Los enamoramientos

Foto. Josep Echaburu

La publicación de la nueva obra de Marías es uno de los acontecimientos literarios del año en España. Su novela nos devuelve a su universo donde el tiempo se moldea y los pensamientos se apoderan de la acción, y nos sume en un argumento aparentemente sencillo que se complica hasta lo inimaginable.

La protagonista es María Dolz, una mujer que cada mañana desayuna en una cafetería antes de entrar a su trabajo en una editorial. Allí coincide con un matrimonio que también toma el café a primera hora y es de esa gente que a uno le cae bien incluso sin conocerlos. Es un matrimonio de edad intermedia que despliega buen humor, gestos de complici­dad y simpatía, y a María le ponen de buen humor para encarar el día. Después de dejar de verlos un tiempo en la cafetería se entera de que el marido, un empresario llamado Deverne, ha sido asesinado por un mendi­go trastornado que lo confundió con otra persona. Un día que Luisa, la viuda, acude a la cafetería, María va a presentarle sus con­dolencias y ésta, necesitada de desahogarse, la invita a su casa para charlar más tran­quilamente, Allí conoce a un buen amigo de la familia, un hombre apuesto que está ayudando a Luisa con los niños y tratando de hacerle más llevadero el mal trago. María se enamora de él y establecen una relación, pero enseguida ella se da cuenta que él de quien está enamorado es de Luisa. Este triángulo, en cierto modo equilibrado, de un hombre que espera pacientemente a que la mujer salga de su estado de duelo para poder ofrecerle su amor y, mientras, man­tiene una agradable, relación sin ataduras con la discreta María, constituye una novela en sí misma, Pero hay más. Mucho más. Y el lector disfrutará adentrándose en esos recovecos de la historia llevado por ese es­tilo concéntrico, que nunca avanza en línea recta como en un thriller, sino que moldea las situaciones y las nutre con todo tipo de puntos de vista alternativos y un brillante despliegue de reflexiones sobre nuestro lu­gar en el mundo.

El tema de qué es importante y qué no después de que alguien desaparezca y la descripción de los mecanismos que mueven a la impunidad o a la inacción son el motor interno de esta narración que encaja a la per­fección en el universo de Javier Marías. Si la realidad supera a la ficción, gracias al poder de fabulación de Marías, la ficción es capaz de ser más profunda que la propia realidad y conducirnos a esas habitaciones cerradas de la conciencia que las personas no abren nunca, donde no sólo no entran las visitas. sino a las que ni siquiera nosotros mismos somos capaces de asomarnos.

Qué leer, extra Lecturas de primavera, 2011

Con Macbeth hemos topado

Estamos ante una historia muy bien estructurada sobre la relatividad de la mirada, el engaño de las apariencias y la versatilidad de los juicios morales. Se inicia con la violenta muerte de un entrañable personaje, provocada por un trastornado mendigo; a partir de aquí, en un calculado «rashomon» narrativo, se entrelazan las divagaciones de la narradora protagonista con los puntos de vista y circunstancias de amigos y conocidos en un eficaz juego de referencias cruzadas y sorprendentes giros del argumento. Es también una novela sobre la responsabilidad en la denuncia de un delito, la ambigüedad moral de la delación y el sentido de la impunidad.

Intervienen, asimismo, la trascendencia del azar, el ajuste de cuentas entre escritores y las divagaciones sobre la función social del intelectual; sin olvidar pintorescos guiños particulares y algún que otro «cameo», como la ya tradicional aparición de Francisco Rico una vez más. Es este un libro difícilmente encasillable, pero fácilmente legible, atractivo en su multiplicidad de opciones argumentales que se suceden en un fascinante desarrollo discursivo. No hay duda de que la sombra de Macbeth es alargada y su intrigante relatividad moral gravita sobre un texto plagado de ambivalencias y calculadas distorsiones de la realidad dirigidas a un lector que vuelve a estar de enhorabuena.   

JESÚS FE

La Razón, 28 de abril de 2011

Los enamoramientos, el thriller que no lo era

Samuel Sánchez

Javier Marías presenta su nuevo libro en el Cervantes

El escenario parecía solemne pero el acto no lo fue: una sala forrada de madera en la sede madrileña del Instituto Cervantes y 200 personas con una inusualmente baja media de edad que la llenaban desde tiempo antes de que llegaran los protagonistas (algunos aprovechaban para terminar sobre la marcha la novela que se presentaba: Los enamoramientos, publicada por Alfaguara). Los protagonistas eran el autor de ese libro, Javier Marías, y el editor y crítico Manuel Rodríguez Rivero, desde 1999, Real Cronista en Lengua Española (o «Inca Garcilaso») del Reino de Redonda, el famoso islote caribeño cuyo monarca es el propio novelista madrileño, que este año cumple 60 y parece que va camino de dejar de ser, por fin, el joven Marías.

Pese al fervor del auditorio y lo formal del contexto, la charla fue de todo menos estirada. Los personajes del drama no dudaron en llevarse la contraria todo lo que hizo falta: «Es patético que sigas escribiendo a máquina», dijo el segundo con la charla ya lanzada. Se contravino así el código no escrito de las presentaciones literarias según el cual el presentador dice maravillas del presentado y este las agradece. Este agradeció, no obstante, la hospitalidad de un Instituto del que no acepta invitaciones para acudir a las muchas sedes que tiene por el ancho mundo siguiendo la norma de no aceptarlas de las instituciones públicas: «El Estado no tiene por qué dar nada y menos gastar dinero en eso». Lo dijo sin quejarse, porque también dijo que de sus mayores aprendió a no hacerlo. De sus mayores y del Real Madrid «hasta que llegó Mourinho; uno no se queja de los árbitros; siempre he sido madridista pero ahora estoy casi buscando equipo».

«¿Después de las 1.328 páginas de Tu rosto mañana no pensaste en escribir una novela más ligera, un thriller tal vez? ¿No sabes hacer thrillers o no sabes descansar?», disparó de nuevo Rivero, que, por cierto, en Babelia describió certeramente Los enamoramientos como un thriller filosófico en el que la protagonista se ve «atrapada en el laberinto moral del amor». «¿Un thriller?», respondió Marías, «yo nunca los he hecho; mis novelas no pierden de vista la trama pero nunca busco temas para ellas: escribo sobre asuntos que me preocupan en mi vida diaria: el engaño, la envidia, el secreto…».

«¿Pero no te pedía el cuerpo…?», arrancó Rodríguez Rivero. «¡El cuerpo no pide cosas literarias! Pide otras cosas», zanjó el aludido. Respecto a la hipotética dificultad de escribir en primera persona con voz de mujer, Marías recordó a Juan Benet citando a Lola Flores: «Cuando le hacía gracia algo lo repetía continuamente y durante dos semanas, cuando le preguntabas cómo estaba decía: ¡Disgustadísima! Pensé en él cuando se me escapaba un ‘estoy seguro’ por ‘estoy segura'».

En el fondo, la charla de Rivero fue, claro, un irónico elogio de la obra de su amigo, al que, no obstante, le recordó cuanto pudo el retrato que él mismo hace en su novela de los escritores como «gorrones, tacaños y sin orgullo». «Bueno», explicó Marías, «la protagonista trabaja en una editorial y habla como habla la gente que convive con escritores, o sea, mal». También se habló, por supuesto, algo del amor y del estado de enamoramiento y nada de la trama de una obra que, por sus preguntas, mucha gente parecía haber devorado ya.

No en vano, el propio Javier Marías recordó el pasaje en el que, al hilo de un relato de Balzac, se dice que lo que ocurre en las novelas «da lo mismo y se olvida, una vez terminadas. Lo interesante son las posibilidades e ideas que nos inoculan y traen a través de sus casos imaginarios, se nos quedan con mayor nitidez que los sucesos reales». Tal vez valga lo mismo para las presentaciones. En algunas, como en la de ayer, no hace falta llevar corbata -ni en el cuello ni en la cabeza- para que estén llenas de ideas y posibilidades.

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS

El País, 29 de abril de 2011

El Imparcial

Cervantes TV

Los enamoramientos, la novela de La noche de los libros

Javier Marías en la librería Méndez

Los libros pierden el partido

La sexta gran noche de la literatura arrancaba con una charla con el escritor chileno Antonio Skármeta en la Real Casa de Correos y el tradicional maratón de lectura en familia de El Quijote en el Círculo de Bellas Artes, con la voz de la nueva Premio Cervantes Ana María Matute encabezando esa carrera de relevos literaria.

El partido de la Liga de Campeones entre el Real Madrid y el F.C. Barcelona hizo mella en la cita. El remedio (el cambio de fecha, del 23 al 27 de abril, para sortear la Semana Santa) acabó siendo peor que la enfermedad, aunque también hubo lectores amantes del fútbol que se las ingeniaron para disfrutar de ambas aficiones. Fátima acudió al juego de pistas literarias que a las 19.30 comenzó en la Cuesta de Moyano, y siguió el partido por la radio. «Hay que impregnarse de deporte y de literatura», predicaba Mar, otra de las concursantes.

Los libreros de Moyano, sin embargo, afeaban a la Comunidad la «mala organización» de este año. El vendedor de Prestel aseguraba que la caja había sido «en cifras generales, peor que ayer [en referencia al martes]: «Ha sido una fecha inapropiada y no se ha notado que era el día del libro». A escasas manzanas, en el Círculo de Bellas Artes, el ascensor echaba humo. El público se repartía entre la conferencia de Matute, y la lectura continuada de El Quijote. En Malasaña, un grupo de editores de fanzines se mantienen ajenos al exabrupto de la retransmisión en los bares de la zona.

A pesar del partido, muchos madrileños afirmaron haber comprado algunos títulos motivados por el descuento del 10%. En la sección de libros de un centro comercial, solo quedaban una decena de personas pasadas las nueve. El vigilante comentaba con un compañero «todavía van cero, cero».

Según los organizadores del evento, las librerías incrementaron sus ventas en un 20%,. Los best sellers de La Noche de los Libros fueron El Método Dukan, el libro con la dieta proteica del doctor del mismo apellido;Los enamoramientos, de Javier Marías [en dos horas y media firmó ciento veinte ejemplares de esta novela en la Librería Méndez]; El tiempo entre costuras, de María Dueñas; e Indignaos, de Stephane Hessel, entre otros. Todos juntos, sin embargo, no pudieron anoche con el tirón de Pep y Mou.

SAMIRA SALEH

El País, 28 de abril de 2011

Los enamoramientos, segundo en ventas en Sant Jordi

Sant Jordi atorga la medalla de plata a la novela Los enamoramientos

Javier Marías, número dos de vendes en castellà

«Per a qui sigui que el llegeixi, aquí té aquest llibre, que va estar a punt de quedar-se en un calaix per a sempre… Qui sap?» A Javier Marías no li agrada gaire repetir-se, tot i que quan un escriptor ha d’afrontar una marató de dedicatòries com la de Sant Jordi no hi ha més remei que recórrer a recursos en alguna ocasió. I, entre l’artilleria que duia ja a la cartutxera, hi havia aquesta estampa. «Jo sóc molt exigent, sobretot amb mi mateix. Aquest llibre anava després de Tu rostro mañana, i em va semblar que per força havia de ser una obra menor». Com una bestiola que no s’atreveix a sortir del cau, a Los enamoramientos (Alfaguara) li va anar d’un pèl de quedar-se tancat en un armari i no veure la llum. Per això el seu autor se sorprèn de saber que les estimacions del Gremi de Llibreters li atorguen la segona posició de vendes en castellà.

Quan va acabar Tu rostro mañana -una trilogia de què es van dir meravelles a tot el món-, Javier Marías va tenir la sensació que ja havia posat tota la carn a la graella, i va anunciar públicament que es retirava de la pista, si més no per un temps. Tornar-hi tampoc no li va ser gaire fàcil. «Em va costar horrors escriure Los enamoramientos, i vaig tenir dubtes fins i tot quan ja estava editat -diu Marías, amb un punt de modèstia-. Esclar que si no m’hagués decidit a treure-la del calaix, mai no hauria viscut un dia com el d’avui». A hores d’ara tots els lectors que ahir van comprar-li la novel·la n’estaran al cas, però no està de més recordar-ho: Los enamoramientos és, segons l’autor, «una novel·la fantasmagòrica sobre el dilema moral que es planteja quan saps que la persona que estimes ha fet una cosa terrible, sobre la impunitat, sobre l’enamorament -que no té res a veure amb l’amor- i sobre la possible pervivència dels morts».

El Marías real i el de mentida

A Javier Marías no li ha agradat mai promocionar una obra. Detesta les entrevistes i les presentacions, perquè té la sensació que no fa més que explicar la mateixa història una vegada i una altra. Però quan es tracta de Sant Jordi la cosa canvia radicalment. «Un dia com el que hem viscut avui és insòlit», diu l’autor, mentre esgota una cigarreta sota el tendal d’Abacus, davant del Banc d’Espanya. A quarts de vuit del vespre, les cues arribaven fins al Hard Rock. I, tot i que a un quart de nou decideix no acceptar cap més visita, encara és indulgent quan algú s’apropa a la taula i li ensenya la coberta en blanc i negre amb cara suplicant.

Contra qualsevol supòsit, Marías té un caràcter fosc i una mica pervers. El lector més astut ha degut notar que hi ha un parentesc important entre ell i un dels personatges de la seva novel·la, Díaz-Varela. «En realitat, els trets d’aquest individu responen més a com era jo fa un temps -diu Marías-. De tant en tant em diverteix molt abocar una mica de mi mateix en alguns dels meus personatges. De casos com el de Díaz-Varela n’hi ha en tota la meva obra. A Tu rostro mañana apareixia un tal Custardoy, un falsificador d’art que tenia a casa seva quadres que estan penjats al meu menjador». El més divertit de tot -o si més no el que més diverteix Marías- és que són sempre els personatges més tèrbols i sinistres. «Posar els meus atributs als bons quedaria com un ornament ridícul -continua-. A més, jo crec que els dolents sempre agraden més, tant al cinema com a les novel·les». Potser és per això que Los enamoramientos ha tingut aquest impacte.

Ara bé, l’inquietant escriptor burlesc que de tant en tant traspassa el vel entre realitat i ficció és, en el dia a dia, un home simpàtic i entregat. O això va fer creure ahir als centenars de persones que van fer cua per endur-se a casa la seva firma, seguint-li l’ombra en un tour per Barcelona que va començar a la Fnac del Triangle, va continuar per la Laie, la Casa del Llibre i les dues seus de La Central, i va acabar a Abacus. «Veure una ciutat sencera entregada a la lectura és un fenomen únic i incomparable -declara el novel·lista-. I, en contra del que pot semblar, per als autors és summament agradable poder dedicar-nos, per un dia, a conèixer els nostres lectors, escoltar-los i compartir un moment amb ells». Encara que sembli que la jornada ha transcorregut amb total naturalitat, sense penes ni sobresalts, Marías ha pogut arribar a una valuosa conclusió: treure la novel·la del calaix ha valgut la pena. I molt.

JOSEP LAMBIES

Ara, 24 d’abril de 2011


Sant Jordi derrota a los malos augurios

[…] En ficción, Albert Espinosa,ha sido,según el gremio deLlibreters de Catalunya, quien más ejemplares ha vendido, tanto en catalán como en castellano, de su novela Si tu me dices ven lo dejo todo… pero dime ven (Grijalbo, en castellano; Rosa dels Vents, en catalán). El segundo lugar lo ocupa Javier Marías con Los enamoramientos (Alfaguara), en castellano; y Ramon Solsona con L’home de la maleta (Proa), en catalán. Y el tercer puesto, Javier Sierra con El ángel perdido (Planeta),en castellano; y Martí Guironell, con L’Arqueòleg (Columna), en catalán.

En los libros de no ficción, Stéphane Hessel ha arrasado con su Indignados (Destino) tanto en catalán como en castellano. Eduard Punset no se ha quedado lejos con sus Excusas para no pensar (Destino), segundo libro más vendido en catalán y tercero, en castellano. La terna la completan Kilian Jornet en catalán con Córrer o morir (Ara Llibres) y Pierre Dukan en castellano con El método Dukan (Integral).

[…]

Javier Marías, a quien también se le cansó la mano de firmar Los enamoramientos, fue un poco más estricto: «Si me traen dos, bien, pero si son más… protesto un poco porque la cola es enorme». […]

R. MORA/ J. Á. MONTAÑÉS / C. GELI

El País, 23 de abril de 2011

Escritores y lectores, de tú a tú

JAVIER MARÍAS: El libro del que su autor desconfiaba

¿Acaso no es Los enamoramientos un título perfecto para Sant Jordi? Los lectores que ayer pedían sus dedicatorias a Javier Marías, el triunfador más literario de la jornada, parecían saber muy bien lo que compraban sin confusión posible. El autor, por el contrario, en letra pequeña y apretada, esparcía sus dudas en las dedicatorias, largas y trabajadas: «Para Laura, este libro que casi no me atreví a publicar». Fumador empedernido, como su amigo Francisco Rico, cameo de lujo en su última novela, Marías no abandonó el cigarrillo mientras atendía a los lectores pero vino armado, eso sí, de un extraño cenicero portátil. ¿Sant Jordi? «Un espectáculo insólito que no se ve en ninguna otra parte», definió.

ELENA HEVIA Y ANNA ABELLA

El Periódico, 24 de abril de 2011

Página 2. Especial del Día del libro. (2’10» y 30’02»)

Telediario (30’24»). Javier Marías en Sant Jordi

LA ZONA FANTASMA. 24 de abril de 2011. Inmovilizados de pavor

El método más eficaz para cargarse una palabra es su usurpación y su consiguiente ensuciamiento por parte de los usurpadores. A ello han recurrido todas las dictaduras que en el mundo han sido. ¿Cómo creen que quedó el adjetivo «democrático» en el territorio que durante décadas se llamó «República Democrática Alemana» y que no fue sino un Estado totalitario dominado por su ubicua policía secreta, la Stasi? Pero no hace falta una dictadura para llevar a cabo la contaminación. Así lo hemos visto en nuestro país, donde el noble vocablo «liberal» (que, más allá de su acepción económica, no tan noble, significó «Tolerante o respetuoso con las ideas o actitudes de los demás», así como «Partidario del liberalismo», el cual a su vez fue definido como «Doctrina política surgida en el siglo XIX, que aspira a garantizar las libertades individuales de la sociedad»), al habérselo apropiado la derecha más recalcitrante, ha quedado por los suelos. Hasta el punto de que el resultado ha sido aún más grave que el mancillamiento de la palabra (muy malparada sale, en efecto, si se la aplica a sí misma Esperanza Aguirre): se ha acabado con la propia noción o concepto de «liberal», de tal modo que ya casi nadie, ni de izquierdas ni de derechas, está dispuesto a serlo. Y esto, curiosamente, ocurre no sólo en España, sino en todas partes.

Ser liberal, en su sentido social y en el uso más coloquial del término, equivalía, entre otras cosas, a no inmiscuirse en la vida y en las costumbres de los demás; a diferenciar entre las capacidades, la competencia y el talento de alguien y su moral, sus vicios particulares, sus ideas y sus creencias. Entre sus obras y su comportamiento en la esfera privada. Esa separación llegó a ser aceptada por la mayoría. Sólo los muy dogmáticos o los muy fanáticos eran incapaces de hacer la distinción. Alguna vez he contado que mi abuela Lola era tan católica que se negaba a ver las películas de Chaplin o Charlot, «porque se ha divorciado muchas veces». Ella se lo perdía, indudablemente, ya que era mujer dulce, afable y de risa fácil, nada iracunda pese a su puritanismo. También recuerdo cómo, durante el franquismo, numerosos falangistas y «leales al régimen» se empeñaban en decir que Picasso era muy mal pintor y que sus «garabatos» estaban al alcance de cualquier niño, sólo porque no podían tragar al individuo con sus ideas «comunistas». Pues bien, este tipo de intolerancia desmedida ha regresado y se le inflige a cualquiera. No ya a los políticos, cuyas andanzas sexuales empezaron a tenerse en cuenta en los países anglosajones y ahora ya son motivo para apartarlos de sus cargos en casi todo lugar, independientemente de lo bien que los desempeñen, sino a los intelectuales, actores, modistos, bailarines y cantantes.

Ya se ha comentado mucho la negativa del Estado francés a rendir homenaje literario al novelista Céline por sus posturas antisemitas, que son muy condenables pero que no influyen en la calidad de sus escritos. Ahora leo que una serie de televisión titulada Glee y protagonizada por Gwyneth Paltrow se plantea suprimir, ante las protestas, una secuencia porque en ella uno de los personajes iba a interpretar una canción -¡de 1973!- compuesta por Gary Glitter, antigua estrella del pop británico que -con mucha posterioridad, en 1999- fue condenado por posesión de pornografía infantil; luego, en 2002, deportado de Camboya a Vietnam bajo sospecha de actividades pedófilas, y, tras cumplir condena en este último país, devuelto al Reino Unido, donde está inscrito en el registro de delincuentes sexuales y tiene prohibido volar en compañías aéreas (?), como si en el transcurso de un trayecto, rodeado de pasajeros, fuera a poder practicar sus depravaciones. A mí me parece bien que contra el señor Glitter se tomen todas las medidas posibles para que no reincida, pero no entiendo que una canción de 1973, por el mero hecho de haberla compuesto él, tenga que ser castigada y nunca más escuchada, sobre todo si la canción es buena. No sé, es como si las editoriales del mundo decidieran no volver a reeditar la maravillosa novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, porque es sabido que éste, alcoholizado, intentó estrangular un par de veces a su mujer, sin mucho ahínco, todo sea dicho. Aun así, las sanciones contra el ciudadano Lowry me habrían parecido justas y necesarias; las adoptadas contra su obra, semejantes a la represalia de mi abuela contra Chaplin por sus muchos divorcios.

Veo también que en Rusia el director de bailarines de la compañía Bolshoi, Guennadi Yanin, ha perdido el puesto y toda posibilidad de convertirse en director artístico porque «un emisor anónimo» envió a millares de emails y webs de todo el planeta «imágenes de un hombre muy parecido a Yanin en posturas sexualmente atrevidas». El diario Kommersant observó que el hombre había sido víctima de una técnica utilizada por grupos cercanos al Kremlin para desprestigiar a opositores y críticos: «Poco importa que las imágenes sean auténticas. El daño ya está hecho y el objetivo cumplido». En un mundo mínimamente liberal, esas imágenes, aunque hubieran sido auténticas, no deberían haber tenido la menor consecuencia para el señor Yanin, si hacía bien su trabajo. Nos estamos deslizando hacia unas sociedades tan fanáticas, puritanas y represoras como la que albergó la época de mayor esplendor de nuestra malfamada Inquisición. Sólo que lo que hoy se denuncia y condena es tan variado que pronto nos quedaremos todos inmovilizados de pavor.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 24 de abril de 2011

Ven a buscarme

Tercer título de la colección de cuentos ilustrados Mi Primer, en la que se reúnen textos de grandes autores de la literatura para adultos escritos para niños. Mario Vargas Llosa y Arturo Pérez-Reverte fueron los dos primeros, y ahora son Eduardo Mendoza (El camino del cole) y Javier Marías (Ven a buscarme) quienes se incorporan a la colección. El cuento de Marías rescata un episodio de infancia a través de un niño que, de vacaciones en el pueblo de los abuelos, encuentra una vieja lata de galletas enterrada en el bosque. Dentro, una fotografía de una niña de otra época y una breve carta pidiendo ayuda: sus padres se la quieren llevar del pueblo y ella no quiere irse… Prendado de la niña y deseoso de ayudarla, el protagonista no parará hasta encontrarla, desvelando así un misterio que le llevará a descubrir su primer amor. Una sugerente y bonita historia, intrigante y limpiamente narrada, con el atractivo añadido de las espléndidas ilustraciones de Marina Seoane.

VICTORIA FERNÁNDEZ

El País, Babelia, 23 de abril de 2011

A partir de 6 años

Javier Marías en Sant Jordi y en La noche de los libros

Getty Images

El día 23 de abril de 2011, Javier Marías estará en Barcelona:

De 11.oo horas a 12.00 horas en FNAC (Plaza de Cataluña).

De 12.00 horas a 13.00 horas en Laie (Paseo de Gracia/Caspe).

De 13.00 horas a 14.00 horas en Casa del Libro (Paseo de Gracia 62).

De 17.00 horas a 19.00 horas en La Central (Rambla de Cataluña/Mallorca).

De 19.00 horas a 20.00 horas en Abacus (Plaza de Cataluña 17).

 

 

El 27 de abril en Madrid, dentro de La noche de los libros, firmará de 18.30 horas a 20.30 horas en Librería Méndez (Mayor 18).

AVE, MARÍAS

 

Foto. Gorca Legarceji

Tímido, crítico, coqueto, indeciso, irónico, despistado, suave, imprevisible, cortés, culto., reservado, independiente, deslenguado, políglota, merengue, civil, puntiagudo, rápido, sentimental, secreto, noble, polémico, soberbio, travieso, pulcro, divertido, pudoroso, escurridizo, seductor, especial, elegante, brillante, sutil, justiciero… escritor.

Lanzó su primer berrido el 20 de septiembre de 1951 en pleno barrio madrileño de Chamberí. Hijo de Dolores, profesora, y Julián, catedrático de Filosofía, creció rodeado de libros, aventuras, buen gusto, curiosidad y una maleta en la mano. De pequeño quería ser artista de circo -aún es capaz de hacer el pino con pasmosa gracia y agilidad-, sueña desde adolescente con marcar un golazo por la escuadra en el Bernabéu, y lleva cuarenta años sin prisa ni pausa haciendo el amor a un folio en blanco. Ha vivido en Massachusetts (EE UU), Barcelona, París, Oxford (Inglaterra), Venecia, pero siempre con un pie en el Foro. Es enamoradizo, fiel y sentimental. O sea, soltero. Tiene memoria de elefante, corazón de león, mirada pícara, educación a raudales, el verbo fácil, la lengua caliente y una sonrisa deliciosa. Aborrece a los villanos, meapilas, lameculos, chapuceros y salvapatrias. Le chiflan las mujeres en particular, admira a los hombres de palabra en general, y ama a su Real Madrid por encima de todo. No usa móvil ni ordenador, es adicto al celuloide, y nunca se sabe si está hablando en serio o en broma. Castizo y políglota, traductor excepcional, articulista brillante y polémico, es probablemente el escritor vivo más admirado, leído y premiado de la narrativa española.

¿Por qué escribe usted?

Quizás porque es una forma de pensar sin rival, una forma muy activa y diferente de pensar. Y porque como dijo Proust:»Escribir no es conocer, sino reconocer».

¿Qué le ha costado más: ser leído en Islandia o ser profeta en su tierra?

Ésta es tierra de adulación, no es profeta en ella quien no adula ni se deja adular.

No hay mayor traición que… Un amigo te difame.

¿Qué es más complicado en España: conservar a los buenos amigos o vivir sin enemigos?

Lo segundo es aquí casi imposible. Mal país …

¿Recuerda el consejo más nefando que recibieron los jóvenes de su generación?

«Tienes que realizarte».

¿Qué considera más admirable: percibir la belleza y emoción entre las páginas de una novela, o la perfección de un pase al pie desde 40 metros?

Los lectores de una novela no gritan al unísono nunca, todos de acuerdo en su admiración. Es una lástima.

¿Quién sospecha que tiene más súbditos aquí: el rey de copas, Juan Carlos, o los Reyes Magos?   

Lo que de verdad reina en España es la imbecilidad. Creo que en algunos aspectos vivimos una época regresiva, como la creciente incapacidad de muchos para razonar y argumentar. Hoy casi todo está reducido a un eslogan.

¿Sabe ya a estas alturas de su timidez, cuál es la forma más eficaz de seducir a una mujer?

Estar muy enamorado.

¿Cuál es su pesadilla más recurrente?

Sólo contestaré en presencia de mi abogado. Tendría que dar nombres, ¿comprende?

Muy rápido. ¿Para qué sirve el dinero?

Para no deberlo.

¿Qué le suele dejar inevitablemente hecho polvo?

Cada vez que soy abandonado por una mujer. O cuando tras dedicar mucho esfuerzo a escribir una página me siento totalmente insatisfecho del resultado.

¿De qué se nutre la imaginación de un escritor: de realidad o ficción?

No soy de esos escritores que se pasan la vida observando y recopilando para luego reflejado en sus novelas. Vivir la vida como campo de cultivo de la propia literatura me parece algo horrible, una atrocidad.

¿A qué escritores llamaría para formar la selección de fútbol literaria universal?

Sólo convocaría fantasmas y viejas glorias: Nabokov en la portería; en la defensa, Baudelaire, Henry James (era gordo, un buen central), Elliot y Rilke; en la media, Conrad, Faulkner y Proust; en la delantera, Cervantes, Shakespeare y Sterne. En el banquillo,Valle-Inclán, que era manco, como portero suplente; y como comodín, Montaigne.

¿Cómo se llama el individuo con más talento para insultar que ha conocido?

El Capitán Haddock.

La última. ¿Se haría usted una liposucción en la barriga si se lo pidiese el amor de su vida?

La mujer de mi vida no sería nunca una idiota.

MIGUEL POLO

EL AMOR COMO EPICENTRO DE LA VIDA

Los enamoramientos es el titulo de la nueva novela de Javier Marías, que sale a la venta este mes de abril, coincidiendo con los cuarenta años de su primera publicación Los dominios del lobo, cuando contaba tan sólo 19 años. Los enamoramientos es «una historia sencilla y una novela bastante menos sencilla» que gira en torno al amor, al sentimiento de impunidad y a la terrible fuerza de los hechos. La novela se publica en Alfaguara, así como la edición conmemorativa de su primera obra que ahora recupera la editorial. Javier Marías ha publicado en cuarenta lenguas y en cincuenta países, con seis millones de ejemplares vendidos.

MI FAMILIA LITERARIA, por Javier Marías

TÁCITO: Quizá la prosa más complicada y elegante que se haya escrito jamás.

WILLIAM SHAKESPEARE: Hay autores geniales cuya lectura disuade de escribir; la de Shakespeare anima a hacerla.

MIGUEL DE CERVANTES: Sin cierta dosis de ingenuidad no vale la pena escribir, Cervantes la tiene a raudales, pero nunca es ñoño.

MICHEL DE MONTAIGNE: Consigue que a uno nada le importe, lo cual no es mala cosa para escribir (se está muy solo).

LAWRENCE STERNE: Lo traduje, y me enseñó a manejar el tiempo en la novela, también en la vida.

JOSEPH CONRAD: Nadie ha utilizado la lengua en que escribe de manera tan oblicua o tangencial, y en eso consiste la literatura en gran medida.

RAINER MARIA RILKE: Pura envidia, quisiera haber escrito lo que él escribió.

ARTHUR CONAN DOYLE: El mejor inventor de historias y uno de los mayores líricos.

MARCEL PROUST: Escribió el libro más largo, más verdadero y más cruel, una iluminación continua, un espanto incesante.

RAMÓN MARÍA DEL VALLE INCLÁN: Alguien tan lejano a mi que nunca podría imitar. Eso me hace admirarlo más.

WILLIAM FAULKNER / JUAN BENET: Su aliento es infinito, y además es el mismo, aunque sus lenguas sean distintas.

Gentleman, abril de 2011

Sobre Los enamoramientos

Foto. Juan Salas

¿Se imaginan a Marías vestido de nazareno?

Leer es ser escrito y, a veces, descrito, porque los buenos libros nos vuelven personajes de ficción y los mejores nos definen. Como todas las personas cuya sangre mezcla bien con la tinta, Juan Urbano siempre había sentido eso y lo volvió a sentir al leer Los enamoramientos, la última obra de Javier Marías, recién publicada por Alfaguara: que novela tan magnífica, tan llena de ideas inquietantes, curvas sorprendentes y preguntas amenazadoras, capaz de convertirse desde la primera página en la autobiografía de cualquiera que haya apostado el corazón al número equivocado o se atreva a no conformarse con lo que las cosas parecen. Todo un riesgo, porque a menudo saber la verdad es saber que todo era mentira. De eso trata la novela de Javier Marías, y del modo en que los sentimientos nos engañan: enamorado y enajenado no son dos palabras que se parezcan por casualidad.

Juan Urbano es en estos días una isla rodeada de Javier Marías por todas partes, porque acaba de leer Los enamoramientos, porque ayer se jugaba la final de la Copa del Rey entre el Real Madrid y el Barcelona y porque estamos en Semana Santa. Uno siempre abre lo nuevo del joven Marías esperando algo tan impactante como Negra espalda del tiempo, siempre se acuerda de él cuando mira hacia el Santiago Bernabéu y siempre recuerda sus protestas fundadas al llegar esta época del año, en la que el autor de Mañana en la batalla piensa en mí se pregunta por qué demonios los no creyentes tenemos que aguantar tantas procesiones, tanta exhibición de la fe católica en las plazas públicas, tanta religión a la fuerza y tantas vírgenes rodeadas de turistas.

La dignidad no puede fotografiarse, dice Bob Dylan, y yo creo que esa es una frase de la que cada uno puede sacar sus propias conclusiones. Seguro que, a pesar de tener solo ojos para el Real Madrid-Barcelona, Marías se habrá fijado en la noticia de que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha respaldado al Gobierno y no ha dado el permiso que requerían algunos grupos para celebrar una procesión atea en Madrid de la que, eso sí, no se tenían noticias de a quién pensaban sacar en procesión. O tal vez es que pensaban sacarse a sí mismos, como durante la guerra de los juanes decían no sé si Juan Benet o Juan Marsé que solía hacer Juan Goytisolo a menudo.

La procesión atea sonaba desafinado, sin duda, pero es un indicio del modo en que la Constitución lo mismo es intocable que elástica, para unas cosas es la Biblia y para otras es un diccionario de sinónimos. España es un país aconfesional, solo que católico; tenemos libertad de culto, pero la página en la que eso está escrito es papel mojado: aquí está muy claro por quién doblan las campanas.

Afortunadamente, entre tanta corriente de opinión siempre hay alguien capaz de nadar a contracorriente, y uno se encuentra en minoría, pero no solo. ¿Se imaginan a Javier Marías vestido de niño con el uniforme del Real Madrid? Yo sí. ¿Se lo imaginan vestido de nazareno? Yo no. ¿Se imaginan que haya escrito otra vez una novela increíble? Lean Los enamoramientos.

BENJAMIN PRADO

El País, 21 de abril de 2011

La sombra de Shakespeare

Puede que sea la Semana Santa, pero a uno le ocurre, estos días, que recuerda a Stendhal en Civitavecchia: «De vez en cuando necesito mantener una conversación inteligente. Un libro, una novela es una conversación, un diálogo, un cruce de vidas y de asuntos. Al escritor que le falta talento —es decir, conversación— lo suple con la intensidad del sentimiento. En el caso de Javier Marías y su inteligentísima Los enamoramientos, hay talento, a raudales, y talento narrativo, y hay sentimiento. Talento para la reflexión, sentimiento para la pasión. La sombra de Shakespeare, del Macbeth al que anuncian la muerte de su mujer y él responde: «She should have died hereafter» («Debería haber muerto a partir de ahora») recorre esta espléndida novela y advierte, como el propio autor ha declarado, que «la mayor traición es que un amigo te difame».

La envidia, los celos, la difamación son los instrumentos con los que se construye esta inteligente trama de anhelos y miserias, y la presencia de los muertos (Joyce) en los avatares, en la memoria de los vivos, un jardín de odios y obsesiones, de amores y pérdidas que se bifurcan, como variaciones melancólicas, desengañadas a una melodía largo tiempo oculta. Después de la soberana y monumental trilogía Tu rostro mañana, Los enamoramientos es el pensamiento hecho estilo literario, tiempo verbal. Sí, la muerte es el final, no hay regreso, no hay nada, solo el misterio de la vida que dejaste y te dejó, y el resto es silencio, porque, como Duchamp, al final, siempre, los que se mueren son los otros. Soberbia novela.

FERNANDO R. LAFUENTE

Abc, 21 de abril de 2011

El discurso incesante

Javier Marías es desde hace tiempo uno de los autores imprescindibles de la narrativa española contemporánea y un referente de primer orden en la literatura europea de las últimas décadas. Puede o no gustar su forma deliberadamente artificiosa de hacer novela, pero a estas alturas de su trayectoria las objeciones a propósito del supuesto carácter extranjerizante de su escritura han quedado disminuidas hasta lo irrisorio. Han pasado cuarenta años desde su temprano debut con la recién reeditada Los dominios del lobo, y apenas tres desde la publicación del cierre de su formidable trilogía Tu rostro mañana, cuya larga redacción llevó al novelista a afirmar que no sabía si volvería a incurrir en el género. Los enamoramientos desmiente aquel amago de retirada y ofrece a sus lectores la oportunidad de reencontrarse con un territorio familiar, donde vuelven a aparecer algunos de sus temas predilectos, las habituales referencias shakespeareanas o el peculiar modo de narración digresiva que el autor ha convertido en el rasgo más apreciable de su estilo.

El propio Marías ha hecho notar que es la primera vez -si exceptuamos un relato incluido en Cuando fui mortal– que asume una voz de mujer, pero este giro no supone una novedad significativa, pues desde el comienzo mismo de la novela reconocemos un modo de contar cuya singularidad va más allá de la condición del personaje. No quiere esto decir que la voz de la narradora no resulte verosímil como voz femenina, sino que es indistinguible de la de los demás personajes -pocos, por otra parte- que comparecen en la trama, dado que casi todos ellos hablan o piensan de la misma sutilísima manera. No es Marías de los escritores que desaparecen detrás de sus personajes, a los que convierte en portavoces de sus obsesiones recurrentes. Para apreciar su exigente propuesta narrativa, que linda en muchos momentos con la meditación o el ensayo, es obligado dar por buena esta omnipresencia del novelista.

Los enamoramientos parte de un episodio anecdótico, la muerte de un ejecutivo a manos de un desequilibrado, y va creciendo a medida que las circunstancias de lo que parecía un crimen absurdo, producto de la mala fortuna, se aclaran o complican o ambas cosas al mismo tiempo. El muerto y su viuda, Luisa, representaban la pareja perfecta a ojos de la narradora, María Dolz, que solía coincidir con ellos a la hora del desayuno. Ellas y un tercer personaje, Javier, íntimo amigo de la pareja y en particular del marido, son los protagonistas de una intriga hilvanada por igual con hechos y especulaciones, de la que se extraen reflexiones que trascienden con mucho el homicidio y su estela melodramática. La verdad de lo ocurrido, siempre incierta y escurridiza y sometida a examen permanente por parte de la narradora, es iluminada por alusiones precisas a Macbeth, a una nouvelle de Balzac –El coronel Chabert, recién publicada en Reino de Redonda- o a Los tres mosqueteros de Dumas, que lejos de ser referencias decorativas se ofrecen como lúcidas propuestas de interpretación, a modo de historias complementarias que amplían el marco narrativo para explorar las contradicciones y debilidades de la condición humana.

El amor y la muerte, pero también el azar, la envidia, la traición o la impunidad, la necesidad y la imposibilidad de saber, la complicidad distante o indeseada, la inercia que conduce al olvido… Marías plantea un conflicto moral que no se resuelve o no del todo, porque no es el crimen lo que interesa, sino las oscuras causas que lo provocaron y sus perdurables consecuencias para los personajes implicados, de las que vamos sabiendo muy poco a poco, por obra de sucesivas hipótesis y conjeturas en las que el pensamiento ocupa casi tanto espacio como el diálogo. Hay momentos cómicos, pero predominan los tonos sombríos. Tanto la descripción de los caprichos de los escritores engolados, a los que la protagonista trata por su trabajo de editora, como el ya tradicional cameo del profesor Rico, sirven para relajar el peso de una trama absorbente que llega a hacerse opresiva, pues de algún modo el lector siente que lo narrado le concierne o más aún le interpela, de una manera directa y casi física.

Como de costumbre, Marías despliega un discurso denso, potente, sinuoso y reiterativo, que dosifica la intriga de acuerdo con su proverbial estrategia dilatoria. Pero Los enamoramientos no es exactamente una novela de intriga, o lo es de un modo que se refiere al orden universal de las ideas y los sentimientos, de ahí que los planos de otras ficciones puedan superponerse sobre los hechos relatados. Al margen de sus tics y peculiaridades, es ese discurso incesante, esa permanente inquisición en las motivaciones expresas o soterradas de sus personajes lo que confiere a la prosa de Marías una profundidad verdaderamente admirable.

IGNACIO F. GARMENDIA

Huelva Información, 20 de abril de 2011

Dos reseñas de Los enamoramientos

Foto. Juan Salas

Los enamoramientos

Los, casi podría decirse que incontables, lectores de Javier Marías están de enhorabuena porque Los enamoramientos es «un marías» en estado puro, es decir, un fluir narrativo pausado, continuo y sin sobresaltos, a lo largo del cual los velos de las apariencias van siendo rasgados para dar paso a nuevas apariencias que, bien mirado, son reflejos muy parecidos a, mira tú por dónde, los estados de enamoramiento.

Hay, pues, una mente inquisitiva que se interesa, indaga, se pregunta y, sobre todo, se implica emocionalmente. Pero no es una novela policiaca pese a que el motor narrativo es una muerte violenta, a navajazos, en plena calle, a la vista de todos y sin lógica aparente, casi obscena en su falta de sentido. La testigo no sólo es circunstancial e indirecta – ni siquiera está presente cuando ocurre el hecho y encima se entera del mismo varias semanas después de ocurrido – sino que ni siquiera asume el compromiso de desentrañar la verdad. Ni por dinero, curiosidad, sentido del deber, imperativo justiciero ni el resto de las motivaciones al uso. Sencillamente, ha ocurrido el único hecho irreversible en la vida: una muerte. Todo lo demás es cuestionable, susceptible de tergiversación y hasta de ser negado. Pero no la muerte. Con la particularidad de que, justamente porque es inapelable, la muerte marca un antes y un después. Y qué más necesita la conciencia inquisitiva,  o por mejor decir, la mente narradora para poner en marcha la implacable maquinaria que es toda narración. Hay un antes y un después. Y la distancia entre uno y otro, o el tiempo transcurrido de un estadio a otro, aunque ambos sean infinitesimales, hacen obligado que  el testigo de cuenta del hecho y deje constancia de lo irremediable.

«Llamadme Ismael», pedía aquél que se disponía a dar testimonio de su memorable experiencia en el mar y  deseaba que su relato fuese anónimo porque allí lo importante no era quién sino el qué, la ballena y el ballenero, el capitán y el arponero o haber salvador la vida subido en un ataúd: la narración, en suma.

Llamadme María Dolz pide Javier Marías (nada menos) como imperativo del anonimato que pone de manifiesto lo narrado por encima  de la voz narradora. Y al principio cuesta. A qué negarlo, porque la voz narradora resulta demasiado próxima y conocida como para ponerle de buenas a primera unos rizos y unas pestañas resaltadas con rímel. Pero al final te acostumbras porque al fin y al cabo cualquier narración exige un pacto amistoso y caballeresco entre el escritor y el lector. Y a según quién se le perdona todo.

Porque en eso radica justamente la fuerza que emana del relato: pongamos que hay una  cafetería y  una mujer solitaria  que mientras desayuna allí todos los días se fija en una pareja joven, agradable y de buenos modales. No llega a haber una relación con ellos, ni  un intercambio de palabras, un reconocimiento mutuo y expreso. Hasta que un día, sin razón aparente, la pareja deja de ir a desayunar y la mujer solitaria, aunque intrigada, lo acepta sin más. Se siente contrariada porque ser testigo del trato afectuoso entre ellos, su manera de relacionarse y estar juntos era como un saludable estímulo matutino, una especie de presagio favorable para el resto del día. Dejar de verlos sin más, no volver a saber de ellos tampoco es una tragedia, pero sí una merma en su cotidianidad. Sin embargo se han ido y la vida sigue. Sin más.

En cierto modo esa desaparición es como un presagio sin estridencias de lo ocurrido, una metáfora al mismo tiempo intrascendente y fundamental o anodina y excepcional, como la muerte: morir es algo cotidiano y al mismo tiempo u n hecho único y trascendental. La narradora, sin proponérselo, irá atravesando velos que ocultan las apariencias más profundas y que van dejando paso a los enamoramientos, tanto en su acepción cotidiana y normal como en su función de título de una novela.    

Y luego están las referencias literarias, los guiños. No me refiero sólo a ese Profesor Rico que como aparece con nombre, apariencia física y tics inequívocos, resulta fácil de identificar. Pero los profesores de literatura tienen ahí una juerga inagotable porque, a todas estas, la cultura literaria de Javier Marías también lo es.

JAVIER FERNÁNDEZ DE CASTRO

El Boomeran (g), 18 de abril de 2011


Javier Marías o la novela moral

Javier Marías es un  escritor moral en todos los sentidos. Lo es en el sentido en el que utilizaba Hermann Broch ese concepto para definir el género novelístico cuando afirmaba que «el conocimiento es la moral de la novela» (las novelas de Marías son siempre filosóficas porque están animadas por un afán de usar la propia escritura para conocer, para reflexionar, para saber), y lo es en el sentido de que la ética le preocupa como tema del mismo texto. El ejemplo más evidente de este hecho se puede hallar en el mismo título de su monumental y ambiciosa trilogía Tu rostro mañana, que alude al don que poseía su personaje Jacques Deza para ver cómo habrían de ser los rostros de los seres humanos con el paso de los años y en ellos la capacidad para la traición o cualquier otra clase de infamia. En este caso, hay una cuestión moral que preocupa al autor fundamentalmente y es la impunidad, que se encuentra profundamente relacionada con una época como la nuestra en la que existe una inmensa tolerancia, social e individual, hacia el delito y hacia el propio sentimiento de indiferencia que éste inspira a su alrededor; una gran impunidad hacia la propia preservación de la impunidad. Y dicho fenómeno aparece en el texto relacionado con el del enamoramiento, con la capacidad que tenemos para cometer actos impresentables en nombre de los sentimientos o también para pasar totalmente por alto las ‘fechorías’ de la persona a la que queremos; capacidad que puede llevarnos a lo sumo al alejamiento de ella, pero en raros casos a la denuncia por graves que aquéllas puedan ser.

Ambientada en el Madrid de nuestros días, la novela tiene como personaje central y a la vez como propietaria de la voz que narra en una confidencial -que no intimista ni lírica- primera persona a María Dolz, una mujer que, por trabajar en una editorial, no tiene una alta opinión de los escritores y que nos mete de cabeza en el libro con una introducción propia de relato policíaco, esto es con un asesinato con arma blanca y con ensañamiento que se nos presenta como resultado de una imbécil confusión: «La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa -dice María Dolz-, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás había cruzado con él una palabra. Ni siquiera sabía su nombre, lo supe sólo cuando ya era tarde, cuando apareció su foto en el periódico, apuñalado y medio descamisado y a punto de convertirse en un muerto.».

En realidad Los enamoramientos es un largo tratado sobre el amor en el que se nos muestra el rostro menos poético y menos edificante de este sentimiento que tanto prestigio ha tenido tradicionalmente en la literatura. En realidad hay que hablar de este libro casi como de un ensayo porque en sus cuatrocientas páginas, Marías va desmenuzando a través del personaje femenino que se ve envuelto en los vericuetos de una pasión que no es capaz de controlar, un considerable número de tópicos clásicos de la sentimentalidad erótica como el de la predestinación al que la imaginería popular ha denominado de la ‘media naranja’, o sea el de que todos los seres humanos estamos predestinados a encarnar un encuentro con una pareja ideal diseñada a nuestra precisa medida que la existencia puede retardar en ocasiones, pero que, antes o después, se va a acabar produciendo.

Frente a esa bella superstición, se va a ir imponiendo en el libro, por los hechos y por las reflexiones, la tesis del papel definitivo que juega siempre el azar en nuestra felicidad o infelicidad, así como de lo limitada que es nuestra capacidad de elección o lo que todas las personas tenemos de sustitutas de otras personas en el corazón y la mente del otro.

En su ensayo La inteligencia fracasada José Antonio Marina delataba el nefasto prestigio poético que la cultura romántica había otorgado al fracaso. Pues bien, algo similar es lo que hace Marías en este texto de deconstrucción del mito del amor. Y lo que menos importa en él es la descodificación de la sustancia argumental que una vez más se presenta de un modo fragmentario en el que no existe un narrador omnisciente que sepa todo de todos los personajes pues la propia limitación que le impone a María Dolz el punto de vista sobre el que teorizó Henry James hace que comparezca como un personaje más, perdido en la marea de la realidad.

En esta novela que, por lo que tiene de moral, es la antítesis de una obra moralista Marías transmite una percepción sombría, parcial y precaria de la existencia a través de un estilo trabajado y lujoso que nos consuela de las desapacibles verdades que va constatando.

IÑAKI EZQUERRA

El Diario Montañés, 15 de abril de 2011

Javier Marías: 20.000 libros en perfecto orden

El refugio de las musas

¿Cómo es la biblioteca de los escritores? ¿Cuáles son sus libros imprescindibles? Descubre dónde crean los maestros de la literatura.

 

Los enamoramientos (Alfaguara), su nueva novela, ya tiene espacio reservado en uno de los muebles giratorios repartidos por su casa en los que guarda sus obras. «Habla de ese estado capaz de sacar lo mejor y también lo peor de las personas y en nombre del que se justifica casi todo.» A pesar de lo evocador del título, define su novela como desoladora: «Trata del amor, la impunidad y está salpicada con ironía, como cuando se despotrica contra algún ‘pirado’ que sigue escribiendo en máquina eléctrica … ¡como yo!»

Creció rodeado de libros apilados; su biblioteca, sin embargo, compuesta por 20.000 libros, está perfectamente ordenada «por países, autores y cronología, no por géneros, y en estanterías buenas, de madera.» ¿La anécdota? El encargado de la empresa que las instaló, cuando la vio llena de libros le pidió utilizarlas para su publicidad: «Apareció durante años en revistas de decoración sin saberse que era mía.»

Woman, abril de 2011

Javier Marías: «El mundo está cada vez más imbécil»

Una mujer muy hermosa ríe feliz junto a un hombre al que apenas se vislumbra. Es la imagen de portada –elegida por el propio autor– de su última novela Los enamoramientos, un regreso a la intimidad y a los afectos observados con el retorcimiento y la prosa magistral de Javier Marías. Del «joven Marías» –como le llamaba su mentor Juan Benet– que dentro de unos meses cumplirá 60 años.

  –¿El enamoramiento del título funciona como un espejismo, como algo falso del que no conoceremos jamás su realidad?

  –En la novela hay tres o cuatro enamoramientos de diferente grado o nivel. Yo no creo que el enamoramiento sea el principio de un proceso. Creo que se puede estar enamorado durante años. Quería hablar de la conciencia de ese sentimiento y de sus consecuencias, de cómo puede provocar cosas muy nobles pero también atroces.

  –La conciencia es posiblemente el gran tema de sus novelas.

  –A mis novelas se las suele definir erróneamente como filosóficas porque en ellas hay digresiones, reflexiones y disquisiciones. Yo lo he llamado muchas veces pensamiento literario, lo que no quiere decir pensar sobre la literatura sino pensar literariamente sobre las cosas. Eso tiene sus ventajas porque uno se puede contradecir de una novela a otra y a veces incluso dentro de la misma obra. Esas reflexiones son percibidas como verdaderas, no porque aporten conocimiento sino más bien reconocimiento. Leemos y decimos: «Sí, eso es exactamente así».

  –¿También le ocurre eso cuando escribe? ¿Descubre cosas que no sabía que sabía?

  –En cierto sentido, sí. Eso ocurre cuando escribo literatura. Como articulista tengo muchas más certezas. Hay una dualidad. Me han dicho que alguien en Facebook se está preguntando si soy yo el que escribe mis artículos o tengo un negro. O por qué en la prensa soy un cascarrabias y en las novelas no.

  –No creo que le sorprenda que le llamen cascarrabias.

  –Pues yo no considero que sea muy de cascarrabias defender las libertades. Creo que estamos en un mundo antipático que las coarta. Se está acabando la espontaneidad de la vida. En fin… Reconozco que protesto por muchas cosas.

  –Asume, pues, la intransigencia.

  –Y también ser un cascarrabias. ¿Por qué no? Lo cierto es que el mundo está cada vez más imbécil y no me voy a privar de decirlo. Pero hay mucha gente que me sigue.

  –Las mujeres en sus novelas han sido apenas una silueta borrosa.

  –Así es. No lo he negado nunca. Durante años, como para denigrarme, hubo gente que me dijo que yo cultivaba una literatura para mujeres. Lo que no me extraña, porque ellas leen más que ellos. Cuando acabo una novela, mis primeros lectores son mi editora, mi agente y dos amigas. En total, cuatro mujeres.

 –Y, sorpresa, aquí aparece su primera narradora femenina. Pero tiene una mente tan alambicada como la de los personajes que son el álter ego de Javier Marías.

  –Nadie me ha dicho hasta el momento que esa mujer, María Dolz, resulte inverosímil. Lo que ella hace es observar, reflexionar y contar, y en eso hombres y mujeres no somos distintos. Yo me he criado en un entorno muy femenino. Tengo muchas amigas y he tenido novias. Son mujeres que observan piensan y reflexionan. No hay diferencias de género cuando se hace eso. A mí me gusta prestar rasgos míos a personajes más turbios u ominosos.

  –Aquí hay un Javier que ha tenido muchas parejas, pero que nunca se ha casado. Como usted.

  –Ya lo decía Woody Allen: lo mejor que le puede pasar a una pareja es que cada uno tenga su casa. Desde hace ya bastantes años tengo una pareja barcelonesa, que vive aquí. Yo resido en Madrid, nos vamos encontrando y no nos va mal. A ciertas edades es difícil cambiar de vida.

  –¿No haber formado una familia ha sido una forma de controlar esa soledad necesaria para la escritura?

  –Durante muchos años pensé que no me había casado porque siempre me enamoraba de personas con problemas que ya estaban casadas. Otras veces ocurría que vivían no ya en otras ciudades sino en otros países, y era muy difícil que uno u otro lo abandonara todo para trasladarse. En otras ocasiones, había un novio previo y la mujer tenía muchas dudas. Luego ya llegó un momento en que empecé a sospechar que todo esto nada tenía que ver con el azar y sí con mi forma de ser.

  –En la novela se habla de cómo terminamos apartando a los muertos de nuestras vidas para poder seguir adelante.

  –Es que los muertos, incluso las personas a las que más hemos querido, acaban convirtiéndose en una especie de lastre. Pesan demasiado y pueden llegar a asfixiarnos.

  –Pero el escritor trabaja justamente con la idea de que será querido y admirado después de muerto, con la posteridad.

  –¿La posteridad? No creo en ella. Hoy en día las cosas van tan rápido que lo que hoy es novedoso dentro de tres meses será viejo.<

 –Pero ahora acaba de reeditarse  Los dominios del lobo, la novela que escribió con 19 años hace 40. Si eso no es permanecer…

  –Bah. Es una tirada modesta para los curiosos y una novela simpática que no me provoca vergüenza, lo que ya es mucho. Es difícil que los escritores pervivan. Ocurre que hay gente que ha sido muy popular y a su muerte, sin su presencia física o su carisma, esa popularidad se difumina. Pienso en Umbral, por ejemplo, que no me parecía un buen escritor. Así que es lógico que una vez muerto no se le lea porque sus libros estaban inflados por su presencia.

 –Y con esas expectativas nefastas respecto al futuro, ¿para qué seguir escribiendo? ¿Por qué luchar contra sus confesadas dudas e inseguridades? 

  –Escribo porque en algo tengo que ocupar el tiempo. Con 59 años nadie me daría un empleo ahora mismo. Y de algo hay que vivir. Escribiendo me lo paso bien… Y también mal, por supuesto, por esas dudas que menciona. Pero compensa.

ELENA HEVIA

El Periódico, 18 de abril de 2011

LA ZONA FANTASMA. 17 de abril de 2011. Un gran dúo cómico

En los últimos tiempos, entre los políticos, la competición de decir tonterías ha estado en verdad reñida. Tradicionalmente soltaban muchas más los de derechas -los representantes del PP y sus periodistas acólitos, cuya capacidad de razonamiento, salvo excepciones, solía competir a su vez con la de una gallina-. En esta legislatura, sin embargo, los de izquierdas -tanto los del PSOE como los de IU y similares- han llevado a cabo tan tremendo esfuerzo por ponerse a su nivel que parecía que lo iban a rebasar y se iban a alzar con el trofeo. Pero la derecha no debe temer por su primacía en este aspecto, alguien siempre corre a devolvérsela, haciéndonos de paso a todos el inmenso favor de permitirnos leer alguna noticia entre carcajadas, algo por desgracia muy infrecuente. Es una lástima que los señores Trillo y Aznar ya no estén tan presentes como antaño, porque eran especialistas en meter goles de tontería en el penúltimo minuto y en alegrar a la ciudadanía. Al primero hay que guardarle agradecimiento eterno por su épica descripción -a lo Capitán Trueno- de la reconquista de Perejil contra los moros, y al segundo por aquellas ocasiones en que se le contagió no se sabe qué acento, y salió ante las cámaras hablando español, más o menos, como lo hacían Laurel y Hardy, el Gordo y el Flaco, que se empeñaban en doblar sus películas a nuestra lengua, con sus propias voces. Las generaciones que no las hayan visto pueden hacerse una idea si buscan en YouTube el fragmento ya clásico en el que Aznar anuncia, junto a Bush Jr, que «Estamos trabajando en ello, y hemos dedicado tiempo, ayer por la noche y esta mañana, a trabajar en ello, exactamente».

Ahora han acudido a salvar al PP de la derrota dos valencianos que, lejos de estar perseguidos por la justicia -como lo están-, deberían gozar de la gratitud nacional y mantener sus puestos vitaliciamente, hacia lo cual, por cierto y por fortuna, parecían ir encaminados hasta hace poco. Desdichadamente uno, el Presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, ha anunciado su abandono de la vida pública, y el otro, Francisco Camps, corre el leve riesgo de no salir reelegido Presidente de la Generalitat en las próximas autonómicas si sus vecinos se hartan de su megalomanía (el pobre hombre ha asegurado que ningún político ha tenido tanto apoyo popular como él en la historia; ojo, ninguno quiere decir que ni Hitler ni Franco en sus mejores momentos) y de sus amiguitos del alma (que tienen todas las trazas de ser malas compañías) y de sus trajes traídos por Santa Claus fuera de temporada. Pero es un riesgo muy leve, en efecto, así que podemos felicitarnos de ir a tenerlo en primera fila, vestido de cofrade con unas favorecedoras cintas verdes o dando brincos en un balcón junto a la alcaldesa Barberá (no es por nada, pero yo no me atrevería a tanto en ese balcón), durante al menos cuatro años más.

Sea como sea, gracias a que Fabra se retira se ha podido inclinar la balanza de la tontería y la risa hacia el PP, una vez más. No por otro motivo los dos caricatos se decidieron a brindarnos una de sus mejores actuaciones a finales de marzo. Son individuos preocupados por los detalles, y así como Camps removió cielo y tierra -como glosé aquí hace tiempo- por hacerse una foto junto al Gobernador de Nuevo México Bill Richardson, el mismo que hace poco se vio en el grave dilema de perdonarle o no a Billy el Niño sus remotos crímenes, y a resolverlo dedicó varias semanas y numerosas consultas, Fabra deseaba que en la placa del aeropuerto de Castellón -esas placas que a todo el mundo le traen sin cuidado y que nadie mira jamás- figurara que éste se había inaugurado siendo él Presidente de la Diputación. De tal manera que los dos se apresuraron a celebrar una ceremonia, cuando dicho aeropuerto aún no acoge un solo despegue ni aterrizaje porque ni siquiera se ha solicitado para él la autorización de navegación aérea, y por supuesto ni un aparato alado se acerca ni se aleja todavía de allí. Pero lo mejor fueron las frases con las que los cómicos justificaron su iniciativa, todas dignas del mejor Groucho Marx. «Hay quienes dicen que estamos locos por inaugurar un aeropuerto sin aviones», dijo Fabra, como si fuera a negar que lo estuvieran. Sin embargo, lo que añadió acto seguido, en un magnífico gag, corroboró los rumores con creces: Fabra justificó la idea de habilitar la pista de aterrizaje, la terminal y la torre de control (todo ello no operativo) para que «cualquier ciudadano que lo desee pueda visitarlas y pasear por ellas, cosa que no podrían hacer si fueran a despegar aviones». Lo cual es una gran verdad. Deberían, por tanto, inaugurarse estaciones de ferrocarril y de metro por las que nunca circularan trenes, sólo para permitir a los ciudadanos el gustazo de caminar por ellas sin peligro de ser arrollados, así como autovías en las que estuviera prohibido el tráfico de vehículos, estadios en los que jamás se jugaran partidos (los futbolistas nos impedirían pisar el césped, oigan), centrales nucleares en las que no hubiera reactores y aparcamientos en los que no entraran coches. Ya está bien de que no podamos pasear por ninguno de estos sitios, tranquilamente, con los niños y con los abuelos, que van un poco lentos. A Camps, por su parte, no se le ocurrió otra gracia que espetarle a Fabra, conocido por las gafas negras tupidas que no se quita ni a sol ni a sombra y que le dan un aire de ciego total, en la interpretación más benévola: «Eres un visionario». Tenían que estar de acuerdo en el número cómico, porque, si no, yo de Fabra me habría mosqueado.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 17 de abril de 2011

Aliocha Coll en la línea de sombra

A la manera de ciertos autores cuya literatura parece haber sido menos importante que la influencia que ejercieron en otros, Aliocha Coll posee una existencia subterránea y otra visible. La primera concierne a su propios libros: Vitam venturi saeculi (1982), Títeres, una obra de teatro para niños escrita con su mujer (1984); Atila (1991), El hilo de seda (1992) y el volumen de poesía Imaginarias (1999), así como una traducción de cuatro textos de Christopher Marlowe en versos endecasílabos (1984). La segunda es igualmente fantasmal y está limitada a su aparición en algunos artículos de Javier Marías para la prensa, en sus cuentos «El médico nocturno» (donde aparece con el nombre de «doctor Noguera») y «Todo mal vuelve» (donde lo hace con el de Xavier Comella) y en su novela Negra espalda del tiempo (1998); también, a su pertenencia a un club de escritores excéntricos y trágicos que Vicente Molina Foix denominó en una ocasión «una potente línea de sombra de la literatura española» que sería su reverso desafortunado y maldito.

[…]

A partir del tercer año de la carrera de Medicina, que completó en París, Coll decidió que no ejercería esa profesión y que se dedicaría exclusivamente a la escritura; cuando Javier Marías lo conoció en 1977, tras la lectura del manuscrito de Vitam venturi saeculi, vivía de las rentas (ejercía de médico sólo los fines de semana) junto a su esposa, de la que se separaría diez años más tarde. Marías lo recuerda como un joven «de excelentes modales, con un rostro anticuado que parecía salido de los años treinta y con unos conocimientos literarios, musicales, pictóricos y filosóficos que para mí habría querido».

Aunque a Marías no le gustó lo que leía (en su obituario del autor, acabaría admitiendo que la de Coll era «un tipo de literatura más bien «imposible» y que nunca me había interesado mucho», y que «si llegué a interesarme por estas obras y luego por conocer a su autor, ello fue debido a que creí percibir en aquella literatura tan aventurada y a veces difícilmente legible un talento verbal y un sentido del ritmo de primer orden»), Coll y él entablaron una amistad en la que, en su recuerdo, era Marías quien procuraba orientar al primero pese a ser dos años menor: «[…] me envió algunos sonetos, fragmentos de su ensayo sobre el dolor, que, como el resto, jamás fue publicado pese a los intentos de Carmen Balcells […]. Yo intentaba convencerle de que probara a escribir cosas más «tradicionales», aunque sólo fuera como divertimiento».

Coll no parece haber tenido nunca interés en seguir esos consejos: su conocimiento casi enciclopédico de la literatura y su respeto por la tradición literaria parecen haberle llevado a creer que únicamente podía producir algo nuevo y original desde un rechazo a las convenciones narrativas que encuentra su expresión más acabada en la obra que publicó estando vivo.

[…]

A mediados de noviembre de 1990, el día 15, se suicidó Aliocha Coll. «Yo sé dónde terminará mi obra y después me plantearé si seguir», solía decir en sus últimos años. Marías recuerda que «su situación personal no era fácil […], circundado por la enfermedad, las de sus pacientes y la de alguien muy próximo». Una larga tradición de escritores que mueren en París y una no menos cuantiosa lista de autores que se han suicidado (y los cruces entre ambas listas, que no son pocos) convierten su muerte en un lugar común, pero este lugar común destaca en el marco de las curiosas circunstancias en que Coll vivió y produjo su obra debido a que es el único tópico al que parece haber aceptado adherirse…

PATRICIO PRON

Abc de las artes y las letras, 16 de abril de 2011

SILLÓN DE OREJAS: Fugas


En El halcón maltés, de Dashiell Hammett (incluido en el volumen Todos los casos de Sam Spade, RBA), el famoso detective (en la peli de Huston, Bogart) relata a su clienta, la frívola Brigid O’Shaughnessy (Mary Astor), la historia de un tal Flitcraft, un honrado empresario y ejemplar marido y padre, que, un día, tras una repentina experiencia que le ilumina, abandona a su familia sin más explicaciones y se traslada de ciudad. Spade, que es uno de mis héroes existencialistas favoritos, recurre a esa historia -un caso que había investigado anteriormente- para demostrar a la mentirosa Brigid lo difícil que a la gente le resulta cambiar; y es que, años más tarde, cuando el detective (contratado por la mujer de Flitcraft) consigue encontrarlo, el tipo había reproducido en otra ciudad y con otra familia las mismas pautas de su vida anterior. La literatura cuenta con otros relatos de maridos (y, luego, de esposas) que desaparecen un buen día sin dejar rastro. Uno de los que más me gusta es Wakefield (Nórdica y Alianza), un estupendo cuento de Nathaniel Hawthorne en el que el esposo se va de casa con el pretexto de un corto viaje y no regresa hasta al cabo de veinte años; entretanto vive en la misma ciudad, a escasos metros de su hogar, y se dedica a observar a su mujer. He recordado esas dos historias de maridos que se van «a por tabaco», según la castiza expresión española (condenada al desuso tras la implantación del divorcio) a propósito de otro caso de abandono bastante diferente: el que se narra en El coronel Chabert (Reino de Redonda), un relato de Balzac que ha sido llevado varias veces a la pantalla (la última con Depardieu y Fanny Ardant) y que tiene cierta importancia en la historia que cuenta Javier Marías en Los enamoramientos (Alfaguara). Sólo que esta vez el marido no se quita de la circulación voluntariamente, sino que es dado por muerto en la batalla de Eylau. Y, cuando, tras diversas peripecias y cambios de identidad, reencuentra a su antigua esposa, ésta se ha vuelto a casar, y Chabert se convierte en un problema. Aquellas historias nos fascinan porque conectan con algún deseo oscuro -irse sin explicaciones, salir de naja, largarse- y, probablemente, universal. Una especie de cansancio de seguir y, a la vez, un iluso anhelo de cambiar, de empezar desde cero donde nadie nos conozca, sin avisar ni decir adiós (ahí os quedáis, que os den) a quienes dejamos atrás. Yo me lo estoy planteando, por si gana Rajoy y se hace amiguito de Mas y sí hay derecha que cien años dure.

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO

El País, Babelia, 16 de abril de 2011

Amor en tiempos confusos

Foto. Daniel Mordzinski

Se cumplen cuarenta años desde su debut como escritor y el tapiz de novelas que ha ido hilando desde entonces ya tiene hechuras de obra maestra. Ahora publica Los enamoramientos (Alfaguara), una novela remolino que cuenta mucho más de lo que parece a priori. Vayan quitándose los sombreros.

Se cumplen cuatro décadas desde que un joven Javier Marías publicó con 20 años Los dominios del lobo. Su inicio tan temprano, sumado a su condición de hijo de Julián Marías, ha hecho que se le haya quedado pegada a la frente de manera casi perpetua la etiqueta y hasta la sensación de escritor joven. Quizá a esa percepción haya contribuido su soltería recalci­trante, que le ha librado de las respon­sabilidades familiares, o esa faceta de articulista explosivo, arrollador en sus opiniones y hasta un punto soberbio, como lo son los jóvenes cuando aún no han sido vencidos por el desencan­to. O detalles tan nimios como que, cuando se siente a hablar contigo a la hora de la sobremesa, en vez de un café o un oporto se tome una Coca­Cola Light. Este joven Javier Marías cumple en otoño los 60. Y resulta que, al echar cuentas, uno se percata que, aquí y ahora, con permiso de Antonio Muñoz Molina, es el novelista de referencia de la literatura española contemporánea. Tras la generación de los Delibes, Martín Gaite, Ana María Matute o Juan Marsé, Marías se per­fila como el relevo en la jefatura de la tribu, el tótem literario que todos los jóvenes autores emergentes que se precien deberían aspirar a derribar. Si dentro de unos años la ruleta del Nobel vuelve a detenerse en el casi­llero de la narrativa española, Javier Marías será con toda justicia el autor elegido para la gloria. Pero no hay por qué esperar a que la Academia sueca nos diga lo que podemos ver por no­sotros mismos.

Naturalmente, Marías no es perfec­to, faltaría más. Y tiene sus detracto­res, como debe ser. Es posible que a veces se le vaya la mano en las digre­siones y que, cuando querrías que la acción avanzara, él caracolee por otras consideraciones. El caracoleo, sin em­bargo, suele ser provechoso. Años atrás (ahora ya menos) hizo fortuna entre algunos socarrones hablar de su estilo como de angloaburrido, en referencia a su narrativa especulativa y la querencia de Marías por el mun­do británico y su paso por Oxford. No han mermado tanto, en cambio, los comentarios sobre su soberbia e incluso cierta impertinencia. Pero ahí parece haber una cierta confusión. Existe un Javier Marías que podría considerarse vehemente, rozando lo displicente a veces e incluso con ma­la leche (que a veces es la buena, cuando hay que decir las verdades del barquero sin cogérsela con papel de fumar). Pero ese opinador agudo, ácido e indignado no es el novelista Javier Marías. Es el articulista Javier Marías. Si alguien quiere artículos de opinión de una contundencia y una claridad ciudadanas de lo más estimu­lante, pueden darse un gozoso atracón leyendo su reunión en Los villanos de la nación (Los Libros del Lince). Aprovechando la afición al fútbol de este escritor, podríamos decir que el Javier Marías novelista juega como el Barça y el Marías articulista como el Madrid.

Sin nombre para la muerte

Cuando el que te recibe en su casa es el novelista Javier Marías, la persona que abre la puerta es alguien nada severo, de una amabilidad exquisita, que no eleva nunca la voz, que se ve a sí mismo y al gremio de los escritores con saludable sorna. Otra aparente paradoja es que ese autor al que tanto se ha tachado con cierta inquina co­mo anglófilo y de beber los vientos por los asuntos oxonienses resulta que vive en el corazón del Madrid castizo, a un paso de la Plaza Mayor, de donde se han marchado ya casi to­dos, menos Joaquín Sabina y algunos resistentes más.

Había expectación por leer su nue­vo libro tras la fortaleza literaria en tres entregas Tu rostro mañana, que va a quedar, tal vez más para los es­tudiosos que para sus lectores, como la obra monumental de su carrera. Los enamoramientos es su retorno al ruedo editorial. Pese a que Marías lamenta (con razón y resignación) el vicio de resumir las cosas de los periodistas, diremos rápidamente que Los enamoramientos no va a defrau­dar a los adictos a Tu rostro mañana porque se acopla perfectamente en cuanto a sus temas, la manera de abordarlos e incluso los juegos de re­ferencias cruzadas, pero volverá a ser un Javier Marías abierto a un público más numeroso porque, por su trazado de cuatrocientas páginas, la contención metafísica, incluso la cercanía del asunto madre de la novela (la violenta y repentina muerte de una persona afable vista desde diferentes distan­cias), la convierte en un bocado deli­cioso para cualquier lector ávido de literatura. Asistiremos a la cotidiani­dad con que una mujer que trabaja en una editorial coincide cada mañana con un modélico matrimonio de esos que no dan muestra del desgaste tras los años de convivencia y que desde la mañana despliegan sonrisas, conver­saciones alegres y buen humor. Tras días de dejar de verlos acudir a su cita diaria con el café, se enterará de que el marido, de quien hasta entonces no conocía ni el nombre, ha sido asesina­do por un mendigo trastornado que lo confundió con alguien. Y hasta ahí puedo leer. La novela tiene giros sor­prendentes y reflexiones que atrapan de manera hipnótica, que le acompa­ñan a uno mucho después de haber acabado la lectura. Pero no vamos a destripar el libro. Se lo prometimos a Javier Marías. Los periodistas no somos caballeros sino clase de tropa, y mercenarios para más señas, pero ante alguien como él incluso se nos pega algo de buenas maneras.

Su casa es un lugar atiborrado de libros, DVDs, figuritas de plomo, vo­lúmenes apilados en difíciles equi­librios, pequeños objetos, todos en un perfecto orden que delata a una persona metódica, o sencillamente que tiene una persona de la limpieza muy eficiente. Marías es de los pocos autores que habla como escribe: no se es del todo consciente al escucharlo en directo, pero al oír la grabación uno se percata de cómo introduce ciertas reiteraciones pero sin ser repeticiones exactas de los conceptos, cómo hace avanzar las ideas en líneas curvas, eso que familiarmente se dice «darle vuel­tas a las cosas». Si uno quiere cortarle para atajar, tiene poco éxito. Cuesta meter cucharada y, además, si uno introduce una pregunta antes de que él haya fardado suficientemente la respuesta, lo que hace es atender muy amablemente a tu pregunta intrusa y después retorna al punto donde esta­ba con la respuesta anterior. Sin em­bargo, los periodistas sabemos que no es, en absoluto, de los autores que esté deseando que la prensa lo persiga.

Al cuarto intento

¿Cómo afronta tener nuevamente a unos cuantos periodistas fastidian­do la quietud de su casa y sometién­dolo a preguntas que probablemen­te ya ha contestado muchas veces?

Publicar se ha convertido en una tarea que casi da más trabajo que escribir los libros. Uno tiene la sensación de que se trata de hablar de lo que no haría falta hablar mucho… al final se trata de resumir, de medio destripar el libro, por fuerza banalizarlo un poco. A medida que pasa el tiempo apetece quizá menos, pero también hay que agradecer que a uno le hagan caso… Yo tengo la sensación de que no tengo mucho que decir de viva voz. Hay un abuso de la presencia de los escritores, de manía con que los escritores este­mos presentes. Yo casi nunca voy a festivales y a ese tipo de cosas. Hace años fui a algunos pero nunca vi que saliera nada demasiado interesante. Si escribimos es porque nos expresamos mejor por escrito. Resumir lo que uno hace no tiene mucho sentido.

¿Y no le motiva siquiera como ritual?

Sí, hay algo de ritual… yo hubo una vez en que no pasé por el ritual.

Con Negra espalda del tiempo. No quiso dar entrevistas.

Y se me castigó un poco, por decirlo de alguna manera. Hubo gente que se lo tomó muy mal. Hice una rueda de prensa y expliqué por qué no iba a dar entrevistas, me disculpé. No lo hice de una manera hosca ni abrupta. Aún así hubo gente a la que le sentó mal, que dijo: «¿Pero este que se cree?». Era con un libro donde el narrador era yo mismo, no me sentía capacitado para hablar de él.

Pero entonces… (Intento de meter cucharada nº 1: fallido)

En la novela cada cosa que el autor agrega a lo que ha escrito le resta algo de misterio y le quita algo la posibili­dad al lector de llegar por sí solo a los giros. Yo tengo la sensación de que suele haber tal avalancha de cosas en el momento del estreno que tengo la sensación de haber leído el libro o ha­ber visto la película antes de verla.

Pero entonces… (Intento de meter cucharada nº 2: fallido)

Lo de los tráilers es una cosa demen­cial. Antes los tráilers estaban bien hechos, ahora en cambio práctica­mente cuentan de arriba a abajo todo. Y además hay tantas entrevistas o reseñas en el mismo fin de semana, que si las lees todas inevitablemente te haces una idea de lo que es el libro. En ese sentido me parece contrapro­ducente. Yo he dejado de ver películas por haber tenido esa sensación ya de haberlas visto.

Pero entonces… (Intento de meter cucharada nº 3: fallido)

Llega un momento en que uno se plantea la utilidad de todo eso, pero hay un empeño… el año pasado tenía muy pocas ganas de hacer viajes de promoción del tercer volumen de Tu rostro mañana, me daba pereza repe­tirme a mí mismo. Pero en cada país donde iba publicándose los editores me decían: «Es que tienes que venir, que es muy importante que vengas». Y yo decía: «¿Pero realmente mi pre­sencia es tan necesaria?». Yo no tengo la sensación de que los libros se lean por la presencia del autor. Hay países a los que no he ido nunca y sin embargo tengo bastantes lectores y quizá tengo otros en los que he ido más a menudo y tengo menos.

Pero entonces, si la visualización de un libro o de su autor en los medios no decanta nada, ¿de qué depende, como sucedió con Ruiz Zafón o Ma­ría Dueñas, que esos cien primeros lectores de una veintena de puntos distintos que serán el arranque del boca a oreja elijan justamente en las mismas semanas ese libro entre me­dio de tantos miles de volúmenes?

Es un misterio, y me gusta que siga siéndolo. Hay libros que caen en gra­cia como todo lo demás. Caes en gra­cia o no. Cuando empecé hace mucho, en los 1970, yo tenía veintitantos años cuando Jaime Salinas me nombró con otra gente joven de entonces para formar parte de un comité de lectura: Juan Benet, Juan García Hortelano, Luis Goytisolo… y me acuerdo que en mi ingenuidad a veces decía: «Si no hay libros buenos en este bloque pues no se publica ninguno, si no hay no hay, que no se publique nada  este mes». Me respondían: «¡Pero qué dices!». No me daba cuenta de que hay que publicar algo, hay una maqui­naria en marcha. Era joven y pardillo. Las editoriales no dependen de que algo sea realmente merecedor de ser publicado sino que hay una máquina que alimentar.

Esos fogoneros del mundo edito­rial son los autores. Por cierto, Los enamoramientos resulta bastante inmisericorde con las tipologías de escritores…

No, no. Tampoco tanto [sonríe con picardía].

Describe a un escritor como «go­rrón», «tacaño», «sin orgullo». Cuen­ta sobre otro que va a los hoteles y apunta todos los gastos a quien le invita… [sigue sonriendo traviesa­mente]

Son comentarios de la narradora…

Ya…

Y, dado que trabaja ahí, conoce este mundo y es normal que alguien que trabaja en una editorial tenga poco respeto porque tiene muy cerca a los escritores y los ve con sus pequeñas miserias. Que hable con cierto desdén o cierto choteo forma parte de la vero­similitud del personaje.

También hay un poco de guasa in­cluso hacia sí mismo.

Pues sí, dice la narradora que todavía existe algún pirado que escribe a máquina y yo mismo sería uno de ellos.

Por cierto que aparece por ahí un escritor y académico de pro como el filólogo Francisco Rico. No sé decir si le hace un monumento o lo vapulea…

Todo está hecho con gran afecto. Paco Rico es ya una marca de fábrica, lo saco en casi todas las novelas. Igual en alguna le doy más protagonismo, pero como yo le digo a veces para hacerle rabiar: «Tú eres un excelente personaje anecdótico».

Foto. Daniel Mordzinski

«En la novela no hay juicios»

Uno lee Los enamoramientos y de­tecta resonancias de otras novelas, incluso frases enteras retomadas de otros libros o asuntos que se habían examinado desde una óptica levemente distinta.

Sí, esas frases que traslado de un libro a otro que son como ritornelos. No siempre son repeticiones exactas, son variaciones o adquieren un giro dis­tinto en un contexto diferente.

Afirma que cuando se pone a escri­bir una novela no sigue un esque­ma cerrado, pero este asunto de ir tomando frases y asuntos que aparecieron años atrás e irlos com­binando de nuevo parece un gran plan de relojería literaria…

Pues no hay un plan minucioso, y en ésta menos aún. Era la primera des­pués de Tu rostro mañana, que viví como un gran proyecto aunque sólo sea de dimensiones, casi 1.600 pági­nas, ocho o nueve años de trabajo… y hubo momentos en que me parecía imposible terminar. Lo logré y, bien mal o regular, conseguí hacer el libro que quería hacer. Tuve un poco la sensación de haber ido haciendo un camino a tientas y de que de pronto se me había acabado el camino tras ese libro. Una de dos, o me caigo a un precipicio o sigo caminando a ver qué pasa. Durante un tiempo no sabía si iba a seguir escribiendo, no era coquetería, dudaba si escribiría más novelas. Porque acabé agotado, no ya sólo por cansancio, sino por la sensación de haber dicho todo lo que tenía que decir.

¿Sentía que tenía el riesgo de que a partir de ese momento iba a ir siem­pre a menos?

No, eso no me preocupaba. He ido ha­ciendo ese camino al escribir un libro y luego otro, no he considerado que la actividad de un escritor deba ser una especie de superación continua ni mucho menos. Ni esa cosa circense de hacer algo más difícil todavía. El ánimo que invade al autor en cada libro no tiene nada que ver con el resultado alcanzado. El Corazón de las tinieblas es la novela más apreciada y conocida de Joseph Conrad. No tiene el tamaño, ni la ambición ni el aliento de Nostromo o Lord Jim, pero posi­blemente le salió mejor o se percibe como mejor. A Henry James le salió mejor Otra vuelta de tuerca que algu­nas de sus novelas largas y ambicio­sas. De manera que a veces uno pone mucho empeño y luego resulta que sale mejor algo que era más modesto como proyecto. Por eso superarse… no le veo mucho sentido. En cuanto a proyecto, nunca voy escribir un libro como Tu rostro mañana. Ahora bien, que pueda salir otro libro mejor que ése, pues tampoco es descartable. Tampoco me preocupa mucho.

Aún no se ha publicado el libro y ya hay un articulista que le está buscando las cosquillas a la nueva novela del escritor Javier Marías.

¿Sí?

Sí, es un articulista que se llama Ja­vier Marías. En el EPS despotricaba sobre la impunidad que existe en nuestra sociedad, la tolerancia ha­cia las conductas torcidas, y no ad­mitía la más mínima vacilación. En cambio, el novelista Javier Marías nos presenta tantos ángulos de la cuestión, tantas maneras de ver las razones por las que no se denuncia un asunto aparentemente censura­ble, que al final casi nos convence de la no intervención…

El grado de impunidad en los delitos es realmente tan enorme… pero es que la novela muestra lo que pasa. En una novela no hay juicios.

¿Ese articulista Javier Marías tan vehemente que no cede un milímetro ante quienes callan un delito, podría llegar a las manos con el con­templativo novelista Javier Marías?

Es que hablamos de dos cosas dife­rentes. El articulista es un ciudadano que se responsabiliza de lo que opina y habla de cosas más o menos reales. En el novelista el ciudadano ni entra ni sale.

¿Y cómo lo reprime, lo ata con una cadena?

Son territorios completamente distin­tos. Lo que no soporto son las novelas moralistas, que dan lecciones, o de tesis. Me parece que no es la función de la literatura y las novelas que hacen eso suelen ser bastante malas o poco interesantes. Yo siempre he dicho que una de las cosas que hace la novela es poner en evidencia las contradicciones, mostrar el misterio. Hay una cita de Faulkner que he usado muchas veces: «Lo que hace la literatura es equiparable a lo que hace una cerilla en mitad de la noche en mitad de un campo». Una cerilla no ilumina nada, lo que hace es permitirnos ver cuánta oscuridad hay. Creo que la literatu­ra muestra cuántas sombras, cuántas contradicciones existen… En cambio, en un artículo estás en el territorio de la opinión.

¿Pero el articulista Javier Marías no podría leerle la cartilla al novelista Javier Marías por no ser suficiente­mente contundente?

No, porque el articulista Javier Marías nunca haría una crítica literaria de un libro en esos términos. No sería tan estúpido como para reprocharle a una novela su ambigüedad moral.

Sería un poco el caso de Umberto Eco con El cementerio de Praga. Se armó en Italia un gran revuelo porque se le reprochaba que su pro­tagonista (un falsificador de lengua afilada que echaba pestes contra judíos y jesuitas) no estaba suficien­temente condenado o subrayado como «malo».

Hay una confusión al respecto. Me hice eco de esa polémica Hace ya mucho tiempo que la novela o las artes en general no son muestras juzgables. Una novela es lo contrario de un juicio. En un juicio los que juzgan se atienen a los hechos y no interesan los motivos. Hay atenuantes, pero se juzga lo que alguien ha hecho y no entra mucho en por qué lo hizo. Usted mató a alguien a posta y es un asesinato, más allá de sus mo­tivos. Una novela no hace eso, lo que hace es mostrarte cómo pasan las cosas. No es que las justifique, es que uno asiste a las cosas. Hay una regresión hacia cierto primitivismo en que se considera que una obra de arte debe ser juzgada en términos morales, eso me parece una cosa muy antigua, superada. ¿Qué se haría entonces con Dostoievski y con tantísimas obras?

En el artículo donde usted mismo anunciaba la salida de la novela hablaba de ella como un libro pesimista. ¿Por qué?

¿No se lo parece?

Los personajes son todos encantadores. Ella es muy pru­dente, sensata, agradable. Él es un hombre educado, culto, ingenioso, muy atractivo también. La viuda es una mujer serena, digna, hermosa… ¡Uno querría parecerse a ellos!

A mí sí me parecía, al escribida, una novela pesimista, incluso sombría. Es la constatación de que a veces uno decide dejar pa­sar cosas que quizás no se deberían dejar pasar. La narradora se plantea que la justicia le trae sin cuidado. Yo no soy quién para impartirla.

Incluso afirmaba que Los enamoramientos es «una novela pesimista desde el mismo título». ¿Relaciona amor y pesi­mismo? ¿Diría que enamorarse es un mal negocio?

En principio todo el mundo desea y aprecia estar enamorado, todo el mundo cree que es algo deseable, que nos hace mejo­res… y yo creo que puede darse eso y que personas enamora­das pueden hacer cosas muy nobles. Pero también personas muy nobles, por estar en un estado de enamoramiento, pue­den comportarse de la manera más vil, traicionera y feroz. En la novela aparecen algunos casos así.

Dice en la novela que «cuando uno desaparece el mundo deja de concernirle». Este año cumple los 60… ¿Ha empe­zado a pensar ya en la posteridad?

Pensar en la posteridad me ha parecido siempre ridículo y en estos tiempos más que nunca, precisamente porque la poste­ridad existe cada vez menos, todo va más rápido y el olvido de las cosas es más precipitado. El olvido es feroz. Los propios vivos tenemos ya ciertas dificultades para no ser olvidados en lo que acabamos de hacer, no digamos ya los muertos.

¿No es un acicate pensar en dejar algo tras de sí?

No pienso en ello. Si queda algo, pues bien. Pero, como tampoco me voy a enterar, me da un poco lo mismo. Hombre, a uno le gusta pensar que lo van a recordar las personas que lo han conocido, pero poco más. No tengo conciencia de dejar legado ni nada por el estilo.

Y, cuarenta años después, ¿cómo se ve como escritor?

No me he sentido ni siquiera ahora un escritor profesional, en el sentido de quienes están obligados a publicar un libro cada cierto tiempo y, puesto que son escritores, han de escri­bir. Yo he hecho trece novelas en cuarenta años, contando como tres los volúmenes de Tu rostro mañana, lo cual quiere decir una cada tres años. Me cuesta tener una idea de mí mismo como escritor. Me veo como alguien que de vez en cuando escribe.

A. G. ITURBE

Qué Leer, abril de 2011

Presentación al público de Los enamoramientos

Barcelona:

Día 14 de abril, a las 7 de la tarde, en la Biblioteca Jaume Fuster (Pl. Lesseps 20-22), Javier Marías hablará de su nueva novela con Eduardo Mendoza.

Día 23, Sant Jordi, estará firmando en los lugares que próximamente anunciaremos.

Madrid:

Día 27 de Abril, de 6.30-8.30 de la tarde, dentro de La Noche de los libros, Javier Marías firmará su obra en la Librería Méndez (Mayor 18).

Día 28 de Abril, presentación al público. Lugar y hora sin confirmar.

Acerca de Los enamoramientos

Foto. Juan Salas

Los enamoramientos de Javier Marías

Acabo de terminar de leer la última novela de Marías, Los enamoramientos. Es indudablemente “suya”. En estilo denso y medido y muy contagioso y cálido en sus meandros, Javier narra una historia, perfectamente trabada y puesta en boca de una mujer, María Dolz, que trabaja en el mundo editorial, para contarnos o sugerirnos (su prosa no sólo cuenta, además piensa y sugiere) cien temas otros en torno al amor, al olvido y en este caso a la muerte y a los muertos que nos acompañan tan a menudo, y que a veces pueden volver -sin ser fantasmas- como en la novelita de Balzac El coronel Chabert que no casualmente acaba de reeditar la editorial de Javier, “Reino de Redonda”. Como “duke” que soy de ese grácil reino de ficción, acaso pude haber dicho “nuestra editorial”. Me ha gustado mucho la novela de Javier Marías y quiero recomendarla y felicitarlo.

Conozco a Javier Marías desde hace mucho tiempo y hemos sido y somos amigos y corresponsales en ausencia. Javier es un amigo leal y generoso y aunque ahora dice sentirse muy “agobiado” por el entorno, por los quehaceres, acaso por la fama literaria, siempre sabe tener un recuerdo y un guiño para los amigos. Como el verídico profesor Rico de esta novela, tan felizmente homenajeado. Hay muchas frases memorables en el libro, porque es prosa pensante, pero por azar subrayé una al leer (acaso tenía un lapicero a mano) y no quiero dejar de señalarla. Siempre hay algo que nos acicatea o encandila “para que la vida no nos parezca tan mala como suele ser.”

Un abrazo, Javier.

LUIS ANTONIO DE VILLENA

luisantonio de villena.es, 7 de abril de 2011

FLEXIÓN Y REFLEXIÓN:

El enamoramiento

La semana pasada, en el periódico británico The Guardian se calificaba al escritor Javier Marías como el eterno candidato español al Premio Nobel. Marías, sin duda alguna, se merece el Nobel. Pero no es tan«eterno candidato». No hace mucho –aunque hoy el tiempo transcurre demasiado rápido, excepto en los libros de Marías– escritores como Francisco Umbral le calificaban como «angloaburrido», y a su prosa de «pálida y neutra». El tiempo ha colocado los libros de Umbral (y los de su maestro Cela)en su sitio: no durarán más allá de nuestro olvido. Pero en aquel entonces, los que empezábamos a devorar entusiasmados la prosa hipnótica del joven Marías quedábamos estupefactos ante algunos calificativos que le dedicaban, y que no pocos críticos aceptaban sin rechistar. En aquel entonces estaba de moda la prosa sonajero. Los discípulos de Umbral, que aún los hay, parecen esperar un aplauso al final de cada frase.

Gracias al reconocimiento extranjero (la unanimidad española llegó después), Marías ocupa el lugar merecido del podio: es, sencillamente, el mejor. El más dotado y el que ha arriesgado más y mejor. Ha abierto nuevos caminos en un panorama literario lleno de novelas sin estilo que parecen guiones cinematográficos. Las obras del ya no tan joven Marías reproducen aquello que una película nunca podrá reproducir: el pensamiento. Sus vaivenes. Sus contradicciones. Su reverso a veces oscuro: las acciones, las palabras. La última se ocupa de un tema resbaladizo, literariamente hablando. Se titula Los enamoramientos (Alfaguara). Gran novela.

Es curioso que el estado de enamoramiento tenga tan buena prensa. Walt Disney, Hollywood, las canciones… (Como leemos en el libro de Marías, también parece justificar las mayores ruindades).Es curiosa la buena percepción social de un sentimiento que solo dura un año, dos, y que tiene una consistencia como de sueño. El psicólogo y amigo Walter Riso afirma que el amor romántico, si hay obsesión, se transforma en un problema. «Tequita vida, te hace distorsionar la realidad. Entonces… ¿conoces algún enamorado sin obsesión?», se pregunta retóricamente.

El enamoramiento es «lindo»,como dice Riso, necesario para la reproducción de la especie, pero su, digamos, estructura, es endeble. Es cierto, como escribe la narradora del libro de Marías, que al principio tiene aspectos positivos (aparte del subidón de sustancias químicas):«somos capaces de interesarnos por cualquier asunto que interese o del que nos hable el que amamos de pronto nos apasionan cosas a las que jamás habíamos dedicado un pensamiento (…) centramos nuestras energías en cuestiones que no nos afectan más que vicariamente o por hechizo o contaminación, como si decidiéramos vivir en una pantalla o en un escenario o en el interior de una novela, en un mundo ajeno de ficción que nos absorbe y entretiene más que el nuestro real».

En el fondo, según Walter Riso, el enamoramiento «te pierde, te despersonaliza». Por eso, dice, no tiene mucho sentido casarse bajo los efectos del enamoramiento. Ni hacer grandes planes. Uno de los descubrimientos de la posmodernidad, según Riso, es que el amor depende de nosotros. No es el sentimiento el que manda. O no tendría que serlo.«No viene Cupido y me lanza una flecha, sino que yo tengo que ser capaz de gestionar el amor», afirma. Un amor que, cuando pasa la fiebre o enfermedad del enamoramiento, tiene mucho que ver con la amistad.

GASPAR HERNÁNDEZ

El Periódico, Ideas+Teletodo, n. 31, 9 de abril de 2011

Javier Marías en Barcelona

Hoy, 13 de abril:

Por la mañana participará en el programa de TV3 Els matins,

y en en El món de RAC1.

El jueves, 14 de abril:

Acudirá por la mañana al programa El matí de Catalunya Radio.

A las 7 de la tarde presentará Los enamoramientos, acompañado de Eduardo Mendoza, en la Biblioteca Jaume Fuster.

Chat de Javier Marías con los lectores de El País

Foto. Samuel Sánchez

Dentro del ciclo Babelia, hoy  11 de abril, de 6 a 7 de la tarde, el escritor Javier Marías habló de su nueva novela Los enamoramientos.

Pregunta de un internauta: Buenas tardes. Creo recordar que durante la promoción de la tercera parte de Tu rostro mañana dijo que le apetecía publicar un volumen de cuentos. Espero que le siga apeteciendo.
Respuesta de Javier Marías: En estos momentos no sé lo que me va a apetecer en un futuro semipróximo. Tengo cuatro cuentos no recogidos nunca en forma de libro. Me temo que debería escribir algunos más antes de una posible publicación, o si no el volumen carecería de lomo, lo cual es molesto en las estanterías.

P. Resuma en dos frases qué necesita una persona para convertirse en escritor.
R. Se lo digo en una quizá. Ha de gustarle escribir y no tanto querer convertirse en escritor. Eso viene luego, por añadidura. Si a uno no le gusta, si no se lo pasa bien, independientemente de que se lo publique o no, no hay nada que hacer.

P. Buenas tardes, Javier.¿Son reales algunos de los escritores que aparecen en Los enamoramientos?.Un saludo y enhorabuena por escribir una novela sobresaliente.
R. Hay una mezcla de casos reales y «adorno» o invención. También mezcla de dos o más escritores de cuyas manías o exigencias he tenido noticia. Creo que sólo uno de la vida real se reconocerá plenamente, si es que tiene buena memoria. Gracias por su enhorabuena, muy amable.

P. Buenas tardes Sr. Marías, Ante la incorrección en el uso de la lengua por parte de los políticos, ¿ no cree que la RAE como institución, debería realizar una declaración pública instando a los poderes públicos a usarla correctamente y no hacer demagogia ?
R. Las declaraciones de la RAE hay precisamente dos grupos que las oyen siempre como quien oye llover: los políticos y las televisiones y radios. Sería inútil. Ni siquiera creo que ni unos ni otros estén capacitados para mejorar, aunque se lo propusieran. Lamento el pesimismo.

P. ¿Por qué el nombre de Luisa aparece en unas cuantas novelas suyas? ¿Le gusta? ¿Hay algún motivo literario? Si es algo personal, claro, no tiene por qué decirlo, pero siento esa curiosidad desde hace tiempo. De hecho, mi alias en Internet se lo debo a usted. Al menos en parte, pues adopté ese nombre, el de Luisa, por lo mucho que aparece en sus novelas.
R. No hay más razón que esta: me siento cómodo, en las novelas, con pocos nombres de pila. Unos me parecen demasiado vulgares (como no llamarle nada al personaje), otros demasiado literarios o alambicados. Luisa es uno de los que me van bien, por eso lo utilizo en casi todas mis novelas. También Marta, por ejemplo. En mi vida personal no ha habido ninguna Luisa ni ninguna Marta de importancia para mí. No hay más, de verdad.

P. Sr. Marías, le comento que he leído casi todas sus novelas ya que su prosa me parece única, muy cuidada y elegante, además la trama de sus historias es compleja y por lo tanto atrayente. Usted es un escritor que respeta al lector y se agradece. ¿Es usted un lector asiduo de filosofía? Lo digo porque sus ideas o preocupaciones que plantea en sus novelas son de verdad originales y no cae en lugares comunes. Ojalá escriba muchas novelas más, saludos.
R. He leído filosofía, claro está, más con un padre filósofo. Pero no, no leo mucha en la actualidad. Ya he dicho otras veces que no creo que mis novelas sean «filosóficas». Creo que contienen, más bien, lo que llamo «pensamiento literario», que no es pensar sobre la literatura, claro, sino pensar literariamente sobre las cosas. Es un tipo de pensamiento diferente de cualquier otro. Le agradezco su aprecio, de verdad.

P. Para mí Vd. es una buena mezcla de Henry James y Thomas Berhnard. ¿Está de acuerdo con esto? ¿Le costó mucho encontrar una voz propia?
 R. Bueno, son dos autores que he leído y admiro mucho, pero de cuya influencia directa he procurado guardarme, porque sus estilos son un poco contagiosos. Quizá no me haya guardado lo bastante. Pero más quisiera yo ser una mezcla de ellos. Sí, creo que a cualquier escritor le lleva tiempo dar con una voz reconocible. En el supuesto de que yo lo haya logrado.

P. Aparte de Los enamoramientos, también acaba de publicar su primer cuento infantil, Ven a buscarme. ¿Qué le ha parecido la experiencia? ¿Repetirá?
R. Difícil y simpática, la experiencia. No me veo repitiendo por voluntad propia, la verdad. Esto fue un empeño de mi amigo Pérez Reverte, creador de esa colección de cuentos para niños de autores «adultos». Se lo he agradecido, pero, a menos que Ven a buscarme se convierta en un éxito demencial, y los niños me pidan más, no me veo por esa senda. No creo que los niños me pidan nada, la verdad.

P. ¿Por qué no hay mujeres malas en sus novelas?
R. Bueno, eso depende del punto de vista. Ayer, sin ir más lejos, una joven sobrina mía, Clara, me dijo que la narradora de Los enamoramientos, María Dolz, le parecía «una cerda», eso dijo, por su comportamiento final. Ya ve.

P. ¿Cuánto hay de amor a uno mismo en el enamoramiento?
R. Yo diría que nada, tal como yo lo concibo. Una tiene conciencia de estar enamorado, pues no se trata sólo del sentimiento, cuando siente que una persona determinada lo debilita, en todos los sentidos de la palabra. Cuando se da cuenta de que es incondicional de ella. El amor a uno mismo no entra ni sale en este asunto, diría yo.

P. Hola, Sr. Marías. Me parece recordar que hace tiempo dijo que no creía que fuese capaz de escribir una novela desde el punto de vista de una mujer, que a lo más que se atrevía era a un cuento corto como el de la actriz porno y el cuidador de la princesa. ¿Qué le ha hecho cambiar de opinión? ¿Conoce ahora mejor a las mujeres? Enhorabuena por Los enamoramientos, en todo caso.
R. Me di cuenta de que entre los hombres y las mujeres hay muchas diferencias, pero no por fuerza a la hora de: contar, reflexionar, observar, que es lo que principalmente hace el narrador de una novela. Claro que mi narradora es una mujer, lleva sostén, etc. Pero no es tan distinta de mis narradores masculinos en el fondo. En la cabeza no nos diferenciamos tanto, creo yo. Así que no me costó adoptar la voz de María Dolz.

P. ¿Cómo definiría Javier Marías la narrativa de Javier Marías?
R. Nunca se me ocurriría. Entre otras razones, porque nunca me leo, o sólo mientras escribo, y ahí está uno demasiado atareado para juzgar o para definir.

P. Después de tantas novelas y de una exitosa larga trayectoria, ¿Qué siente cuando publica una nueva novela?¿Alguna preocupación o inseguridad que ya creía superadas?
R. Nunca creo superada ninguna inseguridad. Tengo mucha siempre. Que alguna novela anterior haya salido bien, o eso se diga, no garantiza nada para la siguiente. Nada más terminar Los enamoramientos tuve dudas de si era publicable o no. Ya ve, eso tras cuarenta años de actividad. Es lo peor de escribir, que uno nunca se siente seguro.

P. Buenas tardes Javier, quería preguntarte algo sobre el novelista Juan Benet que para mí es importante, pues adoro su prosa, ¿exactamente cuál es el aporte de este novelista a la narrativa española?, ¿no crees que ha tenido pocos imitadores en nuestra literatura?
R. Para mí fue muy importante, tanto como escritor cuanto como amigo. Sus novelas no son nada fáciles, y por eso se lo lee menos de lo que merece. Pero es normal que no haya tenido imitadores: como Kafka, como Bernhard, no los admite. Cualquier imitación se convertiría en seguida en parodia, como sucede con Kafka y Bernhard, que han tenido tantos. Más vale así.

P. ¿Qué opinión le merecen los libros electrónicos?¿Se compraría uno para sus viajes?
R. No tengo opinión, de momento. Es como si me pregunta qué opinión me merecen los DVDs. Tal vez en el futuro me pueda comprar uno, pero no creo. Llevo toda la vida viajando con maletas cargadas de libros de papel. Quizá cuando ya no pueda acarrear tanto peso.

P. Admirado J. Marías, acabo de terminar la parte I de Los enamoramientos, con una levísima sensación de pena y mucha emoción ante lo que vendrá. ¿Será Luisa capaz de reponerse de su pérdida? ¿y María? ¿acaso ha pensado en el dolor de Javier, que a diferencia de ellas ya había valorado como posible la muerte de su amigo más cercano? Comentaremos. Con afecto, Isabela.
R. Se hace usted preguntas más bien retóricas. Siga leyendo y tendrá las respuestas. Confío en que le guste hasta el final. Ah, eso sí, no lea críticas: un par de ellas ya han destripado la novela hasta el final, vaya usted a saber por qué.

P. ¿Es mejor escribir enamorado o haber amado? Cuanto de su día a día hay en sus novelas y cuanto de imaginación. ¡Gracias!
R. Lo mejor es escribir en estado de indiferencia hacia todo, si es posible. Hacerlo eufórico o muy triste no suele dar buen resultado. Hay más de mi imaginación que de otra cosa, aunque también inserto elementos de la realidad, o presto rasgos míos a los personajes más turbios o más odiosos. A los mejores, no.

P. Señor Marías, buenas tardes,¿ ha quedado definitivamente descartado el proyecto de la continuación de Negra espalda del tiempo?. Muchas gracias.
R. Nada hay definitivamente descartado hasta que muera. Pero ese libro, que a mí me parece de los mejores que he escrito, fue tan mal comprendido y recibió tantos ataques, que muchas ganas no me quedaron. A uno, no se crea, le acaba por influir la recepción de lo que publica. Se verá.

P. Sr. Marías, sus novelas me resultan prodigiosas por la manera singular, exclusiva de administrar el tiempo durante el cual discurre la acción; la cadencia de su prosa traslada al lector a un territorio literario absolutamente fascinante, ordenado según unas reglas espacio-temporales propias. ¿De dónde proviene, a qué responde, qué papel juega en su obra esa forma personalísima de establecer el ritmo narrativo?
R. Me temo que pienso y hablo de manera muy parecida a como escribo. Puede que, por tanto, no me quede más remedio que escribir así. También intento que, dentro de lo posible, mi prosa suene algo musical. Nada me habría gustado más que tener talento para la música, la más alta de las artes.El coronel Chabert

P. Con cual de los dos grandes escritores-fleuve se queda: Balzac o Dumas?
R. Por qué elegir. La literatura de todos los tiempos convive, una no elimina otra, como sucede en la ciencia. Es un gran privilegio que todos los autores quepan y ninguno se excluya.

P. ¿Cree que la literatura, como ya le está ocurriendo al cine, va camino de convertirse, casi sin remedio, en puro entretenimiento al servicio de lo comercial? (Excepción hecha, dicho sea de paso, de su obra). ¿Hay lugar para la esperanza? Un saludo.
R. Algo de eso está pasando, sí. Cada vez se publican más libros de fórmula y que sólo aspiran a entretener. Esto está bien, no tengo nada en contra, pero algunos lectores aspiramos a un poco más, a saber más sobre nosotros mismos o sobre la vida a través de las ficciones y de sus reflexiones. Mientras algún libro de altura siga teniendo cierto éxito, alguna esperanza habrá.

P. ¿Es normal que me ría con sus novelas? Encuentro cómicas muchas situaciones que los demás ven muy serias. Gracias por asomarse a la red.
R. Pues no sé, depende de dónde se ría usted. Desde luego, en todas ellas hay escenas locas o cómicas, y bastantes bromas de paso, que van soltando los narradores. Si se ríe usted ahí, normal. Si es en otras partes, será que yo lo hago muy mal.

P. No sé si es usted consciente de lo frustrante que es leerle para los que aspiramos a ganarnos la vida escribiendo. Uno tiende a comparar lo que es capaz de hacer con lo que usted escribe… y sale escaldado, claro. Aliéntenos un poco, ande.
R. Sólo puedo decirle esto, sin ánimo de compararme con S: con Shakespeare es con quien menos se puede «competir», sin duda alguna. Sin embargo, cuando yo lo releo, lejos de deprimirme, lo que él hizo me anima a escribir más, me «fertiliza», por así decir. Yo no voy a competir con él, ni nadie. Pero abre tantas posibilidades, es tan misterioso, que incita a escribir más.

P. Estimado Sr.: cuando leí el primer tomo de Tu rostro mañana me quedé impresionada y totalmente identificada con las razones y explicaciones de porqué su padre no tuvo necesidad de vengarse de su delator a pesar del daño que éste le había causado. Usted en cambio opina ahora: “Una de mis perplejidades tiene que ver con la impunidad, que es uno de los temas del libro, es algo que subleva”. Mi pregunta es ¿explica en el libro razones de porqué no se debe aceptar la impunidad? Gracias
R. No, en el libro no se explica nada de eso, porque las novelas, a diferencia de los artículos, no juzgan o no deben juzgar, no dan lecciones de moral ni de nada. Sólo plantean cuestiones, para las que a menudo no hay respuesta clara. Me refiero a las novelas buenas, desde luego. Esto no significa que crea que las mías lo son. Sólo lo intentan.

P. Cual es el motivo de seguir utilizando su vieja máquina de escribir ¿fobia a las nuevas tecnologías? ¿superstición?
R. No, simplemente me gusta escribir sobre papel, sacar la hoja, corregirla a mano, hacer mis tachaduras, mis flechas, volverla a teclear, y eso cuantas veces haga falta. No voy con prisa, no necesito «ganar tiempo» mientras escribo. Al contrario, en parte escribo para perderlo.

P. ¿Cómo y por qué decidiste escribir sobre un tema tan difícil de definir como es «el enamoramiento»?
R. Escribo sobre lo que me interesa también en la vida. No busco «temas», son los mismos que me ocupan en la realidad: el engaño, el secreto, cómo viven en nosotros los ausentes, la traición, la imposibilidad de conocer nada a ciencia cierta. El enamoramiento también me interesa, eso es todo. Es una de los motores de las vidas de muchas personas.

P- Ese pin de la solapa que tantas veces le acompaña, ¿puede decir algo sobre el? Gracias por escribir tan estupendamente.
R. Gracias a usted. Sí, no es un pin, es un viejo alfiler de corbata, del siglo XIX, que perteneció al actor inglés Robert Donat, ganador de un Oscar y protagonista de una película de Hitchcock, que compré hace años en subasta, en Londres, junto con su pitillera de plata. Representa a Shakespeare, del cual he tomado cuatro o cinco títulos de mis libros. Razón suficiente para llevarlo en la solapa, creo yo. Tengo una gran deuda con él. Y con Hitchcock, por cierto, también.

P. ¿Ha pensado en sus obras como instrumento de seducción? Se asombraría si le contara lo que un amigo ha hecho con sus libros…
R. De seducción … Pues no, no veo cómo. Lo de su amigo, si es algo desagradable o escatológico, prefiero ignorarlo. Gracias.

P. Espero aun poder participar. Sr. Marías un saludo desde Maryland. Porque cree usted que los seres humanos necesitamos el cariño de los demás, y la necesidad de enamorarnos? Le admiro muchísimo. Considero que ya muy poca gente tiene la educación de antaño. Un beso.
R. Pues por lo mismo que lo cree usted. No tiene mucho misterio eso, creo yo. Gracias en todo caso.

P. La risa es un rasgo común en algunos de sus personajes y además muy positivamente valorado por los narradores de sus novelas, como es el caso de María Dolz, ¿cuál es el valor que usted le da a la risa en la vida y en la literatura?
R. Adoro a la gente que se ríe con facilidad (siempre que no se ría tontamente por todo). Es gente que alegra la vida, que contagia, gente admirable. A cualquiera que me haga reír -por desgracia lo logran pocos en España. entre los artistas, el humor típicamente español suelo encontrarlo penoso y zafio- le tengo veneración.

P. Sr. Marías, he leído que usted es especialista en pronosticar resultados de los partidos del Madrid. ¿Puede pronosticar los cuatro partidos que van disputar Barça y Madrid? ¡Gracias!
R. Sí, alguna vez acerté, un 0-3 a favor del Barça por ejemplo. Ahora no me atrevo, porque quiero que gane el Madrid, pero no soporto a Mourinho, y no me gustaría verlo sacar pecho por algo que no habría logrado él. Tengo el yo dividido esta vez.

P. Cuando publica una novela le hacen muchas entrevistas, en las que casi siempre se repiten las mismas preguntas. ¿No le aburre?.
R. Enormemente. Acabo odiándome a mí mismo, se lo aseguro.

P. Después de tanto ahondar en los recovecos del amor, ¿ Se acerca el amor más a la pureza o a la impostación?
R. Hacen ustedes algunas preguntas muy difíciles, la verdad. Me siento como en un examen (como alumno), lo cual no es muy grato, debo decir.

Mensaje de despedida:

Ha pasado ya una hora y me esperan quehaceres. Ha sido un placer conversar con ustedes. Mil gracias por sus preguntas (incluso por las alambicadas) y por su interés. Que no se enamoren exactamente como los personajes de mi novela. A ver si encuentran un modo más optimista, digamos. Se lo deseo de verdad. Saludos cordiales,
Javier Marías

Los internautas preguntan a Javier Marías

LA ZONA FANTASMA. 10 de abril de 2011. Perjuicios de la vida transparente

Tenía que suceder antes o después, aunque si alguien hubiera metido el episodio en una novela o película, la gente habría linchado al autor por tramposo, por tomar el pelo a los lectores o espectadores, por colar hechos inverosímiles, por chapucero y por facilón. Pero ya he dicho en más de una ocasión que la realidad es muy mala novelista, y que no hay más remedio que tragarse sus incongruencias, sus increíbles y constantes casualidades, sus baraturas y sus ramplonerías. Ocurren y ya está. Eso sí, los escritores y cineastas deberían llevar buen cuidado a la hora de incorporar a sus ficciones historias reales, a lo cual, por cierto, son cada vez más propensos. A menudo, cuando le he objetado a un colega que determinada circunstancia de una novela suya no había quien se la creyera, me ha contestado con ufanía: «Pues eso está tomado de la vida real, sucedió tal cual». Mi respuesta ha solido ser: «Me lo temía. Por eso no hay quien se lo crea en una novela, que se rige por leyes enteramente distintas que la realidad».

Lo cierto es que, según relató en su día este diario, un joven paraguayo de diecinueve años, Óscar Eliseo C F, viajaba en autobús una noche de Málaga a Madrid, y, tal vez por aburrimiento -el trayecto dura seis horas-, sacó el móvil como todo el mundo y se puso a conversar. «Acabo de matar a un tío», le dijo a su interlocutor, con tan mala suerte que el pasajero del asiento contiguo resultó ser un policía nacional fuera de servicio. El agente, aprovechando una de las paradas o descansos, se comunicó con el 091 y solicitó una investigación express para que le averiguasen si lo que el incontinente paraguayo contaba por el móvil con bastante detalle se correspondía con algún crimen verdadero o era una mera invención. Las pesquisas surtieron efecto: unos días atrás se había producido un apuñalamiento mortal -hígado y páncreas- en el transcurso de una pelea multitudinaria en la Plaza de Murillo Carrera de la capital malagueña. Óscar Eliseo, muy astuto, había decidido poner tierra por medio, «borrar pistas, desvincularse del crimen y despistar a los investigadores». Por eso había cogido aquel autobús hacia Madrid, donde, nada más apearse, lo trincaron varios policías de paisano que llevaban ya un buen rato aguardándolo, con todos los datos del caso hilvanados, gracias a su desenfado verbal y a la mala pata de llevar al lado, entre todos los viajeros posibles, a un poli fuera de servicio.

No es que Óscar Eliseo fuera un completo pardillo pese a su juventud: había tomado la precaución, tras cargarse a un individuo, de «esfumarse de la ciudad andaluza». Lo perdió el aburrimiento, me imagino -y no leer-, y sobre todo la costumbre, compartida por el 95% de la población, narcotizada o idiotizada por los móviles -como prefieran- en diferentes grados de narcotización o idiotización. Debo de ser uno de los pocos españoles que no los usan, porque los considero un instrumento de vigilancia y control; también de esclavización del que lo lleva; por último, una fuente de divulgación de los propios secretos. No sólo porque es facilísimo interceptar y escuchar las conversaciones de un móvil, sino porque -lo veo a diario- sus usuarios acaban por utilizarlo en cualquier momento y lugar y, una de dos: o se olvidan de que hay testigos auditivos a su alrededor, o eso les trae sin cuidado por la generalizada falta de pudor, el creciente desdén hacia las intimidades propia y ajena y el progresivo exhibicionismo de nuestra sociedad (quién sabe si Óscar Eliseo no pudo soportar no jactarse de su hazaña ante su interlocutor). Hoy oye uno en la calle, en los transportes públicos y en los restaurantes monólogos a voz en cuello que lo hacen ruborizarse, o le provocan rechazo hacia la persona que habla, o están a punto de causarle el vómito. A mí me han presentado a individuos a los que casi me he negado a darles la mano, porque previamente los había oído decir barbaridades, o contar miserias o chulerías, o soltar zafiedades, o descubrirse como émulos de Intereconomía o de Goebbels, en sus impúdicas charlas por el móvil, a pocos metros de mí. Luego aparece un conocido común y pretende que se haga uno amigo o por lo menos sea amable con ellos. Antes eso era factible, porque la gente disimulaba y mantenía reservas, algo sumamente conveniente para todos. Hoy la mayoría comete el error de mostrarse tal como es en un sitio público y delante de una multitud.

Por las mismas fechas en que trincaron al incontinente paraguayo homicida, el FBI investigaba el robo de fotos comprometedoras guardadas en los teléfonos móviles personales de celebridades como Scarlett Johansson, Jessica Alba y las estrellas juveniles Miley Cyrus, Selena Gómez y Vanessa Hudgens; fotos que, por supuesto, habían pasado al instante a circular profusamente por Internet. Queda como leve incógnita por qué tantas de estas jóvenes famosas posan totalmente en cueros y llevan esas imágenes en sus móviles (es de suponer que para enseñarlas o enviarlas a amistades escogidas, pudiéndose admirar con parsimonia a diario en el espejo), pero si a un pirata le es tan fácil acceder a los contenidos de éstos y distribuirlos a discreción, la innegable utilidad de estos aparatos queda muy contrarrestada por los infinitos peligros a que nos exponen. A veces me pregunto si es que ya casi nadie tiene interés en resultar misterioso y guardar secretos. La vida transparente es lo menos atractivo que se puede imaginar, y encima es enormemente perjudicial. Que se lo digan a Óscar Eliseo, sin ir más lejos.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 10 de abril de 2011

Los pliegues de un crimen

Elliot Erwitt

Si la gran obra de Javier Marías, Tu rostro mañana, podría asociarse, por ritmo y amplitud sinfónica, al Réquiem alemán de Johannes Brahms, Los enamoramientos se asemeja a alguna de esas piezas maestras de la música de cámara del mismo maestro, por ejemplo el Trío, opus 8. Tres instrumentos (voces aquí: las de María Dolz, Luisa y Javier Díaz-Varela) van componiendo con asombrosa precisión, dialogando entre ellos, el desarrollo de algunos de los que han sido los grandes motivos de la literatura de Marías, a los que esta novela añade otros.

Lo primero que sorprende a cualquier lector es que algunos de los temas allegados (la envidia, la iniquidad que queda impune, la exención de la culpa de un delito por su delegación en intermediarios, la memoria que deja en los vivos la muerte del ser querido), estando ahí desde siempre, parece que, cuando Marías los trata, estuvieran esperándolo, como si nadie los hubiera dicho antes. Ciertamente no de la misma forma, nunca con ese laboreo incesante del pensamiento que queda suspendido, se inicia primero tímido, y se va acrecentando conforme la novela avanza, hasta ofrecer finalmente todos sus matices.

Espejo del alma

Iniciado en scherzo, como los motivos beethovenianos que tanto gustaron al Brahms de cámara, y desde un resquicio casi imperceptible de lo cotidiano, va sometiendo Marías ese motivo a todas sus variaciones, hasta entregar al final de la novela el espejo del alma humana en el que el lector se mira y reconoce.

Espejo tiene la misma raíz que especulación, y ahí entra el registro discursivo indagatorio de Marías, cuidadoso, entretenido en el trenzado de un estilo y un pensamiento (son indistinguibles entre sí) que no tiene parangón en la literatura de hoy. Es, además, inimitable. Primeramente, por esa fusión entre el estilo del decir y el del pensar. Para encontrar algo semejante tenemos que ir, en teatro, a Shakespeare, y en novela, a Proust o Faulkner.

A tal indistinción entre el discurso verbal y el fluir del pensamiento le ha dado Marías, incluso, una vuelta de tuerca a la que no había llegado nadie, que yo sepa. El modo como maneja el estilo indirecto libre, que en la gran tradición de la novela suponía decir el pensamiento de otro desde la fusión de voces interna y externa, Marías lo lleva a su punto más alto, entregado ya a pensar el pensamiento de otro; a adentrarse de tal modo en la conciencia, que es la propia narradora la que va descubriendo (y el lector con ella) hasta qué punto los celos, la envidia, la administración de lo irracional del amor, el egoísmo o el cinismo se instalan en la mente, no como un paisaje conocido, sino como un territorio (un abismo) al que te asomas y miras como si nadie antes lo hubiera descubierto.

Javier Marías sabe que Macbeth sí lo conocía, con la forma en que las paradojas del estilo de Shakespeare descubren la inutilidad de los intentos por zafarse del privilegio del azar o del destino. En esta novela, a ese tiempo suspendido en el que el adverbio hereafter («a partir de ahora») completa la perífrasis verbal should have dead («debería haber muerto»), añade Marías otros testimonios de voces escritas que hablan del imposible retorno desde la muerte. Lo hace de la mano de Balzac, en una novela corta, El coronel Chabert, que acaba de traducirse en Reino de Redonda, a la que Marías todavía arranca matices insospechados, que habrían admirado a su autor. O, sin ir más lejos, recurriendo a la joya del sabio Sebastián de Covarrubias cuando llevaba su Diccionario a donde no va a llegar nunca otro para explicar la envidia. Finalmente, citando a Alejandro Dumas, con una sentencia sobre el poder antiguo de la justicia y el honor, o de la culpa asumida que nuestra civilización descreída y cobarde ha convertido en pieza de fácil recambio por impunidades varias.

Altas dosis de intriga

Hacia la página cien culmina el primer motivo, el duelo por la muerte del ser querido, y tras el contrapunto de la broma del profesor Rico, que sirve de gozne, se inicia el diálogo entre Luisa y María, con otro gran motivo vinculado ya a la personalidad compleja de Díaz-Varela: el del enamoramiento. Cuando todo parecía que iba a ser de un modo, se inicia un gran cambio que hace entrar, como si fuera un adagio en una estructura dialógica entre las voces del piano y el violín, el desvelamiento que la narradora y Díaz-Varela van haciendo de los insondables pliegues del crimen. Todavía dará la novela otro vuelco, que no me perdonaría el lector que revelase. Se lee así toda ella sin poder dejarla, como una apasionante indagación, con altas dosis de intriga, en los recovecos del alma humana.

Es prodigioso el uso que Marías hace de los tiempos verbales y también de los narrativos (la analepsis en potencial, que introduce el figurado diálogo entre Miguel Deverne y Díaz-Varela, termina siendo anticipación de cuanto puede venir luego); y todo se hace con un manejo de los condicionales, los subjuntivos, el lujo todo del idioma en sus tiempos y verbos más ricos para que la gran literatura aparezca otra vez aquí con su rostro verdadero.

J. M. POZUEL YVANCOS

Abc cultural, 9 de abril de 2011

A LA INTEMPERIE: Una prosa al galope

La de Javier Marías es una prosa al galope. Lo prueba, una vez más, en Los enamoramientos (Alfaguara, 2011). Marías es un escritor, un prosista, un novelista que necesita que sus libros y novelas sean leídos con un alto grado de complicidad (lectora, se entiende). Su escritura, siempre al galope y de frase larga, no permite al lector detenerse en una esquina cualquiera a tomarse un refresco para luego continuar la carrera. Los enamoramientos es una cábala detrás de otra, porque un gorrilla (que ha acuchillado a uno de los personajes antes incluso de empezar la novela: el asesinato es una nota de prensa, un simple suceso de la crónica roja de Madrid) ha matado a un señor bien en una zona segura de la capital del país.

Narrada por la voz de una mujer, su protagonista principal, la editora a su pesar María Dolz (a quien, a veces, me ha parecido reconocer; otras veces, he tenido la sensación de que estaba hablando sólo conmigo), la novela de Marías es también el eco del eco de otras voces que se imagina (piensa) la protagonista esencial, que relata una tras otra (y las desgrana) las hipótesis del crimen. Un crimen donde el criminal es lo menos importante, no hay nada de novela negra en esta prosa al galope donde nunca se desboca un caballo ni ningún personaje ni episodio van más allá de donde los ha destinado el novelista.

La duda, la traición, la envidia, el crimen; el enigma, la intención real del crimen, la reflexión (monólogo interior o diálogo imaginario) de la protagonista en la narración, los perfiles de los protagonistas, las descripciones (demoradas a veces hasta la misma escultura de los personajes) delatan (descubren) un oficio de corredor de fondo que en Marías ya tiene una larga tradición. Los enamoramientos lleva a la misma narración una novela corta de Balzac con la que Marías juega: por mucho que alguien haya amado y lo hayan amado, una vez cumplido el ciclo del enamoramiento, su desaparición como personaje es un hecho sin vuelta atrás. Cuando a alguien se le da por muerto o desaparecido un largo tiempo, ya no puede volver a la misma realidad que abandonó: las cosas y las personas son otras y él, el desaparecido aparecido de nuevo, no es más que un fantasma inoportuno. Ahí está la vaina. Me ha gustado mucho leer esta novela, leer su dedicatoria personal (a veces me daba la impresión de que Marías me estaba contando a mí la novela, yo con un Edmundo en los labios y en silencio y él hablando con su cigarrillo en la mano, los dos jugando cada uno con un vaso de whisky).

Al fin y al cabo, me he reconocido un par de veces en la literatura de Marías (en uno de sus relatos soy un putero -­hasta Mainer se hizo cargo- y en una de sus novelas mis apellidos están en dos de las tumbas de un cementerio lleno de vivos), y eso, y algunas cosas nuevas, me acercan más al autor de esta prosa galopante, que arrolla e hipnotiza a quien haga el esfuerzo de seguirla con el interés de un lector acostumbrado a la gimnasia cotidiana de leer. No, no es fácil leer a Marías, pero es muy gratificante seguir esa carrera de su prosa: el lector libera endorfinas intelectuales y termina por perder grasa superflua, tan común, y por verse más estilizado al final de la escapada. Recomiendo vivamente la lectura de esta novela última de Marías porque, además, me parece el maduro compendio de las virtudes de un prosista siempre al galope de su propia escritura.

Tuve entuertos y diferencias amistosas con Marías durante largo tiempo. Como en Los duelistas, todavía no sé exactamente dónde estuvo la etiología de esa enfermedad que luego otros atizaron: cómo se enfervoriza la masa cuando ve que dos combatientes se fajan en el terreno de la lucha. Tengo envidia de Marías cuando escribe sobre su padre con motivo de su cumpleaños o de su muerte; cuando lo cita en las novelas, cuando lo rememora en frases o en leves anécdotas que para él, y con razón, son episodios trascendentales. Cuando publicó uno de esos artículos sobre el viejo filósofo estuve a punto de enviarle una nota, felicitándolo, pero no lo hice por prurito de combatiente, y me equivoqué. Luego nos hemos dado cuenta de que poco a poco las distancias se han roto, para pavor y asombro de quienes pasan muchas veces por sus amigos y por los míos. Tengo para mí que ahora somos amigos, aunque no todavía confidentes de nada. Tal vez compartamos algunos puntos de vista que nunca estuvieron tan lejanos como nos creímos o nos hicieron ver, pero en todo caso el verdadero acercamiento por mi parte se produjo cuando empecé a leerlo a fondo y supe, por fin, que había encontrado un amigo. Supe tal cosa por uno de nuestros vicios comunes, el caballero del sur William Faulkner, señor de la literatura, que nos enseñó entre otras cosas que los verdaderos amigos de los escritores son sus lectores.

De modo que, a este tenor, creo que Marías va a ganar con Los enamoramientos muchos amigos a través de su lectura. Recuerdo muy bien que, en una reunión de escritores en Santillana del Mar, vimos juntos un partido internacional de fútbol, Italia-Francia. Ante el susto de otros muchos autores, Marías me preguntó amistoso: «Juancho, ¿tú con quién vas?». «Con Francia, Javier, con Francia, ¿y tú?», le dije. Se sonrió con levedad y me contestó: «Con Italia, con Italia». «¡Están hablando, están hablándose!», escuché detrás de mí. Una vez más nos unían unos duelistas contrarios, como si la vida repitiera la literatura: como si todo estuviera predeterminado por la literatura.

J. J. ARMAS MARCELO

Abc cultural, 9 de abril de 2011

El relato del tiempo

En la lengua de los Chamacocos, un pueblo indígena del Paraguay, para negar el verbo en tiempo presente se usa el futuro, que pertenece al modo «no indicativo». Para decir «él no ama», se dice «él amará». Con ello no se quiere afirmar la certeza o la probabilidad o la esperanza de que algo suceda más tarde (en el ejemplo citado, «que él mañana se enamore»), sino más bien señalar una negación, una ausencia. Diciendo «él amará», además, se puede entender que no ama.

Esto bastaría quizá para proponer al chamacoco como lengua oficial del Reino de Redonda y, como duque del mismo reino («duque de segunda mano», reza el título que elegí para mí), me reservo el derecho de hacer esa propuesta. Creo que a nuestro soberano, Javier Marías, rey de Redonda y uno de los grandes escritores del mundo, tal propuesta no le disgustará.

Como todo auténtico poeta, Marías es inexplicable incluso para sí mismo. Cercano a la tragedia, a la piedad, a la violencia cruda, pero también rico de ironía, en la escritura y en la vida, como lo demuestra su bizarro Reino de Redonda, una islita deshabitada en el Mar de las Antillas, en la que Gawsworth, un escritor aventurero, se proclamó rey hacia fines del siglo XIX, y cuyo título, a través de surreales y complejas sucesiones, llegó hasta Marías mismo, quien constituyó una Cámara de Pares del Reino, cuyo número crece por cooptación entre sus miembros, y entre los cuales se encuentran Coetzee, Munro, Steiner, Eco, Kundera y Almodóvar.

También el humorismo, la sonrisa fraternal y afectuosa forman parte de la gama de sentimientos de un autor como Marías, para quien -como para su amadísimo Shakespeare, de quien extrae a menudo el título de sus novelas- la vida es al mismo tiempo una fábula narrada por un idiota, como en Macbeth , o la belleza de Julieta, que enseña cómo se encienden las antorchas.

En Marías -que acaba de lanzar una nueva novela, Los enamoramientos – la escritura nace sin un diseño preciso: «Carezco por completo de una visión de futuro. No sólo no sé lo que quiero escribir y adónde quiero llegar… No sé siquiera cuando comienzo una novela ni cuál será el tema ni qué sucederá ni quiénes serán los personajes. Y ni hablar de cómo terminará». Con esta poética -que siento mía, mucho más que otras-, Marías cuenta aquello que hubiera podido suceder y nunca sucedió. Como para Musil, también para él, la historia, individual y colectiva, está hecha de potencialidades concretas y no quiméricas, es decir, de aquello que es posible en una determinada situación y, como tal, forma parte de la vida y del mundo.

Tu rostro mañana -obra de fuerza extraordinaria- es el título de su reciente trilogía, pero podría ser también el título ideal de su narrativa en general, que comprende textos inolvidables, como Mañana en la batalla piensa en mí , Corazón tan blanco (probablemente su obra maestra), Negra espalda del tiempo , además de agudos ensayos, en los que la amable y morosa racionalidad de pronto se quiebra como la superficie del mar, cuando los remolinos abren lugar a los abismos, sin que por ello se turbe la responsable lógica del discurso.

Javier Marías es un maestro original de la narración del tiempo, tal como tantos predecesores excepcionales: Proust, pero sobre todo Faulkner y Sterne, sus preferidos. Narrar el tiempo significa contar el modo en que éste se deshilvana a partir de una bruma capaz de tomar, como las nubes, la forma de las realidades más diversas. El tiempo, transcurriendo, se transforma en el rostro y en los sentimientos de los hombres, se coagula en los eventos individuales y colectivos, en un proceso en que todo se condensa y se disuelve, sin que nada se pierda.

La red que el narrador echa en la crecida aferra de todo, aun cuando después lo deja hundirse con piedad en el magma informe de la vida, porque para los hombres no siempre es bueno que emerja la verdad. En la escritura, el pasado inestable y cambiante se transforma y asume una dimensión cronológica distinta.

Marías es un poeta de lo grande y de lo mínimo, de la historia y de los matices del corazón, de las pasiones, intrigas, aventuras, del misterio, de los objetos y fantasmas. A menudo enfoca en cámara lenta la existencia en escenas amplificadas, para después difuminar esa existencia en una sombra humanísima y protectora.

A Marías también le fascinan, si bien con horror, el mal violento e impalpable, el mal individual y colectivo, la traición y la delación, los crímenes cometidos por los Estados y por las leyes, el mal opaco que la vida absorbe, olvida e integra en lo cotidiano, como el delito de Ranz en Corazón tan blanco , o la indiferencia que rodea a la mujer muerta en Mañana en la batalla piensa en mí , o las atrocidades de la guerra de España y de los servicios secretos, evocados en el último volumen de la trilogía Tu rostro mañana , en que acciones tenebrosas se entrecruzan con una de las más bellas historias de amor y de muerte.

¿Es un bien o es un mal conocer el rostro en el mañana, el de uno mismo y el de las personas queridas que forman parte de nosotros, que son parte de nuestro propio rostro? ¿La verdad nos hace libres, como dice el Evangelio, tan amado por Freud? ¿O bien, petrifica como la mirada de la Medusa, es insostenible como el rostro de Dios, que quien lo ve, muere? Marías es un gran narrador de las verdades y de los secretos, de la imposibilidad y de la necesidad de ignorar. Su gran compatriota barroco, Gracián, debe de haberle enseñado que la verdad es una sangría del corazón. Narrar deforma y altera los hechos, los crea y los niega al mismo tiempo. El escritor y el lector son también espías. Inventar la vida como hacen los escritores -dice Marías- significa «hallar», descubrir la vida misma, en el sentido del verbo latín invenire .

La escritura hace algo más: descubre también la ausencia, aquello que se ha perdido, las omisiones y los deseos insatisfechos de una existencia, los proyectos frustrados, descubre aquello que fuimos y aquello que no fuimos. Sólo el relato puede representar este lado cóncavo de la vida, estas alternativas de la realidad en indicativo, o incluso de la totalidad de la existencia. Porque nosotros somos lo que hicimos, pero también lo que hubiésemos querido hacer, aquello que quizá por pura casualidad no hicimos pero que estábamos dispuestos a hacer, aquello que pensamos y deseamos sin confesárnoslo, lo que olvidamos o fingimos haber olvidado. Esta es la verdad de la escritura, pero también su potencia devastadora, porque obliga a hacer las cuentas con la totalidad de aquello que somos, cuyo peso es casi siempre insoportable.

Marías no está casado, pero es un gran poeta del matrimonio, la relación existencial por excelencia entre las personas y por ello profundamente peligrosa: vida convivida, que es un confesionario y al mismo tiempo una elusión, un decirse todo, junto a la dificultad y a la tentativa de no decirlo, con pasión, riesgo y culpa; una complicidad y una rivalidad que giran en torno al decir y el no decir. La vida, para Marías, es fidelidad y traición. No la banal traición erótica o sentimental, sino la traición permanente de los amigos, amantes, padres, hermanos, amores, credos; traición de la propia infancia y del pasado, que se suprimen con el tiempo, al alejarse de ellos.

La literatura, al indagar y a veces al revelar el secreto, tiene una función potencialmente profanadora. Narra el secreto, pero lo narra tarde, en un momento quizás equivocado, poniendo en movimiento mecanismos destructivos. Cada narración puede desencadenar consecuencias incalculables. En el último volumen de la trilogía, Valerie muere porque descubre lo que su accionar ha provocado a lo largo del tiempo. La literatura es entonces la lucha contra el olvido y a favor del olvido, ya sea en el plano individual, ya sea en el plano histórico y político: como, por ejemplo, en la España posfranquista, la culpa y la necesidad del olvido de los delitos de la Guerra Civil.

La escritura vuelve incluso más ambivalente el yo de quien escribe, de quien lee y de los personajes. En el breve ensayo «Quien escribe», Marías afirma que cuando presta su experiencia a un personaje no se trata más de sí mismo, sino de otro; por más similar que sea a sí mismo, se trata de «quien hubiera podido ser y no he sido». Este escritor tan experto en la dislocación moderna o posmoderna del yo ofrece al lector lo que la novela contemporánea no sabe o no quiere ofrecer sino muy raramente: personajes de carne y hueso, historias, hechos, aventuras, verdades esenciales sobre la vida, el amor, la cercanía/lejanía de los seres humanos, la pérdida, la dificultad de vivir juntos, en la amistad como en el amor. El fin de un escritor verdaderamente grande -dijo Marías a propósito de Faulkner- es intentar lo imposible. Valga para todos lo que me deseó en la dedicatoria de su libro Fiebre y lanza , la primera parte de la trilogía: «Que tus queridos rostros de hoy lo sean también mañana».

CLAUDIO MAGRIS

Corriere della Sera (Italia)-La Nación (Argentina), 9 de abril de 2011

[Traducción del discurso que Claudio Magris pronunció en la entrega a Javier Marías del Premio Nonino de Literatura 2011]

Dos críticas incompletas de Los enamoramientos

Los enamoramientos

Con novelas traducidas en cuarenta lenguas, publicadas en 50 países, y seis millones de ejemplares vendidos, Javier Marías (Madrid, 1951), de quien se conmemoran 40 años de vida literaria con la reedición de su primera obra, Los dominios del lobo (1971-2011), es el escritor español vivo con mayor proyección internacional en las más altas esferas literarias. No tenía fácil salir con acierto del esfuerzo acometido en la monumental novela en tres partes Tu rostro mañana (2002-2007), que, por su compromiso moral y literario en rescatar del olvido por medio de la ficción verdadera, ciertos episodios de la historia europea en el siglo XX, constituye una de las cumbres novelísticas de nuestro tiempo. Mas ha superado con éxito la encrucijada dando cima a una novela excelente, digna de figurar entre las mejores de su autor porque, tanto por el conflicto novelado como por sus estrategias narrativas, ofrece un genuino producto de Marías en estado puro, incluida la presencia recurrente del profesor Rico en su condición de “hombre de saber inmenso”, también arrogante y fatuo en su “pueril pavoneo”.

Si en las novelas del ciclo Deza, Marías había construido figuraciones de un yo mudable en cada una de la serie memorial, iniciada con Todas las almas (1989) y Negra espalda del tiempo (1998) y concluida en Tu rostro mañana (analizada por Pozuelo Yvancos en Figuraciones del yo en la narrativa. Javier Marías y Enrique Vila-Matas, 2010), en Los enamoramientos la estrategia narrativa descansa en la figuración de un yo femenino que da lugar a una novela de narrador cuyo interés se centra en conflictos encarnados en el interior de unos personajes concretos y en la autocrítica de la novela misma en su proceso creativo. Con ello Marías pasa del alcance colectivo de algunos episodios dramáticos de la historia europea en Tu rostro mañana al interés por los conflictos íntimos de personajes en su individualidad, si bien trascendidos en su dimensión universal. […]

En este proceso hay una extraordinaria riqueza semántica, por sus múltiples ángulos de interpretación, y literaria, tanto por los referentes de otros textos que funcionan como complementos que iluminan la situación presente, como por la constante autocrítica de la mente narradora en el examen de conjeturas y refutaciones que puedan esclarecer la verdad de lo ocurrido. Pero esta verdad, lejos de ser unívoca, resulta compleja e irreductible a simplificación. Y así la que parecía una obra sobre el amor, la amistad, las relaciones de pareja, el azar, la muerte, la memoria y la culpa, lo cual ya es mucho, ensancha su sentido hasta convertirse en una novela sobre la radical inaprehensibilidad de la realidad, la impunidad y la extrema dificultad de conocer la verdad. Con ello la novela trasciende su empeño en el análisis pormenorizado de situaciones, observaciones, pensamientos y sentimientos enraizados en la vida cotidiana, examinados en sus mínimos detalles, hacia la consideración meditativa de afanes, ambiciones y constantes universales que mueven el mundo. A los cuales hay que añadir la envidia, cuya relevancia en la interpretación de lo narrado viene resaltada por su repetida definición según el diccionario de Covarrubias.

En su minuciosa exploración de la cotidianidad, tratando de hallar la trascendencia en la banalidad, lo cual es un rasgo fundamental de grandes novelas a partir del siglo XX, el autor ha sabido enriquecer la introspección psicológica de sus criaturas con el concurso de otros textos en los que se plantean situaciones y problemas similares, como alguna frase de Macbeth (Shakespeare es habitual en las novelas de Marías), la novela corta El coronel Chabert, de Balzac, y el pasado matrimonial de Athos en Los tres mosqueteros. No son referencias gratuitas, sino hipotextos cuya recurrencia perdura porque complementan la interpretación de lo contado. Nada es gratuito, pues todo está motivado en un texto muy pensado en cada frase. Y aun cabe añadir alguna referencia cervantina. Como sabemos, la herencia de Cervantes está cada vez más presente en las novelas de Marías. Aquí, como en el ciclo Deza, es manifiesta en la autocrítica de la novela a través de la voz y la visión de la narradora, quien, a veces, se convierte en receptora crítica […]

Los enamoramientos […] es novela que va creciendo en intensidad, tanto en la observación de lo cotidiano y la complejidad psicólogica de sus personajes como en la gradual ponderación de nuevas posibilidades por sabia distribución de la información. También es novela que vamos viendo hacerse a sí misma, con lúcido análisis de los problemas que su desarrollo va planteando. Es admirable, por ejemplo, la narración del último encuentro entre la narradora y Díaz-Varela en casa de éste, donde ella actúa como interlocutor crítico del asombroso relato de él. Y para examinar con detenimiento y exhaustividad lo que se está contando, el tiempo se ralentiza en las ocho últimas secuencias de la tercera parte (pp. 279-350) hasta el punto de durar más el discurso que el tiempo real. Por eso habla y réplica en el diálogo entre ambos se distancian para favorecer amplias y pertinentes digresiones en la comprensión de lo que está sucediendo.

Estamos ante una gran novela que nos analiza a los seres humanos en nuestros afanes y miserias, y que se explica a sí misma, una novela ensayo, tal vez la modalidad más importante en la narrativa europea actual, que, además de comentarse a sí misma, señala los peligros a los que se enfrenta: tener un final previsible y quedar reducida a un melodrama protagonizado por el clásico triángulo amoroso o a una novela policíaca. Tales retos han sido superados con acierto. Pues el reproche de lo previsible lo desmonta la narradora con sus digresiones; el riesgo de melodrama queda superado por la indagación en las pasiones y flaquezas humanas; y el peligro de novela policíaca desaparece […]

ÁNGEL BASANTA

El Cultural, 8 de abril de 2011

[Aviso de los editores de este blog: En vista de que algunas reseñas destripan la novela recién publicada y aún leída por pocos, hemos decidido colgarlas sin los fragmentos reveladores. Los lectores que quieran leerlas completas no tienen más que pinchar en los enlaces.]

Un homicidio piadoso

J.A.MASOLIVER RÓDENAS

La Vanguardia, Culturas, 6 de abril de 2011

Ver, sospechar y callar

Tras la monumental y ambiciosísima trilogía Tu rostro mañana, Javier Marías urde una trama de similar complejidad en el que la protagonista y tenaz observadora se convierte en testigo de la felicidad y la desgracia de una pareja. Una historia sobre la fragilidad de las certezas de la realidad.

 No se ha dado respiro Javier Marías después de la monumental Tu rostro mañana (2002-2007) y no porque no haya dejado pasar el tiempo sino porque no se ha conformado con una novela menor y de trámite. No lo es Los enamoramientos, de la que lo peor que puede decirse es que el título resulta endeble o desorientador, aunque en la trama se cuenten por lo menos tres enamoramientos y aunque las desmesuras o insensateces que en ese estado llegan a cometerse constituyan uno de los objetos de reflexión. Pero no el único ni el que se aferra con más ahínco a la memoria del lector, que sale aturdido y como requerido por lo que se narra, se conjetura o se entrevé en esta historia de cámara y de poderoso nervio moral.

 La narradora es una contempladora de la vida ajena, en particular la de una pareja que desayuna a diario en la misma cafetería que ella y que se le antoja perfecta. Esta calidad de testigo se extiende a su trabajo como editora, que la pone en contacto no solo con el talento sino con la fatuidad y neurastenia de los inventores de vidas (como Cortezo o Garay Fontina, ocasión para una divertida tontología del escritor envanecido). Vida y literatura son observadas por María, que, aburrida de la segunda, aplica su curiosidad y fantasía a conjeturar los secretos de la primera. Pero, como bien sabe ella, a los personajes de ficción con los que uno simpatiza alguna desdicha ha de ocurrirles «o no habría novela o película», y algo sucede que activa una maquinaria en cuyos engranajes menores esta voyeur impune se verá atrapada. Una mezcla de azar y lógica, de suposiciones y actos abortados, la coloca en una tesitura en la que no hay más certidumbres que las que fabrica la voluntad.

 María hace suyo el estilo sinuoso de Marías (la semejanza onomástica quizá no sea casual), el don de embelesar mediante la digresión pluritemática, la maña para incrustar una anécdota cómica que agrieta el dramatismo (con el ya ineludible profesor Rico), la habilidosa exploración de los tiempos hipotéticos y las alternativas desestimadas. Y aunque Marías ha probado que la pulsación de esta prosa hipnótica puede sostener toda una novela (así en la segunda entrega de Tu rostro mañana), aquí se pone al servicio de una trama urdida con hilos sutiles que se revelan poco a poco, con la fragilidad que aqueja a toda certeza en el mundo real. Sobre todo cuando esta depende de un relato oído y gran parte de la novela está tejida por morosas conversaciones en las que lo sugerido o intuido o desmentido con el gesto pesa tanto como lo dicho con palabras.

 Calado ético

En esta novela excelente no es el enamoramiento el asunto cohesivo, sino más bien la índole espantosa de las acciones que podemos realizar en determinadas circunstancias y el conflicto moral de quien tiene en su mano torcer el destino de otros con solo revelar lo sabido. ¿Intervenir y delatar el crimen o abstenerse en beneficio de una continuidad pacífica? Marías plantea cuestiones de hondo calado ético (quien quiera puede hacer una extrapolación política de las mismas) que ni quiere ni puede resolver y que deberían remover al lector. Equidistante por igual de la narración neocostumbrista, de la escritura mazorral o engolada, de la pirotécnica desustanciada, Marías es un genuino exponente de esa novela que, como en Sebald, Magris, Philip Roth, McEwan o Coetzee, siendo aventura estética, se quiere aún aventura de conocimiento. 

 DOMINGO RÓDENAS

 El Periódico, 6 de abril de 2011