LA ZONA FANTASMA. 28 de junio de 2009. El país que se toma la crisis a broma

En un país como España cuesta sobremanera tomarse en serio la actual crisis económica, no digamos las políticas encaminadas a combatirla, sean la del Gobierno o la de la oposición, aunque la de esta última ni siquiera sepamos en qué consiste. Lo cierto es que no se habla de otra cosa desde hace diez meses y sin embargo, en conjunto, nada cambia ni se prevé que lo haga. Claro que hay muchos más parados, y que a bastantes se les están ya acabando las ayudas al desempleo y se ignora qué será de ellos. Pueden añadir las dificultades de numerosas empresas, el previsto desmoronamiento de las inmobiliarias salvajes (contra cuyos abusos no hizo nada ningún político, pese a las incontables advertencias de quienes no somos políticos ni economistas, era una cuestión de mero sentido común), la falta de escrúpulos de la banca y lo que ustedes prefieran. Pero no hay manera de tomarse en serio esta crisis cuando yo me siento a escribir esta pieza el jueves 11 de junio y resulta que en mi Comunidad vuelve a ser fiesta, lo cual invitará a muchos ciudadanos a tomarse libre mañana, viernes –es decir, a hacer puente–, y a no reincorporarse a sus tareas hasta el lunes 15. Esto no es algo excepcional, sino la norma. En Madrid, en menos de tres meses, fue festivo el 19 de marzo, jueves, con el consiguiente puente hasta el lunes 23; a continuación, el viernes 3 de abril se inició la “operación salida” de Semana Santa, la cual terminó aquí el lunes 13, pero en muchas zonas del país el martes 14; el viernes y sábado 1 y 2 de mayo volvieron a ser fiesta, y de nuevo lo fue el viernes 15 de mayo, San Isidro; y, como si todo esto no bastara, hoy otra vez, Corpus Christi (?). Esto significa que entre el 15 de marzo y el 15 de junio, han sido más o menos inhábiles 39 fechas, contando sábados, domingos y la Semana Santa entera (pero no el Lunes de Pascua). O, lo que es lo mismo, el 43% de los días, cerca de la mitad de los transcurridos.

¿Es esto serio? ¿Es aconsejable? ¿Es propio de una sociedad inmersa, según se nos repite a diario con cabellos mesados y vestiduras rasgadas, en la más grave emergencia económica desde la Segunda Guerra Mundial? ¿Tiene algún sentido que la producción y la actividad se interrumpan a lo bestia, cada dos por tres? (Y ya verán cómo en verano ninguna población suspende sus jornadas de holganza y ruido llamadas “fiestas patronales”.) Entre las medidas contra la famosa crisis, ¿cómo es que ni a un solo político se le ha ocurrido revisar el disparatado calendario y alterarlo temporalmente? (Confesaré al instante, para los suspicaces, que, al ser yo autónomo, lo normal es que trabaje todos los días, sábados, domingos y Semanas Santas incluidos, cuando me lo permiten las procesiones de los desocupados.)

Tampoco ayuda a tomársela en serio saber que mucha gente que gana al mes 1.500 euros de media está acudiendo a Cáritas a pedir comida porque necesita el dinero para pagar la hipoteca y las letras del coche. Y uno se pregunta quién diablos obliga a nadie a tener un piso en propiedad o a poseer un coche, o quién lo ha convencido de que esas dos cosas se cuentan entre las necesidades básicas e irrenunciables. Igualmente, cada vez que alguien va al paro y sale en televisión contando la miserable situación en que se queda, no suele dolerse de la falta de dinero para comer, o para vestir a sus hijos y llevarlos a la escuela, o para pagar la luz y el agua, sino que, machaconamente, se lamenta de las dificultades que lo aguardan para cumplir con la hipoteca y con los plazos del automóvil. Y vuelvo a preguntarme quién lo obligó a meterse en la adquisición de tales bienes prescindibles. Bueno, los bancos, que ahora escatiman los créditos, fueron los grandes tentadores hasta hace cuatro días, desde luego, pero no obligaban. (También para los suspicaces, me apresuro a decir que vivo en régimen de alquiler y que jamás he tenido coche.)

La morosidad se ha multiplicado en los últimos años, mucho antes de la crisis. ¿Qué clase de sociedad es esta en la que se considera normal vivir permanentemente por encima de las propias posibilidades, y solicitar créditos no para lo esencial ni para lo excepcional, sino para cualquier chuminada o capricho, para celebrar por todo lo alto la comunión de la niña, como si fuera una miniboda, o irse de vacaciones no aquí cerca, sino a Cancún o a Bali? Parece haber, además, una absoluta incapacidad para bajar de las nubes. ¿Cómo voy a renunciar a esto y aquello, si ya lo he tenido?, piensa casi todo el mundo, y, con el habitual espíritu pueril de nuestra época, se vuelve hacia el Estado, como si fuera el progenitor, para que ponga remedio a sus frustraciones particulares. Y el Estado, pusilánime e imbecilizado, da ayudas para que la gente siga comprándose coches (sólo de lujo y contaminantes, si se trata de esperanzaguirreños) y continúa manteniendo todos los improductivos y demenciales puentes que jalonan nuestro calendario. ¿Cómo pretenden los políticos, los economistas, los banqueros, los empresarios y los sindicatos que nos los tomemos en serio?

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 28 de junio de 2009

Reino de Redonda: Revolución en el jardín de Jorge Ibargüengoitia


REVOLUCIÓN EN EL JARDÍN
Jorge Ibargüengoitia

Prólogo y edición de Juan Villoro

«Si no ha leído a Jorge Ibargüengoitia, compre alguno de sus libros y léalo. Es muy probable que no encuentre nada en las librerías españolas, lo que demuestra, una vez más, que la vida puede estar muy bien, pero el mundo está muy mal. Si tiene un amigo en México, consiga que le envíe las obras de Ibargüengoitia. Si no tiene ese amigo, laméntelo amargamente. Insisto: lea a Ibargüengoitia. Ya está dicho lo esencial. […] Quiso vivir seriamente, adoptaba un gesto grave en las fotografías y se marcaba horarios de trabajo. […] En su caso, todos los esfuerzos resultaron inútiles: nació sarcástico y murió sarcástico. Lo que otros llaman sentido del humor era en él una tara congénita. […] Nació en Guanajuato (México) en 1928 y falleció en Mejorada del Campo, a bordo de un Boeing 747 de la compañía Avianca, en 1983. El avión había partido de París y se dirigía a Bogotá, con escala en Madrid. El piloto efectuó una aproximación incorrecta al aeropuerto de Barajas y la nave se estrelló contra una colina. Murieron todos, ciento ochenta y una personas. Ibargüengoitia era uno de los pasajeros. Le habían invitado a un congreso de escritores en Colombia, se había resistido a acudir y sólo al final, a regañadientes, aceptó embarcar en el vuelo fatídico.»

De «Un sarcástico incurable», por ENRIC GONZÁLEZ, en El País

«Los sellos de su estilo: rapidez en el trazo de personajes y en el cambio de las escenas, ojos de piloto de guerra para captar detalles delatores, un sentido de la ironía capaz de traducir tragedias en peripecias de la comedia humana. Su personal percepción del periodismo hizo de él un renovador a contrapelo, o casi secreto. […] La claridad de sus exposiciones y su imaginación alegre parecían matizar y aun ocultar la inaudita peculiaridad de sus temas. Las vacaciones de una sirvienta, la receta de un guiso, la enigmática existencia de un objeto o las molestias de un viaje adquirieron en sus páginas el rango de lo imprescindible que se volverá clásico. […] Sólo una vez vi a Ibargüengoitia, hacia 1979. Yo hacía antesala en una editorial para presentar mi primer libro, cuando él subió la escalera, jadeando como un búfalo. Era un hombre corpulento, con corte de pelo de astronauta. No saludó a la secretaria. Sin reparar en mi presencia, abrió las puertas batientes, de cantina del far west, que llevaban al despacho del director de la editorial. Aquel hombre hosco, impaciente, de modales bruscos, era el mejor escritor irónico de México. Me pareció venturoso que pasara antes que yo, una señal de que debía seguirlo.»

Del Prólogo de JUAN VILLORO

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Dos maestros huraños

DEBOLS!LLO

DEBOLS!LLO

Se publican por vez primera en edición conjunta [Faulkner y Nabokov: dos maestros] los libros-homenaje de Javier Marías a dos de sus maestros favoritos, William Faulkner y Vladimir Nabokov. El de Faulkner se publicó en 1997, año del centenario del autor de Palmeras salvajes y El sonido y la furia. El de Nabokov en su centenario en 1999, hace ahora un decenio.

El libro de Faulkner está dedicado a Juan Benet, acaso el novelista español más faulkneriano, pero no desde luego, en un sentido mimético. Región nada tiene que ver con el condado sureño de Yoknapatawpha.

William Faulkner escribía novelas, entre otras razones, para comprar buenos caballos. Era un centauro de la novela, más cercano a De Soto o Cabeza de Vaca, los cronistas de Indias del Mississippi, que a los puritanos de Nueva Inglaterra. Pylon es quizá la mejor novela del carnaval de Nueva Orleans. Una novela con un escenario fascinante. William Faulkner era también un poeta furtivo. El tiempo verde se torna en sus versos en tiempo de bahías de oro. Fue el guionista de Tierra de faraones, 1955, de Howard Hawks.

El doble homenaje se basa en la traducción de poemas de ambos maestros, los de Faulkner en la revista Poesía en 1979-80, y los de Nabokov en la misma revista Poesía en 1979.

“Ahora con Salomón todo lo sabe”. Es un verso de William Faulkner, de tono bíblico. “Ahí, en un claro, dormita un ángel salvaje”, un verso de Vladimir Nabokov, evoca las elegías de Rilke. El autor de Lolita y Pnin formaba el terceto extraterritorial de George Steiner, junto con Samuel Beckett y Jorge Luis Borges. Nabokov abominaba de Faulkner, lo consideraba un palurdo sureño, un granjero. Su novela lírica Lolita fue un bombazo. ¿Se imaginan a Elvis cantando: Lo-li, Lo-la, cada día te quiero más, lo-li, lo-la? Nabokov escribía con ritmo de rumba catalana sin saberlo.

Artículos de domingo

La colección de artículos dominicales de El País Semanal [Lo que no vengo a decir] recoge los publicados durante dos años, desde febrero de 2007 hasta febrero de 2009. La biblioteca subastada de Sir Peter Russell, el gran hispanista de Oxford, “Los pecios de nuestros amigos” es uno de los textos más duros, por la realidad que plasma, la almoneda inminente –tarde o temprano- de nuestras propias bibliotecas.

ALFAGUARA

ALFAGUARA

Javier Marías tiene un ojo certero para levantar las faldas de la realidad más cazurra o adocenada. Nos descubre un verso killer de Machado, poeta machacado por la izquierda burra. “El técnico y el sentimental” es su peculiar recuerdo de Juan Benet, quince años después de su muerte.

Enseñanzas

Juan Benet escuchaba a Schubert embelesado, como quien mira un río de oscuras embestidas. Todo surge de una reseña musical de Álvaro Marías, un maestro de la crítica musical. JB aprendió de los zaragozanos Alfonso Buñuel y Pilar Bayona a escuchar música clásica.

Era la Zaragoza del 27, recuperada contra viento y marea, por un puñado de personas valiosas. Mi maestro Julián Gallego fue amigo de Alfonso Buñuel y Pilar Bayona y siempre vio a Schubert en el retrato de Tiburcio Pérez de Goya.

CÉSAR PÉREZ GRACIA

El Heraldo de Aragón, 18 de junio de 2009

Reino de Redonda: Recuerdos de este fusilero de Benjamin Harris

RECUERDOS DE ESTE FUSILERO
Benjamin Harris

Introducción y Epílogo de Ian Robertson
Traducción de Antonio Iriarte

«Y sin embargo, en las solemnes palabras de William Napier, primer historiador de la guerra contra Napoleón, fue precisamente esta fuerza insignificante, que nunca sobrepasó los 40.000 efectivos británicos, la que «luchó y venció en diecinueve batallas campales e innumerables combates; planteó o resistió diez asedios, y tomó cuatro grandes fortalezas; expulsó dos veces de Portugal a los franceses, y una de España; invadió Francia, y dio muerte, hirió o hizo prisioneros a 200.000 enemigos, a costa de 40.000 muertos entre los suyos, cuyos huesos blanquean las llanuras y montañas de la península».

Por su parte, John Kincaid nos ha dejado una amarga descripción de una revista de oficiales a su regreso de la península, referida sólo a los que habían mandado el 95° Regimiento. Ahí estaban:

«Beckwith con una pata de palo, y Pemberton y Manners con un tiro en la rodilla cada uno, con lo que tenían la pierna tan tiesa como el primero; Loftus Gray con un tajo en el labio y un talón demediado, lo que le daba un compás claudicante a su marcha; Smith, con un tiro en el tobillo, Eele con un pulgar de menos y Johnstone, además de con agujeros varios de bala, con un codo rígido, lo que le impedía molestar a sus amigos arrancándole gigas escocesas a su violín; Perceval, con un tiro en los pulmones; Hope, con una pierna lacerada por la metralla, y George Simmons, cuyo acribillado cuerpo se mantenía en su sitio por obra y mérito de un corsé».

¿Y qué decir de la tropa? ¿Cuántos miles de veteranos, desfigurados, tullidos, muchos de ellos pobres, cuando no en la miseria más absoluta, no quedarían a la deriva en las sórdidas calles del Londres de Dickens, las mismas calles en las que Harris sobrevivió largos años, ejerciendo su oficio de zapatero con habilidad, y resistiendo con paciencia hasta el final? Eso no lo sabremos nunca.»

Del Epílogo de IAN ROBERTSON

«Los Fusileros siempre éramos los primeros en desembarcar, porque, de hecho, siempre formábamos la vanguardia al avanzar y la retaguardia en las retiradas. Como los antiguos nativos de Kent, exigíamos por derecho el puesto de honor en el campo de batalla. […] Ni el calor del ardiente sol, ni las largas millas, ni las pesadas mochilas, pudieron domeñar nuestro ardor.

[…] Era una visión gloriosa la de nuestras banderas desplegadas al viento en aquellos campos. Los soldados parecían invencibles: nada, pensaba yo, hubiese podido derrotarlos. Con decir que, nada más que en los Fusileros, contábamos con algunos de los hombres más duros que hubiesen luchado nunca bajo el sol ardiente en tierra enemiga. Pero viví para ver cómo las penalidades y la fatiga acababan con cientos de ellos antes de que hubiesen pasado unas pocas semanas.

[…] En la retirada de Salamanca recuerdo haber visto caer a muchos hombres. Entonces se trataba ya prácticamente de un «sálvese quien pueda». Aquellos cuyas fuerzas empezaban a fallarles no miraban ni a izquierda ni a derecha, sino que, con los ojos vidriosos, seguían adelante, tambaleándose, como buenamente podían.

[…] Tras la desastrosa retirada a La Coruña, los Fusileros habíamos quedado reducidos a una sombra enfermiza, si se me permite el término. Mi compañía, de cerca de un centenar de hombres, no contaba ya sino tres

Del texto de BENJAMIN HARRIS

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LA ZONA FANTASMA. 21 de junio de 2009. Cosas que nunca terminan

Retrato de Julianín Marías a partir de una foto, por Daniel Canellada

Retrato de Julianín Marías a partir de una foto, por Daniel Canellada

Hace unos pocos días, Paloma Varela, hija de Soledad Ortega, me hizo llegar una carta de mi madre y otra de mi padre a su madre, «encontradas entre las cosas personales de ésta que quedaban en el campo», pensando que yo querría conocerlas y conservarlas. Son cartas con sesenta años encima, fechadas el 6 de agosto de 1949, algo más de dos años antes de que yo naciera y unos cinco meses antes de que lo hiciera mi hermano Fernando (el historiador del Arte, no ese novelista con sus mismos nombre y apellido y con el que no tenemos que ver). Según dice mi padre a la amiga, en ese día han transcurrido sólo cuarenta y dos desde la muerte de su primogénito, al que llamaban Julianín, a la edad de tres años y medio. Sobre la desaparición de ese hermano mayor al que no conocí y que se quedó para siempre como hermano menor o hermano-niño, escribí algunas páginas hace más de un decenio en mi libro Negra espalda del tiempo, e intenté aproximarme un poco a lo que su inesperada y rápida y casi inexplicable muerte pudo suponer para mis padres. Pero la imaginación se queda siempre corta en estos casos.

Mis hermanos Miguel (el único que coincidió con él en el mundo, pero no lo recuerda), Fernando, Álvaro y yo supimos desde pequeños de aquel hermano que se había perdido. Un retrato suyo, hecho a partir de una fotografía, colgaba del salón de la casa, con su mirada despierta y su pelo liso y rubio, y había en el sótano unos juguetes que, como es natural, codiciábamos y con los que sin embargo no se nos permitía jugar, porque «eran de Julianín», se nos decía. No nos costó respetar esa prohibición, ni tampoco asumir y aceptar que el mejor de todos había muerto, lo cual no nos llevó en ningún caso a tenerle celos retrospectivos ni nada que se pareciera a eso. Ni siquiera pensábamos que fuera «el mejor» -vaya por delante que jamás lo expresaron así nuestros padres, pero esa fue la idea a la que nos hicimos- porque hubiera muerto tan pequeño, sino que dábamos por sentado que era así y basta, o si acaso intuíamos que era precisamente por ser» el mejor», por haber sido un niño tan precoz y maduro como se nos contaba, por lo que se había ido del mundo, como si éste no aceptara de buen grado lo excepcional o lo excelente. En cierto sentido nos sentíamos afortunados. Más tarde, siendo yo ya un joven, cuando murió mi madre y me dio por pensar en ella de manera distinta de como lo había hecho mientras estuvo viva -uno llega casi siempre tarde a las cosas, sobre todo a los conocimientos-, supuse que en su última hora debió de tener a Julianín más presente que a ninguno de los que allí estábamos, seguramente porque él había sido el único de sus hijos que no le había dado disgustos, ni se le había puesto arisco en la preadolescencia, ni enigmático en la adolescencia, ni despectivo y rebelde en la juventud primera. No le había dado tiempo a hacerla sufrir, al menos no conscientemente.

No se sabe bien de qué murió. Mi padre, en sus memorias, Una vida presente, apunta una serie de posibles enfermedades veloces y difícilmente detectables entonces, y añade: «No sé», como si en el fondo, ante el hecho irrevocable y tan triste, le resultara indiferente la causa. En la carta escrita a su amiga que ahora leo, mi madre habla de la inquietud que sintió pese a que el niño sólo tenía 37 de fiebre, que la llevó a convocar a tres médicos, uno de ellos su hermano, mi tío Ricardo, y menciona «cuarenta y ocho horas de enfermedad que parece sin importancia». «Después de haberlo cuidado como no creo lo haya sido más niño alguno», dice, «aún me queda la angustia de que esta contención a que tendemos nosotros, por repulsa al gesto excesivo, me hiciera perder un tiempo en que acaso se hubiera podido hacer algo» . Es decir, se reprocha la pobre no haber cedido más a su aprensión, al oscuro presentimiento, no haber armado más alboroto, por mucho que hubiera parecido injustificado dada la aparente levedad de la dolencia. Eran otros tiempos, en los que a alguna gente la avergonzaba carecer de entereza y mostrarse histérica por cualquier cosa. Más o menos como ahora, ante la nueva gripe. «Cada día que pasa», dice por su parte mi padre, «es más honda y total la pena, mayor el afán de tenerlo, la necesidad física de su cuerpo querido, la imposibilidad de seguir viviendo sin verlo y oírle la voz y la risa, y sentir su cariño y encontrarlo al llegar a casa, y llevarlo por la calle señalándole las cosas y viéndolo todo como por primera vez, pensando lo que diría al ver cada cosa». Y dice mi madre: «Es verdad que no le he desperdiciado nada de lo que ha vivido, pero también es verdad que ahora ya no sé vivir sin él… Y no puedo más de nostalgia de su voz, del movimiento de sus manos, de la expresión de sus ojos, del contacto de su piel y de su pelito suave…» Ahora yacen los tres en la misma tumba.

Desde la Ilíada sabemos que un padre o una madre no deberían enterrar nunca a un hijo. También que los demás, los que venimos luego, no podemos sustituir al que ha muerto, no hay sustitución posible. ¿Cómo podría, si al leer unas cartas de hace sesenta años el dolor se hace todavía tan vivo? Espero no haber incurrido yo en» el gesto excesivo»; pero es que algunas cosas nunca terminan.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 21 de junio de 2009

Reino de Redonda: Vida de este capitán de Alonso de Contreras

VIDA DE ESTE CAPITÁN
Alonso de Contreras

Prólogos de Arturo Pérez-Reverte y José Ortega y Gasset

«El capitán Contreras no es el único soldado español de ese tiempo que puso su vida por escrito, pero es sin duda el mejor […] Leerlos resulta una experiencia asombrosa. Suelen ir sin rodeos al grano, describen acciones, combates, temporales, lances de mujeres, peripecias cortesanas, duelos, abordajes, venturas y desventuras con la naturalidad de quienes durante largos años encararon todo eso como gajes de un oficio, la milicia, que a cambio de riesgos y sangre vertida, propia y ajena, les permitió dejar atrás una oscura y triste España asfixiada por reyes, nobles y curas, y probar suerte en mares azules, bajo cielos luminosos, jugándose la piel sobre el tapete de la Fortuna con la esperanza de medrar, de ascender en la escala social, de conseguir botines y respeto […] Nuestro autor sólo es un hombre de armas tomar, en el más literal sentido de la expresión, que recuerda sin apenas vanidad, ni remordimientos. Es evidente que quien escribe estas memorias duerme cada noche a pierna suelta. Satisfecho de haber vivido y de seguir vivo, orgulloso de la sombra que tiene cosida a las viejas botas, el capitán Contreras nos cuenta su mundo desde dentro, con la tranquila certeza de quien no conoce otro. Ni maldita la falta que le hace.»

Del Prólogo de ARTURO PÉREZ-REVERTE

«Dondequiera que él pone la planta brota la aventura, el conflicto, el lío, y no puede volver una esquina sin caer en medio de alguna zalagarda que lo obligue, cuando menos, a airear el estoque y acabar entre alguaciles. De aquí que en sus jornadas abunden los homicidios. Van tan anejos a su suerte que habla de ellos con la mayor naturalidad, como se habla de si va bien el trigo, y aun hace notar que eran públicos, notorios. ¿Por ventura tiene él la culpa? Contreras no se hace ni un instante siquiera esta pregunta, que revelaría algún sentimiento de sorpresa […] Contreras no tiene prejuicios, vive, sin más, hacia adelante y él no va a ser responsable de lo que la suerte le ponga en el ristre […] Por supuesto, está hecho de la misma madera de que se hacen los forajidos. Es uno de esos hombres que entran en la vida al grito de: «¡Atrás; por la muerte vengo!». El azar, agradecido a semejante conjuro, apronta indefectible toda la tramoya de la reyerta, el enredo, el cataclismo. No hay cosa que no venga a clavarse en su estoque.»

Del Prólogo de JOSÉ ORTEGA Y GASSET

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La realidad irreverente de Jorge Ibargüengoitia

La publicación en la editorial que dirige Javier Marías, Reino de Redonda, del volumen antológico Revolución en el jardín y el inicio, por parte de Seix Barral, de una colección que reeditará toda su obra y que se ha iniciado con la novela Estas ruinas que ves, vuelven a poner a mano del lector los libros del escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia, cuya carrera quedó truncada al morir en un accidente aéreo en Madrid, en el aeropuerto de Barajas, en noviembre de 1983. Este texto repasa la obra y la vida de este maestro del humor crítico y la sátira inteligente.

Murieron en un accidente aéreo los cuatro escritores. Se dirigían a un congreso en Colombia pero no llegaron nunca. En Madrid, en el aeropuerto de Barajas donde habían hecho escala desde París, se estrelló su avión poco después de despegar. Ocurrió aquello que temen tantos pasajeros en los aviones, se produjo un fallo en el despegue, el aparato cayó y murieron casi todos. Allí, un 27 de noviembre de 1983, se truncó al mismo tiempo la vida de cuatro escritores hispanoamericanos: el novelista y poeta peruano de la Generación del 60, Manuel Scorza, el crítico literario uruguayo Ángel Rama y su esposa, la escritora y crítica de arte argentina Marta Traba y Jorge Ibargüengoitia.

Si Jorge Ibargüengoitia viviera, ya habría cumplido los 80 años. Nació en Guanajuato el 22 de enero de 1928. Cuando aún no tenía un año, quedó huérfano y su madre se vio obligada a regresar al domicilio paterno. A los tres años, todos se trasladaron a Ciudad de México. Se crió entre mujeres que le prepararon para que estudiase ingeniería. Aquella familia había sido una familia acomodada y pensaban que con un título como aquél se volvería a situar en la posición social perdida. Jorge estuvo a punto de conseguir su propósito pero cuando iba por el tercer curso de carrera se dio cuenta que aquella profesión no era la suya. Se fue a vivir entonces a un rancho familiar donde se dedicó a la agricultura y a la reflexión durante un tiempo y donde encontraría muy poco después, tras asistir a la representación de una obra de teatro de Salvador Novo, su vocación de escritor. Entonces se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras. En la universidad fue alumno de Roberto Usigli, el padre del teatro moderno mexicano, que le animó a escribir y, tal como el propio autor admitió, le ayudo definitivamente a encontrar la profesión que buscaba. Antes del año 1963 escribió muchas obras de teatro, entre ellas, Susana y los jóvenes (1954), Clotilde en su casa y La lucha con el ángel (1954), El loco amor que viene (1957) y Ante varias esfinges (1960). Pero con el teatro no alcanzó el reconocimiento que pretendía, de forma que sintió que no era comprendido y lo abandonó tras leer una entrevista en la que su maestro Usigli se olvidaba de nombrado entre los dramaturgos de interés.

Tras diez años de dedicación al teatro, Ibargüengoitia empezó una carrera como escritor de novelas y editorialista que le hizo alcanzar la fama. El atentado (1963) fue la obra que cerró su época como autor de teatro y abrió su nueva faceta de narrador. Fue columnista de varias publicaciones destacadas como el periódico antigubernamental Excelsior, donde se dio a conocer, la prestigiosa revista Plural, dirigida por Octavio Paz, o el semanario independiente Proceso. A pesar de ser duramente criticado por las columnas que había escrito contra Alfonso Reyes, Ibargüengoitia encuentra pronto un lugar en la literatura mexicana y sus novelas empiezan a recibir premios tanto dentro como fuera de su país. El primero que le concedieron fue el Casa de las Américas, en 1964, y se lo otorgó un jurado del que formaba parte Italo Calvino por su novela Los relámpagos de agosto, que recreaba la historia de un general de la revolución mexicana desde un punto de vista poco solemne Su escritura irreverente supone un soplo de aire fresco para la literatura mexicana, una forma de escribir inteligente y mordaz que se atreve con todo, hasta con lo más sagrado. Entre 1960 y 1963 fue crítico de teatro en la revista de la UNAM y en 1965 conoce a la que sería su esposa, la pintora Joy Laville, con la que contrae matrimonio en 1973. En 1975 se va de México, con su mujer y se traslada a vivir a París.

Su obra está compuesta por libros como La ley de Herodes (1967), Maten al león (1969), Estas ruinas que ves (1974) o Las muertas (1977), obras principales que tienen como común denominador el humor. De ellas Maten al león y Las muertas constituyen las más conocidas. La primera trata de la vida de un dictador latinoamericano y se puede incluir sin temor a exagerar dentro de ese grupo de novelas geniales sobre dictadores que los escritores de América latina han ido generando, desde El Sr. Presidente, de Miguel Ángel Asturias, El recurso del método de Alejo Carpentier, El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez a La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa. La segunda, está inspirada en un suceso real, el caso de «las poquianchis», un turbio asunto de trata de blancas y prostitución ocurrido en un pueblo mexicano que acaparó titulares de prensa y que le dio al escritor un motivo para reflexionar, en clave de farsa, sobre la condición humana y sus costumbres.

Paradójicamente, una de las principales preocupaciones del escritor mexicano en sus declaraciones a los medios era asegurar que él no era un humorista: «El humor es algo que yo, francamente, no sé lo que es. El término «comedia», por ejemplo, significa algo muy concreto: se trata de una visión muy parcial de las cosas, de ver la realidad con un sesgo en el que todo es un poco grotesco y presentado como tal. La comedia supone una simpatía del escritor con el personaje. La sátira es otra cosa: el escritor odia al personaje y lo presenta como una piltrafa. Pero el humorismo no sé que es. Un señor que hace chistes no me interesa. Sé que ciertas cosas son chistosas, y puedo hacer chistes, pero no me parece que la risa tenga ninguna virtud ni que sea una ventaja. Lo que a mí me interesa es presentar la realidad y si la presentación puede ser chistosa, está muy bien.» La matización del propio escritor define muy bien lo que es su obra y lo que trata de reflejar: la realidad tal y como es, lo que conduce al lector a una descripción despojada y reconocible de ella que adquiere, al ser descrita tal cual es, una gracia indiscutible.

La de Ibargüengoitia es, en cierto sentido, una obra adelantada a su tiempo. Sus diálogos y la frescura de su estilo la sitúan en un lugar cercano a nosotros, a los lectores de ahora. La naturalidad de su estilo, el uso experimentado de recursos teatrales como el diálogo, la aproximación a temas cotidianos sin otro propósito aparente que una descripción imparcial de las cosas tal y como son, la convierten en una literatura muy actual, muy afín. El autor mexicano, corno recuerda Juan Villoro en el prólogo a Revolución en el jardín, una selección de textos recién publicada por la editorial de Javier Marías, Reino de Redonda, «convirtió las tradiciones más adustas y los sucesos públicos en divertida historia íntima», «describió la Cuba revolucionaria en términos insólitos para la izquierda de la época», «en tiempos de la «literatura comprometida» acudió a la ética del disparate (el ridículo como indiscreto vocabulario de la condición humana) y la risa corno tribunal supremo de la inteligencia. «No obstante la ruptura mayor de lbargüengoitia respecto a sus contemporáneos la expresó en sus crónicas, esos artículos periodísticos en los que recreaba asuntos personales y desenfadados y que formaron, además de Revolución en el jardín, otros dos volúmenes de su obra: Viajes en la América ignota (1974) y Sálvese quien pueda (1975).

El hecho de que editoriales como Reino de Redonda o Seix Barral, que acaba de iniciar con la reedición de su novela Estas ruinas que ves una Biblioteca Ibargüengoitia en la que aparecerá su obra completa, hayan decidido rescatar la producción del narrador mexicano, lo devuelve a la actualidad y expresa el interés que puede tener para el lector de ahora. «Mejor ser un mal recuerdo que caer en el olvido», escribió Ibargüengoitia, pero a su literatura le ha ocurrido lo contrario: es un buen recuerdo para unos pocos, un objeto de culto, pero apenas ha traspasado las fronteras de su país y de sus fieles. Que sus libros vuelvan a aparecer en los escaparates de las librerías es una buena noticia para todos y hacen más asequible a un autor cuya prosa es precisamente eso: asequible e inteligente. Dejará por tanto, y parafraseando a Juan Villoro, de ser «un escritor raro» que tenía la condición aún más rara, de ser popular entre lectores exigentes» y será un escritor al alcance de todos.

TERESA ROSENVINGE

Cuadernos Hispanoamericanos, nº 705, marzo de 2009

Reino de Redonda: Amour Dure de Vernon Lee


AMOUR DURE
Vernon Lee

Presentación de Javier Marías
Nota previa, traducción y edición de Antonio Iriarte

«Su verdadero nombre era Violet Paget, y aunque de nacionalidad y expresión inglesas, no visitó Londres hasta los veinticinco años. Llevaba trajes sastre, a veces corbata, a veces un sombrero flexible de fieltro, gafas que suavizaban sus encendidos ojos verdigrises. Su labio inferior y su dentadura eran protuberantes, su nariz desagradecida: se dijo que poseía «una fealdad barroca». Su charla era deslumbrante, su ingenio cáustico y su cantidad de argumentos en las discusiones tan excesiva que a veces acababa por contradecirse. Sus numerosos y originales estudios de estética han quedado algo anticuados y sus novelas nunca fueron muy buenas, pero sus libros sobre «el espíritu de los lugares» y sobre todo sus relatos de fantasmas o sobrenaturales la acercan a la maestría de Isak Dinesen.»

De la Presentación de JAVIER MARÍAS

«Lo sobrenatural, si es que ha de suscitar esas sensaciones, terribles para nuestros antepasados y terribles aunque deliciosas para nosotros, su escéptica posteridad, debe necesariamente -y salvo contadas excepciones- permanecer envuelto en el misterio. El Pasado más o menos remoto, del que la distancia acaba por borrar limpiamente la prosa: ese es el lugar del que tenemos que traer a nuestros fantasmas. De hecho, nosotros mismos, gentes educadas de los tiempos modernos, no vivimos sino en las fronteras del Pasado, en casas con vistas a los vergeles de los trovadores y a los patios porticados de los griegos; y una legión de fantasmas, muy imprecisos y cambiantes, van y vienen perpetuamente, trayendo y llevando para nosotros, del Pasado al Presente.»

Del Prefacio de VERNON LEE

Vernon Lee según sus contemporáneos:

«Vernon Lee es una de las mentes más brillantes que conozco» Henry James

«Me quito el sombrero ante su intelectualismo cosmopolita, y la saludo como a la británica más noble de todos» George Bernard Shaw

«La conversación de Vernon Lee no tiene casi igual entre las mujeres» Edith Wharton

«¡Qué figura! Edith Wharton la admiraba, pero apenas sabía cómo tratarla. Era imposible controlar o civilizar a Vernon Lee» Percy Lubbock

«Vernon Lee tuvo como pocos el genio de descubrir el ritmo secreto de un paisaje, de una época, de una obra de arte» Mario Praz

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Reino de Redonda: La caída de Constantinopla 1453 de Sir Steven Runciman

LA CAÍDA DE CONSTANTINOPLA 1453
Sir Steven Runciman

Nota previa de Antony Beevor
Epílogo de Javier Marías
Traducción de Panteleimón Zarín

Sir Steven Runciman (1903-2000) fue uno de los mejores historiadores medievalistas del siglo XX. Nacido en Northumberland y nieto de Lord Runciman, un magnate naviero, la fortuna que heredó de éste en 1938 le permitió abandonar su puesto de profesor en Cambridge, donde asimismo había estudiado, y dedicarse a la investigación y a los viajes. Volvió a la enseñanza durante un breve periodo (1942-1945), como catedrático de Historia y Artes Bizantinas en la Universidad de Estambul.

Sin duda el mayor experto de su tiempo en Bizancio, su conocimiento de numerosas lenguas (al parecer dominaba el latín a los seis años y el griego a los siete, a las que fue añadiendo el árabe, el turco, el persa, el hebreo, el siriaco, el armenio, el georgiano, el ruso y el búlgaro) le valió para consultar fuentes poco conocidas, durante la escritura de su obra más famosa, la extraordinaria Historia de las Cruzadas, en tres volúmenes.

Fue compañero y amigo de George Orwell, se codeó con el Grupo de Bloomsbury, tuvo amistad con la novelista Edith Wharton, se rumoreó que durante la Segunda Guerra Mundial había trabajado como espía en Bulgaria (aunque él siempre lo negó), y siempre se sintió atraído por lo sobrenatural, hasta el punto de atreverse a leerles la fortuna a varios reyes y reinas en las cartas del Tarot. Era un gran bromista, un excelente conversador y disfrutaba enormemente con el chismorreo, sobre todo -como buen historiador- con el de las épocas más remotas. Si la Historia de las Cruzadas es su libro más célebre, La caída de Constantinopla 1453 es probablemente el más intenso, apasionante, elegiaco y personal de todos ellos.

«La caída de Constantinopla 1453 describe la que quizá sea la mayor tragedia de todos los tiempos, y constituye uno de los mejores ejemplos de cómo debe escribirse una breve narración histórica.

Aquel invierno, Mehmet II reunió un ingente ejército. Contaban con e! apoyo de tres cañones de asalto. El mayor de estos cañones de bronce era enorme, necesitaba una dotación de setecientos hombres y sesenta bueyes para tirar de él […]. Mientras las fuerzas de Mehmet ascendían a más de ochenta mil soldados, la ciudad de Constantinopla contaba con menos de siete mil hombres, entre griegos y extranjeros, para defender sus murallas. No es acaso de extrañar que tamaña gesta de heroísmo condenada al fracaso haya inspirado a lo largo de los siglos a tantos narradores, el más celebrado de los cuales es sin duda Tolkien en su trilogía El Señor de los Anillos.

Hay algo en la historia de un asedio que parece hallar un eco en nuestros miedos más atávicos y crear una extraordinaria empatía. Secretamente nos preguntamos si habríamos seguido el cobarde ejemplo de los setecientos italianos que huyeron por mar al empezar el asedio, abandonando a sus camaradas, o si habríamos sido como los héroes que tanto impresionaron a Tolkien, como Don Francisco de Toledo, quien, invocando su lejano parentesco con el Emperador, acudió desde Castilla para morir a su lado. Es la sustancia misma de las antiguas leyendas, una lección moral en medio del gran desastre, y pocos lo han contado tan bien como Steven Runciman.»

Del Prólogo de ANTONY BEEVOR

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Jorge Ibargüengotia. Revolución en el jardín

¿Quién sabe si el poeta cubano Heberto Padilla, cuando por fin pudo salir de su país tomado, pensó en quién, en 1964, había escrito la crónica que da título ahora al volumen 17 de Reino de Redonda, Revolución en el jardín (Barcelona, 2008)? Crónica que con ojo avizor, edita el rey Xavier I, el novelista Javier Marías, y en el que Juan Villoro selecciona y prologa 58 textos periodísticos de su compatriota Jorge Ibargüengoitia (1928-1983). Y es que En mi jardín pastan los héroes cumple la profecía implícita en aquella presciencia original del escritor que llegó sano a La Habana como invitado oficial y se fue con un catarro feroz, dizque provocado por el aire acondicionado del hotel; tal vez enrarecido por la opresiva vulgaridad y vacuidad imperantes tras la retórica revolucionaria: «Nunca he visto un sistema de castas tan perfectamente organizado como el Habana libre». Razón tiene su viuda en afirmar que no era un sarcástico sino un hombre serio y divertido, o como él mismo decía, ingenioso y de humorismo fundado en su percepción de la realidad, expresada sin someterse a dictados de corrección política u otra especie. La voz no la tenía tomada. Ni le nubló la mente que Casa de las Américas le hubiese premiado entonces su novela Los relámpagos de agosto.

A su regreso de la Isla, nunca se ocupó de mandar el busto de Zapata que le habían pedido, pero escribió una larga crónica en 10 partes, dejando en ella constancia de lo que allí vio y sintió, que gracias a esa su mirada casual y penetrante, festiva e implacable, se lee 44 años después con reconocimiento. Ibargüengotia no saca conclusiones pero muestra a las claras todo un logrado y sofocante sistema de vigilancia revolucionaria sin sustancia que lo justifique. Hombres sentados con una ametralladora sobre las piernas, mujeres con pistola en el cinto y hasta niños con fusiles automáticos, parecían querer dar la impresión de que había algo que defender, aunque no se supiera qué. ¿Custodia de la nada tal vez? No pudo ver qué vendía “el primer mercado popular de América” porque el guardia, en inglés, le prohibió entrar. Los técnicos de una fábrica de refrigeradores no supieron contestarle qué tipo de motor se usaba allí ni dónde estaba el combustible. En el INRA nadie tenía ni la más remota idea de en qué consistía la Reforma Agraria. Quienes lo acosaban con preguntas no sabían a su vez responderle a ninguna. Ya lo dice el título: qué puede hacer una revolución en un jardín más que demoler estructuras agraciadas para sustituirlas por una mísera confusión mayor.

Las crónicas de Ibargüengoitia, como dice Juan Villoro, tienen la vitalidad “de un relato robado con astucia al flujo de los días”. Ningún tema le es ajeno; por banal que parezca, él lo convierte en fragante peripecia, como en el caso de su relación casi catastrófica con sastres, plomeros (y tuberías), “consejeros literarios” (léase críticos), “espiritistas” y hasta con aquella criada, Eudoxia, que según su mujer, sería la culpable si algún día ellos llegaran a divorciarse. Lúcidas e irreverentes, todas nos hacen reír, y también por eso es cuestión de justicia poética que las haya entregado Reino de Redonda, cuyo lema, tomado del poeta latino Marcial, es ride si sapis (ríe si sabes). Sus enemigos en México se habrán buscado en algunas de ellas, como por ejemplo en donde se lee lo siguiente: “Vamos a suponer que a Veracruz, en vez de llegar Cortés, llegan los pilgrims. Mi impresión es que la cena de acción de gracias, en vez de comérsela los ingleses se la hubieran comido los indios, y en vez de guajalote hubieran tenido pilgrim”. Todo un ensayo en guasa, sin asomo de patriótica solemnidad.

Uno de los rasgos mexicanos que mas fustiga el autor de estas crónicas felizmente recogidas en libro es la excesiva cortesía, cuando no sirve más que para enmascarar resentimientos u hostilidad. Pero sus diatribas más feroces tienen en la mira las conversaciones rituales y a los desconsiderados que abusan del claxon, entre otros frustrados con delirios de grandeza. Elogios deliciosos dedica en algunas a “los misterios de la vida diaria” y a otras maravillas, como unas telas que pintó en Inglaterra y en España su mujer, y como la película Amarcord de Federico Fellini, cuya “autopsia rápida” voy a releerme ahora mismo.

JUANA ROSA PITA

El Nuevo Herald, 3 de mayo de 2009

Reino de Redonda: Viaje de Londres a Génova a través de Inglaterra, Portugal, España y Francia de Giuseppe Baretti

VIAJE DE LONDRES A GÉNOVA A TRAVÉS DE INGLATERRA, PORTUGAL, ESPAÑA Y FRANCIA
Giuseppe Baretti

Edición y traducción de Soledad Martínez de Pinillos Ruiz

Giuseppe Baretti (Turín, 1719-Londres, 1789) fue periodista y lexicógrafo. Entre 1751 y 1760 vivió en Londres con la intención, entre otras, de convertirse en «un caballero inglés». Allí trabó amistad con el Doctor Johnson, Edmund Burke, el célebre actor David Garrick y el pintor Joshua Reynolds, todos los cuales testificaron a su favor cuando Baretti fue juzgado por apuñalar y matar, en una riña callejera, a un chulo de Haymarket. También tuvo problemas con las autoridades venecianas por culpa de sus sarcasmos en la publicación periódica la Frusta Letteraria. Fue autor de un Diccionario Inglés-Español y Español-Inglés, con el mérito de que ninguna de las dos lenguas era la suya original, y aunque su amistad con Johnson terminó a causa de una disputa sobre una partida de ajedrez entre los dos, el eximio Doctor dijo de él no haber conocido a otro hombre «que eleve su mente a mayor altura en la conversación, con tan extraordinario poder».

«Ojalá se hubiera quedado más tiempo en España», le escribió una vez el famoso Doctor Johnson a Joseph Baretti, «porque no hay país más desconocido para el resto de Europa.»

Pero Baretti permaneció en nuestro país lo bastante para publicar, en 1770 y bajo el título de Viaje de Londres a Génova a través de Inglaterra, Portugal, España y Francia, el mejor libro de viajes por la península escrito en el siglo XVIII en lengua inglesa, con una simpatía, una comprensión y un conocimiento de nuestras cosas y de nuestra cultura muy superior a los de la mayoría de visitantes extranjeros, anteriores o posteriores.

«Pero a pesar de estas desventajas, Madrid es una ciudad muy opulenta, como imaginaréis fácilmente si pensáis que ha sido durante varios siglos la residencia constante de poderosos monarcas y el domicilio habitual de casi toda la nobleza más rica y los caballeros de este reino…

En una ciudad así constituida, donde el trabajo penoso está de alguna manera casi excluido, no es difícil comprender que muchos de sus habitantes no tengan casi otro quehacer que idear cómo pasar el tiempo agradablemente. De una situación tan singular han surgido necesariamente costumbres singulares, y como la relación entre los sexos es el principal modo de placer entre la humanidad, son muchas las invenciones a las que este pueblo ha recurrido para facilitar esa relación.

El deseo que los hombres y las mujeres tienen aquí de pasar el tiempo en mutua compañía es tan ardiente que no parece distinto del furor, especialmente a quien ha vivido largo tiempo en Inglaterra, donde los hombres de todo rango parecen en cierto modo avergonzados de estar mucho tiempo alrededor del bello sexo, y donde la mayoría se priva todos los días de su compañía durante varias horas simplemente para hablar de política o hacer circular la botella.

Muchos son los métodos que ambos sexos han ideado aquí para pasar el mayor tiempo posible juntos, y esta carta os informará de algunos de ellos.»

(De la Carta LVIII del Viaje de GIUSEPPE BARETTI)

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LA ZONA FANTASMA. 14 de junio de 2009. Lo que uno lleva consigo

Gran Canal from San Polo. John Haskins

Gran Canal from San Polo. John Haskins

Entre diciembre de 1984 y octubre de 1989, por razones sentimentales que no vienen al caso, volé a Venecia catorce veces, desde España o desde Inglaterra y en una ocasión desde los Estados Unidos. Mis estancias en esa ciudad fueron variables, desde los agitados cuatro días de la primera hasta los setenta de la más estable y prolongada; lo cierto es que a lo largo de aquellos cinco años pasé allí, repartidos, un total de nueve meses, tiempo suficiente para sentir que era un sitio en el que “vivía” parcialmente, mi segunda ciudad, siempre presente, a la que iba y de la que volvía y a la que siempre pensaba que regresaría. En ella escribí buena parte de mis novelas El hombre sentimental y Todas las almas, y llegué a tener una cotidianidad que en modo alguno era la del turista, ni siquiera la del viajero. Me incorporé a la rutina de quienes allí me albergaban generosamente, dos mujeres que compartían casa y que se llamaban Daniela, las distinguía añadiéndole el apellido a una de ellas y poniéndole –por escrito– una doble l a la otra. Las dos trabajaban y salían temprano, por lo que yo quedaba encargado a veces de fregar los platos, hacer la compra (en la medida de mis torpes posibilidades) y otros recados domésticos, ya que disponía de más tiempo. Lo tenía también para escribir esos libros y para pasear la ciudad por mi cuenta, casi siempre sin rumbo, iba viendo lo que encontraba a mi paso, poco a poco, con calma, sin el apresuramiento de los visitantes ni la programación que éstos suelen hacerse cuando cuentan con unas jornadas. Hubo un momento en que estuve a punto de quedarme, hasta había conseguido un trabajo. La última de aquellas catorce veces ignoraba que fuera a ser la última, o –mejor dicho, ahora– que pasarían veinte años hasta la vez siguiente, en este mayo de 2009.

Cuando uno ha vivido en una ciudad lo suficiente, más aún si lo ha hecho intensamente y a edades que resultan ser cruciales en la vida de casi todo el mundo (entre mis treinta y tres y mis treinta y ocho, en este caso), se puede decir que, por mucho tiempo que pase, uno no pierde ese lugar de vista. Lo lleva consigo, incorporado, y no es infrecuente tener la extraña sensación de que uno puede salir de su casa en Madrid, o en cualquier parte, y dirigirse al instante a un punto concreto de esa ciudad alejada, a una iglesia, a una tienda, a una plaza, a le Zattere o a San Trovaso si es Venecia, a St Giles o a Blackwell’s si es Oxford, a Cecil Court o a Gloucester Road si es Londres. No me parecía que hiciera veinte años de mi última estancia, y sin embargo era eso lo que había transcurrido: como quien dice, media vida. Uno está instalado en una realidad muy distinta de la del pasado, y en modo alguno la pierde por la repentina visitación de lo remoto. Pero en más de una ocasión he escrito que el espacio es el único verdadero depositario del tiempo, del tiempo ido. Por eso, cuando uno regresa a una ciudad familiar, se produce una momentánea compresión del tiempo entero, y el que anteayer era lejano en Madrid hoy se hace falsamente cercano en Venecia. Tras unos primeros pasos titubeantes, esos mismos pasos lo llevan a uno automáticamente por los itinerarios olvidados un día antes y de golpe recuperados. Por aquí se va a tal sitio, piensa uno sin apenas pensarlo, y aquel otro queda en esa dirección, y no se extravía ni se equivoca nunca. Aquí estaba la casa, y de ella tuve llave, la dirección era San Polo 3089, ya no puedo entrar, no sólo porque carezca de llave sino porque ya no viven aquí las dos Danielas. Sentado en los escalones que separan el agua –Rio de le Muneghete– de la espalda de la Scuola di San Rocco que yo veía desde la terraza cuando me asomaba haciendo un alto en la escritura de esas novelas ya viejas, fumo un cigarrillo y miro hacia esa casa y esa terraza. Era blanca y sus nuevos dueños la han pintado de color arcilla, pero me digo: es esa, no puede ser otra, ahí estuve yo muchas tardes, ahí dormí yo muchas noches, ahí me levantaba y veía el agua y los escalones en los que ahora me siento, veinte años más tarde.

Por suerte a Venecia no se le permite cambiar apenas, y ahí siguen las barcazas llenas de fruta junto a Campo San Barnaba, por donde hacía la compra torpe; ahí sigue San Giovanni e Paolo, en una plaza que los turistas desdeñan y que en cualquier otra ciudad sería su centro y estaría abarrotada. Y siguen las personas, para mi gran fortuna, y además estoy en paz con ellas. Ceno una noche con las dos Danielas y con Cristina, apenas están cambiadas como si hubieran hecho pactos con algún diablo menor y bastante inofensivo. En su compañía, de pronto, no es que no hayan transcurrido nuestros respectivos tiempos (ya lo creo: se casaron, una se separó, otra está a punto de hacerlo, una tiene hijas, otra se fue a vivir a Florencia y ha venido sólo a encontrarme). Pero la charla y las risas son inverosímilmente parecidas, durante un rato, a como solían ser cuando aún éramos jóvenes. Cuánto alegra comprobar que hay personas y sitios que siempre están, aunque permanezcan lejos o parezcan perdidos. Seguramente sólo se pierde de veras lo que uno olvida o rechaza, lo que prefiere borrar y ya no quiere llevar consigo, lo que no queda incorporado a la vida que se cuenta uno a sí mismo.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 14 de junio de 2009

Revolución merengue

Reino de Redonda: El espejo del mar. Recuerdos e impresiones de Joseph Conrad

EL ESPEJO DEL MAR
Recuerdos e impresiones

Joseph Conrad

Prólogo de Juan Benet
Nota sobre el texto de Javier Marías
Nueva traducción de Javier Marías

Józef Teodor Konrad Korzeniowski, más conocido por su pseudónimo Joseph Conrad, novelista polaco nacionalizado inglés que escribió en esta última lengua, está considerado como uno de los más grandes novelistas de la historia. El espejo del mar recoge sus recuerdos de su vida de marino, que abandonó justamente para dedicarse a la literatura.

«He intentado aquí poner al descubierto, con la falta de reserva de una confesión de última hora, los términos de mi relación con el mar, que habiéndose iniciado misteriosamente, como cualquiera de las grandes pasiones que los dioses inescrutables envían a los mortales, se mantuvo irracional e invencible, sobreviviendo a la prueba de la desilusión, desafiando al desencanto que acecha diariamente a una vida agotadora; se mantuvo preñada de las delicias del amor y de la angustia del amor, afrontándolas con lúcido júbilo, sin amargura y sin quejas, desde el primer hasta el último momento […] Este libro escrito con absoluta sinceridad no oculta nada… a no ser la mera presencia corpórea del escritor. En estas páginas hago una confesión completa, no de mis pecados, sino de mis emociones. Es el mejor homenaje que mi piedad puede rendir a los configuradores últimos de mi carácter, de mis convicciones, y en cierto sentido de mi destino: al mar imperecedero, a los barcos que ya no existen y a los hombres sencillos cuyo tiempo ya ha pasado.»

JOSEPH CONRAD

«En El espejo del mar no hay una sola página de estilo menor, no hay un solo personaje o frase de reputación dudosa, nadie viene de fuera con voz propia. Todo el libro es Conrad cien por cien, y, además, el mejor Conrad, el que sabía dibujar un hecho del mar con la más perfecta forma literaria, y el que sabía ilustrar un acontecimiento narrativo con la más acertada imagen marinera.»

JUAN BENET

«Las razones por las que alguien puede volver a traducir el libro que más trabajo le dio en su vida y le supuso más dificultades -pero quizá también más íntimos orgullo y satisfacción- son de variada índole, y una de ellas será sin duda el inalterado e inconmovible entusiasmo del traductor por dicho libro.»

JAVIER MARÍAS

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JOSEPH CONRAD
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Reino de Redonda: La nube púrpura de M P Shiel


LA NUBE PÚRPURA
M P Shiel

Nota previa y revisión de Antonio Iriarte
Traducción de Soledad Silió

Con este autor se iniciaron las publicaciones del Reino de Redonda, minúscula y deshabitada isla antillana de la que Matthew Phipps Shiel (1865-1947), fue coronado primer rey en 1880, dando lugar a una curiosa «dinastía literaria» que aún continúa.

Nacido en la vecina isla volcánica de Montserrat, Shiel completó su educación en Inglaterra, donde enseñó Matemáticas, estudió Medicina y se hizo políglota antes de dedicarse por entero a la literatura. Hoy es uno de los más admirados y a la vez más ocultos maestros del género fantástico. Algunas de sus novelas están consideradas como precedentes innegables de lo que más tarde se llamó «ciencia-ficción», y sus cuentos -de los que La mujer de Huguenin, también publicado en esta editorial, es una muestra antológica- fueron elogiados por colegas tan dispares y respetables como Dashiell Hammett, Lovecraft, Arthur Machen, y H G Wells, quienes vieron en él a uno de los mejores continuadores de Poe, pero también de Julio Veme, de Conan Doyle, del Barón Corvo, de Villiers de l’Isle Adam y hasta de Baudelaire.

Como señaló el crítico Edward Shanks en su elogio fúnebre de M P Shiel, la novela La nube púrpura fue en su día «una leyenda, un apocalipsis, algo fuera del espacio y del tiempo».

Adam Jeffson es el primer hombre en llegar al Polo Norte. Para ello ha mentido, ha sido cómplice de un envenenamiento, ha matado a sangre fría. Pero sobre todo, ha desobedecido el misterioso mandato divino que parece vedar el Polo a la raza humana. Su castigo no consiste, como el de Adán, en la expulsión del Edén, sino más bien, como el de Job, en la destrucción de todo lo que da sentido a su existencia, mediante la aniquilación de toda vida humana en la Tierra. Adam Jeffson se convierte en el último hombre vivo, y en el amo del mundo.

La nube púrpura (1901), acaso la obra maestra de M P Shiel, es una original fantasía religiosa, pero sobre todo, una extraordinaria novela de aventuras, considerada universalmente la pionera del subgénero «último hombre sobre la Tierra» que luego han copiado tantos -incluido el hoy famoso Richard Matheson de Soy leyenda-, felizmente rescatada ahora para el lector español.

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«Ponga: A Manoli, que tiene el mejor cuerpo de Madrid»

Javier Marías retoma el ritual de las firmas con motivo de la edición de su volumen de artículos Lo que no vengo a decir

Javier Marías retoma el ritual de las firmas con motivo de la edición de su volumen de artículos Lo que no vengo a decir

«Ponga, por favor: A Manoli, que tiene el mejor cuerpo de Madrid». A Javier Marías, madrileño de 1951, lo único que le molesta de firmar en la Feria del Libro es que le dicten la dedicatoria. Sobre todo si es como la de Manoli, incluida en uno de los artículos publicados durante los dos últimos años en El País Semanal y recopilados ahora en Lo que no vengo a decir (Alfaguara).

Por lo demás, le gusta ir al Retiro. Cuando tenia 19 años comenzó a hacerlo como autor. Desde entonces, ha dedicado, generalmente en casetas de librerías pequeñas, cientos de libros propios. También alguno de Benet, Pombo, Pérez-Reverte o de su propio padre a los lectores despistados. En esta feria que termina el domingo el autor de Todas las almas, futbolero empedernido, se ha saltado incluso el veto a las dedicatorias dictadas: «Me pidieron una ‘para un rayista entristecido’ y cedí».

Javier Marías tiene todavía sobre la mesa el original mecanografiado del tercer volumen de Tu rostro mañana, su última novela. La escritura de ese libro monumental atraviesa varios de los artículos reunidos ahora. ¿No es una distracción tener que escribir un artículo semanal de dos folios para alguien que ha pasado ocho años inmerso en una historia de casi mil seiscientas páginas?: «Distrae, sí, pero un artículo es un sprint de tres horas del que sales cansado. Cuando lo escribo no trabajo en la novela que tenga entre manos. Y agradezco que se me obligue a no escribir. Te obliga a pensar. Y no está mal pensar».

Lo que no vengo a decir es la séptima recopilación de artículos dominicales de Javier Marías, que considera el género como «el más modesto de todos». En su caso, no obstante, han ido dando forma a una especie de «diario involuntario». La decadencia de la educación, el orgullo de los ignorantes y el bajo nivel de los políticos conviven con reflexiones sobre el uso de la lengua, la Semana Santa y el Real Madrid en un volumen que su autor pensó titular El pelma ante los plastas. «Yo soy pelma, efectivamente, pero es que las cosas hay que decirlas muchas veces».

Los plastas no son los lectores sino las instituciones con las que polemiza Marías cada domingo. Al final optó por un título que refleja la sensación de incomprensión que invade regularmente al escritor, que «cada dos o tres semanas» se plantea dejar de escribir en los periódicos: «Hace poco conocí personalmente a Ferlosio, y me dijo que un artículo de prensa no mueve ni una hoja. Yo también tengo esa sensación. Aunque a veces hay gente que los agradece. Todos los que escribimos columnas tenemos el deseo de influir un poco. No tendría sentido escribir sin ese afán de convencer, de razonar, de argumentar».

Los artículos de Javier Marías tienen una virtud cada vez menos frecuente: son imprevisibles. «No tiene mucho sentido escribir en prensa», dice, «si es para decir lo que ya opina todo el mundo. Y lo que opina la época, sobre todo. La gente, y me incluyo, no nos damos mucha cuenta de hasta qué punto pensamos muy poco por nosotros mismos. Hay valores que son de la época y que se dan tan por sentados que nadie se para a pensar si están bien o mal. Si eres de derechas toca decir esto; si de izquierdas, esto otro. No me interesa».

Muchos de los dardos del autor de Corazón tan blanco se dirigen contra la tiranía de la novedad, que convierte en prehistoria todo aquello que tenga más de un mes de vida: «La impaciencia por lo nuevo es tal que basta que algo sea presente para que inmediatamente sea antiguo y pasado. Ya no cuenta. Como si todo tuviera existencia mientras no existe. Parece que lo importante es consumir. No hay ni un sedimento ni un aprecio de las cosas». La situación puede llegar a ser angustiosa para un escritor que pasa meses trabajando en un libro. «Éste es un trabajo artesanal», explica. «Trabajamos como los artistas de la Edad Media. Tenemos otros instrumentos, aunque yo no use el ordenador, pero la escritura sigue necesitando sus ritmos, sus pausas. Es terrible que algo que lleva años en pocos días se dé por ya visto».

Mientras sigue escribiendo cada sábado el artículo que se publicará dos semanas después, Javier Marías ha empezado, después del «vaciamiento» de Tu rostro mañana, una nueva novela: «He vuelto a la ficción quizás más temprano de lo que yo esperaba, pero no estoy muy seguro de si va a llegar a algo. Después de un libro tan extenso, sabía que cuanto más tardase en acometer algo nuevo más me iba a costar hacerlo. Quería romper el temor de no escribir otra novela». Eso sí, después de un esfuerzo así, dice, todo lo que venga será una propina. Aunque añade: «A veces lo mejor de un autor son sus propinas».

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS

El País, 11 de junio de 2009

Reino de Redonda: Cuentos únicos. Edición ampliada

CUENTOS ÚNICOS
Edición ampliada
Javier Marías, ed.

Traducciones de Alejandro García Reyes,
Antonio Iriarte y Javier Marías

«¿Qué ocurre con todos aquellos escritores que sólo acertaron de lleno una vez, y esa única vez les dio para pocas páginas, veinticinco, diez, cinco?

Lo escrito y olvidado es incomparablemente más vasto que lo escrito y recordado, y hay páginas extraordinarias que nadie conoce porque quizá están en medio de tantas más desdeñables. No basta una imagen, una metáfora, una reflexión, un pasaje magníficos; no basta una sola página, ni siquiera -así parece- un cuento, un solo cuento. Y sin embargo, ¿no es posible que muchos de los hombres que, en la expresión de Stevenson, se han dedicado a «jugar con papel» hayan tenido una idea brillante que además les haya inspirado una ejecución perfecta una sola vez y durante pocas horas?

El cuento fantástico o de horror o de fantasmas es un terreno en el que muchos autores medianos, escasos o malogrados han podido destacar ocasionalmente, el más propicio al hallazgo aislado, a la joya minúscula y única. Pues se trata de un género que tiene la capacidad y la virtud de enfrentarse de manera abierta y directa con los grandes temas de la literatura: la soledad, el miedo, el amor, la venganza, la risa, la cobardía, la locura, la muerte, y también la guerra, o el combate al menos.»

De la introducción de JAVIER MARÍAS

ALGUNOS DE LOS AUTORES INCLUIDOS:

Sir Winston Churchill.Premio Nobel y Primer Ministro británico. Hombre al agua
John Collier. Trabajó con Hitchcock. Así niego a Beelzy                 
James Denham. Murió en combate a los treinta y dos años. La canción de Lord Rendall
Lawrence Durrell. Autor de El cuarteto de Alejandría. Las cerezas
Wilfrid Ewart. Murió en México a los treinta años. Los bajíos
John Gawsworth. Rey de Redonda, murió mendigo. Cómo ocurrió
Richard Hughes. Escribió la obra maestra Huracán en Jamaica. El fantasma
Perceval Landon. Fue amigo de Kipling. La abadía de Thurnley
Sir Shane Leslie. Fue vagabundo y amigo de Tolstoy. Celos
Richard Middleton. Se suicidó a los veintinueve años. Cómo se hace un hombre
A N L Munby. Escribió en un campo de prisioneros. Un encuentro en la niebla
Frank Norris. Murió a los treinta y dos años. El barco que vio un fantasma 
Sir Ronald Ross. Premio Nobel de Medicina, luchó contra la malaria. El anillo de fuego
H Russell Wakefield. Era hijo del obispo de Birmingham.Mirad allí arriba

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LA HUELLA DE LOS MAESTROS

Varios escritores españoles contestan a la pregunta: «¿Qué autor clásico le ha influido más y por qué?»

No me cabe duda de que el autor clásico que más me ha influido ha sido Laurence Sterne, por la aplastante razón de que, hacia mis veinticinco años, traduje al español su monumental Tristan Shandy, y lo que uno “reescribe” le influye aún más que lo que lee o relee.

Aparte de ser el más genuino heredero de Cervantes (mucho más que cualquier autor español), Sterne me enseñó la libertad y la osadía, y que en ese flexible género llamado novela cabía todo, siempre que se hiciera con gracia (en el sentido más amplio de la palabra). También me enseñó a alargar o detener el tiempo, o, dicho de otra manera, a conseguir que en la novela exista ese tiempo que en la vida real nunca tiene tiempo de existir.

JAVIER MARÍAS

Revista Mercurio, n.112, junio de 2009

Reino de Redonda: El brazo marchito de Thomas Hardy


EL BRAZO MARCHITO
Thomas Hardy

Prólogo de Manuel Rodríguez Rivero
Traducción de Javier Marías

«Thomas Hardy (1840-1928) publicó catorce novelas, una cincuentena de cuentos y más de mil poemas. Atacado por la insólita crudeza sexual de muchos de sus libros, la falta de entusiasmo, cuando no la hostilidad, con que fue recibida Jude el Oscuro fue determinante en su abandono definitivo de la novela. A partir de 1895 Hardy se entregó de lleno a la poesía. De este modo consiguió el extraño honor de convertirse a la vez en el último novelista británico del XIX y en el primer gran poeta en lengua inglesa del siglo XX. Y la verdad es que, como novelista, y a pesar de mostrarse lúcido testigo de los orígenes de la modernidad, Hardy pertenece más apropiadamente al universo de Balzac, Dickens, Dostoyevski o Galdós que al de Proust, Woolf, Joyce o Kafka.

Los últimos quince años de su vida fueron testigo de un triunfo que le había sido tan esquivo como ahora le fue estrepitoso, y Hardy pudo vivir plenamente la experiencia de convertirse en el Gran Escritor de su tiempo.

Murió en su mansión de Max Gate, cerca de Dorchester, a la que en sus últimos años acudían en peregrinación sus numerosos admiradores, entre los que se contaron R L Stevenson, J M Barrie, W B Yeats, John Cowper Powys, Virginia Woolf, T E Lawrence, H G Wells, E M Forster, George Bernard Shaw, Robert Graves, Ford Madox Ford, Walter de la Mare y Wilfrid Ewart. Sus cenizas se conservan en la abadía de Westminster, pero su corazón le fue extraído y enterrado en el cementerio de la parroquia de Stinsford, junto a los restos de sus dos mujeres.»

Del prólogo de MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO

«La desdichada esposa hizo un desesperado esfuerzo por controlarse. Era su Edmond; no le había hecho ningún mal; había sufrido. Una momentánea devoción por él la ayudó y, levantando la vista como se le había implorado, miró aquel despojo humano, aquel écorché, por segunda vez. Pero la visión era demasiado horrible. De nuevo, involuntariamente, apartó la mirada y se estremeció.

-¿Creéis que podréis acostumbraros a esto? -dijo él-o ¡Sí o no! ¿Podréis soportar cerca de vos esta carne de osario? Juzgad por vos misma, Barbara. ¡Vuestro Adonis, vuestro incomparable marido, se ha convertido en esto!

La pobre mujer estaba junto a él inmóvil, excepto por el continuo parpadeo de sus ojos. Todos sus naturales sentimientos de afecto y compasión le habían sido arrebatados por una especie de pánico; tenía, exactamente, la misma sensación de debilidad y horror que habría tenido en presencia de un aparecido. De ningún modo podía hacerse a la idea de que aquello era el elegido de su corazón: el hombre que había amado. Se había metamorfoseado hasta convertirse en un ejemplar de otra especie.»

Fragmento de «Barbara de la Casa de Grebe»,
El brazo marchito

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Javier Marías habla de fútbol: Declaraciones para la Agencia ANSA (Italia) sobre la final de la Liga de Campeones

Guardiola manteado por los jugadores del Barça

Guardiola manteado por los jugadores del Barça

Francesco Grant: Señor Marías, usted, que es hincha del Madrid, ¿cómo vivió ayer la final de la Liga de Campeones? ¿Prevaleció en usted la admiración por el buen juego del Barça o la “envidia” del madridista?

Javier Marías: No son cosas incompatibles. Durante toda la temporada he sentido gran admiración por el juego del Barça, en verdad tan extraordinario que ha hecho que casi todos sus rivales parecieran malos equipos (incluido el Manchester United). A la vez, una enorme envidia porque no fuera mi equipo, el Real Madrid, el que hacía ese fútbol (cuando en otras épocas sí lo hizo). Con la agravante de que este año el Madrid ha jugado fatal, incluso cuando ganaba y ganaba.

FG: En Italia vemos al Barça como la expresión de la alegría del fútbol español. ¿Qué representa para usted?

JM: Sí, algo tiene de eso. En España ha gustado siempre el juego de ataque, asumiendo riesgos, y nuestros dos equipos principales, el Madrid y el Barça, llevan el ataque inscrito en su historia. Tenga en cuenta que el Madrid ha echado a varios entrenadores después de que ganaran una Liga o incluso una Copa de Europa, porque el juego no era lo bastante brillante. En los grandes equipos españoles no basta con ganar, como en tantos otros extranjeros. Sus hinchas quieren ver espectáculo y belleza y armonía.

FG: Guardiola ha conquistado la Liga de Campeones con apenas treinta y ocho años: esto sólo parece posible en España. ¿Por qué?

JM: No sé si sólo es posible en España. Yo estoy harto de “jerarquías”. En literatura no se considera “grande” a ningún escritor hasta que ha cumplido sesenta y cinco años, cuando tal vez lleva escribiendo obras maestras desde los treinta y cinco. En el fútbol pasa algo parecido con los entrenadores. El Barcelona ha visto que Guardiola, pese a su inexperiencia, era un hombre inteligente y con ideas, y le ha dado una responsabilidad máxima en plena juventud. Es obvio que ha sido un acierto.

FG: El Real Madrid y el Barça son modelos distintos de club, pero tienen algo en común: la participación “democrática” de la gente. ¿Cree que también en esto se puede hablar de un modelo español?

JM: En realidad ya he respondido a esta pregunta. Tanto el público del Nou Camp como el de Chamartín son exigentes, y son capaces de pitar a los jugadores aunque estén ganando. Eso hace que aquí el “resultadismo” quede sólo para los equipos pequeños.

FG: Ayer el presidente Laporta dijo que su club tiene beneficios y que cada año distribuye unos 15 millones de euros. ¿Es una broma o un milagro?

JM: Parece que sí, que tanto el Barça como el Madrid, pese a sus deudas “globales” y a sus muchos gastos, suelen obtener beneficios cada año. Será un milagro o será que muchos multimillonarios meten dinero en el fútbol, a fondo perdido.

FG: ¿Qué jugador robaría al Barça para “su” Real? ¿O bien preferiría robarles su espíritu identitario?

JM: El Madrid no necesita “espíritus identitarios”. Su identidad es su historia. Quien se pone esa camiseta suele saber que lleva la que llevaron Di Stéfano, Puskas, Gento, Velázquez, Netzer, Butragueño y Míchel, entre otros. En estos momentos al Barça le “robaría” a Guardiola, si ello fuera posible, y su atrevimiento para confiar en jóvenes de la cantera. Hay muchos canteranos del Madrid que triunfan hoy en otros equipos y que en el Real no pudieron ni debutar. Y, ya puestos a “robar”, Iniesta me parece en estos momentos el mejor jugador del mundo.

FG: Florentino Pérez quiere comprar Kaká al Milan. ¿Sería suficiente eso para ver una final Real Madrid-Barça el año que viene?

JM: No he visto a Kaká demasiadas veces, pero no me parece un jugador determinante. Tampoco me gustaría ver con la camiseta del Madrid a Cristiano Ronaldo ni a Ibrahimovic. Son demasiado engreídos. Ya veremos qué equipo tenemos la temporada próxima. Espero que continúe el desaprovechado Guti, al que siempre he visto a la altura de los mejores.

ANSA, 29 de mayo de 2009

Reino de Redonda: El monarca del tiempo de Javier Marías


EL MONARCA DEL TIEMPO
Javier Marías

Nota previa de Javier Marías
Prólogo de Elide Pittarello

«Hace veinticinco años que este título no se encuentra en las librerías. A decir verdad, nunca estuvo muy presente en ellas, pues su primera y única edición hasta la fecha, de 1978, constó de pocos ejemplares, no recuerdo si dos mil o dos mil quinientos o a lo sumo tres mil (pero no creo).

A lo largo de los últimos diez o doce años han sido numerosas las personas que me han pedido El monarca del tiempo o me han preguntado cómo podían conseguido (y algunas hasta han dudado de su existencia, tomándolo por un título fantasma). Mi respuesta ha sido esta, invariablemente: «Como no sea en una librería de viejo… Pero tres de sus cinco partes pueden leerse en otros volúmenes, y las otras dos me temo que no valen la pena, suponiendo que la valgan las tres recuperadas, y es dudoso».

Y ese es el principal motivo de que ahora edite de nuevo El monarca del tiempo. Con una tirada tan modesta como la primera y, sobre todo, sin con ello molestar a ningún editor ni obligarlo a hacer el menor desembolso. Así ya no se me preguntará cómo puede conseguirse este título, ni tendré que dar sobre él la explicación y disuasión acostumbradas, ni jurar que sí existió, ni se verán algunos amigos impelidos a fotocopiar sus fantasmales páginas de vez en cuando.

Tenía veintiséis años cuando lo terminé (enero de 1978, está fechado), y veintisiete recién cumplidos cuando lo publiqué. Y probablemente esté ya lo bastante lejos de aquel joven para mantener en el ostracismo lo que él escribió, más allá de un cuarto de siglo. Veinticinco años son condena suficiente para cualquier posible delito literario, me parece.»

Del prólogo de JAVIER MARÍAS

«Poniatowski, el Bayard polaco, trémulo de fiebre y titubeante, reflexionaba. Las cabalgaduras, nerviosas e irritadas, recalcitraban, piafaban. La tensión de los hombres, al tiempo, cedía y se diluía. Por fin, ensartando la bruma y el vaho, sonaron las voces encadenadas, resolutas, imperativas: hubo una espontánea e improvisada reordenación de las filas, demasiado dispersas ahora, en exceso ausentes y apaciguadas: los corazones más jóvenes batieron con fuerza, los oficiales se calaron un poco más los morriones y desenvainaron haciendo innecesariamente entrechocar los metales, todas las filas se irguieron; altisonante, confusa, se oyó la orden de ataque, y entonces empezó a formarse una nube de polvo, denuedo y calor que fue ascendiendo paulatinamente desde los cascos de los caballos hasta los muslos de los jinetes a medida que unas líneas, al desplazarse, invitaban a las siguientes a avanzar y ocupar su lugar, y que el trote, en virtud del trabajoso pero regulado crescendo de todo impulso remolón e inicial, se iba acelerando mecánicamente. Y como el polvo que enturbiaba la aurora, también el retumbar aumentaba y se hacía a cada segundo más profundo y más uniforme: las tropas compactas marchaban al trote y adoptaron un ritmo de dáctilo, amenazador, machacón; y trotaban, trotaban, trotaban, trotaban.»

Fragmento de «El espejo del mártir»,
El monarca del tiempo

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LA ZONA FANTASMA. 7 de junio de 2009. Por qué casi nadie es de fiar

Si ustedes se fijan y hacen memoria o repaso, es probable que conozcan a poca gente que no anteponga algo más bien impersonal y abstracto a sus relaciones con las personas. Hay una frase que se repite con naturalidad en todos los ámbitos y que no sólo es aceptada, sino que por lo general “queda muy bien” y suscita admiración. Quien la pronuncia suele recibir aplausos y es visto como ejemplo de entrega, de abnegación, de altruismo y hasta de lealtad. Con sus obligadas variantes, se puede escuchar lo mismo en boca de un futbolista que de un político que de un guerrillero, no digamos ya en las de un nacionalista o un clérigo de cualquier religión, que cifran en ella su razón de ser. Yo la encuentro, sin embargo, una frase inquietante si no aberrante, que me lleva a desconfiar inmediatamente de todo el que la haga suya bajo cualquiera de sus infinitas formas. La frase en cuestión viene a decir que algo casi siempre inexistente –o cuando menos inaprensible, o intangible, o amorfo, o invisible– “está por encima” de todo lo demás, y desde luego de las personas: Dios o la Iglesia, España o Cataluña o Euskal Herría, la empresa, el partido, la ideología, el Estado, la revolución, el comunismo, el fascismo, el sistema capitalista, la justicia, la ley, la lengua, esta o aquella institución, este colegio, este periódico, este banco, la Corona, la República, el Ejército, el nombre de cualquier cosa, la cadena tal o cual de televisión, una marca, el Barcelona o el Real Madrid, la familia, mis principios, mi pueblo. Desde lo más ampuloso hasta lo más baladí, todo puede “estar por encima” de las personas y no hay ningún inconveniente en sacrificar o traicionar a éstas en aras de lo que para cada cual sea “sagrado” o “la causa”, ya se trate de ideales, entelequias o quimeras; de imaginarios incorpóreos las más de las veces.

No hay apenas diferencia entre lo que gritan los suicidas islamistas en el momento de inmolarse (“Alá es el más grande”, si no me equivoco) y el primer mandamiento de los cristianos (“Amarás a Dios sobre todas las cosas”, tal como yo lo estudié). El resto son variantes o copias de esta absolutista afirmación, aplicadas a lo que se le ocurra al cenutrio de turno, desde el “Todo por la patria” que ignoro si todavía corona en España los portales de los cuarteles hasta la “Revolución Socialista Bolivariana” o como quiera que llame Hugo Chávez a su proyecto totalitario en Venezuela, pasando por “el ancestral pueblo vasco”, el Rule Britannia, el Deutschland über alles, “la gran patria rusa”, o bien Hacienda, The Times o Le Monde, el Manchester United o la Juventus, la monarquía, la Constitución, la BBC o la RAI o TVE, el Papado o la revolución cultural, por supuesto “el pueblo soberano” y el nombre de cualquier empresa multinacional o local.

La frase en cuestión es a menudo rematada por otra similar, pero aún más explícita: “Las personas pasan, las instituciones permanecen”, como si estas últimas no fueran, desde la Iglesia hasta el Athletic de Bilbao, obra e invención de las personas, y en realidad no estuvieran al servicio de ellas, sino al revés. Lo cierto es que a lo largo de demasiados siglos se ha logrado hacer creer eso a la gente, que todos estamos al servicio de cualquier intangible y que somos prescindibles en aras de su perpetuidad. No es, así, tan extraño que esas afirmaciones categóricas y vacuas gocen de tan magnífica reputación, ni que quien deja de suscribirlas sea tenido por un apestado. ¿Cómo, que no está usted dispuesto a sacrificarse por la empresa, Fulánez? ¿Un soldado que no se apresta a morir por su país en toda ocasión? ¿Un revolucionario que no delata a sus vecinos? ¿Un fiel que pone reparos a hacerse saltar por los aires si con ello mata a tres infieles? ¿Un creyente que no abraza el martirio antes que abjurar de su fe? ¿Un futbolista que no rechaza una jugosa oferta económica para seguir con el club que lo forjó? He ahí ejemplos de un egoísta, un cobarde, un desafecto, un traidor, un apóstata, un pesetero. El que no pone algo por encima de sí mismo, de las personas y de sus afectos sólo se hace acreedor al insulto y al desprecio.

Y sin embargo… Yo me siento mucho más seguro y tranquilo en la compañía de quienes carecen de toda lealtad “superior”, de quienes nunca anteponen ninguna abstracción al aprecio por sus allegados, de quienes sólo se volverán contra mí por mis actos y no por ningún dogma ni creencia ni ideal. Es más, son esas las únicas personas en las que confío, y en cambio nunca podría hacerlo en un religioso ni en un político ni en un militar ni en un nacionalista, tal vez ni siquiera en un creyente ni en un militante ni en un patriota oficial, porque sé que cualquiera de ellos estaría presto a traicionarme o a sacrificarme. Llegado el caso, serían vasallos de lo que hubieran colocado “por encima”, e incondicionales de ello aunque reprobaran el proceder de quienes lo encarnaran. Por eso no me fío enteramente de casi nadie, tan extendido está el sentimiento que da lugar a esa frase. Y si ustedes se fijan y hacen memoria o repaso, verán también, bajo este prisma, de cuán poquísimos se podrán fiar.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 7 de junio de 2009

Reino de Redonda: El crepúsculo celta y La rosa secreta de W B Yeats


EL CREPÚSCULO CELTA y LA ROSA SECRETA
W B Yeats

Prólogo de Juan Villoro
Traducciones de Javier Marías y Alejandro García Reyes

«William Butler Yeats nació en Dublín en 1865 y pasó su infancia en la provincia de Sligo, escenario primordial de El crepúsculo celta. Hijo de un filósofo y pintor al que apreció más por sus óleos que por su trato, creció a la sombra de Susan, su madre, que amaba a Irlanda en la misma medida en que odiaba todo lo inglés.

La muerte de Yeats en el invierno de 1939 significó el fin de una era. El poeta recibió en vida un reconocimiento impar; ha sido tan leído y discutido en la cultura inglesa que sus biógrafos apenas dedican unos párrafos a señalar que además obtuvo el Premio Nobel.

Sujeto ideal para éstos, hizo de la relación amorosa algo tan intrincado, enigmático y versátil como su poesía. Su interés en todas las sombras del ocultismo pobló su destino de claves herméticas. Los masones, los astrólogos, los rosacruces y los orientalistas no acabarán de descifrar sus enigmas. [… ] Puede decirse que Yeats se perfila a través de sus opuestos: mago y empresario, idealista y calculador, rebelde y aristócrata, anacoreta y dandy.

Las crueles maravillas de El crepúsculo celta informan de las posibilidades mágicas de los animales, la activa vida de los muertos, el papel comunicativo de las criaturas intermedias (hadas, duendes, musas) cuyo domicilio permanente está en los sueños y que el visionario puede hallar a voluntad. El escenario imprescindible de las historias es el bosque, espeso y silencioso, que oculta sus enigmas a los indignos.

En La rosa secreta hay un mayor énfasis en las formas cerradas del relato ejemplar. Los protagonistas reciben lecciones de alto sufrimiento y pagan cara su osadía. El primer texto y el último tratan de juglares sacrificados. Los personajes anhelan el sello que los distinga y el mundo castiga su temeridad.

Las ediciones del Reino de Redonda han reunido El crepúsculo celta y La rosa secreta en las exactas versiones de Javier Marías y Alejandro García Reyes.»

Del prólogo de JUAN VILLORO

«Uno de los grandes problemas de la vida es que no podemos tener ninguna emoción pura. Siempre hay en nuestro enemigo algo que nos gusta, y en nuestro amor algo que nos desagrada. Es este enredo químico lo que nos hace viejos, y nos arruga la frente y hace más profundos los surcos de nuestros ojos. Si fuéramos capaces de amar y odiar con tan buen corazón como los Sidhe, podríamos volvernos tan longevo s como ellos. Pero hasta que llegue ese día sus incansables gozos y pesares siempre habrán de constituir la mitad de su fascinación. En ellos jamás se agota el amor, y las órbitas de los astros no pueden rendir a sus pies danzantes. Los campesinos de Donegal se acuerdan de esto cuando se doblan sobre la pala, o se sientan junto a la criba, al anochecer, absortos en la pesadez de los campos, y cuentan historias sobre lo que no se puede olvidar.»

De El crepúsculo celta

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Reino de Redonda: La religión de un médico y El enterramiento en urnas de Sir Thomas Browne

LA RELIGIÓN DE UN MÉDICO y EL ENTERRAMIENTO EN URNAS
Sir Thomas Browne

Nota previa, traducción y epílogo de Javier Marías

El caso de Sir Thomas Browne (Londres 1605-Norwich 1682) es singular y no muy fácil de comprender si no se lo ha leído y saboreado: su vida fue de una sobriedad exasperante, y sin embargo el célebre Doctor Johnson le dedicó una biografía apasionada; su pensamiento era asistemático, irregular, intuitivo, fluctuante, endeble en algunos aspectos, y sin embargo su obra ha suscitado violentas disputas y controversias a lo largo de trescientos años; sus temas fueron tan amplios como vacilantes y dispersos, nunca tratados con método ni exhaustivamente, y sin embargo nadie niega que a él se deben algunos de los párrafos e ideas más sobresalientes y profundas que jamás se hayan escrito sobre la muerte y la inmorta1idad, Dios y la religión, el tiempo y la antigüedad, la perduración en la memoria de los hombres y el olvido,

Algunas opiniones sobre Sir Thomas Browne:

«Cuando Browne logra elevarse más y más con su prosa en espiral: sostenido en el aire como un planeador, hasta el lector de hoy se ve embargado por la sensación de levitar» W G Sebald

«El último capítulo de El enterramiento en urnas es una de las cimas de la literatura inglesa» Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares

«Un día me apliqué diligentemente a imitar a Sir Thomas Browne» Robert Louis Stevenson

«Es como un magnífico arcángel trastornado» Herman Melville

«Produce un placer análogo al de las pinceladas de Velázquez. La prosa de Browne carece de igual en la literatura inglesa» Lytton Strachey

«Su estilo es un tejido de muchas lenguas, con términos originalmente apropiados para un arte, y puestos violentamente al servicio de otro» Dr Samuel Johnson

«Es uno de los Santos Padres del ensayo moderno, detrás de Montaigne. Uno de los primeros en explorar la desconocida región del yo cotidiano. La religión de un médico es un libro único» Mario Praz

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El traje nuevo del emperador

Alfaguara publica ‘Lo que no vengo a decir’, una recopilación de los dos últimos años de artículos semanales en prensa del escritor Javier Marías

Alfaguara publica ‘Lo que no vengo a decir’, una recopilación de los dos últimos años de artículos semanales en prensa del escritor Javier Marías

Comparte Javier Marías con Fernando Savater el ‘don’ de ser un articulista de difícil, si no imposible, encasillamiento ideológico. En sus disquisiciones semanales, y van ya 16 años, Marías, como Savater, dejan a un lado la ideología y tratan de seguir un ‘patrón ético’, de ahí que en muchas ocasiones arremetan contra lo ‘oficialmente establecido’, lo políticamente correcto o contra las sacrosantas verdades de la derecha y de la izquierda.

En Lo que no vengo a decir, la recopilación de los dos últimos años de artículos publicados en El País Semanal, el articulista y novelista Javier Marías vuelve a asemejarse a ese niño de Andersen que, con toda la sinceridad del mundo, grita a los cuatro vientos que el emperador está desnudo y que no luce ningún traje nuevo.

Coincidan o no las opiniones del lector, en sus textos encontramos un compromiso ético y un extraño equilibrio, de ahí que sus denuncias del lenguaje políticamente correcto, las prácticas incívicas de los españoles, el sospechoso ‘ajuntamiento’ entre constructores y alcaldes o incluso sus (tradicionales) diatribas contra el feminismo mal entendido tengan ese aire de alguien que, sin pretenderlo, quiere alcanzar la imparcialidad.

Ya sea desvelando aspectos de la vida cotidiana o de la ‘esfera pública’, sus reflexiones suelen desenmascarar alguna creencia inmutable o poner el dedo en la llaga en los aspectos más hirientes o dignos de bufa de nuestra existencia, en particular la de los españoles porque a Marías más que ‘dolerle España’ lo que le causa en muchos momentos es sonrojo e incluso vergüenza ajena. Mucha ironía y ‘cabreo sano’ destilan estas páginas y quizás uno de los mejores artículos, buen ejemplo de su estilo, sea aquel en el que a cada político nacional o internacional le va colocando su correspondiente papel en la gran pantalla.

Pero como escribe en la pieza ‘Los valiosos ocultos’, hay que mantener la esperanza porque, a pesar de esta época de “decadencia absoluta” que según el autor vivimos, quedan, en un segundo plano, muchos buenos ejemplos de personas de gran valía, esas que “por discreción y sentido del ridículo, no se presentarían nunca a un concurso o a un ‘reality show’, ni acudirían a un programa de despellejamiento ni dirigirían unos informativos ‘a mayor gloria suya’ (…), ni seguramente escribirían arbitrariedades en prensa como las que yo escribo”. A pesar de esta última apreciación, Javier Marías se encuentra en este discreto grupo, señalándonos las desnudeces de aquellos que se creen vestidos.

ALFONSO VÁZQUEZ

La Opinión de Málaga, Suplemento de cultura, 16 de mayo de 2009

Reino de Redonda: La morada maligna de Richmal Crompton

LA MORADA MALIGNA
Richmal Crompton

Prólogo de Eduardo Mendoza
Traducción de Panteleimón Zarín

Richmal Crompton nació en Bury, Lancashire, en 1890, y murió en 1969. Su nombre completo era Richmal Crompton Lamburn. Estudió Lenguas Clásicas y de joven fue sufragista; durante unos años se dedicó a la enseñanza del Latín y el Griego, hasta que padeció poliomielitis y hubo de abandonar la docencia en 1923: cargó ya para siempre con una pierna casi inútil y un bastón en la mano. Nunca se casó ni tuvo hijos, lo cual no le impidió pasarse la vida en contacto con niños, pues entre 1922 y 1968 escribió y publicó treinta y ocho volúmenes con las andanzas de uno de los jóvenes más admirados, envidiados e imitados de la literatura mundial, Just William en Inglaterra o Guillermo Brown en España, también conocido como Guillermo el Proscrito y Guillermo el Travieso, cuyas inolvidables correrías gozaron de extraordinario éxito entre los chicos de varias generaciones.

Richmal Crompton, sin embargo, escribió también obras «para adultos», y entre ellas destacan la novela La morada maligna y el volumen de relatos, Bruma, ambas, obras más o menos de misterio o fantásticas. Sus incursiones en este género eran hasta ahora desconocidas en castellano, y es de suponer que no defraudarán ni a los entusiastas de lo sobrenatural ni a los aún incontables devotos de su héroe natural, Guillermo Brown.

La presente edición incluye un prólogo de Eduardo Mendoza y, a modo de apéndices, como en todos los libros del Reino de Redonda, las listas completas, «puestas al día», de los «pares literarios» nombrados por los diferentes reyes de Redonda.

«Para quienes no conocen la obra de Richmal Crompton, La morada maligna constituye sin duda un regalo. A quienes en nuestra infancia leímos con avidez los relatos de Guillermo Brown, La morada maligna nos reserva además una sorpresa.»

EDUARDO MENDOZA

¿Quién fue Richmal Crompton? Mi hada madrina: sopló sobre mi cuna el hálito libérrimo de la irreverencia, de lo imprevisto, de la rebeldía con humor y sin crueldad. Me convirtió en proscrito… dentro de un orden.»

FERNANDO SAVATER

«Debo en gran medida a Richmal Crompton, aquella casi invisible mujer inglesa, el haberme dedicado a la literatura… Tengo, por tanto, una muy vieja deuda contraída con ella y con su banda de niños dignos y desobedientes, que tanto imité en mis primeros escritos. Bienvenida a este Reino, Richmal Crompton.»

JAVIER MARÍAS

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«Venezia fa parte del mio immaginario emotivo: volevo viverci, ma mi sono sentito prigioniero»

A Venezia

A Venezia

Fosse rimasto a Venezia, chissà, «forse non avrei scritto i libri che ho scritto», «o forse non sarei quello che sono: in fondo, siamo anche il risultato di ciò che abbiamo scartato, no?». Javier Marías si accende una sigaretta allungando lo sguardo su Campo San Polo, gli occhi sembrano accarezzare una città incontrata vent’anni fa – «ci ho vissuto diversi mesi per vari periodi, in tutto credo due anni, tra l’84 e l’89» – e ritrovata adesso in occasione di «Incroci di civiltà», il festival letterario che oggi accoglie lo scrittore spagnolo al Malibran (ore 18). «Venezia fa parte del mio immaginario biografico» sorride Marías. Perché a Venezia l’autore di Domani nella battaglia pensa a me ha scritto parzialmente L’uomo sentimentale e Tutte le anime, a Venezia ha composto «Venezia, un interno», 35 pagine (inedite in Italia) pubblicate in 5 puntate sul País e poi in una raccolta di saggi, e a Venezia il romanziere ha pure «avuto una morosa».

«Ho un rapporto emotivo con questa città, avevo persino pensato di restarci – aggiunge in un italiano fluido ed elegante – Ma qualcosa mi ha trattenuto: ho sentito che tutto quello che accade al di fuori della città sembra lontano, uscire è complicato, andare a Padova o prendere il treno è complicato…». E lui, che si è sempre mosso (ha insegnato all’università di Oxford per anni, poi negli States, quindi a Madrid, dove vive), ha avvertito «la sensazione involontaria di essere prigioniero».

E l’italiano l’ha imparato a Venezia?
«Non l’ho mai studiato, l’ho dedotto dallo spagnolo. Solo una volta ho preso una grammatica per guardare i verbi e capire come funzionavano le coniugazioni. Ma ho mai compreso mai il passato remoto, qui non si usa molto».

La sua attività di traduttore l’ha aiutata?
«Può darsi. Ma sono molti anni che non traduco più. Credo che scrivere e tradurre non si possano più fare nello stesso tempo. Certo, chi traduce è abituato a maneggiare le parole e ad avere nostalgia di quello che un’altra lingua ha e la propria non ha. Quando parli un’altra lingua, invece, hai nostalgia di ciò che la tua lingua possiede e l’altra no. In un certo senso sei consapevole delle carenze delle lingue. Nessuna è completa. La morosa rideva delle cose che io creavo in italiano!».

Cosa significa per lei raccontare?
«È una forma di pensiero diversa da tutto il resto, alla quale non vorrei mai rinunciare, la trovo particolarmente attiva, fervida. Forse per questo si scrivono tante lettere, diari, mail. Si tenta di spiegare e di spiegarsi meglio una cosa. E in un romanzo ci si sente più liberi di dire cose che forse non diresti mai a nome tuo. Perché è una finzione. Molti lettori mi indentificano coi narratori dei miei romanzi, ma quello non sono io, anche se alcune cose coincidono».

Dove la porta la scrittura?
«Io lavoro con la bussola. So più o meno dove voglio arrivare, ma non conosco la rotta. E allora improvviso molto. Certo, decido io, ma tento di non sapere in anticipo tutta la storia, mi annoierei. Mi piace scoprirla mentre la scrivo. L’importante, per me, è che ciò che entra nel romanzo in modo casuale o arbitrario divenga poi necessario e abbia senso. Mentre scrivo sono concentrato, penso a quello che faccio, ma quando smetto, mi è normale guardare una partita di calcio o bermi una birra».

Real Madrid o Atletico Madrid?
(risata) «Real Madrid!»

Scrive al computer o a penna?
«Con la macchina da scrivere, elettrica, anche se di recente mi si è rotta. Avevo appena terminato il terzo capitolo di Il tuo volto domani, dovrebbe uscire in Italia a settembre-ottobre, e sono più di 700 pagine. Anzi, in tutto saranno 1600 pagine, la macchina si era consumata, ed ero un po’ disperato perché non c’erano più in giro. L’ho raccontato sul País, e i lettori mi hanno offerto altri modelli».

Odia il computer come Pamuk?
«Ma no! Mi piace scrivere sulla carta. Butto giù la prima versione della pagina, poi la correggo a mano, faccio frecce, cancellature, e la riscrivo. Lo faccio tre, quattro, cinque volte, sembra una perdita di tempo tremenda, invece no. Ogni volta che batto la pagina di nuovo, la rendo un po’ più mia, la assumo un po’ di più. È diverso dal leggerla. Chissà, magari in futuro mi convertirò al computer».

CHIARA PAVAN

Il Gazzettino, 22 maggio 2009