
«Der Verliebtheit gegenüber bin ich skeptisch»
Por Annika Müller
Neue Zürcher Zeitung, 15 de marzo de 2012
La entrevista completa en castellano
Ha explicado que después de haber terminado la trilogía Tu rostro mañana tuvo serias dudas de si volvería a escribir más novelas. ¿Qué es lo que ha hecho desaparecer estas dudas?
En realidad no han desaparecido, pese a que la existencia de Los enamoramientos parezca asegurar lo contrario. Nunca sé si va a haber otra novela, cuando termino una. Nunca lo he sabido, no tengo un “proyecto literario”, sino que me pongo ante la máquina sólo cuando tengo ganas, cuando algo me inquieta o perturba lo suficiente. Así sucedió con Los enamoramientos, y “resulta” que eso ha dado lugar a otra novela, cuando, en efecto, después de Tu rostro mañana estaba tan exhausto que dudé que tuviera algo más que añadir en el campo de la novela. Yo sigo creyendo que esta última es mi mejor novela, aunque lo que yo crea importa poco, claro está, y que todo lo que venga después estará a menor altura. Pero, dada la buena acogida de crítica y lectores a Los enamoramientos, es muy posible que esté equivocado.
En Los enamoramientos se expresan unas ideas muy pesimistas y casi cínicas del amor. (Algunas de las conclusiones de la lectura son que en el fondo todos somos sustitutos de alguien, que muchos nos emparejamos por comodidad, y que el amor en última instancia incluso nos puede convertir en asesinos.) ¿Tiene usted una visión algo oscura de este aspecto de la vida, o sólo la tienen sus personajes?
Comparto algunas de las visiones de los personajes, no todas. Pero sí, el enamoramiento suele verse como algo muy deseable y positivo. Lo es a menudo, pero también puede ser lo que active algunas de las peores actitudes del ser humano. Como los personajes, yo he visto a personas nobles y generosas comportarse de manera innoble y mezquina porque estaban enamoradas, algo que, además, parece justificar muchas conductas injustificables. Y también hay una tendencia, por parte de los enamorados, a pensar que el destino los ha unido, cuando quién nos toca en suerte (de quién nos enamoramos) depende a menudo de quién está libre, de quién se fija en nosotros, de dónde vivimos y de qué edad tenemos. Por eso se dice en la novela que eso –el emparejamiento amoroso– se parece mucho a una rifa o sorteo de feria al final del verano.
En una entrevista del año 2007 dijo que para usted sería difícil narrar con la voz de una persona de otro sexo y que sería casi un ejercicio acrobático. Sin embargo ha decidido contar la historia de Los enamoramientos desde el punto de vista de una mujer. ¿Por qué? ¿Ha sido un desafío tan grande como el que había imaginado?
Estoy acostumbrado a la primera persona desde 1986, y esta historia sólo podía contarla una mujer (si usted cambia de sexo a los personajes, comprobará que la historia sería del todo inverosímil). Así que me arriesgué. A la postre no resultó tan difícil como había imaginado. Los hombres y las mujeres nos diferenciamos en muchas cosas, pero no tanto a la hora de narrar. Y, al menos en mis novelas, narrar significa: contar, observar y reflexionar. Toda mi vida la he pasado cerca de mujeres que sabían hacer muy bien esas tres cosas. En el fondo sólo tuve que recordarlas. Y también, en algunos momentos, ponerme en su lugar e imaginar cómo me vieron a mí cuando tuve relación con ellas. Probablemente para algunas resulté mucho más enigmático e imprevisible de lo que, obviamente, nunca fui para mí mismo.
Uno de los temas de Los enamoramientos es la impunidad. Un tema muy polémico actualmente en su país. ¿Qué le parece la manera actual de juzgar el pasado?
La novela es pesimista y sombría en este aspecto, y refleja lo que creo que está pasando actualmente, no sólo en mi país. La mayor parte de la gente va aceptando que muchos delitos queden impunes, va considerando que los crímenes no le atañen, sobre todo los cometidos por los individuos poderosos, sean políticos o banqueros. En España hay una enorme tolerancia con la corrupción de los políticos, por ejemplo, sobre todo por parte de los votantes del Partido Popular, que eligen una y otra vez a individuos con toda la apariencia de ser corruptos. Ahora ha sido condenado el juez Garzón, de manera rara y sospechosa, y lo llamativo es cómo lo ha celebrado la derecha que hace unos años lo adoraba. ¿Por qué? Quizá porque Garzón estaba investigando la trama Gürtel, un caso masivo de corrupción de políticos de la derecha. Es muy desalentador sospechar que la justicia es cada vez menos independiente.
El año pasado se cumplieron cuarenta años de su primera novela, Los dominios del lobo. ¿Cómo ha evolucionado el proceso creativo desde la primera hasta la decimotercera novela?
La pregunta es demasiado amplia. Es como si me pregunta cómo ha evolucionado el muchacho de diecinueve años que publicó aquella primera novela hasta ser el maduro hombre de sesenta que soy ahora. No podría explicarle mi vida en una entrevista, ¿verdad? Tampoco querría.
En Los enamoramientos, al igual que en otras novelas suyas, encontramos citas de Macbeth. Algunas de sus novelas tienen títulos que ha tomado prestados de Shakespeare. ¿Qué significa Shakespeare para usted?
Para mí es una inspiración y un “fertilizador”. Muchos escritores rehúyen la relectura de los más grandes autores porque en cierto modo disuaden de escribir nada nuevo (“¿Qué hago yo llenando hojas, si ya existe esto?”). Shakespeare, a mí, por el contrario, me invita a escribir. Es tan misterioso a menudo, dejó tantas cosas sugeridas e inexploradas, abrió tantas bocacalles por las que no llegó a adentrarse, que por eso me resulta “fértil” y un acicate. Lejos de disuadirme, me incita a escribir.
¿Qué importancia tiene el trabajo como traductor para usted? ¿Se refleja esta faceta en su obra literaria?
Mucha importancia. Aprendí mucho traduciendo, cuando lo hacía. Y en cierto sentido me ha dejado en herencia una forma de trabajar. Yo corrijo mucho cada página –no, en cambio, la obra una vez acabada–, y el primer borrador de cada una me funciona un poco como me funcionaba el texto original en la traducción. Sólo que, claro está, al escribir tengo toda la libertad del mundo para añadir, suprimir o cambiar. Pero necesito tener un referente a partir del cual elaborar, como me sucedía con el original cuando traducía (ahora hace muchos años que no lo hago apenas).
¿Por qué ha decidido fundar su propia editorial, Reino de Redonda? ¿Qué criterios utiliza para elegir los libros que publica?
No sé por qué. Es un negocio más bien ruinoso. No hago números, es la única forma de que la pequeña editorial siga adelante (mientras el Reino no entre en bancarrota). Sólo publico dos o tres títulos al año, y el criterio es caprichoso. Recupero obras que me gustan y ya no se encuentran, o publico textos que nunca habían existido en español y que desde mi punto de vista merecen conocerse.
¿Cómo se convierte uno en el Rey de Redonda, la pequeña isla deshabitada que dio nombre a su editorial?
En mi caso, el anterior “rey”, Jon Wynne-Tyson, cansado de su cargo, quiso “abdicar” y me eligió a mí, porque en mi novela Todas las almas había hablado de esa bonita leyenda y porque era escritor (es un reino que no se hereda por la sangre, sino por la letra). Dudé un poco, pero la cosa me pareció tan novelesca que pensé: “¿Qué clase de novelista sería si no acepto que lo que parece ficticio entre en mi vida?”. Algún día tendré que nombrar a un “heredero”. Tendrá que ser escritor, eso seguro.
Usted utiliza máquina de escribir. ¿Qué tiene la máquina de escribir que no tiene el ordenador? ¿Cuántas cajas de manuscritos corregidos tiene en casa?
Estoy acostumbrado a escribir sobre papel. Cada versión de una página luego la corrijo a mano, hago mis tachaduras, mis cambios, pongo flechas, etc., y la vuelvo a teclear entera con las correcciones incorporadas. Así cuantas veces haga falta. En un ordenador el proceso sería distinto, a menos que imprimiera cada vez, y eso me parece absurdo. Me gusta escribir sobre papel, eso es todo. Antes tiraba cada hoja descartada, hasta que una amiga me dijo que eso podía ser valioso. Yo no lo creo, pero le regalé varios borradores de mis novelas. Ahora los guardo no sé muy bien para qué. Los borradores de Tu rostro mañana son millares de páginas, claro.
En Alemania se han vendido más de un millón y medio de ejemplares de Corazón tan blanco? ¿Cómo se explica el enorme éxito que tiene sus obras en el extranjero?
No tengo explicación para lo de Alemania, aparte de que Corazón tan blanco tuvo la suerte de merecer los elogios de Marcel Reich-Ranicki en su entonces muy popular programa de televisión. Pero en España no tengo queja tampoco. Los enamoramientos ha vendido ya 140.000 ejemplares, en un año muy malo económicamente, y en particular para el mercado del libro. Para mí ha sido una gran sorpresa. No tenía mucha fe en esta novela. Incluso dudé si publicarla, una vez terminada. En todo caso, en el extranjero no suelen intervenir factores “extraliterarios”, como sí los hay en el propio país, para cualquier escritor, yo creo (antipatías o simpatías, enemistades, rivalidades, envidias, manías). Por eso aprecio más cuando un libro mío gusta fuera: pienso que el gusto es más sincero y que no está condicionado por “turbiedades”.
En sus últimos libros, la narración siempre se desarrolla en primera persona. Eso hace que el lector tienda a confundir el autor con el narrador. Además, en todos sus libros el lector puede encontrar algunos paralelismos entre la vida real de Javier Marías y la vida de sus protagonistas. ¿Mezclar realidad y ficción es sólo un pequeño juego que se permite de vez en cuando o hay más de “no ficción” en su obra de lo que se puede pensar?
Uno a veces echa mano, para caracterizar a un personaje, por ejemplo, de lo que tiene más cerca, y lo que tengo más cercar soy yo mismo. Es así de sencillo. Debo decir que presto rasgos míos a los personajes más negativos u odiosos, casi nunca a los más positivos. No hay mucha “no ficción” en mis novelas. La mayor parte es ficción. Quizá todos los novelistas de todos los tiempos han recurrido a elementos de su vida o de su persona de vez en cuando, no es nada nuevo. La diferencia está en que antes se solía saber poco de los autores y de sus vidas, y ahora se sabe demasiado. Pero no creo que en mis novelas haya más del autor de lo que hay de Cervantes en el Quijote o de Dickens en sus obras.
En una conferencia pública en el Instituto Cervantes ha hablado sobre las diferencias entre escribir artículos y escribir novelas. Ha mencionado que a veces hay más realidad en la ficción que en sus artículos. ¿Cómo es eso posible?
No recuerdo eso. Hace muchos años (unos diecisiete) que no acepto invitaciones de los Institutos Cervantes, ni del Ministerio de Cultura, ni de nada oficial o estatal de mi país. Lo que sí he dicho hace poco es que uno es más verdadero y más sincero en la ficción que en los artículos de prensa. En estos últimos uno intenta “ayudar”, no ser demasiado pesimista, no desalentar en exceso al lector de prensa, es decir, uno es en ellos un ciudadano que se dirige a sus conciudadanos, con cierta responsabilidad. En las novelas el ciudadano no entra ni sale, no es uno quien habla con su propio nombre, y en ellas se puede permitir mostrar las cosas tal como verdaderamente cree que son, o decirlas a través de las reflexiones del narrador o de los personajes. Si lee usted a Proust, verá lo cruel y desolador que es a veces, y también lo verdadero que resulta: uno lo reconoce, uno lo ve al leerlo. Por fortuna, para la vida diaria uno procura olvidarse de lo que en la ficción ha visto y ha sabido. Lo contrario sería bastante insoportable en ocasiones.
¿Está actualmente trabajando en una nueva novela?
Estoy dándole vueltas a una idea, a una posible historia. He escrito algunas líneas, sólo líneas. Veremos si lo que me ronda la cabeza se condensa lo bastante para convertirse en nueva novela. Posiblemente, pero yo soy muy lento en mis comienzos. Y siempre muy inseguro, en mis inicios, en mis desarrollos y en mis finales. Una maldición, esa inseguridad que, en lugar de disminuir, sólo aumenta con la experiencia y los años.
ANNIKA MÜLLER
Crítica
Die hellsichtig Verblendeten