dolz llamada por la pareja que desayunaba todas las mañanas cerca de ella “la joven prudente”, demuestra ser prudente y no interferir en el devenir de los acontecimientos, ella sabe que nada desaparece: “Sí, todo se atenúa, pero también es cierto que nada desaparece ni se va nunca del todo, permanecen débiles ecos y huidizas reminiscencias que surgen en cualquier instante como fragmentos de lápidas en la sala de un museo que nadie visita”.
Restos, hechos inciertos, pasiones reprimidas y una configuración nueva que evita dejar en evidencia sus fisuras. “La verdad es una maraña” dirá la protagonista en su vano intento de dar por cierta alguna interpretación de los hechos. La verdadera maraña son sus sentimientos, aquello que buscará olvidar pero perdurará. La verdadera maraña es que la impunidad no es tal y que los crímenes no se olvidan, ni los muertos tampoco.
Es sumamente interesante que la novela queriendo decir lo contrario nos convenza de la imposibilidad del olvido.
SARA COHEN
Revista Ñ, Clarín (Argentina), 3 de junio de 2011
El crimen de Marías
Ayer pasé por el lugar del crimen de Marías, por ese rincón verde en un alto de la Castellana donde se comete el asesinato de Los enamoramientos (y no revelo nada que el lector no deba saber antes de leer el libro, pues el hecho se anuncia en las primeras líneas, y el autor no pone misterio en lo que allí sucede, aunque sí, al avanzar la novela, en los posibles motivos y en los resultantes). Se trata de un lugar no alejado de donde vivo y por el que paso a menudo, aunque ahora me doy cuenta de que, para acortar el camino desde María de Molina a Castellana (o al contrario) nunca he tomado el atajo de Álvarez de Baena y Pedro de Valdivia, un tanto tortuoso, como pueden ser los atajos.
El crimen de esta excelente novela de Marías no se comete en una calle pendenciera o humillada o sombría de Madrid, sino en una «zona tranquila, luminosa y acomodada» (según palabras que la narradora le presta o le imagina al acuchillado a punto de morir). Se comete en el aparcamiento informal de la cuesta que sube hasta los edificios contiguos del Museo de Ciencias Naturales y la Escuela de Ingenieros Industriales, una cuesta, solo ayer caí en la cuenta, que lleva un nombre propio, José Gutiérrez Abascal, tal vez pariente pobre del José Abascal con larga y ancha calle próxima.
Cerca del lugar del crimen está el Hispano, un bar y restaurante muy literario que no sale mencionado en esta novela, pero al que todos -incluido el propio Javier Marías- hemos ido más de una vez a presentar un libro propio o seguir la presentación de uno ajeno. Escritores amigos, algunos fallecidos, solían reunirse en tertulia en el Hispano, un local de horarios laxos, tan de agradecer en estos tiempos en que, aun teniendo fama de lo contrario, Madrid tanto restringe, y no solo las horas de cierre de sus garitos.
Un poco más abajo del Hispano, y a unos 30 metros de donde vivió Lola Flores hasta el fin de sus disgustados días, solía yo ver en la madrugada, de vuelta a casa a pie desde alguna movida (no solo la histórica), a una señora mayor erguida en un portal, siempre el mismo, y ofreciendo su cuerpo, bien vestido a la antigua y entrado en carnes, al automovilista deseoso que subiera por el lateral del paseo. Nunca he sabido si Marías se inspiró en ella para la memorable escena de una de sus novelas anteriores a la trilogía en la que una mujer más joven se plantaba de noche a dos manzanas de allí, en la esquina norte de General Oráa con la glorieta de Castelar.
Las novelas urbanas que nos gustan cambian nuestra percepción y, a veces, nuestra relación con las ciudades donde transcurren, dando un porvenir a nuestra memoria. Lo consiguen incluso aquellas obras que reflejan una ciudad desvanecida o transmutada. La calle de Valverde de Max Aub se parece poco a la calle de Valverde actual, branchée y no tan risquée como en años pasados, y sería imposible hoy hacer el recorrido nocturno de Max Estrella y Don Latino de Hispalis por el Madrid «absurdo, brillante y hambriento» donde sitúa Valle-Inclán Luces de Bohemia, aun existiendo físicamente algunos de los puntos en que recalan. Las escenas quinta y sexta del genial esperpento se desarrollan en lo que hoy es el feudo, quién sabe si para siempre, de Esperanza Aguirre. Ya no quedan mazmorras, creo, en el palacio de la Puerta del Sol, ni se golpea con porra a los sospechosos como cuando era la Dirección General de Seguridad franquista, aunque hay otras formas de tortura psicológica. Confieso que Madrid me gusta más en los libros que en la vida real.
Javier Marías, que supo darle un vuelco romántico y un tanto siniestro al teatro de la Zarzuela donde sucedían varios episodios de El hombre sentimental, resume ahora muy bien, después de llevar al lector por distintos escenarios de su ciudad natal, la recreativa potencia de la ficción. Lo expresa en las páginas finales de Los enamoramientos María Dolz, su narradora protagonista, que está considerando a esa altura del libro irse de su trabajo y de su medio, librándose así de los escritores pelmas, tan divertidos, que la martirizan.
Dice María Dolz: «Comprendí que no debía huir de aquel paisaje, sino dominarlo con mis propios medios como habría hecho Luisa con su casa, obligándose a seguir viviendo en ella y a no mudarse precipitadamente; despojarlo de sus connotaciones más sentimentales y tristes, conferirle nueva cotidianidad, recomponerlo. Sí, me daba cuenta de que aquel lugar se me había teñido de sentimiento, y a este es imposible engañarlo o saltárselo, aunque sea semiimaginario. Solo cabe llegar a buenos términos con él y aplacarlo».
VICENTE MOLINA FOIX
El País, 3 de junio de 2011
Exuberante Balzac
Este volumen dedicado al exuberante escritor francés, autor de un proyecto literario comparable por su ambición y extensión a las Décadas de Tito Livio (quien, siendo historiador, quizá vino a ser el primer prenovelista de la Historia al introducir en su monumental obra su punto de vista personal), nos ofrece una visión singular de su literatura por medio de cuatro textos complementarios. El más extenso es el que da título al volumen y relata una historia abracadabrante acerca de un coronel de Napoleón que reaparece en vida cuando había sido dado por muerto, repartida su fortuna, vuelta a casar su esposa y llorada su muerte por el mismísimo emperador. Este muerto redivivo se convierte en un engorro al que nadie hace caso hasta que un procurador cree en él e inicia las gestiones para tratar de desmontar todo cuanto se ha montado desde su muerte. El asunto es singular y novelesco y Balzac lo apura con genialidad creando un personaje memorable a merced de un destino desgraciado a lo largo del cual, rodeado por una historia amarga y cruel, su noble y simple alma de soldado se precipita con dolorosa ingenuidad en una sociedad hipócrita e inconmoviblemente fría y egoísta. Es un relato perturbador servido con altísima calidad literaria.
Le siguen dos piezas: El verdugo, una historia española un tanto tópica en su caracterización, pero extraordinariamente dramática en su desarrollo. Un noble español, su familia y sirvientes y la ciudad donde residen, atacan y destruyen un destacamento del ejército invasor francés y éste, en revancha, organiza una escabechina. El noble pide clemencia para su primogénito y su vida le será concedida a cambio de un precio terrible que lo convierte en un cuento de horror. La otra es una pieza de orden fantástico-filosófico centrada en la figura de Don Juan; un Don Juan maligno en tratos con el Diablo para retornar a la vida después de haber muerto. El elixir de larga vida es un texto abarrocado, tan recargado de imágenes y expresiones que podría decirse churrigueresco, que se convierte en un grito de desesperación exhalado ante la muerte por un dios terrenal.
El cuarto y último relato, La obra maestra desconocida, es mucho más conocido y es, valga la redundancia, una obra maestra en la que Balzac expone toda una teoría del arte, con una calidad narrativa que la convierte en un texto único y ejemplar. La obsesión del pintor Frenhofer por conseguir el imposible de una obra maestra absoluta ha conmovido a numerosos lectores y artistas, entre ellos a Picasso de quien, por feliz coincidencia, se expondrá en junio una serie de dibujos dedicados a esta obra en la Fundación March de Madrid.
JOSÉ MARÍA GUELBENZU
El País, Babelia, 4 de junio de 2011
LITERATURA Y ERRABUNDIA (JAVIER MARÍAS, ANTONIO MUÑOZ MOLINA Y ROSA MONTERO)
ALEXIS GROHMANN
Foro hispánico 42
Editions Rodopi, Amsterdam/New York, 2011
Índice
Prolegómeno
Literatura y errabundia
Javier Marías, Negra espalda del tiempo: de errabundos hacia la nada
1. Recuerdos, memoria, fantasma
2. Reino de Redonda
3. Azar
4. De libros y otros objetos
5. El abismo del tiempo
Antonio Muñoz Molina, Sefarad: el desorden del tiempo
Rosa Montero, La loca de la casa: la ballena atisbada
La libertad de la novela
Bibliografía
En años relativamente recientes, el género de la novela ha ido experimentando cambios notables, abanderados por la realidad y su invasión del territorio de la ficción. En el presente estudio exhaustivo de tres obras españolas (de Javier Marías, Antonio Muñoz Molina y Rosa Montero), situadas en un amplio contexto literario europeo, Alexis Grohmann propone como clave de esas transformaciones el concepto de la digresión. La porosidad o errancia genérica de las obras, su divagación argumental o ausencia de trama, su digresividad estilística y la errabundia de los procesos de creación, además del disperso y heterogéneo material con el que se trabaja, hacen que la digresión se perfile no tanto como un recurso o simple figura retórica, cuanto como una verdadera Weltanschauung, una manera de contemplar el mundo.
Javier Marías estará el sábado 4 y el domingo 5 firmando en la caseta 191 de la Librería Méndez.
El sábado por la tarde, de 7 a 9, y el domingo por la mañana, de 12 a 2.
«El enamoramiento es un azar, no un destino»
La más reciente novela del narrador español se lanzó ayer en Colombia. Su historia desentraña el amor, uno rodeado por la muerte y por los juegos de la verdad.
El novelista Javier Marías ha confesado que con esta novela, que ha bautizado Los enamoramientos, —sorprendido de que nunca nadie antes hubiera titulado una novela así—, sufrió de una profunda inseguridad. Una que lo llevó a dudar, unos quince días antes de entregarla a la editorial, si dejarla guardada o no en un cajón. No quería que fuera una de esas novelas de descanso. Javier Marías había terminado su extenuante trilogía Tu rostro mañana, y después de tantas letras escritas pensó que había dicho todo lo que como escritor tenía que decir. Pero sus cuatro décadas como narrador no se iban a celebrar en el vacío; más bien, prolífico como siempre ha sido, una historia fue cristalizándose, la de María Dolz, una mujer que trabaja en el mundo editorial y que es testigo de un matrimonio desecho por una muerte, una mujer que vive los desgarros de la impunidad y las vicisitudes de enamorarse. El libro, que prueba que su destino como escritor aún no está vencido, se lanzó ayer en Colombia, y desde Madrid el escritor habló sobre esos amores que para él no son más que puro azar.
¿Cuando intentó mirar a los ojos el enamoramiento humano con qué se fue encontrando?
En mis novelas es sabido que aparte de la historia, la trama y sus personajes, suele haber también reflexión y comentarios por parte del narrador para hacer sus digresiones y en esta novela efectivamente una de esas reflexiones tiene que ver con la negación de esa idea muy frecuente de los enamorados de pensar que de alguna forma había una cierta predestinación en el encuentro de dos personas. Hay una cierta intención de rastrear cómo se conoció el amor y de pensar, por ejemplo, que si no hubieran entrado en aquel bar o si no se hubieran ido a una ciudad lejana, no se habrían conocido. Esto es normal y a la gente le gusta mucho inventar esta mitología, a mí me parece, y en la novela se expresa, que esto es un poco falso.
Para mí el enamoramiento es un producto del azar, es una rifa, a veces es un problema de quién queda libre, dependemos mucho de quién se fija en nosotros y en quién nos fijamos, y por eso esta novela sugiere algo así como que los emparejamientos, en el fondo, son el resultado de un sorteo en una feria. Entiendo el deseo de los enamorados de ennoblecer su relación y de pensar en un destino, pero creo que es falso.
La narradora es una editora que tiene una mirada muy mala sobre los escritores, de alguna forma ¿encarna ella una opinión que usted tiene sobre sus pares?
Más que una editora es una mujer que trabaja en una editorial. Yo creo que las personas que trabajan en editoriales tienen una opinión muy regular sobre los escritores, porque los tratan de cerca, conocen sus manías, sus exigencias, sus pequeñas miserias, sus tacañerías. Esto no es que refleje mi opinión o relación general con mis pares, pero yo diría que entre las mejores personas que he conocido en mi vida, hay algunos escritores y entre los peores también; los escritores son capaces de reunir las virtudes mayores y los más grandes vicios.
¿Por qué tanta relevancia, en su narrativa, de los muertos? ¿Aquí como en otras de sus novelas el hilo conductor se teje en torno a un muerto?
Voy, en ese sentido, quizás un poco en contracorriente con la sociedad actual, por lo menos con la europea. Acá hay una especie de rechazo general hacia los muertos y la idea de la muerte; hay una tendencia a pensar que es algo de lo que no hay que hablar mucho, que a los muertos no hay que tenerlos mucho en cuenta. Estamos incluso llegando al extremo de considerar que los muertos son culpables de morirse y para mí todo eso me parece atroz. Para mí, y queda expresado en mis novelas, la muerte hace parte de la vida. Me es imposible olvidar a los muertos, son una presencia muy fuerte, y el hecho de que alguien haya muerto no me parece suficiente para que dejemos de contar con él, si se trata de alguien con el que hemos contado a lo largo de toda la vida. En esta novela incluso se revisa la posible o no conveniencia de que los muertos vuelvan, si es que pudieran volver.
Otro de los temas que atraviesa Los enamoramientos es una pregunta sobre los significados de la verdad, un cuestionamiento sobre lo que se puede asumir como verdadero
Justamente, uno de los temas de esta novela, que además he tratado en otras ocasiones, es la imposibilidad de saber nada a ciencia cierta. Hay una frase que se aparece en un par de ocasiones en la novela y que me sirve para resumir este pensamiento: “La verdad es siempre maraña, incluso la verdad ya desentrañada”. Si nos ponemos a pensar en nuestra propia vida, que es sobre lo que teóricamente sabemos más, e intentamos contar lo que nos ha pasado, enseguida, cuando empezamos a narrarnos, nos encontramos con zonas de profunda penumbra. Esta sensación se desvela en una de las cosas que suceden hacia el final de la novela, que es que nadie sabe qué ha ocurrido, no logran saberlo al igual como pasa en nuestra vida, aunque siempre creamos que sabemos más verdades de las que en realidad conocemos.
De la mano de estos juegos con la verdad hay además otra noción rondando la historia, y es que sólo somos relato, somos lo que contamos de nosotros mismos.
Creo que es así, aquello de lo que no hay constancia, los crímenes no registrados, como sucede en la novela, son miles de vidas que no existen, vidas invisibles e inaudibles, en cierto sentido las cosas existen cuando se saben y se cuentan. En una novela vieja mía, Mañana en la batalla piensa en mí, de 1994, se decía que “el mundo depende de sus relatores”, lo sucedido en sí mismo nunca es nada si no hay memoria de eso o relato de eso. Es posible que esta historia de ficción vaya a quedar quizás con mayor nitidez que cualquier historia real en la memoria de quienes la lean.
La crítica ha calificado esta como una novela ensayo…
No estaría muy de acuerdo con que mis novelas sean eso, incluyo muchas digresiones, pero procuro no olvidar que escribo eso, novelas. Y una novela es una representación con personajes y conversaciones. Lo que sí tienen mis novelas es lo que yo he llamado en ocasiones “pensamiento literario”. Son como fogonazos, flashes que el lector percibe como verdaderos. La novela para mí no es tanto una forma de conocimiento, sino de reconocimiento. Lo que las novelas nos producen es que ante cierta escena o cierta reflexión uno dice: “esto yo lo sabía ya, aunque no sabía que lo sabía”.
¿Superó con esta novela el agotamiento de su trilogía Tu rostro mañana?, ¿ empieza ya a escribir algo más?
No estoy escribiendo aún nada. El 6 de abril se puso a la venta este libro en España y en este periodo no hecho más que promoción y entrevista. Tengo la sensación de que publicar casi lleva más tarea que escribir los libros, así que no he tenido la tranquilidad mínima para empezar a escribir nada más. Y en cuanto al agotamiento, parece haberse superado.
ANGÉLICA GALLÓN SALAZAR
El Espectador (Colombia), 1 de junio de 2011
Soy un escritor a contracorriente
Javier Marías es un escritor serio, miembro de la Real Academia de la Lengua, un escritor reconocido. A Marías no le interesa llegar a ser un candidato al Nobel, de hecho le da risa si se lo preguntan. No le parece siquiera posible porque, él dice, los suecos no lo conocen. Es hoy día un escritor famoso que da videoconferencias desde Madrid a todo Latinoamérica. Pero es un escritor que se queja del llamado de la fama y que sigue haciendo literatura. Es un escritor que va a contracorriente, como él mismo lo expresa:
«Quizá voy un poco a contracorriente con las sociedades europeas actuales que tienen un rechazo generalizado por la muerte, incluso prefieren olvidarse de ese tema y esto me parece atroz porque la muerte es parte de la vida. Por eso, en mis novelas, es constante la presencia de personas desaparecidas», dice el escritor desde Madrid.
Sonriente, fresco y muy dispuesto, atendió por hora y media a las preguntas que los medios de comunicación latinoamericanos le formularon en el marco del lanzamiento editorial de su nueva novela, Los enamoramientos (Alfaguara, 2011), una novela en la que pervive su obsesión por la muerte y en la cual conserva el estilo en primera persona. Pero ahora en la voz de una mujer, un reto mayor al que Marías tuvo que decir porque dijo: «no podía ser de otra manera».
Del título se desprende el tema más inmediato: el enamoramiento que, a veces, no siempre, desemboca en el amor. Como todo escritor curioso del mundo, que puede maravillarse con aquello que puede ser considerado lo más natural y obvio del mundo, Marías vio en la promesa del amor un aspecto a explorar vitalmente a partir de la escritura.
«A los enamorados les gusta, yo incluido, pensar en la predestinación de las relaciones como que si te enamoras de alguien es porque estaba en tu destino. Y por eso tienen un gusto por rastrear en el pasado los hilos sin los cuales no hubieses sido posibles los encuentros futuros. Pero esto a mi me parece un poco falso. Yo creo que el enamoramiento es un azar. A veces nos enamoramos más bien de quién nos queda disponible, quién queda libre. Los emparejamientos, incluso los más auténticos, son resultado de una especie de rifa», dice el escritor.
En la conferencia, Marías vertió sus ideas de un modo pausado. No hubo impostura en sus dichos. Pero sí mucha pasión y honestidad. Habló de sus pautas de escritura. El sigue escribiendo a máquina. Se quejó de la vida de un escritor contemporáneo: «hoy en día, el escritor le dedica más tiempo a la promoción de sus libros que a la escritura». Y en ese sendero, aprovechó para dar un consejo a los escritores en ciernes: «no busquen convertirse en escritores, pónganse a escribir literatura.»
También vio con simpatía el movimiento de los Indignados porque es un movimiento «muy cívico, muy pacífico» pero, dijo, el problema es que lo que exigen no tiene una fácil concreción. «Espero que no termine en algo floklórico», agregó.
Y habló sobre la novela: «ese género que no es resumible como los relatos. Las novelas dependen de las palabras con que han sido escritas». Y cuando dice palabras uno entiende oraciones, emociones, habilidad verbal. Se entiende que Marías habla de literatura, no solo de historias contadas sobre el papel y manufacturadas como un producto mercable.
«La novela no es una herramienta de conocimiento, sino de reconocimiento», expresó al tiempo que recordó a Faulkner. Para él aquello que es capaz de iluminar la literatura es como lo que logra alumbrar un fósforo a mitad dela noche y a mitad del campo: ese instante que dura encendido el fósforo en realidad no permite ver mejor pero sí permite ver cuánta oscuridad hay alrededor. Eso es la literatura, dijo finalmente.
El Economista (México), 1 de junio de 2011
Javier Marías. “La verdad es siempre maraña”
El novelista español habla acerca de su nueva obra, Los enamoramientos, en la que traza las diferencias entre destino y azar en relación con el amor
“Los enamoramientos en el fondo son el resultado de una especie de sorteo o rifa al final del verano en una feria”, afirma pragmático el escritor español Javier Marías ante la idea, “muy arraigada entre los mismos amorosos”, de que es el destino y no el azar el que ha propiciado su encuentro.
“Es muy comprensible que los enamorados piensen que hubo cierta predestinación en su unión, pues les gusta rastrear cómo se conocieron. Pero esta idea es un poco falsa, pues los emparejamientos dependen más del azar y de quién queda libre o desocupado. Aunque entiendo su deseo de ennoblecer su relación”, comentó ayer en una videoconferencia.
El amor, la ausencia, la muerte y el azar son los componentes principales de la nueva novela del narrador de 59 años, Los enamoramientos (Alfaguara, 2011), cuyo lanzamiento fue el pasado 6 de abril, que terminó un silencio literario de tres años ocasionado, acepta el autor, por la sensación de estar exhausto y la convicción de que ya no tenía nada más que decir en este género.
“Con esta obra tuve una enorme inseguridad, hasta el punto de que unos 10 o 15 días después de terminarla aún dudaba si dejarla en un cajón o publicarla. Tenía la sensación de que era un libro menor a Tu rostro mañana o fallido. El primer sorprendido de su aceptación soy yo”, admite.
El novelista y cuentista aclara que no es su aspiración entender temas como el amor y la muerte cuando se acerca a ellos de manera reflexiva. “Uno sale de escribir un libro entendiendo casi nada. Yo escribo porque me parece que al hacerlo pienso mejor, más intensamente, sobre las cosas que de ninguna otra manera que conozca. La escritura da forma a los pensamientos, los moldea. Pero de ahí a que pueda entender más sobre la muerte media un abismo. La literatura no da respuestas y si las da son penumbrosas, no definitivas, son tanteos en la oscuridad”.
Marías dice que uno de los tópicos de su novela es la imposibilidad de saber nada a ciencia cierta. “La verdad es siempre maraña, incluso la verdad desentrañada, la que creemos haber descubierto y de la que creemos tener todos los datos. Si nos paramos a pensar en nuestra propia vida, que es la que teóricamente conocemos mejor, si intentamos contar lo que nos ha pasado, enseguida encontramos zonas de sombra, de penumbra, como puede ser la historia de nuestros padres, de quienes sabemos realmente muy poco”.
Recrear la muerte
La muerte está presente en esta trama narrada y protagonizada por una mujer, María Dolz, que trabaja en una editorial, quien todas las mañanas observa a una pareja en el restaurante en el que se desayuna, hasta que se entera de que él muere. “No me traigo nada en particular con la muerte. Creo que al recrearla voy a contracorriente de la sociedad europea actual, que tiene una especie de rechazo general hacia los muertos. Hay una tendencia a pensar que no hay que hablar mucho de ellos, que no hay que tenerlos en cuenta.
“Todo eso me parece atroz, pues creo que la muerte es una parte importante de la vida, la última evidentemente. La presencia de las personas desaparecidas, que la sociedad europea tiende a olvidar rápidamente, es continua. Para mí es imposible olvidar a los muertos. El hecho de que alguien muera no es suficiente para no contar con él. Como me interesa hablar de las cosas profundas que le ocurren a la gente, no a niveles superficiales, es un recurso que he usado más de una vez”, añade.
El ex profesor de las universidades de Oxford y Complutense de Madrid señala que las interrupciones que hace la narradora, con el fin de reflexionar sobre algún tema, no convierten a esta obra en una “novela-ensayo”, como han comentado algunos críticos literarios. “No olvido que escribo novelas; si no, serían otro género. Esta historia tiene pensamiento literario, que no es tan frecuente. Se trata de pensar literariamente sobre las cosas. La ventaja es que se puede uno contradecir, no se precisa de una argumentación”.
Aunque dice que la aparición de Los enamoramientos le hizo superar el trauma del agotamiento que tenía, quien ha publicado en 40 lenguas y 50 países confiesa que no está escribiendo nada en este momento. “Aún no han pasado dos meses desde su lanzamiento. Y sólo he hecho promoción, entrevista y viajes. No he tenido la mínima tranquilidad. A veces pienso que promover llega más tiempo que escribirla. Parece haberse superado el trauma, pero no sé cuándo escribiré otra historia”.
Por lo pronto, el autor que ha vendido seis millones de ejemplares de sus diversos títulos en el mundo adelanta que está en proyecto la filmación de dos películas que se basarán en obras suyas: Corazón tan blanco y Tu rostro mañana, aunque aclara que en el ámbito del cine todo camina lento y apenas se busca su financiamiento. “No escribiría yo los guiones, sería muy aburrido”.
En la antesala de sus 60 años, Marías rechaza tener un método especial en su escritura y confiesa que escribe cuando puede. “Escribo improvisando mucho. No tengo la historia completa en mi cabeza antes de empezar a escribir. Voy haciendo cambios en la escritura, me gusta averiguar la novela que estoy escribiendo a la vez que la hago”.
A favor de los de La Puerta del Sol
Javier Marías ve con simpatía el movimiento de protesta de los jóvenes españoles que acampan en la madrileña Puerta del Sol desde el 15 de mayo pasado, en contra del desempleo, la clase política española y las derivas del capitalismo, por lo que espera que esta acción denominada Los Indignados no termine en “algo folclórico”.
“Vivo muy cerca de la Puerta del Sol, paso a menudo, me paro y miro. La mayoría lo hemos recibido con simpatía. La gente que se ha levantado con esa indignación ha sido no sólo muy civilizada, muy cívica, y no ha habido ningún incidente, sino que además algunos de ellos han sido muy sensatos”, explica.
“Es un movimiento con el que se debe tener simpatía. Pero estas cosas no tienen muy fácil concreción o solución inmediata. Ni siquiera se sabe quién podría conceder las cosas concretas que ellos piden, como una reforma de la ley electoral o que no haya sospechosos por corrupción en las listas de los partidos políticos”.
El escritor admite que no sabe cómo este movimiento puede seguir más allá de la manifestación de un descontento, de un estado de cosas que no gustan. “Confío en que las personas con formación más política que están ahí, logren darle otro cauce”, concluye.
Apenas en el inicio de esta semana, el diario español El Mundo publicó que el movimiento popular no se movía de su sitio: “Irse, no se van; pero reagruparse, se reagrupan. Lo había anunciado anoche el movimiento 15-M, en la asamblea en la que se decidió continuar la acampada en la Puerta del Sol de Madrid. Hoy, la plaza del reloj más famoso de España no tiene el mismo aspecto, aunque bien es cierto que se asemeja bastante al de días pasados”.
VIRGINIA BAUTISTA
Excelsior (México), 2 de junio de 2011
La literatura no da respuestas, asegura el escritor Javier Marías
El escritor es un privilegiado que convierte una novela en un cerillo que ilumina la noche por un instante. Así lo considera el escritor español Javier Marías, quien presenta su más reciente novela Los enamoramientos, una historia donde demuestra que las personas son desconocidas hasta que alguien se percata de su historia y lo cuenta. “La gente pasa por el mundo como invisible hasta que alguien cuenta su historia, así que el mundo depende mucho de sus relatores”, aseguró el escritor español durante la videoconferencia que ofreció ayer desde Madrid.
Con en esta entrega, Javier Marías se sacude de los hombros tres años de sequía narrativa, tras concluir la serie Tu rostro mañana, la cual aborda temas como el amor, la muerte y el reencuentro, utilizando una trama matizada por el thriller psicológico.
Durante la charla con cinco representantes de cinco países, el autor dijo que la muerte es un tema que le ronda la cabeza, desde 1992 cuando publicó Mañana en la batalla piensa en mí, aunque en ésta invoca la idea de Honoré de Balzac sobre la pertinencia de que los muertos vuelvan, utilizando por primera vez la voz de una mujer en primera persona.
La obra literaria de Javier Marías es prolífica, pero el autor considera que tanta escritura no le ha permitido comprender mejor las cosas, sino simplemente pensar más. “Uno no entiende más después de escribir un libro, aunque escribiendo pienso mejor en las cosas que de ninguna otra manera haría, incluso mejor que sentado en el sofá de la casa”, apuntó.
Esa es la razón por la que muchas personas en la actualidad utilizan los blogs, los diarios personales y las cartas, para entenderse y explicarse mejor. “Esto sucede sólo con la escritura porque tiene la capacidad de dar forma a nuestros pensamientos; pero de ahí a que logremos entender mejor el amor o la muerte hay un abismo”.
Además, consideró que le gusta recordar una idea de William Faulkner, quien comparaba el efecto de la literatura con el de un cerillo cuando se enciende de noche en mitad de un campo.
Ese fósforo encendido realmente no ilumina nada, recordó, sólo permite ver cuanta oscuridad hay alrededor, “y eso es lo que hace la literatura, no más; es difícil saber más, aunque ver la oscuridad que hay alrededor ya es mucho. Sin embargo, la literatura no da respuestas, o si las da, son penumbrosas, nunca definitivas, sólo son orientaciones… una manera de tantear en la oscuridad”.
AMAR Y MORIR.
Editado por Alfaguara, Los enamoramientos es una novela que abunda sobre la virtud y los vicios del amor, dado que se trata de un sentimiento, considerado casi universalmente como algo positivo, incluso redentor, que podría justificar desde acciones nobles y humanas hasta los mayores desmanes y ruindades.
“Es curioso que las personas quieran construir una historia en torno a su relación, fabricar un mito, y que exista un deseo por parte de los enamorados de ennoblecer su relación y pensar en un destino que los ha unido. Pero esto es un poco falso”, apuntó.
Más bien, apuntó, el amor es producto del azar y a veces es más bien una cuestión de quien queda desocupado o sin relación, y dependemos de quien se fija en nosotros y en quien nos fijamos.
“Entonces los emparejamientos sólo son una especie de sorteo, una especie de rifa que sucede al final del verano en una feria. Y personalmente considero que sí hay mucho de eso en una relación”, expresó.
Finalmente, el autor de El hombre sentimental y Negra espalda del tiempo, aprovechó para informar que en este momento existen dos proyectos para pasar a lenguaje cinematográfico dos de sus obras: Corazón tan blanco y Tu rostro mañana. “Pero aún están en veremos”, dijo.
JUAN CARLOS TALAVERA
La Crónica de Hoy (México), 2 de junio de 2011
A propósito de los Indignados
El escritor español Javier Marías afirmó hoy que el movimiento de los «indignados» que acampan en la Puerta del Sol de Madrid y en otras ciudades genera «simpatía», pero corre el riesgo de «terminar en algo folclórico».
Marías explicó que los españoles viven la crisis económica «día a día, en un intento por no desesperar y encomendándose a la suerte».
«Hay cierto espíritu optimista de que la situación no va a seguir empeorando», afirmó el escritor durante una teleconferencia para América Latina con motivo de la presentación de su última novela, Los enamoramientos.
Marías, vecino de la Puerta del Sol, explicó que muchos de los reclamos coinciden «con lo mismo que yo vengo pidiendo desde mis artículos periodísticos en el diario El País«, sobre corrupción y reformas políticas.
Sin embargo, otros «no son de fácil concreción, pues ¿como llevamos adelante un mundo sin bancos? Eso es utópico», agregó Marías.
El autor de Mañana en la batalla piensa en mí y Corazón tan blanco, explicó que ese movimiento extendido a varias plazas de España «necesita de otro cauce político para no terminar en algo folclórico».
Agencias EFE, DPA y ANSA
La Nación (Argentina), 1 de junio de 2011
Antes de sentarse a la mesa de deliberaciones los miembros del jurado parecían querer traer el galardón a casa. El Príncipe de Asturias de las Letras, el quinto de los títulos que se conceden este año, simulaba a primera hora pronunciar bien alto el nombre de Javier Marías, pero, finalmente se quedó con tres identidades, ninguna de ellas máxima favoritas, todas finalistas con posibilidades, que sí han prestado su voz a nuestro idioma, pero por haber sido traducidas desde el suyo, el inglés. Se trata de la veterana narradora canadiense Alice Ann Munro (Wingham, Ontario, 10 de julio de 1931) considerada una de las principales escritoras actuales en lengua inglesa, traducida a 13 lenguas, que ya ha sido premiada en nuestro país con el Reino de Redonda (2005). Le acompaña en la terna que se llevó la mayoría de los votos del jurado el popularísimo cantante Leonard Cohen. También canadiense, nació en Montreal en 1934, su mayor obra ha trascendido a lomos de una melodía, pero Cohen, que fue candidato al Príncipe de las Artes (ganado por Riccardo Muti) es también poeta y novelista, vocaciones que le ponen en la recta final del galardón. En la misma posición está Ian McEwan [ganador este año del Premio Reino de Redonda]. El autor de Hampshire (1948) es uno de los novelistas de mayor éxito de Inglaterra y del mundo entero. Autor, entre otras grandes novelas, de Expiación, una de las más conocidas, gracias a haber sido trasladada al cine, su nombre fue respaldado por varios de los miembros del jurado.
Sin embargo, los otros dos finalistas parecen tener más papeletas. Munro por poner sobre el tapete la mínima representación de las plumas femeninas en el palmarés. Hecho al que se refería antes de la reunión la decana de Humanidades en la Universidad de Harvard, Diana Sorensen, aludiendo, sin dar nombres a que «empieza a ser hora de poner otra mujer en el podio de las Letras». Sí daba identidad y esa era la de la canadiense Alice Munro otra jurado, la filóloga Rosa Navarro, quien la considera «una exquisita cuentista que crea mundos breves como si pusiera una lupa en la gente corriente, que de repente se convierten en familiares del lector, y hace pensar sobre cuestiones fundamentales del mundo».
Se decantaron, por el contrario, por la voz poética de Cohen el escritor canario Juan José Armas Marcelo, uno de los que más le defendió en las deliberaciones, y Fernando Sánchez Dragó, quien, antes de iniciarlas, daba su voto a la poesía asegurando: «No es un género literario, es un proceso de conocimiento». Dragó, como Armas Marcelo, coincidió en respaldar la candidatura de Cohen, pero si le preguntaban por un novelista, se iba al tercero de los finalistas, Ian McEwan.
No obstante, no todos iban por el mismo camino. El exdirector de la Real Academia Víctor García de la Concha, como su sustituto, José Manuel Blecua, apostaron por Javier Marías, recordando que desde hace más de diez años no gana el premio un español. El último fue Francisco Ayala en 1998.
El Comercio, 1 de junio de 2011