Respuesta de Javier Marías
El pasado 6 de junio publiqué en este mismo espacio una carta dirigida al escritor Javier Marías. Después de once años de haber sido publicado su artículo ‘Todas las farsantas son iguales’ (Letras Libres, 2001), este circuló en las redes sociales y se entrecruzó con imágenes monstruosas que vi por esos días. Lo único que voy a decir a mi favor es que mi aflicción y urgencia de encontrar sentido a su artículo, desde un contexto como el nuestro, fueron muy grandes, y que hay momentos cuando rescatar la creencia en cosas como el “efecto mariposa” se hace muy válido. La carta no solo llegó al destinatario sino que regresó con una respuesta que ayuda a señalar la locura en la que estamos envueltos. Porque concierne a todos, en particular a las mujeres, ahora la comparto con ustedes.
ROSINA CAZALI
El Periódico (Guatemala), 25 de julio de 2012
Querida Rosina Cazali:
Le agradezco mucho su carta y que haya prestado atención a mis escritos, y además no esté en desacuerdo con mis observaciones sobre el lenguaje supuestamente machista. Lo que me cuenta que ocurre en su país (y de lo cual algo había leído en prensa) es de una gravedad tan tremenda que se me hace imposible imaginar que, como dice, la sociedad guatemalteca vea “como algo normal” los asesinatos y mutilaciones de mujeres.
Yo fui educado todavía en una época en la que agredir físicamente a una mujer, ni siquiera con una bofetada, era visto como la mayor cobardía y la mayor vileza. También fui educado por una madre que a mis hermanos y a mí (todos varones) nos reiteraba: “Tratad siempre bien a las mujeres, porque es muy fácil hacerles daño”.
Todo el mundo sabía esto. Todo el mundo sabía que no se puede usar la fuerza ni la violencia contra quien es más débil que uno (insisto, físicamente, y salvo raras excepciones). Algo de este saber se ha perdido, también en España, pero aún está vigente en la mayoría de la población. Un país que ha olvidado esto tiene muchas probabilidades de ser un país enfermo, y las autoridades del suyo tendrían que tomar medidas para frenar esa agresión continua de la que me habla, y para educar, y por supuesto para castigar. La lengua en sí misma no puede dar miedo, ni lo da.
No sé qué mas decirle. Le deseo suerte, y lo mejor.
Atentamente,
Javier Marías
Estimado Javier Marías
Hace poco usted publicó un ensayo brillante, una defensa del idioma, una disección de esa forma abusiva de enunciar los géneros femenino y masculino que usan en sus discursos los demagogos. No puedo estar en mayor acuerdo con usted porque desenmascara la hipocresía que subyace en el estar diciendo niños y niñas, amigas y amigos, ciudadanos y ciudadanas y cosas por el estilo. También porque se centra en la urgencia de rescatar la lengua y cultivar su precisión. Sin embargo, quiero decirle que por una décima de segundo dudé de lo que usted defiende con vehemencia. Y porque usted se encuentra en el parnaso de las letras y yo vivo en el inframundo quisiera explicarle por qué.
La primera persona que tuvo la idea de usar el masculino y femenino, estoy segura, tuvo un destello de genuina empatía hacia las mujeres. Durante una décima de segundo descalabró el estado de autoritarismo masculino del lenguaje y por muy elemental que fuera el intento tuvo algún efecto. Es decir, no fue una ruptura como la de Galileo pero mostró el valor que tiene nuestra constante de generar duda sobre lo que se nos ha dado por hecho, un mundo reglamentado históricamente por los hombres. Pues bien, después de aclarar que rechazo tanto como usted esa cantaleta, producto de lo políticamente correcto y demás farsas, debo decir que me preocupa otro fenómeno de enunciación aún más corrupto y de alcances inhumanos. Yo vivo en Guatemala, un país donde los cuerpos de muchas mujeres están siendo utilizados como mensajes y el texto suele ser macabro. Recurre a un diccionario de laceraciones o mutilaciones, cada uno con un significado. Los mensajes suelen ser redactados con pedazos de cuerpos que son tirados en las calles como señal de advertencia. Es una práctica producto de una larga historia en la que no voy a detenerme, pero que está afectando la forma en que nos leen, desean y utilizan a diario.
Si aquí en Guatemala ya no queda ni el lenguaje para llamar la atención sobre la defensa de las mujeres, porque el lenguaje es de dominio machista, porque el estado de derecho en mi país parece ser una utopía, ¿qué otro instrumento de comunicación nos queda? Por la perentoriedad del asunto, ¿qué hacer señor Marías?
Rosina Cazali
El Periódico (Guatemala), 6 de junio de 2012