Javier Marías en la Universidad Pompeu Fabra

Javier Marías reflexiona sobre el mundo de las ideas y la creación literaria

Con motivo de la conmemoración de los cuarenta años de vida literaria de Javier Marías con la reedición de su primera obra, Los dominios del lobo (1971-2011), el próximo martes 15 de noviembre se celebrará un encuentro entre el escritor y miembro de la Real Academia Española y Jaume Casals i Domingo Ródenas, catedràtico de Filosofia y profesor de Literatura Española de la UPF, respectivamente. Javier Aparicio, vicedecano de Cultura de la Facultad de Humanidades y profesor de Literatura Contemporánea, será el moderador del acto.

El coloquio, organizado por la Facultad de Humanidades, tendrá lugar a las 12:00 horas en el Auditorio l’Àgora Jordi Rubió i Balaguer del campus de la Ciutadella (Ramon Trias Fargas, 25-27. Barcelona), y pretende aproximarse al mundo literario del escritor en relació con el proceso de traducción y poner de relieve la influencia del pensamiento y las ideas en la creación de sus novelas.

El acto, abierto a la comunidad universitaria y al público en general, se podrá seguir en directo a través de la web de la UPF.

LA ZONA FANTASMA. 13 de noviembre de 2011. En busca de la infelicidad permanente

Hace muchos años coincidí en un cocktail con un famoso poeta español muy admirado y querido por sus colegas (cosa extraña), al que apenas conocía. Le pregunté qué tal estaba, pues me habían dicho que había tenido la salud quebrantada. Con gesto enormemente serio y doliente (ante el que me temí lo peor), puso los ojos en blanco y me contestó: «¿Cómo voy a estar, con las noticias que traen todos los días los periódicos? Muy mal. Deprimido y horrorizado». No recuerdo qué noticias eran aquellas, lo cual es normal, puesto que a lo largo de toda la historia han ocurrido espantosos sucesos en casi todas partes. «Entiendo», respondí por educación (en el fondo estaba pensando: «Menudo cursi este poeta tan celebrado»); y añadí: «Pero me refería a cómo estás tú. He oído que has andado un poco malo». No hizo caso, y prosiguió con su jeremiada: «Nadie puede estar bien con lo que está pasando en el mundo», y me enumeró guerras e injusticias que tenían lugar en remotos puntos del planeta. No en España ni siquiera en Francia o Italia, sino, qué sé yo, tal vez en Uzbekistán, en Mongolia Exterior o en Zimbabue. Supuse que su salud se había recuperado, dado que le quedaban energías para padecer todas las mañanas por lo que leía que sucedía en las cuatro esquinas del globo. Recuerdo que me despedí de él pensando: «Hay que ver, un hombre dispuesto a ser infeliz permanentemente».

Cada vez veo a más personas voluntariosamente aquejadas del mismo sufrimiento universal que impedía a aquel poeta levantarse con cierta normalidad de la cama. Gente que, si carece de motivos personales para sentirse desgraciada, los busca (y, claro está, los encuentra) en los lugares más recónditos de la tierra. Se podría pensar que son seres con una empatía desmedida, hipertrofiada, que -por raro que parezca- padecen con igual intensidad las desdichas de sus padres o hijos que las de los perseguidos disidentes chinos, los apaleados monjes birmanos y los niños desnutridos que pueblan África. Claro que cualquier injusticia es lamentable, y que a todos se nos encoge el ánimo cuando nos informan de ellas los telediarios. Pero nuestra capacidad normal de compasión tiene un límite, y no podemos pasarnos el día atormentándonos por lo que nos muestran las pantallas. Nos quedaríamos paralizados a perpetuidad, no levantaríamos cabeza en toda la jornada, no haríamos nada, ni siquiera por nuestros allegados. Curiosamente, los adictos al sufrimiento universal y continuo casi nunca hablan del mendigo que duerme en su calle ni de los parados que hoy conocemos todos. Están demasiado cerca, me temo, y, así como poca mano podemos echar a los chinos, a los birmanos y a los africanos, algo podríamos hacer por esos desfavorecidos que están al lado. Pero qué escasa grandeza tiene eso. Y qué molestia.

Leo un artículo de otra poeta, titulado con originalidad «Indignación», en el que la autora vocea las muchas cosas que se la producen. Desde luego hay motivos para abrigar ese sentimiento, aquí y por doquier, pero las miras de esta mujer son tal altas y amplias que resultan inabarcables y abrumadoras, y a buen seguro la condenan a la infelicidad sin pausa. «Los derechos universales», escribe, «han de ser entendidos y defendidos globalmente, sin excepción de pueblos ni razas, humanas y no humanas, pues lo que afecta a uno solo de los seres del planeta nos afecta a todos» [la cursiva es mía]. Esta idea ya la expresó con más talento John Donne hace casi cuatro siglos, sólo que no incurrió en la simpleza de considerar a los «no humanos» en el mismo plano que a los humanos. Un poco más adelante, la poeta actual insiste: «Me indigno porque no acabamos de considerar a los demás seres de este planeta como semejantes. Porque haya que seguir pidiendo perdón por pensar que un animal es uno de nosotros y por decir en voz alta que son mejores que nosotros». Se equivoca; no tiene por qué pedir perdón: puede pensar y decir lo que se le antoje, faltaría más. Y así lo hace al añadir: «Me indigna que no sintamos en nosotros al animal, al auténtico animal, clamando por un poco de sosiego». Pues no sé, la verdad, si los animales claman sosiego ni si son «mejores que nosotros». Tengo la noción de que la mayoría andan depredándose unos a otros (por algo existe la expresión «ley de la selva», para referirse a las situaciones en que no hay cortapisas ni clemencia ni freno, y en que cada cual impone su fuerza y no existe amparo para el más débil). Tampoco sé de ningún animal que haya inventado vacunas ni curado enfermedades, construido casas ni renunciado a parte de su poder mediante leyes, por supuesto que haya compuesto música ni poesía. Pero, sobre todo, si no nos deja descansar nada de lo que le acontece a nadie en el mundo; si no hay que hacer «excepción de pueblos ni razas, humanas y no humanas», y por tanto hemos de sufrir e indignarnos indeciblemente por cada mosquito y por cada hoja, y tal vez por cada guijarro, es la mejor manera de prohibirse estar medianamente contento nunca, y hasta de funcionar en la vida. Es la perfecta manera de convertirnos en dolientes y absolutos inútiles. Lo preocupante no son esta o aquel otro poeta, sino que cada vez haya más gente así: por consiguiente, permanente y gratuitamente amargada y ceñuda. Pero no crean que la autora del artículo no propone soluciones. «Y ¿qué hacer? ¿Qué modelo inventar?», se pregunta. Su respuesta es también novedosa: «Clamar por la sabiduría. Educar a un niño poniendo a su alcance los medios para la más alta compresión». [sic] «Mirar hacia otros pueblos, los últimos supervivientes de las selvas tropicales». Por lo menos dice «mirar», y no nos envía a la jungla a todos, sin taparrabos.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 13 de noviembre de 2011

Javier Marías cree que el 20-N «elegiremos entre quien nos da 100 patadas o 99 y media»

Javier Marías ha reunido en un libro [Ni se les ocurra disparar] sus artículos de los dos últimos años, en los que siempre dice lo que piensa aunque sus opiniones levanten polvareda. Muy crítico con los políticos españoles, asegura que el próximo 20 de noviembre «se trata de elegir entre quien nos da 100 patadas o 99 y media».

«Para mucha gente ninguno de los candidatos de los dos principales partidos nos gusta; a unos les darán cien patadas y a otros, 99 y media», afirma Marías en una entrevista con Efe, con motivo de la aparición del libro Ni se les ocurra disparar (Alfaguara), que contiene los artículos publicados en El País Semanal entre el 8 de febrero de 2009 y el 6 de febrero de 2011.

Esta obra ve la luz pocos meses después de su novela Los enamoramientos, de la que se han vendido ya 120.000 ejemplares y va a ser traducida a veinte lenguas.

A este éxito, que el autor atribuye a «la suerte» que tiene con los lectores, se suma su reciente fichaje por la prestigiosa editorial inglesa Penguin para su colección Modern Classics, en la que los únicos autores en lengua española eran hasta ahora García Lorca, Borges, Neruda, Paz y García Márquez.

«El hecho de ver mis libros de pronto en esa colección en la que, cuando yo estudiaba Filología Inglesa, incluía a gente como Conrad, Faulkner, Henry James, Joyce o Virginia Woolf, es un honor, pero también me produce estupefacción, porque cualquier posible confusión de mis obras con la de estos clásicos me parece un absurdo», comenta el escritor en su casa de Madrid.

Desde hace dieciséis años Marías mantiene una cita semanal con sus lectores en esos artículos que dedica a temas que le apasionan, como la literatura, el cine y el fútbol, y a otros que le preocupan como ciudadano, entre ellos la situación política de España o «el disparate en que se han convertido las ciudades hoy día».

«Uno de los problemas más graves de Madrid y de cualquier ciudad es que el espacio que era para la vida y para el trabajo de los habitantes está usurpado y tomado por la autoridades, que en vez de mimar a las personas que aún trabajan, parece que se confabulan para que todo se ponga al servicio de la gente que está ociosa», señala.

La realidad «se repite» y a Marías no le queda más remedio que «ser pelmazo» e insistir en ciertos temas, como en sus críticas a los políticos españoles que, en su opinión, «están muy fuera de la realidad y dan la impresión de que se han olvidado de que están al servicio de la gente».

El pasado lunes vio el debate en TVE entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, aunque «distraídamente», mientras leía el periódico. En términos generales, le pareció «bastante aburrido, con un formato demasiado rígido y sin verdadero diálogo entre los dos candidatos».

El escritor considera «extraño» que se diera como ganador al líder del Partido Popular porque él lo vio «titubeante y a ratos incluso un poquito acorralado».

Sus opiniones sobre las elecciones generales las desarrollará en el artículo que aparecerá ese domingo y del que comenta algunos aspectos con Efe:

«El esfuerzo de imaginación al que yo apelo es decir: ¿cuál de los dos posibles gobiernos nos puede sacar más de quicio, intentando recordar cómo nos sacó de quicio Aznar en su día y cómo lo ha hecho también Zapatero».

En lo que sí le da la razón al candidato del PSOE es en que «la burbuja inmobiliaria disparatada» que hay en España se debe en parte al Partido Popular y a la ley que aprobó en 1998, «cuando se dijo que todo suelo es urbanizable».

El PP, por lo que hace en las comunidades que tiene bajo su control, «da la impresión de que su tendencia es privatizar, recortar y ‘gurtulear’, porque en el caso Gurtel la mayoría de los imputados es gente relacionada con el Partido Popular», añade el autor de Corazón tan blanco, a quien Rubalcaba le parece «un hombre honrado e inteligente».

«Rajoy me parece honrado en principio, pero no puedo decir que me parezca muy inteligente», añade.

En otro de sus artículos se queja de que las autoridades culturales de España suelen tratar mal a los escritores, y algunos tan importantes como Juan Benet, García Hortelano o Gil de Biedma «no han ganado ni siquiera un Premio Nacional».

«Realmente, ¿tantas maravillas hay en la literatura española como para que nunca hayan sido merecedores de ese premio, cuando, en opinión de muchos, están entre los mejores de los últimos cuarenta años? Es raro», se pregunta el autor de Tu rostro mañana.

Marías ha merecido numerosos galardones fuera de España, pero ningún premio nacional. El novelista le resta importancia a ese hecho, aunque asegura que, «a estas alturas», tampoco aceptaría «ninguno».

ANA MENDOZA

EFE, 12 de noviembre de 2011

EFE

Javier Marías se pregunta «si los escritores no estamos de adorno en la RAE»

Académico de la Lengua desde 2008, Javier Marías considera que la última reforma de la Ortografía española ha supuesto «un retroceso», y se queja de que «los técnicos» que impulsaron la nueva edición no tuvieran en cuenta algunas de las objeciones que plantearon los escritores académicos.

«Supongo que a los escritores de la Academia, los filólogos nos deben de considerar un grupo de ignorantes, y a veces me pregunto si no estamos ahí un poco de adorno, lo cual es una sensación que no me agrada mucho», señala Marías en la entrevista que concede a Efe para hablar de su nuevo libro, Ni se les ocurra disparar.

En esta obra, editada por Alfaguara, Marías reúne los artículos publicado en El País Semanal desde febrero de 2009 a febrero de 2011.

En los dos textos finales del libro, el escritor asegura que «la lengua española es menos elegante y menos clara» después de la reforma ortográfica aprobada por las veintidós Academias de la Lengua.

Entre otras cosas, a Marías no le gusta que «los técnicos» de la Academia hayan suprimido la tilde de palabras como «guion» y «truhan», o que Qatar ahora se escriba Catar. «Es ridículo. ¿Por qué no poner entonces Cuwait?»

Esa reforma no fue bien vista por algunos académicos, entre ellos el gran lexicógrafo Manuel Seco, pero «sobre todo» fueron los escritores los que plantearon más objeciones.

Sin embargo, añade el escritor, lo que opinan los llamados «creadores a menudo es omitido, pasado por alto». «Se nos considera no sé si ignorantes, quizá meramente intuitivos o qué sé yo qué».

Este novelista cuya obra está traducida a cuarenta lenguas y publicada en 50 países comenta que algunos de los filólogos de la Academia «opinan que las cuestiones estéticas no caben en la lengua y que las cosas que se dicen da igual que las diga Cervantes o un periódico actual».

«Para mí no es así: hay palabras y hay cuestiones en las que yo creo que hay que hacerle más caso a Cervantes o a lo más cercano que tengamos a Cervantes hoy en día», asegura.

La reforma de la Ortografía, subraya, «no era necesaria». «Si a mí me viene un día un grupo de académicos y me dicen: vamos a hacer como en italiano que en un momento dado quitaron las haches, a mí y a los que nos hemos criado con la hache, me costaría mucho, pero podría entenderlo porque es una letra que no se pronuncia», afirma.

«Pero las reformas aprobadas las veo injustificadas y que no facilitan, sino que más bien confunden. Han empeorado la lengua», concluye.

ANA MENDOZA

EFE, 12 de noviembre de 2011

«Tradicionalmente, la derecha en España solo dice estupideces»

Caricatura por Sciammarella

Saeta unos domingos, garrapata otros, el artículo de Javier Marías (Madrid, 1951, «60 años ya, qué raro suena») en la penúltima de El País Semanal se cuela entre el café y el croissantpara provocar reacciones tan sanas ellas como la risa o la ira y la identificación o el rechazo. O esa cosa tan celtibérica que consiste en pensar y hasta en soltar: «¡coño, si esto es lo que yo decía!», aun sin haberlo dicho nunca, claro. Y es que, a lo mejor, convertir en evidencias asuntos que no lo eran es el secreto del Marías articulista. Para aquellos que, por lo que sea -el berreo de los niños, la visita de los suegros o tal y cuál compromiso dolorosamente dominical- no gocen de tiempo y condición para el salvífico marías de cada siete días (o para quienes sientan irrefrenable afición por las compilaciones) el volumen Ni se les ocurra disparar (Alfaguara) reúne ahora parte de su producción de los dos últimos años.

Pregunta. Da la sensación de que sus artículos tratan del sentido común, o más bien de su pérdida. Claro que, si abundara ese sentido común, a lo peor se quedaba usted sin muchos temas…

Respuesta. Es que estamos en una época en la cual los que escribimos artículos de prensa perdemos demasiado tiempo en decir cosas que nos parecen obvias, de cajón. Y eso te da una sensación de pérdida de tiempo. Qué época más mala, una en la que sucede eso. Claro que a muchos les parecerá lo contrario, que la época está muy bien y que el imbécil soy yo. Además, claro, yo a veces me repito.

P. ¿Teme eso, repetirse, o la repetición puede acabar siendo un recurso?

R. Cuando tengo conciencia de que ya he hablado de un tema, pido disculpas. Prefiero no repetirme pero a veces es inevitable. Yo procuro no cansar. Aunque creo que a estas alturas todo el mundo debería estar cansado de leer a alguien todas las semanas desde hace ocho años. Pero bueno, parece que hay gente a la que no le importa. También intento que algunos artículos sean de un tono distinto al predominante, no todo puede ser indignación; así que hay artículos más irónicos, anecdóticos, que atañen más a la gente… y me he dado cuenta de que esos artículos hacen gracia.

P. No se puede estar siempre cabreado.

R. Intento que hasta en los artículos en los que estoy más indignado haya alguna broma, exageración o disparate. Si uno no exagera, no se divierte.

P. Pues no parece éste de ahora el país más idóneo para entender la ironía, la boutade o la exageración.

R. No, y cada vez menos. Lo cual es una cosa rara y preocupante y es un síntoma más de cierta decadencia general. Hace 30 años uno no tenía que tener cuidado cuando hablaba con ironía, porque se daba por descontado que la gente la entendía. Decir una cosa queriendo decir la contraria es una manera propia de la lengua española. Esto, ahora, no siempre se pilla.

P. ¿A qué achaca esa regresión?

R. No me atrevería a hacer un diagnóstico, pero cada vez hay más gente seria, gente que ve mal casi cualquier cosa. Esto tiene mucho que ver con el lenguaje políticamente correcto. La relación entre el lenguaje y el pensamiento es tan directa, que si uno intenta controlar lo que se dice y estipular una serie de normas de lo que se debe decir, de lo que se puede decir, en el fondo está controlando también la manera de pensar. El lenguaje políticamente correcto ha hecho que la gente piense de una forma más solemne, que no aguante ni una broma.

P. También abunda hoy un tipo de gente que, siendo tecnológicamente capaz de todo, no sabe de casi nada.

R. Bueno, mi padre dijo una vez que el hombre contemporáneo se estaba convirtiendo en un primitivo repleto de información, y yo en esa frase cada vez le voy dando más la razón. Por supuesto, ya casi nadie se preocupa de saber por qué funciona algo. A nadie le importa el porqué.

P. O sea, sí los cómos, no los porqués…

R. Da la sensación de que se ha perdido de vista no solo el por qué, sino el para qué. Me acuerdo de una frase que escribí en una novela mía hace ya más de 20 años, fue en Todas las almas. El narrador dice: «Hasta el siglo XVIII y parte del XIX, a los niños se les trataba como futuros adultos». Y esto se ha perdido. Al revés, da la sensación de que los adultos tienden a perpetuarse en el infantilismo.

P. ¿Le cuesta verbalizar ciertas cosas o no se pone límites? Es que, en el del domingo pasado, donde decía que estamos alumbrando una sociedad de chivatos, escribía: «O, dicho peor pero más a las claras, es crear una sociedad de hijos de puta».

R. No soy muy dado a utilizar este tipo de expresiones pero tampoco me escandalizo con ellas. Y es que lo creo: el peligro de la globalización y de la rapidez con que nos llegan las noticias de todas partes es que cualquier idea es susceptible de ser copiada. Y ahí hablaba de Corea del Sur, donde la delación está remunerada y el ciudadano ejerce de policía cuando ve que alguien se salta un semáforo o deja la basura donde no es debido. Si a alguien le dan dinero por chivarse de alguien, esa es una sociedad de hijos de puta. De gentuza.

P. Lo que ocurre con las reglas de la sociedad es que…

R. Tenemos que tener un cierto margen para saltarnos las reglas, en una época en la que todo tiende a estar regulado. Si no existe ese margen, vivimos en una sociedad imposible. Hay demasiada gente recta, demasiada gente con conciencia y vocación de ser recta. Son el equivalente a los acusicas del colegio.

P. Pues eso no tiene pinta de ir a menos, sino a mucho más…

R. Yo siempre tiendo a ser optimista porque pienso que la Historia es cíclica y que hay ciclos de una cosa y luego los hay de la contraria, pero empiezo a perder la esperanza porque llevamos un ciclo demasiado largo de… de entontecimiento generalizado.

P. En la introducción a este volumen, se dice: «El Marías escritor de columnas se ha convertido para muchas personas de toda clase y condición en la voz del ciudadano común». Y no tengo yo claro si esa condición le encaja a usted, y si le agrada a usted…

R. Mmm, ya…

P. Vamos, que no parece tan claro que usted dirija sus escritos al ciudadano común, así, en general. Dicho de otra forma, y parafraseando a Ortega, entre el hombre-masa y las minorías selectas, ¿dónde quedan sus artículos?

R. Yo, ni en los artículos ni en las novelas me dirijo a nadie concreto… creo no ser ese tipo de articulista que tiene ya muy claro cuál es su cliente y se dirige a él a sabiendas de lo que ese cliente espera que se le diga. Mira, me llegó este libro, que ha escrito un americano, y dice de mí: «Sus propias creencias políticas parecen señalar al mismo tiempo a un izquierdista, un conservador y un libertario» (risas). Lo menciono porque creo que una de mis posibles virtudes es que, a diferencia de muchos articulistas, no siempre se me da por descontado.

P. Una opinión distinta para cada asunto distinto…

R. Simplemente digo lo que me parece en cada ocasión. Y si una cosa determinada que está defendiendo la izquierda -por decirlo de alguna manera- me parece una gran estupidez, pues lo digo y me da igual. Y si lo dice la derecha… hombre, tradicionalmente la derecha en España solo dice estupideces. Pero bueno, si alguna vez dicen algo acertado, no tendré inconveniente en reconocerlo. Rara vez será.

BORJA HERMOSO

El País, 12 de noviembre de 2011