Javier Marías: «Tuve grandes dudas de si haría más novelas»

El autor español más importante del momento habla de 'Los enamoramientos', que llega en junio a Chile

Los tres volúmenes de Tu rostro mañana dejaron a Javier Marías (Madrid, 1951) literariamente exhausto, tanto que llegó a plantearse si volvería a la ficción. Finalmente, ha salido del impasse con Los enamoramientos (Alfaguara), un libro que se resiste a ser encasillado en un solo género. Relatada en primera persona por una mujer -por primera vez Marías recurre a una narradora femenina-, es una obra sobre cuya trama conviene extenderse lo menos posible para no revelar demasiado. Ambientado en el Madrid actual, habla del amor, aunque ofrece una visión bastante cínica de los sentimientos y tiene su parte de misterio y su parte de humor.

En su regreso, uno de los autores españoles de mayor proyección internacional, ha optado por mezclar la sabiduría literaria con la tentación de escribir algo distinto a sus libros anteriores. La obra estará disponible en el país desde la segunda semana de junio.

¿No tuvo la tentación de volver a poner un título de Shakespeare?
La verdad es que en esta ocasión no. Ya he puesto no sé si son cinco títulos que vienen de Shakespeare. En un momento dado pensé en este título que se ha quedado, de una sola palabra, pero con el artículo, que es fundamental, porque Enamoramientos sería espantoso. Es el primer libro después de Tu rostro mañana, que es el más ambicioso, aunque solo sea en extensión: me llevó entre ocho y nueve años los tres volúmenes y tuve una cierta sensación de que allí había un punto y aparte. Incluso tuve grandes dudas de si haría más novelas. Se cumplen 40 años de mi primera novela, Los dominios del lobo, y es inevitable hacer un poco de balance de uno mismo. He tenido una cierta sensación de que han sido 40 años de tanteo y me temo que todos los que quedan de seguir escribiendo también lo van a ser. Supongo que hay escritores que tienen las cosas muy claras, que tienen proyectos literarios, ciclos novelísticos concebidos de antemano. Y yo me doy cuenta de que soy todo lo contrario de ese tipo de escritor. De manera que tampoco tenía mayor empeño, hay temas en esta novela que son de mi mundo, de mi territorio, pero digamos que tenía un poco la sensación de que podía no hacer ninguna novela más o hacer cualquier cosa.

¿Para usted es realmente cada novela una aventura que no sabe si va a ser capaz de acabar?
Incluso de publicarla una vez terminada. Con Los enamoramientos he tenido una sensación de más inseguridad. Una de las cosas que si acaso me irritan de llevar 40 años cultivando esta actividad es que no he ganado nada en seguridad. Debería tener una cierta confianza en mis recursos. Y no, nunca la tengo. Cuando termino un libro no hay un proyecto esperándome. Tengo que esperar a que se me condense algo, a que una historia me atraiga como para ponerme a ella.

En esta novela están la ausencia y el azar, algo que aparece mucho en sus libros.
Los enamoramientos, las historias amorosas, la gente tiende a verlas como algo que se ha producido de manera casi inevitable y no es así. Hablo de los enamoramientos verdaderos, no de la gente que en un momento de comodidad se empareja. Hay gente que piensa que estábamos destinados a encontrarnos. Y una de las reflexiones que aparecen en el libro es que todo eso no es más que el producto de una especie de sorteo o de rifa, al final del verano. Depende de verdaderos azares, no suele haber nada grandioso en las historias amorosas, sino que es más bien quién está libre, qué número está libre, por seguir con la idea del sorteo.

En cuanto al relato de Balzac o la cita de Macbeth que aparecen en su novela, ¿la importancia que tiene la literatura en Los enamoramientos es la que tiene en la vida?
Nuestra vida está formada también por esas historias. Uno lee sobre el sitio de Stalingrado y sabe que ha sucedido y que es real y que es espantoso, pero el hecho de que nos lo cuenten lo iguala con las narraciones ficticias. Y en ese sentido aparece en la novela. No es en un sentido metaliterario. En realidad me irritan bastante las novelas que hablan de escritores, que hablan de libros o que son metaliterarias; es algo que me parece bastante amanerado, me recuerda a Ocho y medio, que es una película de Fellini que no me gusta nada, libros sobre literatos, creo que aquí no es así.

En este libro se despacha a gusto con los escritores, también con usted mismo, cuando la editora protagonista cuenta cómo son. ¿Por qué?
Me incluyo también. La narradora trabaja en una editorial y eso forma parte de su caracterización y de la verosimilitud del personaje. Me parece normal que alguien que trabaja en una editorial tenga una cierta visión irrespetuosa de los escritores y totalmente desmitificada porque me temo que las gentes que trabajan en las editoriales están acostumbradas a ver a los escritores con sus pequeñas mezquindades, vanidades, aprovechamientos de las cosas.

Y saliéndonos un poco del libro, usted es muy aficionado a las series, ¿le gusta Mad Men, que describe cómo era el mundo antes de lo políticamente correcto?
El otro día leí un artículo bastante largo en The New York Review of Books escrito por un ensayista, Daniel Mendelson, y no entendía cómo un artículo así, tan malo, estaba en una publicación prestigiosa. Es una serie que me gusta mucho, yo recuerdo esa época, cuando salía un disco nuevo de Dean Martin, recuerdo que los niños o adolescentes de mi época estaban obsesionados con el Rat Pack. Es un mundo que en cierto sentido añoro: en esta reseña larga había como una especie de condena de ese mundo, «mire qué malos eran nuestros padres, cómo fumaban las mujeres embarazadas». Yo no veo que la serie vaya por ese lado; al revés, creo que hay una cierta nostalgia de un mundo un poco más irresponsable, pero un poco menos estricto.

¿Y su resistencia a escribir en un computador tiene que ver con esto?
No, no hay ningún rechazo. En realidad, es que me gusta escribir sobre papel, sacar la hoja, corregirla a mano, hacer mis tachaduras, mis flechas, mis cambios. Me gusta volverla a teclear porque, aunque sea un trabajo y a veces las tecleo hasta cinco veces, o las que haga falta, cada vez que la tecleo no es como si la releo, la hago un poco más mía, la asumo, la apruebo y digo: «Vale, esto va». Le doy el visto bueno.

GUILLERMO ALTARES

La Tercera (Chile), 28 de mayo de 2011