Javier Marías en la ópera

Javier Marías publicó en 1986 una de sus mejores y más congruentes y bellas obras: El hombre sentimental. La historia de un triángulo amoroso que se rompe como las cadenas, por la parte más frágil (por el lado de «un potentado, un ambicioso, un político, un explotador»). Javier Marías ha dicho irónicamente que la narración de los sueños no le interesa, ni como narrador ni como público, y esta novela se cuenta a partir de un sueño: se construye a partir de la delgada consistencia de los sueños o de los restos oníricos que divagan en nosotros antes del desayuno. El narrador prefiere no tomar ese desayuno, para impedir que el día o lo diurno se impongan, mientras cuenta; o lo toma tarde, cuando todo es demasiado tarde ese día, o es todo tardío e irremediable, según se mire, diría el propio involucrado, un enfriado cantante de música que está subiendo a la cima de su carrera cuando encuentra en un tren al primer trío de su historia: una mujer semidormida de la que no alcanza a ver el rostro, y sus dos acompañantes.

Sabemos mucho más, pero muy poco más, de esos personajes, especialmente de Natalia, la mujer del rostro cubierto, una figura bella y neblinosa que jamás deja de serlo. Marías realiza la proeza de contar una historia donde no podemos ver prácticamente nunca uno de los personajes, Natalia. «Tratar con un matrimonio es como tratar con una sola persona contradictoria y desmemoriada», dice. Y, «no hay sometimiento más eficaz ni más duradero que el que se edifica sobre lo que es fingido, o aún es más, sobre lo que nunca ha existido».

El narrador de El hombre sentimental es un cantante de ópera que recorre el mundo en la soledad de la fama, un intérprete que tiene un sutil cariz de bufón, un sutil cariz de vendedor viajero, de cantante de rock. Su idea de los wagnerianos, a partir de un histérico intérprete wagneriano que enloqueció al ver una sola butaca vacía en el teatro y terminó una vida de éxitos, en ese lugar y en ese punto -con una escena enloquecida-, resulta perfecta. Su lectura de Otelo es como una melodía de fondo. Su manera de amar a la chica misteriosa del tren, es musical.

La ópera le va. Pero el efecto final es más el de la pintura que el de la música: El hombre sentimental es como una elaborada miniatura, o un detalle, seguramente uno de los más notables de un artista y de un estilo. Un estilo de Proust, frases largas, preguntas abiertas.

MILI RODRÍGUEZ VILLOUTA

La Nación (Chile), 1 de abril de 2009