Javier Marías, escritor: «Corrí la banda imitando a Paco Gento, que era extraordinario»

Salvajes y sentimentales

Javier Marías fue la galerna del Colegio Estudio de Madrid, un viento súbito y sentimental, que soplaba entre el oeste y el noroeste alejándose de la negra espalda del tiempo. En un principio, a Marías y sus correligionarios balompédicos no les dejaban jugar al fútbol porque un alumno se quedó conmocionado tras un pelotazo. Proscrito el fútbol, se las ingeniaron para competir en una Liga infantil: «Yo era extremo izquierdo. Por zurdo y porque corría, bastante, la banda imitando a Gento, en la medida de mis posibilidades. Vi jugar mucho a Paco Gento y era extraordinario». Javier Marías evoca a su amigo Juan García Hortelano, gran aficionado y colchonero de pro, que tenía una pregunta imbatible para comprobar si se sabía o no de fútbol: «¿Quién ha sido el mejor extremo izquierdo de la Historia?, y si no me responden con Gento es que no tienen ni idea».

-¿Qué tal centraba el «gamo Javier Marías» del Colegio Estudio?
-No se me daba mal del todo, pero no era mi mayor fuerte. Corría bien por la banda y desbordaba. Tenía buen chut. Marcaba de vez en cuando con la izquierda, porque yo he sido muy zurdo. Me temo que he sido jugador de una sola pierna.

-¿El fútbol es la recuperación sentimental de la infancia?
-Con él uno vuelve a ser niño. Te llevas el mismo disgusto si tu equipo pierde un partido importante ahora que cuando tenías diez años. Y alegrías.

-¿El balompié es un interminable desfile de héroes y villanos, figurantes y gestas, temores y temblores, drama y zozobra, sentimiento y nostalgia, lírica y épica?
-A los madridistas de verdad, a los antiguos, en contra de lo que se dice, nunca nos ha gustado ganar mal. Y por mal entiendo tanto jugar mal como por ayudas arbitrales. Los mayores disgustos que me he llevado han sido por injusticias cometidas a nuestro favor. Eso me pone negro. Recuerdo un partido Madrid-Barça en Chamartín, 2-2, y en el último minuto le anulan un gol legal a Rivaldo. Me indignó esa decisión.

-¿Su pasión por el Numancia?
-Me viene de mis padres, que solían veranear en Soria por el fresco y el río. Eran esos veraneos que duraban hasta tarde, y los primeros partidos de la temporada veía al Numancia en el campo de San Andrés. Ya en Madrid seguía sus resultados en Tercera, en Segunda B. He celebrado que en los últimos años haya ascendido tres veces. Ha sido muy divertido.

-Confiese: ¿es verdad que usted «primó» al Numancia para que se mantuviera entre los grandes?
-Yo había ganado un dinero inesperado de un premio literario bastante cuantioso, y el Numancia acababa de subir a Primera división. Al pasar por Soria, tras veinte años de no pisar la ciudad, no se me ocurrió otra cosa que ofrecer una prima de cinco milllones de pesetas si se mantenía el equipo en Primera el año siguiente.

-El Numancia conservó la categoría y usted se «retrató».
-Pagué a tocateja.

-En el memorable Real Madrid, 4; Numancia, 3 de esta Liga, ¿su corazón tan blanco dónde latía?
-En ese momento andaba ya un poco dividido. Se añade también que el Numancia es un equipo modesto, con el más bajo presupuesto de Primera. Deseé que al menos empatara.

-Zidane, el sublime gol del «barrilete cósmico» a la Pérfida Albión en la jugada de todos los tiempos, el taconazo de Redondo en el teatro de los sueños… El fútbol es una eterna obra de arte…
-A mí se me quedan en la memoria goles, jugadas o remontadas de manera parecida a como guardo grandes obras de arte. Entre la épica, la ética y la estética, que a menudo tiene, el fútbol no debería despreciarse: mueve a millones de seres.

-¿Un partido inolvidable?
-Junto con el 7-3 de la final de la Quinta Copa de Europa que ganó el Real Madrid -lo vi en casa de unos vecinos porque mis padres no tenían aún televisión-, el 3-2 de Italia a Brasil en el Mundial 82, en Sarriá.

-La incompatibilidad entre las letras y el fútbol ya fue desmentida por clásicos modernos como Nabokov o Camus, que fueron guardametas. Ellos hablaron de la moral que les concedía el fútbol.
-El fútbol está concebido como una especie de simbología de una miniguerra con reglas, que ya no existen en las guerras de verdad. Antiguamente había un acuerdo entre los dos bandos de hacer un alto en la batalla para recoger a los muertos. El fútbol sigue manteniendo esas reglas. Afortunadamente es incruento, pura batalla deportiva. El equivalente a esa regla lo encontramos en el detalle de los jugadores cuando echan el balón fuera para atender lesionados. En cómo celebran los goles o no, muestran cierta nobleza, en la capacidad de renunciar a una innoble ventaja o mal adquirida… uno percibe comportamientos éticos.

-Y ahora va Argentina y se encomienda a «La Mano de Dios»…
-Maradona era un jugador extraordinario, pero yo no lo pondría al mismo nivel que Cruyff, Di Stéfano o Pelé. Y no porque no fuera tan habilidoso o incluso más que ellos, que sí lo era, sino porque su inteligencia no era comparable a la de ellos. Le faltaba algo de clarividencia, y no creo que le haya mejorado con los años. Hay jugadores que están en el campo y ven el partido desde lo alto: Di Stéfano, Cruyff y Pelé. Maradona estaba muy a ras de tierra haciendo maravillas.

ANTONIO ASTORGA

Abc, 8 de noviembre de 2008