LA ZONA FANTASMA. 28 de mayo de 2017. ‘La nueva burguesía biempensante’

Me escribe un señor de setenta y cinco años, desesperado porque las instituciones financieras recurran invariablemente al tuteo para dirigirse a sus clientes. Cuenta que las cartas de su banco empiezan con “un desenfadado ‘Hola’” y siguen con “un irrespetuoso tuteo”. Cuando el contacto es telefónico, ocurre lo mismo, y si el señor les afea las excesivas confianzas, los empleados le responden que ellos “sólo obedecen instrucciones”. De poco le sirve a Don Ezequiel advertirles de que, si persisten en lo que para él es una grosería, retirará sus fondos. Y se pregunta: “¿Cuál será el siguiente paso, tratarme de ‘tronco’, ‘tío’ o ‘colega’?”

Hace ya años que observo cómo completos desconocidos que me escriben para solicitarme algo no tienen ni idea de cómo deben obrar para conseguir lo que buscan. O al revés, deben de estar convencidos de que el desparpajo y la ausencia de las mínimas formalidades los va a beneficiar y a allanar el camino. Nadie parece haberles enseñado a escribir una carta o email en condiciones. No soy tan estirado como para ofenderme porque se me tutee de buenas a primeras (aunque yo trate de usted a todo el mundo de entrada, independientemente de su edad: así llamaba a mis alumnos, quince años más jóvenes que yo, cuando daba clases), ni porque se me encabece una misiva con “Querido Javier” a secas. Me da lo mismo. Lo que no encuentro aceptable es que ni siquiera haya encabezamiento. “Hola, ¿qué tal va todo?”, me dicen a veces a modo de preámbulo, para a continuación pedirme una entrevista o una intervención en un simposio o un texto para una revista. No sé qué se pretende con esa pregunta (porque es una pregunta): ¿que le cuente mi vida al remitente? ¿Que le conteste, en efecto, sobre “todo”? “Hola, soy Fulanito” no es manera de dirigirse a nadie, y eso es lo más frecuente hoy en día. Tiendo a dar la callada por respuesta en esos casos, no me molesto en afearle la conducta a nadie, a diferencia del irritado Don Ezequiel.

Lo que me llama la atención de su queja es que los empleados del banco aseguren limitarse a cumplir órdenes de los banqueros que han sido rescatados con dinero de los contribuyentes —que no han devuelto—, a los cuales cada vez cobran más comisiones y ofrecen menos beneficios o ninguno. Eso me indica que el tuteo indiscriminado forma ya parte de la actual ortodoxia burguesa biempensante, no menos feroz que la del siglo XIX, prolongado en España hasta 1975. Los biempensantes de cada época no se caracterizan sólo porque sus creencias y prácticas sean mayoritarias o dominantes, sino por la virulencia con que tratan de imponérselas al conjunto de la sociedad. Hoy ya no se exige —como en el XIX, y aquí hasta la muerte de Franco— religiosidad, respeto a los símbolos y a los padres, amor a la patria y cosas por el estilo. Hoy ha cambiado lo “sagrado”, pero la furia y la persecución contra quienes no se adscriben a los nuevos dogmas adolecen del mismo fanatismo que las del pasado. La burguesía biempensante exige, entre otros cultos, lo siguiente: hay que ser antitaurino en particular y defensor de los “derechos” de los animales en general (excepto de unos cuantos, como las ratas, los mosquitos y las garrapatas, que también fastidian a los animalistas y les transmiten enfermedades); hay que ser antitabaquista y probicis, velar puntillosa o maniáticamente por el medio ambiente, correr en rebaño, tener un perro o varios (a los cuales, sin embargo, se abandona como miserables al llegar el verano y resultar un engorro), poner a un discapacitado en la empresa (sea o no competente), ver machismo y sexismo por todas partes, lo haya o no. (A eso ha ayudado mucho la proliferación del prefijo “micro”: hay estudiantes que ven “microagresión” cuando un profesor les devuelve los exámenes con correcciones; asimismo hay mujeres que detectan “micromachismo” en el gesto deferente de un varón que les cede el paso, como si ese varón no pudiera hacerlo igualmente con un miembro de su propio sexo: cortesía universal, se llamaba.) Ver también por doquier racismo, y si no, colonialismo, y si no, paternalismo. Lo curioso es que la mayoría de estos nuevos preceptos o mandamientos de la actual burguesía biempensante los suscriben —cuando no los fomentan e imponen— quienes presumen de ser “antisistema” y de oponerse a todas las convenciones y doctrinas. No es cierto: tan sólo sustituyen unas por otras, y se muestran tan celosos de las vigentes —con un espíritu policial y censor inigualable— como podían serlo de las antiguas un cura, una monja, un general, un notario o un procurador en Cortes, por mencionar a gente tradicionalmente conservadora y “de orden”.

Y, francamente, si los bancos —nada menos— dan instrucciones de tutear a todo el mundo; si lo hacen obligatorio como en los hospitales y Universidades y en demasiados sitios “respetables”, hay que concluir que también ese tuteo impostado forma ya parte de lo más institucional, reaccionario y rancio.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 28 de mayo de 2017

Javier Marías en la Feria del Libro de Madrid

Este fin de semana Javier Marías estará:
El sábado, 27 de mayo, por la tarde (19-21 horas), en las casetas de la Librería Visor (nº. 356 y 357).
El domingo, 28 de mayo, por la mañana (12-14 horas), en la caseta de la Librería Rafael Alberti (nº. 180).

La próxima semana acudirá el viernes, 2 de junio, por la tarde (19-21 horas), en la caseta de la Librería Gaztambide (nº. 151).

Firmará ejemplares de sus obras y de su editorial Reino de Redonda.

LA ZONA FANTASMA. 21 DE MAYO DE 2017. ‘La peligrosa parodia’

Hace ya tiempo que temo echarle el primer vistazo al periódico de la mañana. Uno va de sobresalto en sobresalto, de noticia en noticia alarmante cuando no espantosa. Ya sé que siempre ha sido así; que las noticias buenas no son noticia y que lo que la gente desea por encima de todo es indignarse y escandalizarse. Y este deseo no ha hecho sino ir en aumento desde la aparición de las redes sociales y la dictadura de la exageración en el periodismo. Pero basta retroceder unos meses para recordar que la situación del mundo no era tan delirante con Obama en la Presidencia, con el Reino Unido integrado en la Unión Europea, con Venezuela sin golpe total de Estado ni tantos muertos en las calles (los golpes de Chávez eran graduales), con Francia sin elecciones deprimentes, con Turquía sin absolutismo y represión feroz, con Egipto sin lo mismo.

Miro la primera plana del diario, ya digo, y lo único que me reconforta (me imagino que no soy el único) es el aspecto paródico de cuanto acontece, y que me impide tomármelo del todo en serio. Todo tiene un aire tan grotesco que cuesta creer que sea cierto y no una representación, una pantomima, una sátira. Veamos. Hay un país, Corea del Norte, que amenaza con lanzar bombas nucleares cada semana, y puede que tenga capacidad para ello. Pero las escasas imágenes que de allí nos llegan son dignas de una historieta de Tintín, con un sátrapa pueril y orondo que aplaude como un loco sus propios lanzamientos de misiles fallidos y obliga a desfilar a sus súbditos como a soldaditos de plomo. El objeto de sus amenazas es un Presidente de los Estados Unidos igualmente pueril e idiota, además de antipatiquísimo y nepotista, capaz de decir ante la prensa que ha lanzado un ataque contra Irak cuando lo ha lanzado contra Siria, de invitar a su homólogo de Filipinas, Duterte, que desde que fue elegido –elegido– ha ejecutado extrajudicialmente a unos siete mil compatriotas –siete mil– y se jacta de haberse cargado él en persona a tres de ellos. Este Duterte, por cierto, le ha contestado a Trump que ya verá, que anda ocupado (se entiende: asesinar a millares desgasta, y si no que se lo pregunten a los nazis y a los jemeres rojos). Trump también declara que se sentiría “muy honrado” de charlar con el sátrapa orondo, y nada ocurre. Erdogan, en Turquía, con el pretexto de un golpe contra él, tan fallido como dudoso, ha encarcelado o destituido a ciento cincuenta mil ciudadanos –ciento cincuenta mil–, de militares a periodistas y profesores. No sé, de haber habido tantos partidarios del golpe, éste no habría fracasado tan rápida y rotundamente.

Luego está Putin, admirado por la extrema derecha y por la extrema izquierda, un megalómano propenso a fotografiarse con el torso desnudo o derribando a un tigre con sus propias manos, estilo paródico de trazo grueso. Y así nos acercamos a Europa, donde casi el 40% de los franceses han votado a una señora a la vez bruta y trapacera, Marine Le Pen, que simpatiza con la Francia colaboracionista de los nazis (niega esa colaboración, luego el Gobierno de Vichy era intachable) y rechaza a los refugiados porque en seguida quieren robarle a uno la cartera y el papel pintado de las paredes (sic: hace falta estar sonado para creer que a alguien le interesa su papel pintado). A esa señora no la ven con muy malos ojos el candidato Mélenchon, admirador confeso de Hugo Chávez y Pablo Iglesias, ni la mitad de sus votantes. En Inglaterra gobierna una mujer desagradable, patriotera y cínica, que antes de la consulta del Brexit defendía la permanencia en la UE y ahora brama contra lo que le parecía de perlas hace menos de un año. Su Ministro de Exteriores es un histriónico clon de Trump con estudios, Boris Johnson. De Polonia y Hungría no hablemos, países en la senda de Turquía y Egipto, sólo que cristianos.

En cuanto a España, el ex-Presidente de Madrid –el ex-Presidente– saqueaba presuntamente empresas públicas, y su madrina Aguirre estaba in albis, como el jefe del Gobierno Rajoy, que nunca se cansa de soltar perogrulladas. En el PSOE parecen detestarse mucho más entre sí que a cualquier adversario político, y por último hay un partido que se proclama de izquierdas, Podemos, y que es lo más parecido a la Falange desde que feneció la Falange: sólo le falta sustituir el vetusto himno de Quilapayún en sus mítines por el más vetusto Cara al sol, y le saldrá el retrato. Y bueno, en Cataluña hay también una serie de personajes tintinescos que proclaman que sus sueños van a realizarse por las buenas o por las malas. Porque a ellos les hacen mucha ilusión y eso basta.

Sí, todo desprende tal aroma de sainete, de opereta bufa, de esperpento o de lo que quieran, que eso es lo único que a muchos nos salva de la desesperación cotidiana. El problema aparece cuando uno ve imágenes de las arengas de Hitler y de Mussolini. Porque ellos parecían aún más paródicos que los gobernantes actuales, y ya conocen la historia.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 21 de mayo de 2017

LA ZONA FANTASMA. 14 de mayo de 2017. ‘Recomendación del desprecio’

Todos sabemos que los sentimientos negativos, si no son obsesivos ni en gigantescas dosis, pueden resultar estimulantes. El odio da fuerza, el rencor agudiza el ingenio, la envidia se convierte en un motor, la ira sirve para desahogarse y quedarse momentáneamente satisfecho. El inconveniente de los mencionados es que difícilmente son sólo sentimientos. Casi nadie se los guarda para sí, sino que nos vemos impulsados a exteriorizarlos y a actuar en consecuencia. Quienes son presa de ellos necesitan o quieren dañar a la persona envidiada u odiada, hacerle llegar los efluvios de su ira o su rencor, con el consiguiente intercambio de golpes, la espiral inevitable y las heridas para ambas partes. Por eso, entre todos esos sentimientos, quizá mi favorito sea uno que suele callarse, que no precisa manifestación y del que, por tanto, a menudo su objeto ni siquiera se entera, a saber: el desprecio. Es algo que frecuentemente albergamos en nuestro fuero interno y que, curiosamente, no nos exige su proclamación a los cuatro vientos. Hay gente, claro está, que no le ve la gracia: “¿De qué me sirve despreciar a alguien si no se lo hago saber, si no sufre por ello, si ni siquiera está al tanto?” Yo lo aprecio justamente por eso: si me afano y desvivo por que un individuo note mi odio, mi ira, mi rencor o mi envidia, le estoy dando demasiada importancia. Con mi desprecio, silencioso las más de las veces o incluso oculto, se la niego. El individuo no se entera, cierto, pero me entero yo, que es lo que cuenta.

Así, debo confesar que profeso y fomento ese sentimiento, en muy diferentes grados (como me ocurre con todos los demás, cuando me asaltan). Y hoy, en España, es difícil no dedicárselo con particular intensidad a los políticos ladrones que día tras día llenan los periódicos y las televisiones. Nos ponen, además, casi imposible atemperarlo con otro que está en la naturaleza de las almas compasivas, y de éstas conozco a unas cuantas. A esas almas “casi” les dan lástima dichos políticos cuando por fin los ven acorralados, detenidos, esposados, ya en la cárcel o lloriqueando, como hemos visto a la incorruptible Esperanza Aguirre, que sin embargo posee un ojo clínico para rodearse de corrompidos, darles cargos, auparlos y cantar sus excelencias y su “intachabilidad”. Esa reacción compasiva (al ver a alguien caído en desgracia, por nocivo que haya sido) se ve frenada en estos casos por el recuerdo, aún reciente, de la chulería, el desdén y la altanería con que la mayoría de esos detenidos o defenestrados se han comportado cuando estaban “en la cima”, como dirían ellos. El ejemplo extremo es Rita Barberá, que a su ocaso político vio añadirse la muerte, motivo por el que la lástima podría abrirse paso sin apenas obstáculos. Y sin embargo, el recuerdo de su jactancia, de su desdén hacia los demás, de su bravuconería cada vez que ganaba elecciones y daba humillantes saltos en un balcón, entorpece la pena o la conmiseración. Otro tanto sucede con los que por fortuna continúan vivos: con Trillo, Ignacio González y Granados, Rato y Blesa, Fabra y Millet y Montull, Pujol y familia en pleno, los responsables del ERE de Andalucía y tantísimos más que no caben aquí.

Pero hay unas gentes a las que desprecio más que a esos sujetos. Son las que, una vez el político descubierto o caído o detenido o condenado, se ceban con él desde el anonimato o la confusión de la masa. Más desprecio aún que por los saqueadores siento por los individuos que se apuestan a las puertas de los juzgados para insultarlos –ojo– cuando ven que ya no hay que temerlos. Cuando aquéllos no pueden revolverse –a veces van esposados–, entonces surgen los “valientes” que los vituperan y execran a voz en cuello, sintiéndose virtuosos y superiores moralmente. Y el mismo profundo desprecio me merecen quienes hacen lo propio desde las redes sociales y lanzan tuits ofensivos contra quienes tal vez se hayan ganado afrentas con su comportamiento, pero ya no están en condiciones de defenderse, sino hundidos, cabizbajos (bueno, algunos no), temerosos de las penas severas –acaso justas– que les vayan a caer cuando se sienten en el banquillo. Si llegan a sentarse, desde luego: porque esa es otra, en este país la justicia no siempre es de fiar.

La mayor parte de los sentimientos negativos enumerados al principio, al requerir expresión y acción, dan lugar a actitudes hipócritas, histriónicas o delatoras (como la de ese autobús de Podemos, que es las tres cosas), en las que uno percibe a menudo, más que la indignación, la rabia o el resentimiento, su autocomplaciente exhibición, de cara a la galería: “Vean qué honrado y justiciero soy, vean cómo me enfurezco con los corruptos. Y qué bien me sienta, ¿no?” Fariseísmo, se llamaba eso en la antigüedad. Frente a todas esas sospechosas sobreactuaciones, recomiendo vivamente el discreto desprecio. Que además, a fin de cuentas, se va contagiando de unos a otros y tiene su efecto, sin necesidad de aspavientos ni de vociferación.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 14 de mayo de 2017

Por alusiones

Jorge Fernández Díaz asumió en la Academia Argentina de Letras
Perfil (Argentina), 4 de mayo de 2017

Francisco Rico: «Se puede aprender a decir ‘nosotras y nosotros’ y luego pegar a la mujer»
EMILIA LANDALUCE
El Mundo, 22 de abril de 2017

Ahmed Magdi, el amante más puro que tiene el idioma español
FRANCISCO CARRIÓN
El Mundo, 4 de mayo de 2017

Así empieza lo malo
JUAN CRUZ
El País, 17 de abril de 2017

Regne de Redonda First
IVÁN DE LA NUEZ
El País, 12 de abril de 2017

LA ZONA FANTASMA. 7 de mayo de 2017. ‘Mejor no pensarlo’

Algunos catálogos de libreros anticuarios traen información sobre los autores de las obras que venden, y ésta es a menudo fuente de sorpresas y melancolía. Hace poco me llegó uno de Paul ­Rassam, de Charlbury, en Oxfordshire, y primero me encontré con un viejo conocido, al que hice aparecer en mi “falsa novela” de 1998 Negra espalda del tiempo. Es más, me dio la impresión de que parte de los datos expuestos podían provenir de lo que conté en ese libro, pero como de él hace ya mucho, y no fue de los más leídos, vale la pena recapitular aquí ahora. Hugh Oloff De Wet se formó con la RAF pero se estrenó como piloto y espía a las órdenes de Haile Selassie, el Emperador de Abisinia, hasta que se vio obligado a abandonar ese país por un duelo en el que se vio envuelto. A continuación ofreció sus servicios a Franco, que los rechazó, así que De Wet voló para el enemigo, la República, y escribió un libro relatando esa experiencia. El conflicto entre Alemania y Checoslovaquia lo llevó a ayudar a este segundo país, y en Praga espió para el Deuxième Bureau francés, lo cual tuvo como resultado su detención y la de su mujer por parte de la Gestapo en 1939. Se cree que ella se ahorcó en el transcurso de los interrogatorios, y De Wet fue torturado durante varios meses, como contó más tarde en The Valley of the Shadow. Finalmente se lo juzgó por traición en Berlín, se lo declaró culpable y se lo condenó a muerte. Desde el ventanuco de su celda vio guillotinar a centenares de hombres y mujeres, mientras aguardaba su turno, que no llegaba. Intentó colgarse, lo que hizo que pasara los dos años siguientes encadenado. Sobrevivió a un bombardeo de aviones aliados, y la destrucción de numerosas celdas de la prisión hizo que los nazis la compensaran con el ahorcamiento inmediato de ciento ochenta reclusos. De Wet escapó de nuevo a la muerte, y fue liberado en abril de 1945, al término de la contienda. Volvió a Londres e inició una carrera de escultor de bustos, entre los cuales hay varios de famosos poetas y prosistas como Pound, Dylan Thomas, MacNeice y Robert Graves. Hay que decir que fue De Wet el encargado de relatar tantas y tan truculentas peripecias, por lo que no cabe descartar que mintiera algo o exagerara. El volumen del catálogo era Cardboard Crucifix: The Story of a Pilot in Spain, y costaba 250 libras.

Después me encontré con Anna Wickham, pseudónimo de Edith Harper, nacida en Londres pero llevada a Australia a los seis años, donde permaneció hasta los veinte, para regresar a su ciudad natal en 1904. Allí se casó con el abogado y astrónomo Patrick Hepburn, convencional hasta la asfixia: desaprobaba cuanto ella hacía, sobre todo sus versos, más aún los que adoptaban una perspectiva feminista y exponían su desarmonía matrimonial. Uno de esos poemas decía: “Me casé con un hombre de Croydon / a los veintidós años, / y yo lo contrarío, y él me aburre / hasta no saber qué hacer ninguno”. En venganza, Hepburn la encerró en un manicomio en 1913, en el que ella permaneció sólo cuatro meses gracias a la insistencia del inspector que la visitaba. Una vez liberada, hizo amistad con escritores y artistas, entre ellos D. H. Lawrence y la notoria “amazona” Natalie Clifford Barney, de la que fue íntima. Y al morir su marido, abrió las puertas de su casa a toda clase de bohemios como Dylan Thomas, el también borracho Rey de Redonda John Gawsworth y el no menos bebedor Malcolm Lowry, mítico autor de Bajo el volcán, que en el acogedor hogar de ­Wickham reescribió su obra Ultramarina, cuyo primer original le habían robado, o eso decía. El catálogo añadía que Anna Wickham se ahorcó en 1947, a los sesenta y tres años. Sus seis libros de poesía se vendían a 250 libras cada uno, en Paul Rassam el erudito librero.

Y a continuación apareció el infinitamente más célebre Oscar Wilde, del que, a diferencia de lo que ocurre con los oscuros De Wet y Wickham, casi todo se sabe. De él se ofrecía una brevísima carta autógrafa, firmada con iniciales, de 1899, tras su salida de la cárcel, sin porvenir literario y arruinado. Al destinatario, su amigo y editor Smithers, le dice: “Muchas gracias por las 2 libras. Me han aplacado los nervios y me han dado algo de paz …” ¡2 libras! Incluso en 1899 no serían gran cosa. Claro que pocos días antes le había rogado: “¿Puedes enviarme mi paga por adelantado? 10 libras … No tengo un penique y mi estado es deplorable, ya que toda mi ropa está en el Hôtel Marsollier, retenida por impago. Estoy en verdad en el arroyo”. En el Hôtel d’Alsace en el que murió, el dueño fue más compasivo y le perdonó una factura de 190 libras. Poco antes de expirar, Wilde le dijo a un amigo: “El papel pintado de mi habitación y yo libramos un duelo a muerte. Uno de los dos ha de desaparecer”. Debía de ser lo único que veía, postrado, un hiriente papel pintado. La carta autógrafa del catálogo costaba 6.750 libras, unos 8.000 euros. Si el moribundo Wilde lo hubiera sabido … Pero es mejor no pensarlo.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 7 de mayo de 2017