El lado oscuro del ser humano
‘Javier Marías no escribe novelas de cara a la galería y confía en un lector cómplice que sepa seguir sus pasos’
Uno de los escritores predilectos de Javier Marías, el premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee -quien, a su vez, no le ha regateado elogios a la impecable trayectoria creativa del narrador español-, en uno de sus últimos libros, Hombre lento, asegura que «nuestras mentiras revelan tanto de nosotros como nuestras verdades».
Y en ese juego, precisamente, cercano aquí a lo diabólico, a lo angustioso y lo fatal, se mueve el libro que nos lega Marías, quien, una vez más, requiere del lector su incondicional colaboración; la obligación de convertirse en un personaje activo, cómplice.
¿Una historia de amor subyacente, como queda reflejado en el propio título? Por qué no. Pero sería decir muy poco de esta novela en la que la acción ocupa un lugar destacado, pero como alusión. De ahí que se trate de un sutil ejercicio introspectivo que, a pesar de comportar un gran riesgo por la posibilidad de no llegar de manera nítida al lector, nos muestra a un escritor ambicioso, original, y al que poco le importan los cánones de la actual narrativa, sino, antes bien, ser fiel a sí mismo, a un estilo, a una manera muy particular de sacar adelante sus obsesiones más profundas; esas esquinas en donde se dan cita el lado más oscuro del ser humano y sus más terribles pesadillas.
No hay, a pesar de todo, un sacrificio tácito de la acción. Y ésa puede ser la mejor explicación de que la obra figure entre las más vendidas en todo el amplio y variopinto panorama nacional.
Marías, a través de la voz de María Dolz -probablemente uno de sus personajes mejor trazados- más emblemáticos, hace una reflexión sobre el mundo, sobre el comportamiento humano, sobre la vida, que trasciende los propios objetivos de una simple y sencilla novela.
Y para ello pone en pie todo este complejo andamiaje creando inolvidables secundarios, como el apellidado Ruibérriz, con el que María, en los últimos compases del relato, tiene un encuentro que nuestro autor resuelve de manera magistral. Nadie puede responsabilizarse de que otro se le enamore, nos dice Javier Marías en estas páginas. También en eso coincide con el maestro Coetzee en la obra arriba citada: «El amor no necesita ser recíproco, siempre y cuando haya suficiente amor en la habitación». Unos pocos personajes -Díaz-Varela, Luisa y el extraño y divertido profesor Rico, amén de los ya aludidos- en torno a una misma mesa, un mismo escenario, con una luz cenital que nos permite adivinar sus miserias, nos proporcionan un ambiente y una tensión de tono dramático exclusivo, dicho sea de paso, de la mejor novela europea de todos los tiempos.
JOSÉ BELMONTE
La Verdad, Ababol, (Murcia), 4 de junio de 2011
Los enamoramientos
La historia es muy antigua -narrada por Plinio el Viejo, escritor romano- y conocida. Ha dado pie a un famoso proverbio, «zapatero, a tus zapatos», que no tiene nada que ver con nuestro actual presidente del Gobierno, y que los españoles aplicamos a todos los que se ocupan de asuntos que no son los suyos. Cuenta Plinio que el pintor griego Apeles exponía sus cuadros en la vía pública, con la idea de conocer de primera mano lo que los ciudadanos opinaban de su obra. Un día un zapatero lo criticó por cómo representaba una sandalia, defecto que Apeles se apresuró a corregir. Con posterioridad el mismo zapatero se permitió llamarle la atención sobre la pantorrilla, a lo que Apeles le respondió con una frase cuya traducción podría ser la que he indicado: zapatero, a tus zapatos.
Comprendo que este preámbulo, aparentemente, no tiene nada que ver con la obra del escritor Javier Marías cuyo título es el de este artículo, pero he querido empezarlo así porque, la verdad sea dicha, no se me da nada bien la crítica literaria. La he practicado varias veces y no creo que con demasiado éxito, y ha sido una consecuencia del entusiasmo que, como lector empedernido, he experimentado tras la lectura de algún libro en mi opinión memorable; digamos un «must» literario. Desgraciadamente, la afición a la lectura ha decaído mucho en nuestro país -mejor dicho, en todo el mundo-, y como no da lugar al entusiasmo que rodea, por ejemplo, a las grandes producciones cinematográficas, muchas obras publicadas -novelas, ensayos, poesía…- de mucho valor pasan desapercibidas para el gran público.
Como antes he dicho, no se me da bien la crítica literaria; prefiero escribir una novela antes que la crítica de una obra ajena. En la novela, una vez resuelta la línea argumental y bosquejados los personajes, basta tomarse el asunto en serio y dedicarle las horas que sean precisas hasta culminarla. Por supuesto que ello no basta para garantizar el éxito, aunque es un primer paso que, con constancia y dedicación, puede fructificar en el futuro. En la crítica literaria, la que solemos leer en los periódicos, el asunto se presenta complicado, pues debemos compendiar en uno o dos folios las sensaciones que hemos experimentado tras leer la obra de turno. Para salir airosos de la prueba, los críticos -todos, los literarios, los musicales, los artísticos…- utilizan una serie de frases hechas, de lugares comunes, que intentan trasladar a los futuros lectores su opinión sobre la obra de turno.
Pero no olvidemos -ya lo dijo el gran Calderón- que todo en el mundo es según el color del cristal con que se mira, con lo cual quizá quiso manifestar que las opiniones son subjetivas; en definitiva, que no son vinculantes. El Guernica de Picasso a mucha gente no le gusta, y lo mismo podemos decir, hablando de pintura, de las obras de Kandinsky, Chagall o Miró. Si nos fijamos en la música, la sinfónica moderna apenas se oye en las salas de concierto, y si nos detenemos en el género literario está a la vista el fracaso de escritores autoproclamados «innovadores», con sus obras en unos casos sin puntuación y en otros alterando el normal desarrollo de la acción con subterfugios que solo consiguen el aburrimiento del lector.
Por todo lo dicho con anterioridad comprenderán los lectores las reticencias que me embargan en este momento. Hablar de la última novela de Javier Marías es un verdadero riesgo para quien, como yo, es un novato en la materia; ya ha sido elogiada por los mejores críticos del mundo para que ahora venga yo a sumarme al carro. Pero me da pena que la novela en cuestión, como tantas otras en España, pase desapercibida incluso para los que mantienen cierta relación con el ambiente literario. Me aprovecho de El Día, de su gran difusión, de su gran número de lectores, y he puesto como título de este artículo -ya lo dije antes- el de la novela de Marías con la intención de llamar la atención. Si así ha sido, miel sobre hojuelas, de modo que este es mi mensaje: no se la pierdan. El autor ha recibido a lo largo de su vida -solo tiene 59 años- dieciséis premios literarios de gran prestigio, siendo elogiada sobre todo su trilogía Tu rostro mañana, que un prestigioso crítico considera como «la primera verdadera obra maestra literaria del siglo XXI». Esta que comento, sin embargo -ya dije que en esto de los juicios domina la subjetividad-, tiene en mi opinión valores que no se encuentran en aquella. La trama es muy leve; la prosa empleada, brillantísima, con un lenguaje rico en expresiones pero sin pedanterías; los personajes increíblemente bien descritos, y la solución final, aunque se intuye, perfectamente asumible por el lector.
En fin, aunque me parece mentira, he llegado al final, cosa que al principio dudé. Y aún me queda espacio para una nueva recomendación: cuando la lean recomiéndensela a sus amigos. Se lo agradecerán.
JORGE ROJAS HERNÁNDEZ
El Día (Canarias), 18 de agosto de 2011
Javier Marías: Los enamoramientos
Díaz-Varela es el personaje clave de Los enamoramientos (Alfaguara), última novela —hasta el momento— de Javier Marías. Amigo de toda la vida de Miguel Deverne, casado este felizmente con Luisa Alday, se ve envuelto en los enamoramientos, y las reflexiones que se hacen sobre ellos, de María Dolz, narradora omnisciente y omnímoda de la obra. La historia, que transcurre tan solo entre la calle Príncipe de Vergara y la avenida de la Castellana de Madrid, entre sus cafeterías de aroma a cruasán y las plácidas áreas de las inmediaciones de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales, contiene un abanico inconmensurable de situaciones.
Marías combina con maestría lo duro que es perder a un ser querido con la costumbre de esa falta, que aplaca la desgracia a pesar de haberle llorado y saber que nunca más se podrá estar junto a él. Deverne muere vilmente a manos de un perturbado que la emprende a cuchillazos hasta sacarle la última gota de sangre. La noticia del crimen bien retrata la realidad: impacta y tan pronto como impacta desaparece de la prensa, porque hasta en estas noticias impregnan el consumismo y la moda, pasajeros cuando lo que interesa es saber sin más que algo sucedió. Luisa, mujer de mucha cultura, profesora de Filología Inglesa en la Universidad, comienza de este modo su repentino calvario, retratado con un acertado caudal de descripciones de momentos de soledad y angustia que se experimentan en la ausencia de quien se ama tanto.
El matrimonio era bien avenido, se bastaba a sí mismo y no encontraba problemas en la cotidianidad. Los esposos mostraban en público, con naturalidad, cómo se querían; no fingían, porque estaban satisfechos, siempre actuaban de buenas maneras, o al menos en las ocasiones que la narradora coincidía con ellos en la cafetería cada mañana, quien solo tenía palabras de elogio para ellos: tanto era así que afirmaba sentirse agraciada al verlos desayunar, y cuando no tenía esa suerte, los días se le hacían muy sufridos. De él decía que era ejemplar en sus formas, sabio y elegante, clásico, porque no llamaba la atención con extravagancias. De la mujer, que era educada, que también vestía bien, incluso con ropa informal, y por supuesto feliz. A Miguel Deverne le gustaba disfrutar, como pocos saben hacerlo, con los detalles más insignificantes que convierten la vida en una aventura apasionante; y Luisa, que nunca se despegaba de él, era en este sentido lo mejor que le había pasado, casi más que los dos hijos que tenían en común.
La novela nos va dando cuenta de las diferentes posibilidades que puede saborear una persona en función de cómo se vayan presentando los acontecimientos. Luisa tiene una conciencia distinta, que seguiría siendo la misma si viviera su marido, de la que tenía cuando Miguel aún no había fallecido. Y es que es la conciencia un aspecto capital en esta obra, hasta tal punto que actúa como un eje filosófico del relato. Marías sitúa este tema de la conciencia en el grado más alto cuando profundiza sobre la conciencia de la muerte, asunto representativo de la filosofía. Si bien Marías no se considera un filósofo, no obstante, entra de lleno en la configuración de una filosofía de la conciencia; si bien no es un filósofo, sí, en cambio, un sabedor de la conciencia que expone sus conclusiones en términos literarios.
Así, hondas reflexiones acerca de la muerte se hace Miguel Deverne cuando conversa con su amigo Javier: lo que puede ser el mundo si estuviera muerto. Se erige, como el “ser para la muerte” de Sartre, la más pura conciencia del existir frente a la nada que es la muerte, y también ante los casos de obsesiones y tormentos que están detrás de una enfermedad irremediable o el suicidio. Palpitantes apuntes ofrece Marías sobre la idiosincrasia de la conciencia, cargados de minuciosidad y descripción rica en matices que, como ocurre en las películas de Hitchcock, lleva a que las intervenciones de los personajes sean demasiado largas para tiempos tan caracterizados por la irreflexión y los eslóganes cortos e impactantes, aunque sin perder un ápice del sentido de la realidad, sobre todo cuando la intriga y la cábala alcanzan su punto culminante; y a pesar de dotar a los niños de un estado de conciencia exagerado.
Ese elemento de la conciencia aborda el trato entre personas. Por un lado, aparecen gentes con las que nunca hemos pensado que íbamos a coincidir y pasamos a verlas con frecuencia; por otro, están con nosotros las que queremos tener siempre y, sin embargo, se alejan y desaparecen, o mueren sin que estuviéramos de acuerdo en dejarlas ir. Y entre estas relaciones sociales aterriza la idea del amor romántico, del que uno está dispuesto a iniciar un camino de ansiedades e inquietudes, o incluso a matar por una mujer. Aquí Marías presenta el amor como una enfermedad propia de los que, ante el objetivo de poseer al ser amado, son capaces de enajenarse, de negar la realidad y la verdad, de forjarse una ficción y vivir en ella, en suma de cumplir con los patrones culturales, sociales y psicológicos del amor romántico que exigen la sobreactuación y el sufrimiento de los amantes frente a los obstáculos.
Deverne fue asesinado por un loco que estaba enamorado de su mujer, el cual pone fin a la felicidad de una pareja que bien suponía la antítesis del amor romántico, pues vivía en el horizonte despejado de un amor en calma, el que no atiende a los miedos de la agitación romántica, ni dispone protocolos, ni complementa con adornos y artificios, ni se recrea en las apariencias y los rencores, ni teme los impedimentos que surgen en el día a día. En el fondo, esta novela es un cántico a vivir el presente y a no dar demasiada importancia a las cosas, a mirar adelante y disfrutar. “Hay que matar bien a los muertos”, decía Ortega y Gasset; y Luisa Alday entierra el recuerdo de la muerte de su marido y decide pasar sus días de la forma que no tenía prevista. ¡Qué caprichosa es la vida!
ENRIQUE CABRERO BLASCO
El Imparcial, 12 de junio de 2011
Javier Marías y su última novela, pensar ayuda a comprender
¿Para qué sirven las novelas? Según el escritor español Javier Marías para inocular ideas, para mostrar, para atizar aquellas que –seguramente- todos hemos pensado, pero no reparamos en ellas o dejamos de lado. En su más reciente: Los enamoramientos, demuestra que, al menos él, escribe para “pensar” sobre algunos temas, para decir lo que quiere a través de una historia y qué importa (como tantas veces se dice en el libro) cómo termine dicho relato, lo que importa son las ideas que traen consigo, las que nos inoculan: “La novela no es tanto una forma de conocimiento, como se ha dicho tantas veces, sino una forma de reconocimiento. Ante cierta escena o reflexión, decimos: “Sí, eso es verdadero, y yo ya lo sabía, aunque no sabía que yo lo sabía’. Lo sé ahora cuando lo veo expresado de esta manera y lo reconozco” comentó en una entrevista.
No sé, no podría definir, como dijo Manuel Rodríguez Rivero en una conversación con Marías realizada en el Instituto Cervantes de España, ésta su última novela: Los enamoramientos, pues no trata precisamente sobre eso (nada más) y su título está lejos de ser la alegoría de un cliché o una novela romántica.
Los enamoramientos es una novela pesimista, si cabe decirse, aunque también me parece lo contrario, o ambas cosas al tiempo. Es la primera abordada desde la perspectiva de una narradora y es la primera después de su novela en tres entregas Tu rostro mañana, la gran obra del escritor de más de mil páginas.
Sintetizar Los enamoramientos ofrece dificultad, sobre todo porque la narrativa de Marías (acusada de compleja, pretenciosa y difícil) se “ve” mucho mejor si te acercas sin intermediarios. Si quieres saber cómo es leer a Marías, lee a Marías, so simple.
Sin embargo, como ayer terminé la novela, me tomaré el trabajo de decir un par de cosas.
En primer lugar, la narradora, no dista mucho del resto de los narradores de sus otras ficciones. María Dolz como el resto de sus predecesores hacen lo que el propio Marías ha llamado: “pensamiento literario”, el cual no se trata de dejar de “contar”, más bien le añade elementos al relato: “Incluyo muchas digresiones, pero procuro no olvidar que escribo eso, novelas. Y una novela es una representación con personajes y conversaciones. Lo que sí tienen mis novelas es lo que yo he llamado en ocasiones “pensamiento literario”. Son como fogonazos, flashes que el lector percibe como verdaderos”.
Sus personajes -no sólo los narradores- cuentan y opinan, piensan en voz alta, reflexionan por así decirlo, tienen ideas y hacen digresiones donde, como en un laberinto, una entrada te lleva hasta otra y hasta otra para dar con la salida o ¿quizás el inicio de otra entrada? El escritor español da la impresión de tener la capacidad de “darle vuelta” a los pensamientos, buscando “las caras” de las monedas.
Ese elemento de “reflexión”, es lo que más me gusta de la narrativa (que a veces no lo es tanto, pues suceden pocos “hechos” como tal) del escritor español.
Los enamoramientos no es la excepción, pues en ella más que contarse una historia (que sí la hay y grave, quizás algo sórdida y también triste) se muestran ideas, se ofrecen conceptos sobre varios temas propios del autor: la imposibilidad de conocer la verdad, la difuminación o desaparición de los hechos, la maldad impune, el azar, la muerte, la traición, la delación, para añadir otros como el enamoramiento (no el proceso de enamoramiento sino más bien el estado del enamoramiento), lo que se es capaz de conceder y hacer imbuido por ese afecto que nos hace “débiles”, ante otros, como se dice en la obra.
Finalmente, creo “leer” en esta novela (además de un millón de ideas, sólo que aludo a ésta para no dejar de lado el título del libro), que estar enamorado es algo muy serio, aunque se le vilipendie e irrespete, porque Marías diferencia las relaciones de “pareja”, del enamoramiento, donde lo que se espera –en mucho- es no cesar, no apartarse: “Nunca nos parece el momento justo, siempre pensamos que lo que nos gusta o alegra, lo que nos alivia o ayuda, lo que nos empuja a través de los días, podía haber durado un poco más, un año, unos meses, unas semanas, unas cuantas horas, nos parece que siempre es temprano para que se les ponga fin a las cosas o a las personas… A eso no nos atrevemos, a decir: ‘Ese tiempo ha pasado, aunque sea el nuestro’, y por eso no está en nuestras manos el final de nada porque si dependiera de ellas, todo continuaría indefinidamente”
C LUISA
Paperblog, 9 de agosto de 2011