LA ZONA FANTASMA. 2 de septiembre de 2012. Las crueldades pequeñas

Muy ingenuos o fatuos han de ser los políticos para no haberse hecho a la idea de que nadie los quiere y en general caen fatal. De que, si dejan de gober­nar, es porque los votantes están hartos de ellos y ya no los pueden ni ver; y de que, si gobiernan, no es porque los ciudadanos les tengan confianza y les encuentren méritos, sino por el mero deseo de quitarse de encima a los anteriores. Es cierto que hay muchos políticos que, pese a todo, son fa­tuos (ingenuos me temo que no), pero hasta los más engreí­dos deben saber, a estas alturas, lo antipáticos que caen a la mayoría de la población. En vista de lo cual, parece como si casi todos hubieran decidido que de perdidos al río. ¿Resulto antipático? Pues se van a enterar los electores de lo que es la antipatía personificada.

Y sin embargo es curioso lo que le ocurre al Partido Popu­lar: de tarde en tarde, sus dirigentes se sorprenden y asustan del odio que han llegado a concitar. Se palpan la ropa, se ahuecan el cuello de la camisa para respirar, les entran sudores fríos, ponen cara de perplejos, se sienten ofendidísimos y, si los abuchean o les cae algún huevo, echan a correr y se escabullen por la puerta de atrás de donde estén. Les sucedió tras sus mentiras del 11-M de 2004, y durante varios años concentraron sus esfuerzos en dejar de dar miedo y en intentar atenuar su antipatía natural (esto último con escaso éxito, hay empresas que trascienden la voluntad de quienes las aco­meten). Si algo los ayudó, fue la antipatía o estupidez de de­masiados subordinados de Zapatero, que diluyó levemente las suyas. Ahora bien, en pocos meses el nuevo Gobierno del PP ha recuperado con creces el terreno perdido, y sus minis­tros se nos han hecho insoportables: la que no es una pava como Ana Mato, es un chuleta incongruente como Arias Ca­ñete; el que no es un metepatas como García Margallo (muy adecuado para la diplomacia), es un vaina como Soria, que convoca a los españoles a veranear aquí porque en el extran­jero hay mosquitos (!); el que no es un incompetente despec­tivo como Montoro, se torna un beato sádico como Gallardón, que quiere obligar a llevar una vida de sufrimiento constante a criaturas que maldecirán el día de su nacimiento, con toda probabilidad.

‘Amar en tiempos revueltos’

Pero a los gobernantes se los llega a odiar también -tal vez más- por los daños pequeños y gratuitos. El PP no se da cuen­ta de cuántas personas tienen una existencia tan limitada y modesta que para ellas es de suma importancia la televisión, y en particular la estatal, que consideran propia, con razón. Entre los aciertos de Zapatero estuvo el de convertirla en algo más que decente. Su director había de ser elegido por dos ter­cios del Parlamento, es decir, por consenso, y por tanto no podía ser un energúmeno ni un fanático ni un cobista, de un bando u otro. Se consiguió que los informativos fueran impar­ciales y dependieran más de los profesionales que de los polí­ticos que, sobre todo en la tenebrosa época de Aznar, los ha­bían sesgado a su favor. Eso se tradujo en que fueran los más seguidos con diferencia, recibieran elogios y premios interna­cionales, y que en alguno de éstos se los juzgara mejores que los de la BBC. En vista del éxito, el Gobierno ha cambiado por las bravas el método de elección de su director, y ha llenado sus informativos de esbirros de Telemadrid: el canal con peor fama, con más protestas abochornadas de sus trabajadores, hartos de su desfachatada parcialidad, y que menos gente ve. Como en TVE había periodistas que daban confianza a los es­pectadores -Xabier Fortes o Ana Pastor-, se ha prescindido de ellos a toda velocidad. Pero no es sólo eso: a los ciudadanos les complacían mucho tres o cuatro series de ficción: Águila Roja, Cuéntame, La República y la cotidiana Amar en tiempos revuel­tos. Pues fastidiémosles eso tam­bién. En cuanto se emitan los epi­sodios atrasados de esta temporada, Amar ya no se verá en TVE, sino, con variaciones forzosas (ay), en Antena 3, y algo semejante va a ocurrir con las demás. Todo con el pretexto de ahorrarse el chocolate del loro. Supongo que se trata de la operación habitual: se deteriora deliberadamente lo público para luego poder argüir que no es viable, se hace de lo decoroso una porquería para que las audiencias se hundan y «convenga» privatizar o eliminar lo público. Es el método de Aguirre y también fue el de Thatcher, que condujo. a Gran Bre­taña a su mayor decadencia. Pero la gente normal no se fija en esto: repara en que ya no puede ver unos informativos impar­ciales y sin censura, ni a sus favoritos Fortes o Pastor, ni oír a los de Radio Nacional, Lucas, Garrido o Pepa Fernández. Comprueba que la han privado de lo que para muchos era su único consuelo diario, las entregas de sus series preferidas. Ancianos, jubilados, parados, pobres, enfermos, individuos con vidas ingratas, tristes o solitarias, son numerosos los que sólo disponían de eso. Al PP se lo odiará de nuevo, quizá más que por sus otras despiadadas medidas, por estas crueldades pequeñas y gratuitas. Y lle­gará el día en que sus dirigentes volverán a sorprenderse, y se asustarán.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 2 de septiembre de 2012