Admirado Javier Marías, probablemente no le sirva de consuelo, pero sí al menos saber que no ha sido la única persona que ha sido expulsado de la librería vienesa de la calle de Kohlmarkt. Tengo el honor de compartir con usted esa desagradable experiencia. A mi esposa y a mí nos gustan los libros y pasar un rato en una librería mirando u hojeando algún ejemplar. Esa era nuestra intención la tarde que entramos en “la librería”. Antes de acercarnos a una estantería, la señora que creímos sería la propietaria nos preguntó, en su idioma, si hablábamos alemán. A pesar de que nos defendemos en ese idioma, preferimos decir que solo un poco. Volviendo a la señora librera, sus palabras siguientes, en un inglés al menos comprensible, fueron: “En esta librería solo tenemos libros en alemán. Por tanto, si no hablan alemán es mejor que se vayan”. Sin decir nada más, completó la invitación dirigiéndose a la puerta, abriéndola y haciendo un signo con la mano que no dejaba lugar a dudas. Mi esposa y yo no dábamos crédito a lo que nos estaba pasando. No soy capaz de recordar las facciones de la señora en cuestión. No la puedo relacionar, como usted hace, con el personaje operístico que supongo es su marido. Efectivamente, señor Marías, utilizando sus palabras, fue un día de luto, que ni tan siquiera el café y el apfelstrudel de Demel lograron hacernos olvidar. Hoy, cuando he leído su artículo, me he dicho: “No hay mal que por bien no venga. Tengo el honor de compartir agravios con uno de mis escritores preferidos y que mejores momentos de lectura me ha brindado. Tengo un pretexto para escribirle unas líneas al señor Javier Marías”.
Joan Mercé. Correo electrónico