Recuperación de Ibargüengoitia

SILLÓN DE OREJAS

Un recuerdo pretecnológico

A lo mejor vamos a tener que imitar a Javier Marías, que en un artículo un punto misoneísta a propósito de lo fácil que las tecnologías informáticas se lo han puesto al Gran Hermano global, volvía a ratificarse en su conocida aversión a usar de ellas en su vida cotidiana: ni androide, ni ordenador, ni Internet, ni dispositivo alguno que pueda ser objeto de espionaje o control. Me entero por la prensa de que las revelaciones de Snowden acerca de lo que, parafraseando a Hobbes, podríamos llamar espionaje omnium contra omnes, ha propiciado que los dirigentes del servicio secreto ruso recomienden a sus funcionarios regresar al uso de máquinas de escribir tradicionales para redactar sus informes y comunicaciones confidenciales. De modo que, por si acaso, voy a rescatar del trastero la vieja Underwood nº 5, un modelo vintage que heredé de mi abuelo. Todo lo cual me trae a la memoria una escena autobiográfica y pretecnológica, que paso a referirles.

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REVOLUCIÓNRecuperaciones

Coinciden en las librerías dos recuperaciones de libros de Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, 1928- Mejorada del Campo, 1983). RBA, en cuyo catálogo ya se encontraban cuatro de sus seis novelas y un libro de cuentos, publica ahora Los relámpagos de agosto, publicada en México en 1965 después de obtener el premio Casa de las Américas. Ibargüengoitia, que se inició como autor teatral sin demasiado éxito, comprendió en un momento dado que «el medio de comunicación adecuado para un hombre insociable como yo es la prosa narrativa». Su primera novela, sin duda su obra maestra, es una furibunda y divertidísima sátira de la Revolución Mexicana o, para ser más exactos, de la «novela de la revolución mexicana», un copioso subgénero literario autóctono con convenciones que Ibargüengoitia se complace en parodiar, como Cervantes hiciera con las novelas de caballerías. El argumento, muy fiel a los hechos a pesar de que los personajes aparecen con los nombres cambiados, se organiza en torno a las memorias del general Guadalupe Arroyo, trasunto de Juan Gualberto Anaya, uno de los personajes históricos que aparecen deformadamente retratados. Sin embargo, la desacralización de un asunto tan patriótico y la utilización de la parodia no gustó demasiado a ciertos críticos, demasiado convencidos, en palabras de Juan Villoro, de que «el humor es poco profundo y, en consecuencia, no define prestigios», algo que también sucede en más cercanos pagos hispánicos.

La otra recuperación es la antología de artículos Recuerdos de hace un cuarto de hora, publicado por la Universidad Diego Portales (Chile), que recoge una muestra de las crónicas que, desde 1968 hasta su muerte, escribió Ibargüengoitia para el diario Excelsior y, más tarde, para la revista Vuelta. Muchas de ellas, hay que advertirlo, ya estaban incluidas en la más extensa recopilación Revolución en el Jardín, editada por Juan Villoro para Reino de Redonda. Como se sabe, la breve carrera narrativa de Ibargüengoitia se truncó con su muerte en el accidente (23 de noviembre de 1983) de un boeing 747 de Avianca en las cercanías del aeropuerto de Barajas, en el que perdieron la vida otras 180 personas. Entre las víctimas del siniestro también estaban los ensayistas Angel Rama y Marta Traba y el novelista Manuel Scorza, que se dirigían desde París a Bogotá para participar en el primer Encuentro Hispanoamericano de Cultura.

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO

El País, Babelia, 20 de julio de 2013

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