LA ZONA FANTASMA. 30 de junio de 2013. ‘Este Gobierno prohíbe a Sherlock Holmes’

En medio de los sucesos alarmantes o catastróficos con que desayunamos todos los días desde hace mucho, hay noticias comparativamente menores que a pocos preocupan y de las que la prensa informa durante una o dos fechas y luego, como es lógico, las abandona. Apenas suscitan reacciones, los articulistas andan demasiado ocupados con las cosas graves y los políticos de la oposición en permanente Babia, y así nuestro autoritario Gobierno toma una medida o crea una nueva ley abusiva e intolerable sin que casi nadie proteste y no muchos se enteren. Los que se enteran se olvidan pronto y todo sigue su curso hacia un Estado en teoría democrático pero que cada vez se parece más a una dictadura. El carácter democrático de un Ejecutivo, lo he repetido hasta la saciedad, no se lo confiere sólo la forma en que fue elegido –que es el mínimo exigible–, sino el modo en que ejerce su poder a diario. Si la mayoría absolutísima del PP decidiera poner a la venta los cuadros del Museo del Prado, o reformar la Constitución a su antojo, o disolver el Parlamento, o militarizar a los jueces, o –lo que ya ha hecho– permitir la construcción de monstruos urbanos a veinte metros de la orilla del mar, estaría atentando contra el patrimonio y los intereses del país –aquellos que están por encima de cualquier Gobierno– y obrando de manera ilegítima, por facultado que estuviera legalmente para actuar así.

Y conviene prestar gran atención a las noticias menores, síntomas del mal mortal. Siempre pongo el ejemplo de lo que contó Stefan Zweig: una de las primeras decisiones nazis contra los judíos fue prohibirles tomar asiento en los bancos de los parques. Bueno, se dirían muchos alemanes, no es gran cosa ni clama al cielo, sin tal vez pararse a pensar en lo arbitrario e injusto de disposición semejante. Después vino lo que vino. Hace unos meses señalé aquí una de esas noticias de eco escaso: la privatización o comercialización parcial de nuestros agentes del CNI, a los que se autoriza a estar en nómina de empresas privadas o públicas, nacionales o extranjeras; es decir, a no servir al Estado español en exclusiva –como nuestros soldados y policías–, sino a obedecer también órdenes de una multinacional de base rusa, saudí, estadounidense o china, una locura sumamente peligrosa para nosotros. Gente que leyó mi columna se quedó atónita: “Pero ¿esto es verdad?” “Bueno, yo no me lo he inventado, la información apareció en el diario”. Sin embargo no he visto que ningún diputado haya interpelado al Ministro del Interior al respecto, ni ningún otro artículo escandalizado.

Ahora este Ministro, Fernández Díaz, desde mi punto de vista –y bajo su apariencia suavona y beata– uno de los miembros del gabinete que menos entiende en qué consiste la democracia (y cuenta con rivales muy serios), suelta otra de esas noticias menores. El anteproyecto de la nueva Ley de Seguridad Privada estipula que los investigadores deberán firmar un contrato con cada cliente particular que les haga un encargo, del que inmediatamente tendrán que dar cuenta a la policía. Y no sólo eso, sino que tanto ésta como la Guardia Civil podrán acceder a los informes elaborados por los detectives a efectos de control e inspección. Las imposiciones no acaban ahí. Uno podría pensar: “Bueno, pues que los detectives no escriban informes, que lo tengan todo en la cabeza o en notas sueltas”. Para evitarlo, la nueva ley establece que “por cada servicio que les sea contratado, los detectives privados deberán elaborar un único informe en el que reflejarán el número de registro asignado, los datos de la persona que encarga y contrata el servicio, el objeto de la contratación, los medios usados, los resultados, los detectives intervinientes y las actuaciones realizadas”. Es decir, todo, y se añade que tal dossier “estará a disposición de las autoridades policiales competentes para su inspección”. Por último, los detectives estarán obligados a comunicar a la policía “cualesquiera circunstancias e informaciones relevantes para la prevención, el mantenimiento y restablecimiento de la seguridad ciudadana”. Esto es tan amplio y ambiguo que nada escaparía a su control.

Ni la dictadura franquista fue tan lejos. Esta ley supone exactamente la desaparición y prohibición de los investigadores privados, porque ya nada será privado. La policía sabrá al instante si usted sospecha la infidelidad de su cónyuge, si quiere comprobar la insolvencia de quien le debe dinero, si indaga sobre sus orígenes o sobre el niño que le robaron nada más parirlo. La discreción, el secreto, la reserva, el pudor, la intimidad y la privacidad quedarán abolidos. De todo tendrán conocimiento inmediato las autoridades, con el inquisidor Fernández Díaz a la cabeza. El actual Gobierno ha decidido suprimir esa actividad cuyos representantes más antiguos –al menos con fama– fueron los investigadores de la Agencia Pinkerton, que ya operaban en 1850 en Chicago. Si por este Gobierno fuera –tan autoritario que ya es casi totalitario y policial, le falta poco–, no habrían existido Sherlock Holmes ni Philip Marlowe ni Sam Spade ni Poirot ni Lew Archer, por mencionar sólo a clásicos. Todos le habrían soplado a la policía en seguida las cuitas de sus clientes. Sin confidencialidad posible, sin silencio garantizado, sin ética, ¿quién contratará a ningún detective (el adjetivo “privado” pasará a ser una burla)? Esta ley se limita a prohibirlos, en la práctica. No me digan que no es un derecho más –y bien importante– del que se nos desposee.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 30 de junio de 2013

El secreto y la clave

MI recorteEn su libro Mala índole, Javier Marías selecciona de su obra personal aquellos cuentos que le parecen aceptados y aceptables. Los que allí no figuren tendrán por mejor destino la sombra, el anonimato.

Al leer uno de esos trabajos afortunados, Lo que dijo el mayordomo, caí en una especie de paramnesia. Pero no con respecto a otro trabajo del mismo autor ni en sintonía con una trama parecida leída en otro lado.

El narrador de la historia comparte azarosamente con un mayordomo el espacio de un estrecho ascensor, por el tiempo que se reponga el suministro eléctrico que lo ponga en función de nueva cuenta.

Resulta sospechoso que un personaje de suyo recóndito, como suelen ser los mayordomos (pienso, por ejemplo, en el protagonista de Lo que resta del día de Kazuo Ishiguro) abandone su reticencia habitual y se torne lenguaraz y, para decirlo en corto, lo cuente todo, o casi.

Pero en fin, si no es de esa manera de qué otro modo nos enteraríamos de lo que relató el mayordomo. Pero no es de esa indiscreción de lo que quiero hablar.

Lo dicho puede ser, y es, interesante y por ello los invito a que acudan a ese cuento. Pero lo que inspira estas líneas es una reflexión que Javier Marías deja caer inquietantemente en su narración: “los libros que no leemos están llenos de advertencias; nunca las conoceremos, o llegarán demasiado tarde.”

TRM Alfaguara¿Le resulta familiar ese enunciado? ¿Todavía descansan, inaugurados, en su biblioteca los tomos de En busca del tiempo perdido de Proust? O, para no ir más lejos, es posible que no haya usted aún encontrado el tiempo que reclama la lectura de los tres tomos de Tu rostro mañana, del propio Marías.

Resulta sino dramático por lo menos acongojante intuir que en esas lecturas postergadas nos esperaba alguna epifanía. Y, consecuencia del aplazamiento, no sabremos jamás la importancia tremenda que esa revelación tendría en nosotros.

Aquellas palabras ignoradas ¿cambiarían nuestro destino o modificarían cierta conducta?

Al principio adelanté que la frase de Javier Marías operó, en mi memoria lectora, cierto déjà vu. Para decirlo de otro modo, al leer esa reflexión no conocí su significado: lo reconocí.

De algún modo aquellas palabras me acompañaban desde otro lugar, desde otro libro.

Aquella cavilación me remitió a un poema de José Emilio Pacheco donde el poeta nos cuenta de un libro: “Lo compré hace muchos años. Pospuse la lectura para un momento que no llegó jamás. Moriré sin haberlo leído. Y en sus páginas estaban el secreto y la clave.”

ALFREDO ARCOS

El Mañana (México), 23 de junio de 2013

LA ZONA FANTASMA. 23 de junio de 2013. San Mamés y nuestros recuerdos

El otro día vi un reportaje sobre San Mamés, el legendario estadio del Athletic de Bilbao que, tras cumplir un siglo de existencia, va a ser demolido. El que lo sustituirá está previsto que se inaugure en septiembre. Al parecer su emplazamiento es cercano al del antiguo, y esas instalaciones ya inminentes ofrecerán ventajas: mayor aforo, más comodidad, todo lo que justifica la renovación. Por lo visto nadie se opone al cambio. Cien años de servicio es mucho tiempo, es normal que se haya deteriorado San Mamés, que se haya quedado insuficiente y viejo. Algunos ex-jugadores particularmente ponderados y educados, como Sarabia, Alkorta e Irureta, hablaban de ello con conformidad, tal vez con un punto de resignación, que es cosa distinta aunque algunos crean que no. Lo que había en sus palabras era inconfundible nostalgia anticipada, si es que no melancolía: gran parte de sus carreras futbolísticas tuvieron lugar en un sitio que va a dejar de existir. Habrá otro nuevo, acaso parecido y es de suponer que mejor, pero ya no será el mismo. Hubo un partido amistoso para despedir al estadio, entre el Athletic y una selección vizcaína, creo, y nadie se lo quiso perder en Bilbao, pese a lo intrascendente del resultado. Vi algunas imágenes de esa ocasión: los actuales jugadores (Adúriz, Toquero, Llorente) aparecían emocionados, conteniendo a duras penas las lágrimas, y eso que la mayoría de ellos van a seguir en el equipo, sus trayectorias no terminan aquí. Muchos espectadores, desde niños con corta memoria hasta ancianos con muy larga, sí que eran incapaces de contenerlas, pese a que mantendrán sus abonos y continuarán acudiendo a los partidos en el nuevo estadio. Leí que, al término del encuentro, la gente se resistía a abandonar el sentenciado San Mamés. Me imagino que pensaban: “Aún estamos aquí, como tantas veces. Mañana ya no, y nunca más. Pero hoy aún vemos el querido lugar, con sus arcos anticuados y su atmósfera única, que no se repetirá. Déjennos quedarnos unos pocos minutos más”.

Nunca he estado en San Mamés, pero es un sitio y un nombre mítico desde que tengo uso de razón. Y aunque jamás haya puesto el pie allí, entiendo bien el sentimiento de pena que embargó a los bilbaínos, y su negativa a marcharse, esa última vez. También entiendo la tristeza de muchos barceloneses al saber, en estos días, que desaparece el cine Urgel, al que durante décadas han estado asistiendo. En Madrid sabemos demasiado de eso, porque en esta ciudad, con nula conciencia cívica, nunca se han respetado ni los edificios ni el paisaje, menos aún la memoria de las personas. Hace poco leí un artículo sobre los palacios “perdidos” de la Castellana. Más de veinte cayeron bajo la desalmada piqueta franquista, en los años sesenta y setenta, como habían caído también los palacetes de la calle Génova y de otras cercanas, desapareció muy pronto la fisonomía de la ciudad de mi infancia. Pasan los años, cambian los regímenes, pero eso no varía: los responsables municipales se han cargado el entorno de Las Vistillas y mil cosas más, y no renuncian a masacrar el Paseo del Prado, la zona más bonita, que sólo hay que conservar y adecentar de vez en cuando, no destruir para satisfacer a alcaldes y arquitectos megalómanos, a turistas a los que hay que depositar en autobús a la puerta del Museo del Prado (no vayan a herniarse por caminar un trecho), y quién sabe si para enriquecer –aún más– a fabricantes de granito.

También aquí hemos visto morir muchos cines, casi todos los de la Gran Vía y Fuencarral, para dar paso a más y más centros comerciales en los que ahora –con la crisis, con los recortes a mansalva– nadie compra nada. En breve caerán más salas, gracias al IVA de Rajoy, subido de golpe del 8% al 21%, sin justificación (como era de prever, Hacienda no recauda más por ello). A veces tiene uno la extraña sensación de que los políticos de nuestro país carecen de algo común a la mayoría de los humanos: la memoria sentimental, el apego a los lugares y a las costumbres, la necesidad de la repetición placentera, de la familiaridad con el entorno. No es que yo crea que hay que conservarlo todo indefinidamente. Hay cosas que cumplen su función durante un tiempo y ya está, como seguramente San Mamés. Pero lo que supone una agresión para los individuos es el cambio gratuito y la demolición constante, con vistas a enriquecerse unos cuantos. Todos vamos encajando paulatinamente la pérdida de quienes nos importan. El adverbio es fundamental: paulatinamente. Lo que suele suceder en España con nuestras ciudades y costas, nuestros campos y bosques, es el equivalente a que perdiéramos de golpe a todos los seres queridos y no reconociéramos más nuestro mundo. Sería insoportable, algunos se morirían literalmente de pena. Los lugares no son como las personas, de acuerdo, pero son parte de nosotros, el escenario de nuestras vidas y el consuelo del tiempo ido. He dicho muchas veces que el espacio es el depositario del tiempo, lo que finge retener un poco lo que nunca “vuelve ni tropieza”, según Quevedo. Aunque sólo sea por eso, no se puede acabar con ellos así como así, con los lugares, sin necesidad y sin el menor respeto hacia los ciudadanos. Que son quienes sin embargo votan, incomprensiblemente, a la mayoría de los criminales alcaldes, dedicados sin tregua a arrasar nuestro tiempo y nuestro espacio; es decir, nuestros recuerdos.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 23 de junio de 2013

Carta de Rosa Chacel a Javier Marías

l_rosa_chacel_astillas_obra_fundamental_FBSAstillas

La Fundación Banco Santander recupera ensayos inéditos de Rosa Chacel

Ana Rodríguez Fischer, profesora de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, ha sido la encargada de seleccionar la veintena de inéditos de la escritora Rosa Chacel (Valladolid, 1898-Madrid, 1994) que componen ‘Astillas’, editado por la Fundación Banco Santander como volumen de sus Cuadernos de Obra Fundamental. Son una veintena de textos que no habían visto la luz y que no se encuentran tampoco en sus Obras completas publicadas hace unos años. En ‘Astillas’ están su marido, el pintor Timoteo Pérez Rubio, Luis Cernuda, Jean Cocteau y Javier Marías, a quien dirige una serie de cartas al principio de su carrera. También están su religiosidad, el Museo del Prado, los toros y la paz. Una guía por la vida de la escritora vallisoletana, Premio Nacional de las Letras en 1987.

Aquí pueden leer el ensayo ‘Mi religiosidad’ y la primera de las cartas a Javier Marías.

Carta a Javier Marías

Valença, 20 de febrero de 1973

Querido Javier:

Tu libro [Travesía del horizonte] pasó varios días en manos de mi portero porque el calor nos hizo huir de Río -aquí estamos diciendo que hace menos calor, pero en todo caso más de lo que se puede soportar, si no se es del país.

¡Tu libro! Difícil, dificilísimo diagnóstico! Yendo por orden, preciosa edición. Original, sorprendente principio o, más bien, sorprendente tono, que se mantiene a lo largo del libro. Magnífica prosa -recuerdo que respecto al anterior te dije que debías cuidarla y veo que te es sumamente fácil- y trama complicada, más por la diversidad de hechos que por complejidad del drama.

Al terminar el libro queda pendiente una pregunta, verdaderamente inquietante -que no es en absoluto «qué le sucedería a aquel señor en Escocia…? », no, nada de eso-, una pregunta de carácter enigmático, «¿por qué habrá escrito este libro Javier Marías…?». La pregunta no se resigna a morir sin respuesta y trata de llenar un área incalculable con su prole de preguntas menores: «¿por qué tan buena educación en el autor de Los dominios del lobo…?». «¿Por qué esta resurrección victoriana, cuando tenemos todos los días ante los ojos a la juventud inglesa, de minirropa y ceroprejuicio…?». «Por qué…» tantas otras cosas, que no acabaría nunca de preguntar. Lo único que está claro es, precisamente, lo que hace más herméticas las preguntas: lo único que está claro es que el libro es un alarde de posibilidades. El curioso, caprichoso, peregrino, bizarre autor puede escribir como le dé la gana, tiene la suficiente táctica y la suficiente vocación para llevar a cabo cualquier empresa ardua… Después de estas afirmaciones, la interrogación se agrava; «¿por qué este niño descomunal ha escrito tal libro…?». Como yo cultivé siempre la investigación -simpatía por Holmes y entusiasmo por Poe-, me dejó en una gran perplejidad y mayor inconformidad la negación de toda respuesta. Entonces, me dirigí a mí misma la otra pregunta: «¿por qué no lo comprendo…?», y tardé mucho tiempo en encontrar la respuesta, pero al fin la encontré: no lo comprendo porque a todas esas preguntas contesté yo mucho antes que fuese escrito el libro de Javier.

portadatravesia-717459Yo no sé si habrás leído un libro mío, bastante malo, quiero decir atropellado, mal construido, cuajado de defectos y excesos, La confesión. Si no lo has leído, no lo leas: te bastará con lo que yo ahora pueda resumirte. El libro, después de dar cien vueltas al asunto, llega a la conclusión de que nuestros escritores -los pocos grandes que en el mundo han sido- evitaron la confesión por repugnancia -vergüenza, más bien- a la mediocridad de la vida española que vivieron. Esta escapatoria es la madre del cordero y yo creo que como explicación, como respuesta terminante a todo lo anterior basta constatar el hecho patente, persistente, irremediable, desesperante por lo desesperanzado, de la escapatoria en la nueva generación que promete añadir unos pocos -poquísimos- grandes a los pocos que fueron.

No sé, imprevisible criatura, qué efecto te hará este sermón, pero por poco que me conozcas te darás cuenta de que yo no sermoneo más que cuando hay de qué. Si el libro no demostrase, a todas luces, que eres un escritor, no te sermonearía, pero como lo eres indiscutiblemente, no me canso de amonestarte. Porque si hay algo inherente a esa condición, ser un escritor, es la importancia vital de la obra como porvenir, una serie de concomitancias morales -morales, en mi léxico, es término que se agrava o se enriquece cuando asume misiones atentatorias-, una serie de contenidos que se engendran en ella y se difunden como el polen. Esta es la cosa: si la idea de moral te alarma estéticamente -a mí, en la idea de moral, lo único que puede alarmarme es la discreción- entiende mi sugerencia como algo que sólo señala expansión funcional, como, repito, el polen… Si esto te parece demasiado bonito o romántico o démodé, entiéndelo de cualquier otro modo, ¡pero entiéndelo!

Me gustó muchísimo que me mandases el libro con tanta rapidez, a la que no pude corresponder por mi ausencia de Río, y te confieso que la tardanza de mi respuesta, que tal vez te haya indignado, se aumentó porque no sólo lo he leído detalladamente, sino que lo he leído dos veces con toda lentitud y reflexión. Te agradezco mucho la dedicatoria y querría que me dijeses qué te parece mi despiadada crítica; por supuesto, querría que me lo dijeses despiadadamente. Querría saber si en las objeciones que te hago -más bien que te hice, hace tres o cuatro años, porque cuando ataqué a los viejos fue para que lo entendiesen los jóvenes-, querría que me dijeras si hay otras razones -de cualquier índole- que te han llevado por ese derrotero. Y vuelve a plantearse la cuestión ético-estética. Si me dices que el derrotero es sencillamente el que más te gusta, el que, simplemente, te da la real gana, me dejarás convencida, pero no por eso me abstendré de amonestarte. Los que hemos recibido una formación excepcional tenemos la obligación de pagarla educando a los padres: educando a la MADRE PATRIA… No te pongas colorado -yo me pongo, al decirte esta desmesura, pero no importa porque ni tú me ves ni yo te veo.

¿Qué se dice en esa santa casa…? Imagino que el contento es general. Uno de estos días escribiré largo.

Te felicito, te deseo comprensión por parte de la crítica y por parte de los próximos no es dudoso que la tendrás plenaria.

Nuevamente mil gracias y un fuerte abrazo.

Rosa

El Cultural, 18 de junio de 2013

Cartas de Rosa Chacel a Javier Marías

Últimos silencios de Rosa Chacel

Un libro recupera ensayos inéditos de la autora de ‘Barrio de Maravillas’ y las cartas en las que animó y sermoneó a Javier Marías al comienzo de su carrera

[…]

El volumen se cierra con cuatro cartas que Rosa Chacel escribió desde el exilio a Javier Marías en el comienzo de su carrera literaria. Chacel, amiga de la familia, sermonea, aconseja y alienta al joven Marías con “el tono de una abuela gruñona”. “Si el libro no demostrase, a todas luces, que eres un escritor, no te sermonearía, pero como lo eres indiscutiblemente, no me canso de sermonearte”, escribe en una misiva de febrero de 1973.

Tres meses después, desde Rio, Chacel se disculpa por su demorada respuesta: “La causa —la causa es lo que no te puedo explicar— es la misma que hace varios meses me impide trabajar y, si no enteramente vivir, me tiene reducida a un embrutecimiento de marmota”. Y, tal vez ante la inseguridad o preocupación de Marías por su escasa experiencia, que considera un atributo imprescindible para un buen escritor, la autora de Memorias de Leticia Valle le tranquiliza: “Figúrate, allá en el Paleolítico, cuando yo tenía 15, si habré oído hablar de la necesidad de experiencia, tal como la concebían entonces: frecuentación del gran mundo… A los 15 años me asustaba ese fantasma, a los 20 lo mandé al diablo”.

TEREIXA CONSTELA

El País, 16 de junio de 2013

Entrevista a Javier Marías

I GIL

Javier Marías: «Ahora vivimos orgullosos de nuestra ignorancia»»

De literatura y fútbol, del desánimo cultural que nos rodea, de su polémica relación con los premios, de su próxima novela, de su infancia y su familia. En esta entrevista, Javier Marías conversa de todo ello y dinamita su fama de huraño

Javier Marías (Madrid, 1951) es uno de nuestros escritores más vendidos, dentro y fuera de España; pese a todo lleva colgado el sambenito de ser un poco huraño. Lo desmiento. Esta conversación, aunque ustedes la lean en versión reducida de tres mil palabras, duró cerca de dos horas, lo que equivale a once mil palabras, que demuestran que Javier Marías abre las puertas de su casa de par en par. Ahora trabaja en su nueva novela y está a punto de recibir el Premio Formentor.

Se me ha ocurrido empezar la entrevista preguntándole qué le gustaría que le preguntase…

¿Me va a trasladar su trabajo? Por mí no diría nada porque, para empezar, cuando tengo algo que decir, normalmente lo digo por escrito. Hay autores a los que supongo que les gusta mucho hablar de lo que han hecho. Yo lo hago porque no queda más remedio. No soy un huraño, aunque alguna gente pueda creer que sí. Lo que uno hace, ahí está. Los libros deberían valerse por sí mismos, como sucedió durante siglos. La gente sabía apenas nada de los escritores; ni conocía sus caras.

¿Entonces le gustaría preservar un cierto anonimato?

En televisión procuro no salir. Hay un elemento ahí, en la televisión de escaparate, que intento evitar si puedo. Tampoco es que me niegue absolutamente. Hace dos semanas hice una entrevista en una televisión sueca. Pensé: «Es Suecia. No vivo allí y nadie me va a conocer por salir en televisión». Eso también es algo que prefiero.

Vayamos con la polémica del Premio Nacional, que rechazó hace poco.

En octubre. Expliqué en su momento que era porque tengo por norma no aceptar nada del Estado, ni siquiera invitaciones a los Institutos Cervantes, por ejemplo, ni del Ministerio de Cultura; ni siquiera de las universidades estatales. Me siento más cómodo sin aceptar dinero del Estado, sin aceptar invitaciones institucionales.

Una regla bien tajante. ¿Así ha sido siempre?

Desde el principio, no. Debe tener en cuenta que yo empecé en el pleistoceno, en el año 71; fue cuando publiqué mi primera novela, con 19 años. Creo que viene desde el año 94-95. En esos años, que eran los llamados «años de la crispación», comenzó a haber en España reportajes sobre quién va a dónde y quiénes son los escritores que sí están beneficiados, que van invitados a esto o lo otro…

Hubo una polémica, me acuerdo, por el Salón del Libro de París; una polémica por unas listas. En principio, no estaba invitado por el Ministerio de Cultura. Finalmente me invitaron, entonces yo dije que no: «No, mire, prefiero mantenerme al margen». Acabé yendo, pero invitado por el Ministerio de Cultura francés. Con un país extranjero no tengo problemas. Hace dos veranos, recibí el Premio Nacional austriaco de literatura europea. La entrega la hizo la ministra de Cultura austriaca y era un premio, por supuesto, institucional, pero de un país que no es el mío, en el cual no pago impuestos, no vivo. Eso no me causa problemas.

¿Se ciñe al territorio español?

Sí, a lo institucional de mi propio país. Con motivo de todas estas polémicas, pensé: «A mí no me pillan en este tipo de mezquindades. Lo más sencillo es no aceptar nada». En el fondo, el Estado no tiene por qué darme nada por hacer algo que nadie me obliga a hacer. Yo escribo porque quiero. Por ejemplo, a los zapateros no les dan el premio al mejor zapatero del año.

Cuando montan ciclos o encuentros sobre su obra y son otros los que hablan, ¿se mantiene también al margen?

A veces me da un poco de apuro. Si puedo evitar este tipo de cosas, prefiero también no estar.

¿Y la relación directa con los lectores, por ejemplo en eventos como la Feria del Libro de Madrid, que está a punto de cerrar sus puertas?

Eso no tiene nada que ver. La gente es muy amable. Como todo, alguna vez, hay gente que no me ha dicho cosas agradables. Uno se expone a ello y lo hace con gusto.

Tiene fama de huraño, como ha señalado. Yo diría también que es tímido y un poco antisocial, lo cual alabo.

Son cosas, algunas de ellas, que las he aprendido de mi padre y de mi madre. Recuerdo algo que me contó mi padre, hace ya muchos años, cuando me dieron el Premio Fastenrath por Mañana en la batalla piensa en mí. Yo estaba entre los finalistas, y mi padre, que era académico en el jurado, en el momento en que vio en que estaba la novela de uno de sus hijos allí, dijo: «Yo me ausento. No quiero en modo alguno coartarles con mi presencia en sus deliberaciones». Me parece lo lógico, lo normal. Son cosas básicas que en España se han perdido.

¿Qué otras normas lleva usted a rajatabla?

Nunca me presento a premios. Me he presentado, creo, a uno en toda mi vida, que fue el único que gané, en el 86. Me parece que fue el Herralde de novela, y no me he vuelto a presentar a ninguno. Una cosa es si a uno le dan un premio, le eligen mejor libro del año o lo que sea, y otra cosa es si son los premios, digamos, comerciales, de editoriales, a los cuales uno se presenta, o los de periodismo. El mero hecho de presentarse a un premio me parece un poco pretencioso. No soy jurado tampoco de ningún premio, ni siquiera del que organizo en Reino de Redonda. Lo organizo, lo financio, pero no voto. No me gusta tampoco que alguien gane o deje de ganar algo por mi criterio. No tengo nada en contra de quien se presenta a un premio, me parece muy lícito.

¿No le da miedo que eso pueda considerarse falsa modestia o le importa poco lo que piensen los otros?

No me importa mucho, a estas alturas. Lo que la gente piense es inevitable, que cada uno piense lo que le parece. En el momento en que uno se somete, haga lo que haga, al criterio del público, tiene que empezar por aceptar que cualquiera puede decir lo que quiera sobre lo que uno ha hecho. Usted escribe en un periódico y tiene que saber que si alguien dice «Vaya porquería su artículo», está en su derecho a decirlo; o si alguien dice: «Me cae como un tiro esta persona, y este es un pedante y un idiota». Lo que no se puede es estar actuando conforme a qué pensarán los demás. Siempre hay alguien que piensa mal. En el fondo, da igual.

Vayamos al estado de la nación. En concreto, al estado cultural de nuestra sociedad. Deprimente, ¿no?

Sí, la verdad es que se ha producido una especie de rebajamiento del nivel de exigencia, del nivel de expectativas y del nivel de interés también. Es curioso, porque eso se ha producido en un plazo de no demasiados años. Si uno mira, por ejemplo, las listas de «best sellers» –por tomarlas como guía de lo que a la gente le gusta, o lo que la gente lee más– de hace veinte años, uno normalmente se encontraba con que había libros de calidad entre ese tipo de obras. Hablo de la sociedad española durante esos años, y también en los ochenta. Hubo como una cierta tentativa por parte de la gente, de la gente en general, de mejorar, de ser más moderna, más cultivada, de hacer un poco de esfuerzo pensando que el esfuerzo podía valer la pena. Y de pronto, no sé exactamente a partir de qué momento, se ha producido una especie de enorgullecimiento de la ignorancia. Por ejemplo, de esos años son mis novelas Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí. Se vendieron mucho. Eso diez años después habría sido imposible.

IGNACIO GIL¿Saldremos de este ciclo sin fin de ignoracia?

Tengo la sensación de que está durando demasiado, y sobre todo, en general, veo más bien una tendencia a un rebajamiento mayor. Espero que haya un momento en el cual la gente empiece a decir: «Oye, que estamos siendo un poco demasiado brutos».

Depuremos responsabilidades: ¿quién o quiénes tienen (o tenemos) la culpa?

Hay que partir de la base de que en realidad la literatura siempre ha sido una cosa marginal en el conjunto de la sociedad. Los libros han tenido y tienen una gran importancia para el desarrollo del conjunto de la sociedad, pero eso no quiere decir que los libros sean leídos o hayan sido leídos siempre por muchos. Lo que pasa es que cuando un libro tiene importancia –sea filosófico, científico o literario–, acaba trascendiendo y permeando incluso a la gente que no lee. A través de la gente que lo lee llega a la gente que no lee.

La lectura, propiamente dicha, siempre ha sido cosa de muy pocos. Yo le he oído contar a mi padre que las tiradas de un libro de Baroja o Valle-Inclán o Unamuno a veces eran de 2.000 o 3.000 ejemplares y tardaban años en hacer una segunda edición. Había otros autores mucho más populares, empezando por Blasco Ibáñez, por ejemplo. Hay que partir de la base de que incluso el libro más leído del mundo en realidad es algo minoritario.

¿Es una visión un tanto optimista, como si nadie tuviera culpa de nada?

Hay que tener un poco de optimismo. Nos estamos olvidando de que hace no demasiados años el número de personas que leían lo que fuese, incluso libros llamémoslos bazofia, era infinitamente inferior. Y bueno, a mí no me parece mal que se lea un libro muy malo, siempre y cuando se lea. Hay un elemento que quizá sí es un poco más preocupante: la rendición por parte de las editoriales. Han dicho: «Si el gusto del público es el que es, le voy a dar más de esto mismo». Si cada uno renuncia; si los autores a veces se rebajan, porque tienen que vivir de algo y dicen: «Está de moda la literatura policiaca de nuevo, pues voy a hacer una policiaca, que no la he hecho nunca, o una novela histórica…»; si los autores renuncian a sus intereses verdaderos y renuncian a la idea de conseguir o de crear sus propios lectores; si se amoldan a los gustos preexistentes; si los editores se suman a lo mismo; si los críticos empiezan a hacer lo mismo…, entonces ahí ya se está produciendo una especie de rendición incondicional. Y eso sí es peligroso.

¿Sabe qué volumen de libros ha vendido, contando las traducciones?

Pues creo que son siete millones y pico, ahora. Más de siete millones.

¿Cuál es la lengua más extraña, o la que le ha sorprendido más, a la que ha sido traducida su obra?

Me parece que ahora son 43 lenguas. La última que se ha incorporado quizá sea de las más raras: el malabar. Suena como de Tintín. Es de una región de la India. Una lengua minoritaria, pero por lo visto la hablan 45 millones. Han contratado dos novelas para traducir. Y luego, no sé, el coreano y cosas así.

¿No tiene miedo de perder el favor del público, tal y como van los gustos litearios?

Yo nunca pierdo de vista que podría haber escrito exactamente los mismos libros que he escrito y tener 10.000 lectores. Y no serían desdeñables, ojo. No ya el autor, sino el propio editor, diría que es un éxito… Podría haber hecho exactamente lo mismo que he hecho, y mi suerte con los lectores, con la crítica o con los reconocimientos en forma de premios, podría haber sido distinta. Si eso lo pierdo un día, no tendría derecho a quejarme.

¿Cuándo presenta nueva novela?

Estoy trabajando en una de la que llevo no sé exactamente cuánto, yo creo que la llevo mediada. Empiezo muy inseguro, sigo muy inseguro, y termino muy inseguro. Quizá, con suerte, para el año que viene. A lo largo de 2014 podría estar lista, siempre y cuando –eso lo digo con todas–, una vez que la termine, le dé el visto bueno. Los enamoramientos, por ejemplo, estuve a punto de no publicarla. No estaba nada convencido de ese libro. Nunca estoy seguro. El hecho de que te haya salido supuestamente bien el libro anterior no te garantiza que el siguiente te salga. El talento, si es que es una cuestión de talento, no está asegurado para nadie. Mi grado de duda con la última novela publicada, Los enamoramientos, fue mayor, hasta el punto de que le dije a mi agente: «Llama a Pilar [su editora], avísale, dile que no la va a tener como le anuncié, y que a lo mejor no la va a tener en absoluto, porque me la voy a mirar otra vez». La miré y me pareció interesante. Al final opté, pero tuve dudas. Luego le ha ido muy bien a este libro, y me alegro.

Usted es un gran aficionado al fútbol y seguidor del Real Madrid. Tengo curiosidad por saber el porqué de esa fiebre intelectual por el fútbol que ahora tanto se lleva.

Cuando tenía siete años fue cuando empezó a gustarme el fútbol. Era un niño normal, que jugaba a las chapas y esas cosas. No tenía ninguna vena literaria ni nada que se le pareciera. A mí me viene gustando desde entonces. Luego hubo unos años –los últimos del franquismo, cuando yo era universitario– en los cuales el fútbol estaba un poco mal visto ante cierta gente intelectual, más o menos de izquierdas, y se consideraba que si Franco había hecho la utilización del fútbol… Por esa época era todo ridículo: «El que bebe »whisky» es de derechas, porque es capitalista», «Ir a los toros también es de derechas, y el fútbol también». Y decías: «Bueno, ¿y el cenicero, qué?: ¿de izquierdas o de derechas?».

Luego simplemente eso se normalizó, como tantas otras cosas. Ahora vuelve a haber tonterías de estas otra vez. Si está uno a favor de los toros parece que también sea de derechas. Es una estupidez, pero bueno. Estoy de acuerdo con esa cita ya famosa de Camus: «En el fútbol yo he aprendido mucho más sobre la condición humana y sobre la ética de los hombres que en casi ningún otro lugar». Todo este tipo de cosas, en realidad, se empiezan a aprender en el patio del colegio.

Lo normal sería que le preguntara por un escritor, pero le voy a preguntar por un futbolista.

¿Por un futbolista? ¿Que cuál es mi favorito?

Por ejemplo. Como con un escritor no me va a contestar…

No, mujer. Para un escritor yo tengo mi preferencia… Esta [señala una insignia que lleva en la solapa] la compré en una subasta en Inglaterra. Es un alfiler de corbata y perteneció a Robert Donat, el protagonista de los 39 escalones, de Hitchcock, que también era autor de teatro. En ella aparece Shakespeare, al que le debo varios títulos de novelas mías, con lo cual mi agradecimiento es un poco especial. Pero también, para los que hemos llegado a ver a Di Stefano en la infancia, es imposible que no lo tengamos mitificado o que no lo consideremos el mejor jugador que ha existido, porque es el que nos deslumbró.

Habla de la infancia como libro de aprendizaje. He leído que la familia Marías, durante sus años en Estados Unidos, vivió debajo de Nabokov.

No exactamente. Entonces, en el Wellesley College, residíamos en una casa que de hecho era de Guillén, que estaba de sabático ese año. Por eso mi padre fue ese curso a enseñar allí. En el piso de arriba, antes, había vivido Nabokov, que también había enseñado en Wellesley. En un artículo dije simplemente que, de haber durado Nabokov un poco más allí, a lo mejor mis llantos de bebé le hubieran molestado, pero era como una figuración, porque no hubo coincidencia.

¿Qué otros recuerdos le han marcado?

Es una infancia un poco de esa época, normal. Las primeras lecturas, la primera pasión por los libros de aventuras. No era un niño raro, leía novelas de aventuras y novelas de mosqueteros, de Guillermo Brown… Como toda la gente de mi generación, tenemos una deuda con Richmal Crompton, ese nombre raro era una señora. El hecho de haber estado en contacto con un país extranjero, Estados Unidos, nos dejó a mis hermanos y a mí una especie de conciencia de que el mundo no se terminaba en España; y la existencia de varias lenguas, el hecho de que las lenguas se complementan.

Y luego, una cosa que sería absurdo no decir, aunque salta a la vista: que también he sido muy afortunado de tener unos padres como los que he tenido, que eran personas, tanto mi padre como mi madre, cultas, muy razonables, básicamente decentes. Entiéndase decentes en un sentido amplio, con esa cosa que se llama principios y que resulta hoy un poco anticuada, y no tendría por qué. Y además, tuve la suerte de disponer de una biblioteca excelente. Yo admiro mucho a la gente que no ha tenido libros en la infancia y que, sin embargo, han llegado a ser escritores magníficos, porque yo en ese sentido soy un privilegiado. Mis padres eran más bien pobres, pero bueno, desde el punto de vista material, no tengo la sensación de que mis hermanos y yo careciéramos de lo básico en absoluto. Ahora, desde el punto de vista de la educación y de un ámbito propicio a la cultura, pues sí, sí fui un niño privilegiado.

Ha residido y trabajado fuera de España mucho tiempo. ¿Ahora se marcharía?

España nunca me ha parecido un país en el que uno tuviera asegurado el poder vivir siempre. Ahora, en cambio, cuando voy a países en los cuales me he sentido muy cómodo durante muchísimos años, ya no me siento tan cómodo: los veo cambiados, en manos de gobernantes cada vez más mediocres. Ahora mismo hay una gran falta de horizonte en general en todo el mundo. España, si no otra cosa, ha sido un país bastante animado; incluso en la época de Franco era un país animado. En los últimos dos años empiezo a notar algo que casi me parece insólito. En la propia calle uno nota cierto tono deprimido, no solo por lo malo de la situación actual, sino porque no se ve mucho horizonte. «Paciencia y barajar», como decía Cervantes: alguna vez tienen que venir las cartas mejor dadas. Esperemos que así sea y que no tarde demasiado.

LAURA REVUELTA

Fotos. Ignacio Gil

Abc Cultural, 15 de junio de 2013

PDF. «Incluso el libro más leído es algo minoritario»

LA ZONA FANTASMA. 16 de junio de 2013. Lo mejor es no haber nacido

Una vez más me veo obligado a abrir con una preocupación sobre mí mismo, además de con una perplejidad. Como tan a menudo me sucede en estos tiempos, la opinión mayoritaria sobre algún asunto me lleva a pensar, inevitable y modestamente, que el imbécil y el loco debo de ser yo. Yo el equivocado, yo el cretino, yo el insensible, y más vale que así sea, porque de lo contrario sería el mundo el que estaría no sólo lleno, sino dominado por gente errada, insensible y cretina. Preferiría con mucho que el daño se viera limitado a una sola persona, o a unas cuantas como yo.

Lo cierto es que desde que la famosa actriz Angelina Jolie anunció que se había practicado una doble mastectomía preventiva y que meditaba si extirparse también los ovarios con el mismo ánimo de evitación de un cáncer en dichos órganos, en España no he leído más que grandes elogios a su decisión (en los Estados Unidos ha habido más prudencia), incluidos los de un editorial de este diario, escrito, supongo, por alguien con conocimientos médicos, de los que yo carezco, claro está. Al parecer, por sus antecedentes familiares y sus mutaciones genéticas, la actriz tenía un 87% de posibilidades de desarrollar, a lo largo de su vida, cáncer de mama o de ovarios. En fin, líbreme el cielo de discutir su resolución, a título personal. Cada cual tiene sus miedos y toma las medidas que se los aplaquen. Pero la deliberada publicidad otorgada a su solución tan drástica trasciende lo estrictamente personal, y así lo demostraba la índole de los casi unánimes elogios: lo celebrado no era tanto lo que Jolie había hecho con su cuerpo o con determinadas partes de él cuanto que lo hubiera anunciado a los cuatro vientos, con una intención innegablemente proselitista. La argumentación que he leído aquí y allá viene a ser esta: si uno de los iconos de la belleza contemporánea está dispuesta a cortarse, por si acaso, algunos de los atributos o símbolos de esa belleza, ¿no ayudará enormemente a que sigan la misma senda infinidad de mujeres menos agraciadas, y menos ricas y populares? Más aún teniendo en cuenta que vivimos en una época enfermizamente mimética, en la que un indecente número de personas esperan a ver qué hacen u opinan otros –sobre todo si son celebridades– para adecuar sus conductas y sus ideas a ello. La prueba de esta epidemia de mímesis es que no hay necedad que no prospere y no triunfe, que no consiga al instante una ingente cantidad de adeptos y seguidores.

La gente está cada vez más entregada a la superstición de las estadísticas y los porcentajes, los toman por un oráculo olvidando que en todo hay dosis de incertidumbre. El antiguo líder comunista Carrillo, que fumó desde quién sabe cuándo hasta el último día de su vida, murió con noventa y siete años, y su foto debería figurar también en las cajetillas de cigarrillos, porque existe la posibilidad –aunque porcentualmente pequeña– de alcanzar su edad con buena salud entre nubes de humo. Lo probable no es sinónimo de lo seguro, y ni siquiera un 87% de posibilidades condena a nadie con certeza a padecer un cáncer de mama. Debo decir que, al conocer la decisión de la actriz, no pude evitar acordarme de lo que propuso George Bush Jr –una afamada lumbrera– en un momento de su mandato: sugirió que se talaran varios bosques para evitar incendios forestales. Si no hay árboles, venía a ser su razonamiento, no habrá riesgo de que ardan. Si no hay glándulas mamarias ni ovarios, no puede aquejarlos un cáncer, desde luego, pero de algo suele servir cuanto el cuerpo posee. Ni siquiera lo que sirve de poco –el apéndice– anda la gente quitándoselo preventivamente, para ahorrarse una posible apendicitis que, con mala suerte, podría derivar en mortal peritonitis. Voy a cortarme la cabeza, podría decirse alguien, por si me sale un tumor en el cerebro. O los testículos al menos, sin los cuales se puede vivir, tengo entendido (sin la cabeza no, ya lo sabemos, perdón por el ejemplo exagerado).

Parece como si muchas personas actuales hubieran renunciado a creer en lo azaroso y en la suerte, y se hubieran dado al fatalismo que traen consigo las estadísticas. En cuanto sale una noticia sobre lo nociva que es una sustancia, hay millones de individuos que la abandonan radicalmente. No hablemos ya de un alimento que tal vez esté “contaminado” o de un medicamento puesto en tela de juicio. No tenemos en cuenta que algunas de estas campañas o malas famas son interesadas, lanzadas por la competencia, y que al cabo de tantos meses o años se “descubren” las bondades de lo que un día fue estigmatizado y proscrito. El azúcar fue pésimo para todo durante largo tiempo, y ahora parece que ya no lo es tanto. La leche se juzgó sanísima y necesaria para el crecimiento, y ahora tiene, por lo visto, consecuencias indeseables. Hay quien anatematiza el vino y quien lo recomienda en cantidades moderadas. Ya lo dice el viejo chiste: “Vivir es sumamente perjudicial para la salud”. A la luz de nuestras tendencias, hay que ir aún más lejos. Parafraseando a Madame du Deffand, la mejor manera de blindarse contra el cáncer y contra toda dolencia, accidente y angustia es sin duda no haber nacido.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 16 de junio de 2013

Thank you and goodbye, Roger Dobson

Roger D

It happened nearly thirty years ago, during my first few months in Oxford, where I held a post as lector and lecturer at the University. It must be said that, while there, I was not exactly required to work my fingers to the bone and spent a lot of my free time rummaging around in Oxford’s many second-hand bookshops, most of which have since closed down. I was on the hunt for various little-known authors whose books did not exist in any modern editions, authors such as Aickman, Lord Berners, Thomas Burke, John Meade Falkner, Collier, Vernon Lee, Lord Dunsany, Shiel, Stenbock and Arthur Machen. I was particularly keen on Machen, the most recent editions of whose lesser-known works dated from the 1920s and 30s. At the time – long before the Internet – you could still pick up the occasional bargain in those sometimes refined and expensive and sometimes vast and chaotic bookshops, as well as in the jumble sales held in church halls, fire stations or the reception rooms of London hotels. I began to feel slightly uneasy when I kept spotting the same man frequenting the same places as me. Whenever you identify someone as sharing your peculiarities or obsessions, you inevitably see in him a faint reflection of yourself, and that troubled me, just as, at the dawn of the video age, again in England, I had the odd discomfiting encounter, in video shops, with a fellow who did not seem entirely right in the head; he would mutter and murmur to himself and was rather eccentric-looking; and I used to wonder if, without realising it, I was rather like him. One day, when he noticed me looking at a copy of the Vivien Leigh and Robert Taylor film, Waterloo Bridge, he sidled up to me and said, eyes glinting: ‘That’s the best film ever made, wouldn’t you agree?’ In order not to antagonise him, I said ‘Yes, possibly’, because the truth is I found him vaguely repellent. However, given his choice of film, I realised that he was probably just an innocent, sentimental and doubtless solitary soul, and thereafter I never again eyed him with aversion or misgivings.

I did not feel in the least repelled by the man who haunted the bookshops, but he did look slightly strange, with his rather long nose, which seemed permanently on the verge of catching a cold, his small, quick eyes, and his decent but rather shabby clothes; I seem to remember that he wore one of those raincoats my mother would have described as a ‘dole-queue raincoat’, and although the dole queue may seem an old-fashioned concept now, it’s one that could well be making a comeback. One Sunday morning, he appeared at my house and rang the doorbell. He explained that the owners of a bookshop called Titles had given him my address because, they said, I was a collector of Machen’s books, and he was an expert on Machen (he was unaware, however, that Machen was also one of Borges’ favourite writers). In my now oldish novel All Souls, I described a similar conversation between the narrator and the character Alan Marriott, who turned up accompanied by a three-legged dog. Roger Dobson – for that was his name – had no dog, but he was the first person to tell me about the legend of the Kingdom of Redonda and about its drunken beggar king, John Gawsworth, and both kingdom and king have had a certain importance in my life. We did not become friends, nor did we arrange to meet again, but after that first meeting we would always greet each other whenever we met in bookshops and would exchange information and discoveries. Later, however, over the years, we did write to each other from time to time, and when the former ‘King of Redonda’, Jon Wynne-Tyson, decided to ‘abdicate’ in my favour, Dobson, perhaps the greatest ‘redondologist’ in the world, was happy to accept me. I ‘bestowed’ on him the title Duke of Bridaespuela – the Duke of Bridlespur – as a homage to Machen and his work Bridles and Spurs.

He spoke little about his private life. He contributed to various strange and sometimes downright weird magazines, writing learned articles about forgotten authors, especially those who wrote about the supernatural. I don’t know how he earned his living. With some difficulty, I imagine. He moved away from the centre of town (he used to live in a house Tolkien had once lived in); he mentioned once that he worked as an extra on films made on location in Oxford; and on learning that he was in financial straits, I was able to pay him for the editorial work he did on a biography of Machen written by Gawsworth – a belated discovery – a task he had initially carried out gratis et amore. A couple of months ago, I received a letter from Ray Russell, one of the founders of the society known as the Friends of Arthur Machen, asking if I knew what had happened to Dobson. He had vanished without trace, no longer replied to e-mails, and Russell was concerned that he might be ill. I feared the worst. Dobson had no phone. I wrote to him, in vain. A week later, Russell confirmed my pessimistic suspicions. Dobson had died in April, but Russell did not know when or how or why, nor if there had been a funeral or if there was going to be one. Sometimes we can find out more about the dead than about the living, for the former are no longer around to guard their secrets. So far, however, this has not proved to be the case. The only new information I have gleaned is that Dobson was brought up in Manchester. Otherwise, I still know nothing, only that the person whom, years ago, I once saw as my own rather troubling reflection is no longer in the world. One does occasionally meet people like him, recondite, bookish, silent enthusiasts for the things they choose to study or do, or to which they decide to devote themselves, often someone or something that no one else much cares about. People who put all their energies into rescuing from oblivion someone who has been unjustly forgotten, even at the risk that they themselves may become even more forgotten, in life as in death. I will not forget that remarkable man, Roger Dobson, for unwittingly and almost unknowingly, he, in some measure, played a part in my own literary fortunes. Thank you, Alan Marriott, Thank you and goodbye, Roger Dobson.

JAVIER MARÍAS

Translated from the Spanish by Margaret Jull Costa

[En castellano]

IN MEMORIAM – ROGER DOBSON

The funeral service for Roger Alan Dobson (1954-2013), author, actor, bookman and good friend, will be held on Thursday 4 July 2013, at 11.30am, at Oxford crematorium. There will then be a buffet lunch at 12.30 at The Talk House, Wheatley Road, Stanton St John, OX33 1EX.  All Roger’s friends will be welcome at the service, and afterwards. Those who cannot join us may wish to hold Roger’s memory in their thoughts during this day.

Reseñas americanas de ‘The Infatuations’

Bookforum

Lovers’ Discourse
ERIC BANKS
Bookforum, june/july/ aug 2013

Mysteries of life

This novel begins with the apparently senseless killing of Miguel Desvern or Deverne, by a deranged, homeless car parking attendant. Maria Dolz, an editor at a publishing house, remembers Desvern and his wife Luisa as the ‘perfect couple’. Every morning before going to work, she would admire their blissful love from a distance as they breakfasted with her in the same cafe.

The rest of the novel delves into what could have brought a wealthy gentleman with no known enemies to such a gruesome end. Was there a stealthy enemy with a secret motive? How did the dying man feel in his last moments? What could have gone on in the mind of the deranged assailant? The specific incident gives rise to far-reaching speculations. What motivates the perpetrators of acts of violence? How does violence affect the instigator, the victims and bystanders, and change them?

The news of Desvern’s murder soon vanishes from the press. As Maria reflects, “We don’t want to go too deeply into anything or linger too long over any event or story, we need to be given a constantly renewed supply of other people’s misfortunes, as if we need to feel that we, by contrast, are survivors, immortals, so feed us some new atrocities, we’ve worn out yesterday’s already.”

The author does the opposite in this book, making a specific killing the launching point for far-reaching metaphysical and moral speculations. “What happened,” says Diaz-Varela, the self-confessed mastermind behind Desvern’s killing, “is of little importance and soon forgotten. What matter are the possibilities and ideas that the novel’s imaginary plot communicates to us and infuses us with, a plot that we recall far more vividly than real events, and to which we pay far more attention.”

However, the first half of the novel is tedious reading. Pages filled with paragraph-long sentences about theoretical speculations can tax the reader’s patience. The author deliberately reinforces this by making the characters mouthpieces for complex ideas, rather than fleshing them out as individuals. The scholarly Rico, the penurious working class Maria Dolz, Luisa the grieving widow, the man-of-the-world Diaz-Varela, all spew forth pages upon pages of identical speculative monologues. Real people rarely think and speak like this, but everyone in this book has their head in the clouds.

Even when Maria and Diaz-Varela begin flirting, they go into prolonged speculations on death; what might have happened to Deverne; Lady Macbeth’s death in Shakespeare’s celebrated tragedy, etc. The setting in a museum, Maria’s physical attraction to Diaz-Varela’s neatly trimmed nails, cleft chin and voluptuous lips, are marginal, barely there. The murdered man is sometimes Deverne, sometimes Desvern. These specifics don’t really matter. The ideas do.

The author avoids firmly pinning the story to a specific time and place, further reinforcing the wider relevance of metaphysical speculations. Except for rare passing mentions of the Internet, contact lenses, MRI scans, cellphones or locations in Madrid, this story could very well be playing out in Edwardian England, Vichy France, or in Russia under the Tsars.

Touches of humour attempt to relieve the monotony of philosophical and moral theorising , which occur more often in reality than in novels. With a self-deprecatory sense of fun, the author allows Maria to dissect publishers and bestselling authors and their book launches.

“Those who earn their living from literature and related activities and who, therefore, have no proper job — and there are quite a few of them, because, contrary to what most people say, there’s money to be made in this business, although mainly by the publishers and the distributors — rarely leave their houses and so all they have to do is go back to their computer or their typewriter — a few madmen still continue to use these with an incomprehensible degree of self-discipline: you have to be slightly abnormal to sit down and work on something without being told to.”

The author even makes fun of his own style, likening the characters’ speculations to “a marked tendency to discourse and expound and digress, (like) many writers, as if it weren’t enough for them to fill pages and pages with their thoughts and stories, which, with few exceptions, are either absurd, pretentious, gruesome or pathetic.” Midway through the book, many a reader will agree with Maria.

It is then that the author rewards the patient and persistent reader with his “grave, somehow inward-turned voice and the often arbitrary syntactic leaps he made, the whole effect seeming sometimes not to emanate from a human being, but from a musical instrument that does not transmit meanings…” From the second half of the novel, we are regaled with a marvelous symphony of quickly succeeding waves of speculations; life, love, death, war, crime, morality, human perversity and cunning. Delightful vistas of endless possibilities, stories and mysteries open up, making this book a rewarding read.

MONIDEEPA SAHU

Deccan Herald, June 9, 2013

Azúa elogia a Marías

felixdeazua3

Toda la entrevista

Cuando se le pregunta quiénes son esos literatos artistas Azúa no duda: J. M. Coetzee, premio Nobel en 2003. ¿Y entre los españoles? “Marías, Vila-Matas…”. Igual de rotundo se muestra ante una pregunta difícil de responder con un nombre: ¿Quién dice qué es arte y qué mercancía? “La obra de arte es evidente por sí misma. No hace falta que la defienda nadie. Nadie defendió Los Cantos de Maldoror pero los descubrieron 20 años después de muerto Lautréamont”.

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS

El País, 11 de junio de 2013

LA ZONA FANTASMA. 9 de junio de 2013. Gracias y adiós, Roger Dobson

De Llanddewi Fach a Llanfrechfa, el paseo favorito de Machen

De Llanddewi Fach a Llanfrechfa, el paseo favorito de Machen

Ocurrió hace casi treinta años. Eran mis primeros meses en Oxford, en cuya Universidad tenía un puesto de lector y lecturer. No me deslomaba, la verdad sea dicha, y empleaba buena parte de mi tiempo libre en explorar y rebuscar en las numerosas librerías de viejo entonces existentes allí, la mayoría ya han cerrado. Andaba a la caza de autores y volúmenes raros, de los que no existían ediciones modernas, entre aquéllos Aickman, Lord Berners, Thomas Burke, John Meade Falkner, Collier, Vernon Lee, Lord Dunsany, Shiel, Stenbock y Arthur Machen. De este último quería conseguirlo todo, y las más recientes ediciones de sus títulos menos conocidos databan de los años veinte o treinta. En aquella época –mucho antes de Internet– todavía podían encontrarse gangas, en esas librerías a veces finas y caras, a veces enormes y deslavazadas, y también en los mercadillos dominicales que se organizaban en claustros de iglesias, en la estación de bomberos o en el salón de un hotel londinense. Empezó a ponerme nervioso un individuo con el que me cruzaba a menudo en esos sitios. Cuando uno identifica a alguien con las mismas manías o aficiones, es inevitable verse un poco reflejado en él, y el reflejo me inquietaba, del mismo modo que en el albor de los vídeos, también en Inglaterra, me desagradaba toparme en las tiendas con un tipo que no daba la impresión de estar totalmente en sus cabales: murmuraba y farfullaba solo, tenía una pinta estrafalaria, y me preguntaba si no respondería yo al mismo patrón, sin darme cuenta. Por fin se dirigió a mí una vez, al verme coger El puente de Waterloo, con Vivien Leigh y Robert Taylor. “Esa es la mejor película de toda la historia, ¿verdad?”, me dijo con la mirada encendida. Le contesté que posiblemente, para no entrar en discusión con él, la verdad es que me repelía algo. Pero por su elección comprendí que se trataba de un alma cándida, sentimental y sin duda solitaria, y ya no seguí contemplándolo con aversión, ni con recelo.

El sujeto de las librerías no me repelía, pero su aspecto era extraño: una nariz algo larga y que parecía siempre resfriada, unos ojos pequeños y rápidos, una ropa decorosa pero gastada, si no recuerdo mal solía llevar una gabardina de las que mi madre habría calificado como “de cesante”, un concepto pretérito que acaso esté volviendo. Un domingo por la mañana se presentó en mi casa y llamó al timbre. Los dueños de la librería Titles, me dijo, le habían dado mis señas y le habían hablado de mí como coleccionista de Machen, y él era un experto en Machen (ignoraba, sin embargo, que era un predilecto de Borges). Relaté una conversación parecida a la que tuvo lugar en mi vieja novela Todas las almas, entre el narrador y el personaje Alan Marriott, que se presentaba acompañado de un perro con tres patas. Roger Dobson –ese era su nombre– no tenía perro, pero fue el primero en hablarme del Reino de Redonda, de su leyenda y de su Rey borracho y pordiosero, John Gawsworth, que en mi vida han tenido cierta importancia. No hicimos amistad, no solíamos quedar, pero desde entonces nos saludamos en las librerías e intercambiábamos informaciones y hallazgos. Luego, sin embargo, nos fuimos escribiendo, de tarde en tarde, a lo largo de todos estos años, y cuando el anterior “Rey de Redonda”, Jon Wynne-Tyson, decidió “abdicar” en mi favor, Dobson, quizá el mayor “redondólogo” del mundo, no tuvo inconveniente en aceptarme. Lo “nombré” Duke of Bridaespuela, en homenaje a Machen.

thelifeofmachenDe su vida personal contaba poco. Escribía artículos eruditos en revistas raras o directamente friquis, sobre autores olvidados, del género sobrenatural principalmente. No sé cómo se ganaba la vida. Mal, supongo. Se mudó del centro (vivía en una casa que había sido morada de Tolkien); alguna vez mencionó que hacía de extra en películas rodadas en Oxford; cuando supe que andaba en apuros, vi de pagarle la edición de una biografía de Machen escrita por Gawsworth, hallada tardíamente, que él había realizado gratis et amore en principio. Hace un par de meses me escribió Ray Russell, uno de los creadores de la sociedad The Friends of Arthur Machen, preguntándome si sabía de Dobson. No había rastro de él, no contestaba a los e-mails, esperaba que no estuviera enfermo. Ya entonces me temí lo peor. Dobson no tenía teléfono. Le escribí, en vano. Una semana más tarde Russell me confirmó mis negras sospechas. Dobson había muerto en abril, no sabía cuándo ni cómo ni por qué, ni si había habido funeral o iba a haberlo. A veces uno averigua más sobre los muertos que sobre los vivos, aquéllos ya no pueden proteger sus secretos. De momento, no ha sido el caso. El único dato nuevo que me ha llegado es que Dobson se crió en Manchester. Por lo demás, sigo sin saber nada, sólo que ya no está en el mundo quien vi, hace muchos años, como un reflejo de mí algo inquietante. Hay personas así, recónditas, librescas, silenciosamente entusiastas de lo que eligen estudiar o hacer, de aquello a lo que se dedican y que no a muchos importa. Personas que ponen sus energías en sacar del olvido a quienes están injustamente olvidados, aun a riesgo de que se los olvide aún más a ellos, en la vida y en la muerte. Yo no lo olvidaré, al singular Dobson: sin él pretenderlo ni ser muy consciente de ello, labró en cierta medida mi fortuna literaria. Gracias, Alan Marriott. Gracias y adiós, Roger Dobson.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 9 de junio de 2013

‘Mala índole’ arca de cuentos y obsesiones de Javier Marías

MI LibroUna recopilación de cuentos tiene un sabor antiguo de baúl de sueños (o pesadillas) en busca de escucha, o arca de jirones de novela peregrina. A mí particularmente me remonta al Infante don Juan Manuel, cuya “Fierecilla domada”, por ejemplo, salió de sus Cuentos del conde Lucanor y, transformado por la escena de Shakespeare, llegó al cine en The Taming of the Shrewd. Ahora se trata de Javier Marías –Xavier I, Rey de Redonda- que ha reunido en un solo volumen sus dos anteriores entregas de cuentos, Mientras ellas duermen Cuando fui mortal, enriqueciéndolo con otros cuatro que estaban aún inéditos en libro. Precisamente el más largo y cinematográfico de estos últimos da título al volumen: Mala índole. Cuentos aceptados y aceptables (Alfaguara, 2012), donde me he complacido encontrando mis favoritos de antes, en los que me detendré unos instantes sin por ello aguarle la fiesta a futuros lectores de poder descubrirlos por su cuenta y hacer sus propias selecciones personales. Aclaro que los aceptables, siete de los 30 recopilados, son aquellos de los que su autor se avergüenza un poco, siendo en su mayoría de los inicios, pero no tanto como para haberlos dejado caer fuera del arca.

Todos los temas, inquietudes y obsesiones cruciales de el autor de Corazón tan blanco y del trío Tu rostro mañana salen a relucir de un modo u otro, en alguno o en varios cuentos del libro: el malentendido y hasta el peligro (cordial o mortal) a que se prestan las traducciones, por falaces o por demasiado fieles como la que pone a correr por su vida al protagonista y narrador de Mala índole, cuento con ritmo de rock in crescendo en que Marías, especialista en hacer semblanzas y minibiografías oblicuas (no hay más que recordar Miramientos y Vidas escritas), se complace en sembrar un retrato en movimiento del sonriente Elvis Presley, cuya “manía cantora” da lugar a tanto movimiento frenético durante la película que se está rodando dentro del cuento y que arranca a su traductor la siguiente reflexión: “una vida musical continua no hay quien la aguante con equilibrio, quiero decir si no se es músico”. Retrato homenaje que puede armar el lector a medida que se adentra en el cuento y del que doy un avance:

«…parecía no dar importancia a nada e incluso disfrutar el horror con su indudable capacidad de zumba. Yo no creo que estuviera satisfecho ni ufano sino que no se atrevía a defraudar con reparos o negativas a alguien tan cercano que hubiera tenido la delirante idea de turno […] Elvis Presley era amigo de sus amigos, al menos de los antiguos, tenía sentido de la lealtad y mucho orgullo […] Así dijo en inglés con la boca torcida que se le ponía a menudo y que hacía desconfiar de él a las madres de sus fans más jóvenes. Eran unos insultos un tanto escolares…”

Si el tema de la persecución está bien representado en el libro no digamos el del fantasma, que tratándose de Marías no es de esos que se entretiene en asustar a la gente sino que esgrime una conciencia errante, que ha dejado atrás el lastre de las pasiones que la nublaban en el tiempo confinante, pero no la necesidad de manifestarse literariamente, como un sombrero pintado por Magritte, que ya no tiene cabeza, pero la representa, expresando lo por ella aprendido con claridad meridiana. Es el caso de Cuando fui mortal. Tengo particular predilección por la voz del inmortal que narra este cuento y cuyo único rival en mi afición es el de la primera novela de Enrique Labrador Ruiz, El laberinto de sí mismo (La Habana, 1933), apenas conocida. Lírico lingüista el del cubano. Filósofo en pena el de Marías, porque después de muerto ya sabe todo lo que estando en el tiempo ignoraba de la realidad y de los que le quitaron la vida. Elegíacos ambos.

Tantas otras de sus obsesiones encuentran en este volumen su vehículo, a veces dos: un aceptado y otro aceptable, pero en ambos casos bienvenidos. El fantasma nostálgico de una voz de mujer que le lea sus páginas favoritas. Me refiero a No más amores y a Serán nostalgias, aceptable variación del anterior que acepto entusiasmada. De hecho, invito a su autor a que continúe obsesionado con el tema y descubra otra.

JUANA ROSA PITA

El Nuevo Herald, 8 de junio de 2013

Muñoz Molina y Javier Marías, duelo al sol

con-javier-mariasEl pasado martes, Antonio Muñoz Molina logró el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Es el primer escritor español que lo consigue desde 1998. Aquel mismo día habló del galardón, reflexionando sobre su trayectoria literaria y la de su generación. Y soltó un lapidario «salvo Javier Marías, que ya era cosmopolita, todos los demás apenas habíamos viajado». Zas, en toda la boca.

¿Habrá contrarréplica del cosmopolita Marías? La historia de sus duelos personales nos dice que sí. ¿Cuándo? Chi lo sa! Rebobinemos que la cosa promete emociones fuertes.

A tortas con Pulp Fiction

19 de abril de 1995. Antonio Muñoz Molina escribió en El País sobre ‘Tarantino y la muerte‘, cuestionándose la violencia de la película Pulp Fiction: «Consiste en la repetición de un solo mecanismo, el de la indiferencia ante el dolor ajeno, o el de la trivialidad del sadismo, todo ello envuelto en una adecuada extravagancia formal y aderezado con citas obvias de otras películas».

Dos semanas después, el 2 de mayo, Javier Marías le respondió desde el mismo periódico con una ácida columna titulada ‘Y encima recochineo‘. «Esta manera de ver cine (o de leer novelas) a mí me parece un poco elemental», decía sobre el texto de su colega, «pero sobre todo me parece moralista y no muy alejada de la óptica con que las asociaciones de espectadores más conservadoras intentan (y van consiguiendo) censurar los contenidos de la televisión, se trate de películas, anuncios o programas».

Consciente del palo que le pegaba –lo de «conservador» a Muñoz Molina le sentó como una patada en los mismísimos– Marías se curó en salud asegurando que «nada me alegra tanto como poder disentir sobre asuntos cinematográficos con un escritor a quien aprecio y con cuyas opiniones a menudo estoy de acuerdo».

Vale. Muñoz Molina se alegró tanto que, a la semana, volvió a la carga con ‘Tarantino, la muerte y la comedia: una respuesta a Javier Marías‘. Y soltó un sopapo en el primer párrafo, por si acaso: «Con todo mi respeto, temo que en ambos casos Javier Marías hace trampa, o al menos exagera». De paso, también le dice que sí, que a él también le hace gracia lo de la disensión «con un escritor a quien aprecio y con cuyas opiniones a menudo estoy de acuerdo».

Marías lanzaba la andanada final el día 28 de mayo con ‘La risa y la moral‘. Como la cosa empezaba a provocar un cierto runrún en los –digamos– ambientes literarios, el texto se abría con un apaciguador «esto no es una polémica ni un enfrentamiento, es una mera discusión». Después, la estocada certera: «La trampa, en cambio, creo que la hacía él con un recurso frecuentísimo, pero que no habría esperado de un escritor que suele jugar limpio. El recurso consiste en decir que no ha dicho lo que no ha dicho, o -no rehuyamos el verbo- en tergiversarlo».

Lo de «suele jugar limpio» tiene su aquel, no me lo negarán. Vuelvan a leerlo.

Editoriales, premios y comparaciones

El primer asalto había acabado. La sangre no llegó al río pero nada volvería a ser igual que antes de esa disensión entre «escritores que se aprecian».

Las carreras de Marías y de Muñoz Molina tienen bastantes puntos en común. Ambos son columnistas históricos del diario El País y ambos abandonaron sus editoriales anteriores –Anagrama y Seix Barral/Planeta, respectivamente– casi a la vez,  a mediados de los 90, para pasarse a Alfaguara, del Grupo Prisa, que dirigía entonces Juan Cruz.

En España, este tipo de saltos tiene siempre una lectura ideológica, por lo que ambos fueron metidos en el mismo saco, el de los «progres filosocialistas». A Muñoz Molina se le llamó, incluso, El jinete Polanco, jugando con el nombre de una de sus novelas más famosas, El jinete polaco.

Sus carreras literarias son exitosas pero con diferencias evidentes. Así, mientras Muñoz Molina ha sido considerado un escritor más popular –ganó el Planeta, el sumun de lo popular, en 1991–, Marías es reivindicado por los amantes de la «gran literatura». Al primero nunca le ha hecho hace gracia esta distinción y suele cargar de vez en cuando contra quienes la realizan.

Muñoz Molina suele mostrarse más a la defensiva que Marías, nacido en el seno de una familia acomodada y cosmopolita

De hecho, leyendo las columnas de uno y de otro se nota un tono más defensivo en Muñoz Molina cuando se abordan cuestiones de calado literario. Da la impresión de que lo ha pasado mal, a pesar de los laureles, y de que aún queda algo de aquel «apocamiento pueblerino» –como lo define en su Autorretrato–  con el que aterrizó en Madrid, en 1974, con 18 años.

Hablo con una amiga periodista que ha tratado con ambos y me confirma esa impresión. Muñoz Molina suele mostrarse más a la defensiva que Marías, nacido en el seno de una familia acomodada y cosmopolita –el adjetivo que usó Muñoz Molina el otro día no era gratuito– y que es más abierto en ese contacto superficial.

Por aquellas cosas del destino, en poco más de tres meses ambos han vuelto a ser comparados por culpa de los premios. Esta vez los tiros los han pegado otros en su nombre. Menos mal.

Javier Marías rechazó en octubre del año pasado el Premio Nacional de Narrativa por Los enamoramientos. Alegó motivos de coherencia personal. En enero de este año, Muñoz Molina aceptaba el Premio Jerusalén de Literatura. Y le han llovido piedras desde todas partes. La palabra «incoherente» ha sido muy utilizada.

¿Se puede opinar de España desde Nueva York?

Como los buenos duelistas, ambos respetan mucho al rival. Y no dudan en elogiarlo cuando conviene. Muñoz Molina y Marías comparten muchas cosas, entre ellas la Academia de la Lengua, y saben medir muy bien qué dicen y, sobre todo, cuándo lo dicen.

El penúltimo intercambio de golpes lo inició en marzo Javier Marías. En un artículo titulado ‘En los años de la distracción‘,  cargaba contra Muñoz Molina a propósito de una entrevista en Qué leer en la que éste comentaba que los intelectuales españoles «no habían estado a la altura de las circunstancias» durante la gestación de la crisis que padecemos.

Marías soltó una bomba: «Fiándome sólo de mi memoria, tengo la sensación de que lleva años escribiendo en prensa, principalmente, sobre exposiciones neoyorquinas, fotógrafos, intérpretes de jazz. Lo cual me parece muy lícito y jamás se me ocurriría reprochárselo, menos aún teniendo en cuenta que pasa la mitad del año en Nueva York. Por eso me extraña que él se permita ofender al conjunto de sus ‘colegas’ con unas afirmaciones que en el peor de los casos parecen una falsedad y una injusticia, y en el mejor una exageración a la ligera».

El zambombazo se oyó hasta en el puente de Brooklyn.

Ignacio Echevarría, antiguo crítico literario de El País ahora en las filas de El Mundo, se ponía del lado de Muñoz Molina en un artículo ‘Críticos y «comprometidos»‘, que se publicó el 3 de mayo. El duelo se convertía así en un extraño ménage à trois. Marías respondía con contundencia quince días después con ‘La actual dificultad de morder’.

Y así estamos. A la espera de acontecimientos. El martes, Muñoz Molina soltó lo de «salvo Javier Marías, que ya era cosmopolita» y los más precavidos se escondieron debajo de la mesa aguardando la caída de la próxima bomba dialéctica del aludido. Atentos a sus pantallas.

JOSÉ LUIS IBÁÑEZ RIDAO

ZoomNews.es, 7 de junio de 2013

[Ignacio Echevarría continuó con ‘Ladridos’]

Crítica de ‘Your Face Tomorrow’ (2)

YFT II UK
Your Face Tomorrow: Part 2 of the critique

Last Thursday (May 30) I posted the first instalment of my critique of the brilliant trilogy of novels by Javier Marías, Your Face Tomorrow (YFT). I’m delighted and honoured to say that the eminent author re-posted my piece on his own blog the very next day. The link can be found on my homepage. Today there’s Part 2; here we go…

Marías  says that what is now regarded as his own distinctive style, the long, digressive, almost musical sentences that loop around sensual perceptions, cerebral reflections and speculation, took years to evolve, and was perhaps first fully realised in  A Man of Feeling (1986). This extraordinary voice and style are challenging: paragraphs can go on for pages; sentences are loosely tacked together with commas in ways that many English teachers would underline in their students’ work in red ink as representations of ‘comma splice’ or loose syntax. This is a practice that can pull the reader into a lyrical zone of heightened sensibility, but I personally find it occasionally intrusive and a little affected. I would warn any newcomer to his novels that his narrative pace is slow to the point of being glacial (though he’s positively buzzy compared to Proust in A la Recherche du Temps Perdu, László Krasznahorkai or Thomas Bernhard – creator of what George Steiner called the anguished landscapes, ‘the sodden, malignant hamlets of Carinthia’); there are often long sections of many pages in which nothing much happens in a narrative, dramatic sense, and we are frequently given minutely, punctiliously detailed insights into Deza’s thoughts and musings. New readers should persevere, for the rewards definitely outweigh the drawbacks; however, there are times when I’ve wanted him just to get on with his story and not provide, for example, detailed accounts of every statue his character passes as he walks through Madrid, or relate in detail what he eats and drinks for lunch. There can at times be too much detail.  A characteristically convoluted passage (with minimal full-stops) in YFT vol. 3, Poison, Shadow and Farewell, makes this point for me (and here he is surely having an elaborately eloquent, endearing joke at his own expense?):

The truth is we never know from whom we originally get the ideas and beliefs that shape us…Yes, it’s incredible how much people say, how much they discuss and recount and write down, this is a wearisome world of ceaseless transmission and thus we are born with the work already far advanced but condemned to the knowledge that nothing is ever entirely finished…[but] people have never stopped endlessly telling stories and, sooner or later, everything is told, the interesting and the trivial, the private and the public, the intimate and the superfluous… [this list goes on for eight more lines!]

But in the interview with Richard Lea on the Guardian website Marías insists that his novels should be read quickly, not with slow reverence. The implication seems to be that that’s how he wrote them, with all their tortuous, bolted-on clauses and iterated riffs. And in defence of all those Madrid statues: they do add to the growing atmosphere of tension in vol. 3 as Deza stalks his rival, creating a socio-historical, cultural and political context, and in a nuanced way that is thematically consistent: the descriptions of statues, posters, books, paintings, photographs, etc., connect and cohere, ultimately – they are to do with the central themes of the trilogy: surveillance and watching (and being watched), tensions and secrets in relationships, conflict, desire, betrayal (and trust), love and death.

This kind of writing makes him difficult to render into English, says Margaret Jull Costa, his brilliant translator (quoted in the Guardian profile cited in Part 1 of this critique). ”I don’t think that’s the problem [ie this loose-linked syntax].  I think it’s more the thought process that’s difficult. He’s like Picasso, who said he used to take a line for a walk. Javier takes a thought for a walk.  In a way they’re very philosophical novels, and that’s quite alien to the English reader. We don’t like to be made to think.”

Jull Costa said she was daunted by the epic abstractions and the digressive, meandering and anecdotal structure of YFT vol. 1: Fever and Spear: “Are they [such sentences] a weakness in Proust? It’s just a way of getting deeper into things, of not accepting face-value judgments.” His style enacts his subject, which “is really the individual consciousness – how we think, how we justify, how we perceive, and how we flail around for some certainty, some absolute feeling or judgment and find it a lie and an impossibility.” Having said that, his “sense of humour is essential”.   Some of the set pieces in YFT are almost farcically hilarious (but also tinged with darkness): the donnish party in Wheeler’s house in vol. 1, where various lushes and buffoons are shown up in ways that remind me of Waugh and Wodehouse; one of them, De la Garza, who fancies himself as a dangerous ladies’ man, is portrayed as a ludicrously repulsive ‘dickhead’, and he features in later comic scenes in vol. 2: Dance and Dream, that rapidly turn to brutal violence, notably in the ‘disco’ where he adopts an ill-judged hip-hop/rapper/matador look, topped off by a lethal hairnet.

That’s the end of Part 2 of this critique; Part 3 will follow soon, in which I shall turn to his stylistic use of ‘echoes’ or repetitions. I shall then post three separate mini-reviews, one for each volume of the trilogy.  The first of these can be found on the Guardian ‘Reader Reviews’ section under the title ‘Any nature is possible in all of us’…

SIMON LAVERY

Tredynas Days, June 4, 2013

LA ZONA FANTASMA. 2 de junio de 2013. Puras hipocresía o contradicción

La idea de la Marca España es la de una apropiación indebida. Con alguna excepción (quizá el deporte en los últimos veinte años), la política de este país ha sido poco propensa a ayudar a las personas de talento e iniciativa; más bien les ha puesto trabas y obstáculos, y en la actualidad –de nuevo– las insta u obliga a emigrar. Está reciente el caso de Diego Martínez Santos, elegido mejor físico joven del continente por la Sociedad Europea de Física casi al mismo tiempo que la Secretaría de Estado de Investigación le denegaba aquí una beca Ramón y Cajal alegando, precisamente, su falta de “liderazgo internacional”. Dios les conserve la perspicacia a sus miembros. También el de Nuria Martí, cuarta firmante del hito mundial del año en investigación biológica (la obtención de células madre humanas), huida a Oregón tras haber sido despedida del Centro Príncipe Felipe de Valencia por un ERE en 2011. Hay una larguísima tradición en España de expulsión, encarcelamiento o persecución de sus mejores intelectuales, artistas, científicos e investigadores. Desde Goya y Blanco White y Jovellanos y Moratín hasta Cernuda, Machado, Juan Ramón, Salinas, Carner, Guillén, Aub, Ayala, Zambrano, Alberti, Chacel, Corpus Barga, Chaves Nogales, Barea y tantos otros. Durante unos años pareció que el ambiente español se hacía respirable, e incluso regresaron los exiliados republicanos que quedaban vivos. Ahora, bajo este Gobierno declaradamente enemigo de la cultura y la ciencia, toca otra vez largarse o quedarse aquí resistiendo. Mi padre, recuerdo, explicó en sus memorias, Una vida presente, por qué no se marchó del país tras la victoria de Franco, estando como estaba en peligro y con negras perspectivas. Había razones de carácter personal, pero me interesa la siguiente: “Aunque no me hacía grandes ilusiones sobre mí mismo, pensaba que si los que tienen capacidad de expresión abandonan a su pueblo, es muy difícil que no decaiga, que pueda levantarse”. A veces permanecer, con privaciones y hostilidad, requiere más esfuerzo y valor que marcharse. Si todo el mundo de valía se va, ¿qué posibilidad de mejora le resta al territorio desértico? ¿O de “salvación”?

Todavía hoy, los españoles que destacan no lo hacen por serlo, como pretende fingir el concepto de Marca España, sino por casualidad, cada uno en su campo, y en muchas ocasiones pese a serlo. ¿A qué viene entonces apropiarse institucionalmente de los logros individuales y azarosos, debidos al talento y al denuedo de las personas, sino a una hipócrita tentativa de instrumentalización? Más aún cuando el Gobierno de Rajoy ha elegido como primeras víctimas de sus recortes a la cultura, a la educación, a la ciencia y a la investigación. ¿Qué diablos haría mi imagen, o la de cualquier otro escritor, “adornando” ese vídeo del que hablé hace una semana y que se presenta con pompa pasado mañana en Bruselas, mientras el presupuesto de este año para las bibliotecas públicas ha sido de cero euros, o se mantiene la más absoluta permisividad con la piratería de textos en Internet, que a la larga nos llevará a unos cuantos a dejar de escribir? ¿Qué la de cualquier cineasta o actor, cuando los teatros y cines han pasado de golpe de un 8% de IVA a un 21%, convirtiéndonos en el país europeo con el mayor gravamen impuesto a los aficionados a esas dos artes que el Gobierno rebaja a meros “espectáculos”, y en consecuencia se cierran salas sin parar? ¿Qué cualquier músico o cantante haciendo propaganda no de su país, sino de un Gobierno que raquitiza las escuelas de música clásica y –como los anteriores, en eso no hay diferencia con los socialistas– hunde la industria, de nuevo con su pusilanimidad ante los internautas más desaprensivos? ¿Qué la de cualquier médico notable, mientras la sanidad pública es desmantelada, privatizada, reducida y encarecida? ¿Qué la de cualquier científico o investigador de renombre, cuando a sus colegas se les ha cercenado o suprimido toda ayuda económica para realizar su labor y se los empuja a irse de España para sobrevivir?

El Gobierno no desea apoyar la ciencia ni la cultura (no hay medios para eso, aduce), pero su aversión a ellas es tal que ni siquiera está dispuesto a consentir que las financie la sociedad civil, como sucede desde siempre en los Estados Unidos. No otra explicación tiene que una posible Ley de Mecenazgo, que permitiera desgravarse las aportaciones a museos, publicaciones culturales, conciertos, representaciones teatrales y demás, esté congelada o cuente con la abierta oposición del Ministerio de Hacienda. ¿Qué sentido tiene, así pues, que la Marca España presuma de los rostros y nombres de personas destacadas en el terreno de las artes, mientras desdeña y combate esas artes?

No sé qué habrán contestado los demás individuos a los que la Marca España haya pedido autorización para utilizar su imagen, pero mi respuesta fue escueta: “Le agradezco su proposición y su interés, pero no voy a participar en algo auspiciado por un Gobierno, como el actual, que atenta incesantemente contra todas las actividades culturales españolas. Su política en ese campo y el proyecto de que me habla son pura contradicción”. Preferí este último vocablo al otro que barajaban mis dedos, “hipocresía”. Debo decir que recibí en seguida –justo es consignarlo– una contestación aún más escueta, pero sumamente educada y comprensiva. Al menos sabe guardar las formas ese Alto Comisionado.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 2 de junio de 2013

Crítica de ‘Your Face Tomorrow’ (1)

yft  I UKJavier  Marías. Your Face Tomorrow (YFT)

This is the first instalment of a blog post that will extend in several parts over the next few days or weeks; I’ll continue with the second instalment over the weekend. I hope it will encourage you to take up this exciting trilogy and read it, if you haven’t already. I was given a copy many years ago of Marias’s novel  A Heart So White by an old friend of impeccable literary tastes, founder of the small publishing house Polar Books; I found it hard going. Recently, having read positive reviews of YFT, one of which referred to it as a ‘metaphysical epic’, I thought it time, as my summer break was imminent, to give him another go. Having finished vol. 1 I had to order the next two, and devoured them in two hectic, fevered, often painful but always exhilarating weeks of reading. A long train journey to London and back gave me the opportunity to struggle through some of the slower, more labyrinthine sections of vol. 3.

Javier Marías was born in Madrid in 1951. Parts of his childhood were spent in the United States, where his father taught philosophy at various universities. His mother died when he was 26. [I am indebted to articles in the Guardian by Nicholas Wroe and Aida Edemariam for the comments Marías made to them in their interviews, and for some of the information they provide.]

His books have sold in their millions and have been translated into more than forty languages. It was A Heart So White in 1992 that propelled him to the bestseller lists. The novel later won the Impac prize. His twelfth novel, The Infatuations, was published in English in March this year. He has the unlikely title of King of Redonda, which is a real but tiny uninhabited Caribbean island, the monarchy of which has been passed down through a line of writers. He founded a publishing company named after it.

Marías lives in Madrid. He has been criticised for not dealing directly in his writing with the troubled political history of Spain, but the civil war and Franco’s fascist regime are dominant themes in YFT and many of his other novels. For nearly two decades he has written a regular column in a Spanish newspaper– he has published a whole book consisting of just his football articles. In a recent Guardian profile he said: «If a book or film takes a good subject from the everyday press – say domestic murders in Spain, which are a historic disgrace – everyone will applaud, but it is easy applause. Who will say it is bad? People say the novel is a way of imparting knowledge… But for me it is more a way of imparting recognition of things that you didn’t know you knew. You say ‘yes’. It feels true even though it might be uncomfortable. You find this in Proust, who is one of the cruellest authors in the history of literature. He says terrible things, but in such a way that you know that you have experienced those thoughts too.”

Early in his writing career he turned to translating works of English literature; his 1979 version of Tristram Shandy won a national prize. Between 1983 and 1985 he lectured in Spanish literature and translation at the University of Oxford. He describes a translator as both a “privileged reader and a privileged writer. If you’re capable of rewriting in a different language something by Conrad or Sterne then you learn a lot. I’ve not got involved with the creative writing industry, but if I ever had my own creative writing school I would only admit people who could translate, and I would make them do it over and over again …There is a pace and a rhythm of prose that, if the translator catches it, you can surf the wave of cadence. I certainly felt it with Conrad and in a way with Sir Thomas Browne.  But it is not essential to good writing. It was not there with Yeats’s prose, or Isak Dinesen’s or Thomas Hardy’s. I like to think that my prose has some cadence that can contaminate, in the good sense, and help a translator.”

Other writers whose work he has translated into Spanish include Nabokov, Faulkner, Updike, Salinger and there are many others. The influence of these writers on Marías as a novelist is notable, and the themes and tones of Shakespeare and Sterne, as well as Cervantes and Proust, are unmistakeable in his work.

Perhaps YFT is most influenced in its labyrinthine structure and arcane, echoed details by Sterne; Marías admires his digressive, anecdotal playfulness, archaisms (in Vol. 3, for example, Deza becomes obsessed with the Anglo-Saxon word ge-bryd-guma, which signifies a person with whom one has shared, knowingly or not, a sexual partner) and refusal to be restricted by conventional linear narrative.

As in many previous novels, YFT has a protagonist/narrator who is an interpreter – an interpreter of people and of their faces, their lives, but there are numerous points where the narrator ponders the nature of the language speakers are using, and how their words resonate when translated; one example, to which he returns frequently, is the Spanish word ‘patria’, for which there is, he says, no direct English equivalent. In YFT vol. 3 Deza is intrigued by young Perez Nuix’s ‘decidedly bookish’ Spanish (they usually talk in that language: she is half Spanish herself, but English is her primary language; we are also given a lesson on how to pronounce her Catalan surname), and his thoughts become a miniature lesson in translation:

She didn’t manage ‘vigas’, but she did use ‘escarmentar’ – to teach someone a lesson – ‘entablar negocios’ – to strike a deal – and ‘enjundia’ – substance.

Such meditations become part of the philosophical, epistemological fabric of the text: how far is a human being capable of expressing in words what he or she really means? Even the slipperiness of the narrator’s name is indicative of this semantic problem: his English friends tend to call him Jack; elsewhere he’s addressed as Jacques, Jacopo or Iago (which gives rise to numerous Shakespearean allusions).

That’s the end of the first instalment of this piece on YFT; I hope you enjoyed it, and will visit again soon for the next instalment, which should be up over the next few days. Meanwhile I’ll post something completely different tomorrow, probably something of my own creative work. See you again soon!

SIMON LAVERY

Tredynas Days, May 30, 2013

‘Tiempos ridículos’. Crítica

portada-tiempos-ridiculos_grandeUN LIBRO CADA SEMANA. Tiempos ridículos, de Javier Marías

Javier Marías es uno de los escritores más veteranos de la literatura española pese a que tiene solo 61 años. La razón es que comenzó muy joven: su primera obra, Los dominios del lobo, llegó a las librerías antes de que cumpliera los 20 y no ha parado desde entonces. Por eso, tiene tras de sí una trayectoria de más de cuatro décadas de literatura, algo que muy pocos autores en activo pueden decir.

Junto a su faceta literaria, que tantos rasgos personales presenta –esos relatos en primera persona, ese lenguaje hipnótico, esa mezcla de relato y ensayo–, ha desarrollado también una más que interesante carrera como columnista. Tanto es así que puede asegurarse que es una de las tres o cuatro firmas de lectura imprescindible que hay en España en ese ámbito.

Este libro recoge un centenar de columnas –la última es de comienzos de este año–, donde están todas sus preocupaciones, sobre todo políticas y sociales. Cada una de las piezas es un ejercicio de lucidez, perspicacia e independencia a ultranza. Marías mira la realidad y la aborda desde puntos de vista que eluden el tópico. Y en estos ‘tiempos ridículos’ que dan título a la colección tiene críticas para todos: los nacionalistas de cualquier tipo –incluidos los españoles, por supuesto–, la izquierda y la derecha, la Iglesia y los sindicatos, la patronal y unos cuantos gobiernos impresentables de aquí y de allá, algunos entrenadores de fútbol y responsables de programas de televisión. De vez en cuando se permite también una mirada al pasado, a personajes de su infancia o recuerdos de lugares y costumbres que ya no volverán.

El retrato que hace Marías de este tiempo que nos ha tocado vivir –aquí, pero también fuera– es desolador. La inteligencia parece haber huido de nuestra vida pública por el mismo camino que han tomado la sensatez y las buenas maneras. Por suerte, todo ello, inteligencia, sensatez y buenas maneras, permanece en sus textos.

CÉSAR COCA

El Correo, 31 de mayo de 2013