Fermare il tempo. Conversazione con Javier Marías

JAVIER MARÍAS. QUARANT’ANNI DI LIBRI

In Errar con brújula, lei dice: «Credo che la cosa principale non sia che io manchi di visione del futuro. Non solo io non so ciò che voglio scrivere, né dove voglio andare; non solo non ho un progetto narrativo che io possa annunciare prima o dopo aver scritto i miei romanzi; ma non so nemmeno, quando incomincio a scriverne uno, quale sarà il soggetto, né quali e quanti saranno i personaggi, né so nulla del modo in cui terminerà”. Allora come nasce un suo romanzo?

No es fácil decirlo. Lo que Nabokov llamaba «el primer latido» de una novela es a veces identificable y a veces no. En el primer caso, se puede tratar de una frase, de una imagen, de una escena, de una preocupación que, por así decir, se va condensando como lo hacen las tormentas, hasta que al cabo de un tiempo uno tiene las suficien­tes ganas de empezar a escribir algo. Otras veces ni siquiera hay nada concreto identificable. En ambos casos -eso es lo curioso-, y según han señalado algunos críticos, en especial Elide Pittarello, de Venecia, parece que en la primera página de mis novelas suele estar resumido el tema principal de cada una de ellas. No lo sé, pero, si esto fuera así, tal vez se deba, en parte, a lo que ya he explicado muchas veces: yo no hago nunca dos versiones de mis nove­las, ni cambio lo ya escrito a mi conveniencia (excepto en pequeños detalles, del tipo «jueves» en vez de «miércoles», o «hace mucho tiempo» en vez de «hace algún tiempo»), sino que me atengo a lo que he dicho, y me obligo a seguir el mismo proceso de conocimiento que rige la vida. Uno puede desear, a los cuarenta años, haber hecho a los veinte algo que no hizo, o al revés, pero debe atenerse a lo que pasó, a lo que hizo o no hizo a los veinte. Yo me atengo a lo que escribí en la página 10, aunque en la página 200 descubra que me convendría cambiarlo. Es algo perfectamente lícito y que hacen casi todos los novelistas. Yo no. Me obligo a convertir en «necesa­rio» lo que en la página 10 fue tal vez intuitivo, contingente, ca­prichoso o arbitrario. Me obligo a que lo que parecía meramente anecdótico acabe siendo parte de la historia. Es un método bastante suicida, pero es el que me divierte y en el que me siento más cómo­do, y, sobre todo, más interesado. Soy el primer lector de mis no­velas, y si desde el principio supiese toda la historia, escribiría de manera más rutinaria, y me aburriría. Necesito averiguar -par­cialmente, claro- lo que estoy escribiendo, para sentirme interesa­do y no verlo como un ejercicio de redacción. Esto no significa que escriba a ciegas ni a tientas: suelo saber hacia dónde voy o quiero ir; como he dicho tantas veces, tengo una brújula; pero carezco de mapa, ignoro cuál será el recorrido, la travesía. Los decido sobre la marcha, improviso mucho. Pero decido siempre yo, por supuesto. No creo en tonterías de esas que algunos novelistas todavía dicen, que si los personajes «cobran vida» y «exigen» cosas. Haría falta ser muy pusilánime para dejarse «dar órdenes» por entes de ficción, creados por uno mismo.

Noi non possiamo avere il senso del divenire della cose che viviamo, essendone immersi. Soltanto narrandoli ci illudiamo di legare i diversi momenti della vita, immaginandone la successione, il prima e il dopo, le anticipazioni e le sopravvivenze. Questa è la sua poetica?

No creo tener tal cosa como una «poética», una palabra pretenciosa y solemne. Lo que sí creo es que lo que vivimos sólo lo entendemos cabalmente -aquellos a los que nos interesa tal cosa, que cada vez somos menos- si además nos lo imaginamos o nos lo contamos. La di­mensión imaginativa es necesaria en todo momento, en mi opinión. El que se limita a vivir las cosas se entera poco de lo que le pasa. A mí, desde luego, me importa enterarme, no deseo tener una vida «animalesca». Si uno no proyecta la imaginación sobre las vivencias, vivirá, no cabe duda, y quizá apasionadamente; pero no entenderá casi nada. Escribir ayuda mucho a proyectar esa dimensión, tanto en lo que se refiere a uno mismo como a los demás que nos rodean. Lo imaginario, lo inventado, aclara el mundo, y también nuestras pro­pias vidas.

Perché l’autobiografia non può, secondo lei, diventare romanzo? Nera schiena del tempo io l’ho letto così, come un romanzo, con personaggi e protagonisti veri e fittizi al tempo stesso.

No recuerdo haber dicho eso, pero lo habré dicho. Las cosas han cam­biado en los últimos años. Ahora hay autobiografías ficticias o ima­ginarias, hay novelas en las que el narrador o el personaje princi­pal lleva el mismo nombre que el autor, etc. Se ha roto el antiguo pacto autobiográfico de que habló Lejeune, si no me equivoco. Todo cabe, y a veces no hay manera de saber lo que es una verdadera au­tobiografía, o unas memorias, y lo que es una «novelada», en el sentido de ficticia. A mi libro Negra espalda del tiempo, de 1998, yo lo llamé «falsa novela», porque no podía ser novela puesto que no contaba nada -o casi nada- inventado ni ficticio; pero desde mi punto de vista se leía más como relato, como novela que como ninguna otra cosa. Sin duda no era una autobiografía ni unas me­morias (yo estaba ausente de lo narrado a lo largo de muchísimas páginas, que sin embargo relataban historias o hechos verdaderos de los que tenía conocimiento); tampoco una crónica de unos acon­tecimientos determinados. Yo, Javier Marías, era sin embargo el narrador, con mi propio nombre y con algunas características cons­tatables como ciertas en mi biografía. Era un libro narrativo, eso es seguro, aunque también reflexivo y lleno de digresiones, como por otra parte también lo están mis novelas-novelas. Pero, mire, en el fondo creo que es indiferente de dónde proceda el material original de una obra narrativa; que sea verdadero o inventado es secundario. La fuente original de lo relatado da lo mismo, porque todo ha de ser pasado por el mismo filtro -llamémoslo literario, aunque el término resulte muy vago- que, por así decir, lo nivele todo. Al lector lo que le interesa es lo que lee, no cómo se ori­ginó el material que se le ofrece.

Calvino ha scritto nelle Lezioni americane l’elogio della leggerezza; lei, in Voglio essere lento. Conversazione con Elide Pittarello apparso in Italia nelle edizioni Passigli, quello della lentezza. Che cos’è per lei  la lentezza?

Me refería a la lentitud en la escritura, en la que -para mí- es necesaria para escribir. No tengo prisa, cuando escribo. Todo lo contrario. Quizá escriba, entre otras cosas, para perder un poco el tiempo, ahora que nadie está dispuesto a eso. Y eso quiere de­cir, para también poder notarlo, sentirlo, contemplarlo, percibir su paso e incluso -en la literatura- detenerlo. En la literatura, o en la novela, se le puede dar al tiempo la dimensión que el propio tiempo y su transcurrir continuo no le dan. Se puede con­seguir que exista el tiempo que en la vida no tiene tiempo de existir. Eso me interesa mucho. Es una de las pocas maneras que tengo -la vida es cada vez más acelerada- de ver y palpar el tiempo, de verlo pasar y consumirse, como cuando alguien mira una clepsidra o un reloj de arena. Nadie hace eso ya, desde luego. A mí sí me interesa darme cuenta del tiempo. En eso, como en tantas otras cosas, me voy convirtiendo cada vez más en un anacronismo.

Nel saggio sul tempo, Il giardino dei sentieri che si biforcano, Borges scriveva: «Riflettei che ogni cosa, a ognuno accade precisamente, precisamente ora. Secoli e secoli, e solo nel presente accadono i fatti; innumerevoli uomini nell’aria, sulla terra o sul mare, e tutto ciò che realmente accade, accade a me…”. 

Il tempo ha un fascino nella sua narrativa. Che cos’è il tempo per lei? Leggendo i suoi romanzi si ha l’impressione di «vederlo”.

Bueno, en parte acabo de contestar a eso. El tiempo «nos nace», nos contiene y «nos muere», es normal que uno se fije en él, pien­se en él, se pare a mirarlo (si se atreve, claro), intente verlo. Si lo he logrado en algunas de mis novelas, gracias, es un cumpli­do, porque es una de las cosas que he pretendido.

Qual è il tempo del narrare?

Si se refiere al tiempo verbal, para mí sigue siendo el pretérito indefinido (así lo lla­mamos en español). Las novelas escritas, enteras, en presente de indicativo, me cansan y me aburren, me recuerdan demasiado a las crónicas y a los guiones cinematográficos, y además me parece un recurso demasiado fácil para obtener «inmediatez» y una falsa vi­vacidad. Eso no quiere decir que de vez en cuando no se pueda re­currir al presente de indicativo (yo lo hago en ocasiones), pero sólo de tarde en tarde. El presente de indicativo permanente me resulta pesado y casi siempre da mala literatura. Con excepciones, le tengo aversión.

Dialogando con Claudio Magris, lei confessava che il romanzo è  un genere difficilissimo, «che consiste non solo nel  narrare una storia in modo comprensibile. Un romanzo è anche un mondo nel quale si può andare a vivere…”. Non c’è il rischio di perdere i contatti con la realtà?

No, porque nadie se pasa escribiendo ni leyendo todo el día. Yo, mientras escribo una novela -a veces cuando la leo, de otro autor-, sé que dispongo de ese mundo al cual me voy a vivir un rato, o como mucho parte del día. Pero en el momento en que apago la máquina (sigo escribiendo con máquina, eso sí, electrónica), ahí está la realidad, y yo dejo de ser «escritor» en ese mismo instante. No soporto, de hecho, a quienes ofician de escritores permanentemente, las veinticuatro horas. Una vez que salgo de ese mundo, estoy en el único que hay, el que además contiene ese mundo novelesco. Y, teniendo en cuenta que desde hace dieciséis años escribo una colum­na de opinión dominical, imaginará que estoy muy atento a cuanto sucede en el mundo y en la realidad. Rara vez mis columnas son li­terarias. Tenga en cuenta que la realidad es invasiva. Sería ridí­culo aspirar a sortearla. No, no hay el menor riesgo de perder el contacto con ella, por mucho que uno lea o escriba.

Quanto sono importanti, all’interno di un romanzo, la divagazione, l’inciso, il dettaglio, la citazione?

Depende de la novela. Algunas no necesitan nada de eso, y son ex­celentes. En las mías sí son cosas importantes, sobre todo las re­flexiones, las digresiones. Como lector, puedo disfrutar de lo que se llama una «narración pura», con mucha acción o mucha intriga. Puedo admirar una novela así, también porque quizá yo no sabría hacerlas. Pero, siempre como lector, prefiero aquellas novelas que además de una historia, me ofrecen iluminaciones, y pensamientos que me hacen detenerme en la lectura y pensar a mi vez, o decirme: «Sí, esto es verdad, lo reconozco, pero no sabía que lo sabía hasta que lo he visto aquí dicho, y así expresado». Eso lo ofrece Proust en casi cada página, Shakespeare en sus obras teatrales, Montaigne en sus ensayos, incluso Balzac, y por supuesto Conrad y Henry James, Lampedusa en su única y maravillosa novela… No tantos contempo­ráneos, en cambio. Así que, si como lector prefiero que se me ofrezca también esto, como escritor procuro darlo yo igualmente. Supongo que una de las razones por las que escribo es porque creo que pienso mejor haciéndolo que en ninguna otra circunstancia.

Vorrei sapere, concretamente, in che modo lei  lavora, per esempio se ci sono condizioni tecniche ottimali per la nascita di un libro, se la scrittura rappresenta per lei  una fatica, un piacere, un mestiere, un divertimento.

Bueno, no sé. Mis libros nacen muy lentamente. Puedo escribir las dos primeras frases un día y no escribir las siguientes hasta pa­sada una semana, un mes incluso. Es difícil decir cuándo se produ­ce el verdadero nacimiento de una novela. Hasta que llevo escritas cuarenta o cincuenta páginas ni siquiera sé si finalmente va a existir. Escribo sobre papel, eso me gusta. Corrijo a mano y vuelvo a teclear la página, cuantas veces considere necesario. No me im­porta hacerlo, porque cada vez que la tecleo la hago más mía, la asumo y la apruebo más, me voy acostumbrando a ella. Tengo tonela­das de borradores de cada página individual de mis novelas, llenas de tachaduras, flechas, garabatos… Y claro, la escritura con­tiene todo eso que menciona. Me divierto mucho más que padezco, de otro modo no escribiría. Pero a veces hay partes que se hacen di­fíciles y complicadas -ojo, porque uno ha decidido que lo sean-, y cuestan mucho esfuerzo, y acaba uno cansado. De «mestiere» tiene poco para mí, sin embargo, la escritura. No la puedo considerar así, no me siento un profesional, en el sentido en que hay escri­tores que calculan cuánto tiempo llevan sin publicar una novela, o deciden que han de tener una nueva cada año o cada dos años. No es mi caso. Cuando termino una, ni siquiera sé si habrá una próxima. Dependerá de que se me ocurra algo, y de las ganas. No necesito escribir, eso lo sé. Me gusta, lo paso bien, a ratos mal, pero más bien que mal. Como he dicho, pienso mejor. He tenido la suerte de que me da dinero para vivir. Me permite no madrugar ni tener jefe. No me puedo imaginar con alguien dándome órdenes. Ante la máquina no me las da nadie, se lo aseguro.

Leonardo Sciascia, alla domanda perché si scrive un libro, rispondeva: «Io scrivo per me e per altri me stessi: e in questo va visto un principio etico fondamentale». Lei per chi scrive?

No lo sé. No tiene por qué haber un «para quién». Uno escribe lo que le apetece, sobre lo que le preocupa o le interesa. A estas alturas alguien como yo sabe que normalmente lo que publique será leído por «lectores». Pero uno no los elige, ni los eligió nunca. Uno sacó un libro, y lo quisieron leer unos pocos; luego otro, y lo leyeron algunos más; cuando publiqué Corazón tan blanco, que al parecer han leído más de dos millones de personas en todo el mundo -o lo han comprado, 1.300.000 sólo en alemán-, no podía imaginar semejante cantidad de lectores. El editor hizo una ti­rada inicial de diez mil ejemplares. Yo no busqué a esa gente, esa gente buscó el libro libremente. ¿Por qué habría de escribir para nadie en particular, ni siquiera para quienes hoy puedo ima­ginar como «lectores de Javier Marías»? Es posible que si lo hi­ciera, esos mismos decidieran no leerme. Cada libro es distinto y es elegido. El autor no elige nada, por lo menos la clase de autor que yo soy. ¿De qué me serviría vestirme con ropa muy sexy y tacones altos (hablo de los libros, obviamente), si tal vez con esa vestimenta la gente pasaría de largo? Uno hace lo que le apetece hacer, escribe sobre lo que le preocupa y le interesa, también en la vida. Lo lanza, lo publica. Si la gente siente cu­riosidad y lo lee, estupendo. Si no, mala suerte.

Che cosa significa per lei  essere uno scrittore civile?

Lo soy sólo cuando escribo artículos de prensa, con mi nombre, haciéndome responsable de mis opiniones. No cuando escribo nove­las. Ese es un territorio «salvaje», en el que lo civil no entra. Las novelas no las escribo como ciudadano, los artículos sí. En éstos, además de intentar distraer o entretener, procuro señalar lo que me parece mal de nuestras sociedades, y lo argumento y ra­zono. En las novelas no tengo por qué razonar ni argumentar; en ellas puedo contradecirme (o se puede contradecir el narrador), puedo ser arbitrario, no hay por qué demostrar nada. En ellas todo cabe, no hay juicios. He dicho a menudo que la novela es lo contrario de un juicio. En éste se juzgan hechos de acuerdo con una ley existente. Poco importan las causas de esos hechos, cómo o por qué se llegó a ellos. En una novela no hay leyes, se asiste a lo que pasó, a veces se entiende. No se juzga, no se está en un tribunal. El ciudadano o el escritor civil está en ellas de sobra. En los artículos de prensa, en cambio, es necesario.

In un paese democratico come l’Italia, nel quale da quasi vent’anni si respira un clima politico torbido e vischioso, il quale dovrebbe essere il ruolo dello scrittore?

Me temo que el problema es que en la Italia actual -no sólo la de Berlusconi, también la de Bossi e incluso la del irresponsable D’Alema- se ha privado al escritor de casi cualquier papel (ruolo). Los periódicos se leen poco, y la mayoría pertenecen al Presiden­te del Gobierno, algo insólito en una supuesta democracia. La ca­pacidad de los escritores para influir es escasa en todas partes, pero en Italia parece próxima a la nulidad. Tiene que ser descora­zonador, desmoralizador escribir en prensa hoy en Italia. La ma­yoría de la gente -no sólo en Italia- atraviesa por un ya largo periodo de pereza intelectual sin parangón en mucho tiempo. No quieren ser molestados, no quieren que los distraigan de sus pro­gramas de televisión idiotizantes, están contentos con eso. Lo único que podría decir a los escritores italianos «civiles» es la vieja frase de Edmund Burke: «No desesperéis nunca; y, si des­esperáis, seguid trabajando».

Se ci si guarda intorno, lo spettacolo in cui versa la Terra è desolante (guerre, inquinamento dei mari, surriscaldamento del pianeta, povertà, violenza esercitata sulle donne e sui bambini). Sembra che le grandi costruzioni narrative, milioni di opere vendute, non abbiano sortito alcun effetto, siano ininfluenti sul destino dell’uomo. È davvero così?

Desde luego. No sólo es así, sino que no tiene por qué ser de otra manera. Las «grandes construcciones narrativas» -o sólo las malas- no tienen por objeto educar a nadie, ni ser edificantes, como pretendían los curas antes. Lo único que la literatura es capaz de hacer es mostrar la complejidad de las cosas y las zonas de sombra. Como dijo Faulkner y yo he repetido, la literatura es sólo como una pobre cerilla que se enciende en medio de la oscu­ridad de un campo. No sirve para iluminar apenas nada, sólo para ver mejor cuánta oscuridad hay alrededor. He dicho «mostrar», ni siquiera «explicar». No puede hacer más, aunque con eso basta, eso ya es mucho, porque nos ayuda a comprendernos mejor y a com­prender mejor el mundo. Pero lecciones, no, por favor, la lite­ratura no da ni debe dar lecciones, y la que lo pretende es in­soportable. La literatura moralista nunca ha dado nada bueno.

Nel guardare la fotografia che è in copertina al volume Voglio essere lento, che la ritrae davanti alla sua biblioteca, mi viene spontanea la domanda che dietro la sua opera ci sia il «bibliotecario» Marías. Credo che, dopo l’esperienza di professore, la biblioteca occupi un posto centrale nella sua vita.

No, no después de mi breve experiencia como profesor, en los años 80. Desde mucho antes los libros han estado siempre presen­tes en mi vida. Mi padre, el filósofo Julián Marías, tenía una biblioteca de 35.000 volúmenes. En España ha habido siempre enormes bibliotecas privadas, precisamente porque siempre ha ha­bido pocas públicas, y malas, y los escritores han debido cons­truirse cada uno la suya. Siempre he estado rodeado de libros, por tanto, lo cual también me ha hecho perderles mucho el respeto, lo mismo que a los escritores, incluyéndome a mí mismo, desde luego. Lo cierto es que no concibo una casa sin libros. Me gusta tenerlos, incluso los que sé que no vaya poder leer me gusta te­nerlos, porque siempre los puedo consultar u hojear, nunca se sabe cuándo alguno va a acudir en nuestra ayuda. Tengo gusto por los libros que no ocultan enteramente su pasado, por ejemplo los firmados o dedicados por sus autores. Puede verse como fetichis­mo, pero me gusta saber que un ejemplar que poseo de Conrad, o de Faulkner, de Isak Dinesen o Thomas Mann, de Sterne o de Dylan Thomas, de Mallarmé o Radiguet, estuvo en las manos de cada uno de ellos porque llevan su firma o su dedicatoria. Pero, en fin, es difícil hablar de los libros sin caer en tópicos y obviedades. Para mí son la materia pasada que no enmudece, la que aún puede hablarnos, la que nos permite dialogar con -no, escuchar a- los muertos más inteligentes que han pasado por el mundo, o los más sabios, o los más divertidos como Dickens. Es un privilegio ex­traordinario. Es lo que permite que los muertos hablen, con cla­ridad expositiva y enorme belleza literaria. Qué quiere que le diga.

Che tipo di lettore è?

Bastante anárquico. Me interesan demasiadas cosas, cualquier asunto (o casi) me despierta la curiosidad.Así, no sólo leo novela -cada vez menos novela contemporánea-, poesía y ensayo, también historia, estudios sobre el arte, o sobre la música, fi­losofía -cada vez menos, cierto-, crónicas, literatura de viajes de pasados siglos, a los clásicos griegos y sobre todo latinos (admiro muchísimo a Amiano Marcelino, que no es tan evidente corno Tácito o Tito Livio), literatura bizantina y sobre Bizancio; y me gustan algunos subgéneros, como los cuentos de fantasmas y de miedo en general… En fin, al mismo tiempo, cada vez tengo menos tiempo para leer. La vida de los escritores actuales está mal concebida. Los editores prefieren que perdamos un año entero de nuestra vida con entrevistas, promociones y demás, antes que dejarnos escribir un libro más -o medio- en ese año. No nos basta con escribir, algo ya muy difícil, como he dicho, sino que además tenemos que poner la cara y estar presentes para «defender» nues­tros libros. Y tengo la sensación de que a menudo eso sirve de poco. Lo cierto es que a menudo tenemos que luchar para tener tiempo de escribir, lo cual es grotesco. No digamos para tener tiempo de leer... Ojalá uno pudiera ser como Salinger. Pero para eso hace falta vender decenas de miles de ejemplares de un libro antiguo, año tras año.

Curioso come è  di frugare nelle vite degli scrittori, credo che lei sia d’accordo con Sainte Beuve che la chiave di lettura delle opere di uno scrittore sia nella biografia.

No, en absoluto. Yo hice ese libro, Vidas escritas, tomándome a los autores que traté (la mayoría admirados por mi) como si fue­ran personajes de ficción. Siempre le interesa a uno saber cómo fueron y vivieron las personas que admira, y de ese material es­cogí elementos que me parecían graciosos, divertidos o signifi­cativos, o que simplemente componían un retrato atractivo, casi como si cada pieza fuera un cuento. El retrato, obviamente, podía haber sido enteramente distinto, eligiendo otras anécdotas y epi­sodios de la vida de cada uno. Pero no por eso creo lo que creía Sainte-Beuve, más bien todo lo contrario. Sabemos poco de Cervan­tes o de Shakespeare, y da lo mismo, eso no nos impide disfrutar sus obras ni comprenderlas. No creo que las comprendiésemos más si conociéramos los detalles de sus vidas, que son azarosos. Lo que llamamos Cervantes -y nos importa de Cervantes- es el conjunto de sus obras. Y lo mismo respecto a Shakespeare. Es lo que nos ha llegado, lo que aún leemos y releemos, lo que cuenta. Quién estu­viera detrás en vida -la vida es algo meramente pasajero, y que siempre tiene remedio- resulta bastante indiferente. O cuáles fuesen sus respectivas vivencias. En poco cambiarían nuestro co­nocimiento del Quijote o de Macbeth. Así que es más bien al con­trario, ya le digo. No debe importarnos la vida de los escrito­res, aunque sea lógico que sintamos curiosidad por ella. Pero no hay que olvidar que, si es así, es porque nos entusiasman sus libros, que se sostienen por sí solos. Y también se explican.

La sua produzione, a partire dal 1971, anno di pubblicazione de Los dominios del lobo, è vertiginosa. Fu Juan Benet, scrittore geniale quanto sconosciuto, a farglielo pubblicare. Me ne vuole brevemente parlare?

Mi producción novelística ha sido moderada. En mayo o junio de 2011 se cumplen cuarenta años de la publicación de esa primera novela, a los diecinueve. Acabo de terminar la que sería mi decimotercera novela (contando como tres los tres volúmenes de Tu rostro mañana, cosa que quizá no debería hacerse). Es decir, he escrito una novela cada tres años, como media. Y esta última no sé aún si la publicaré, todavía tengo que darle el visto bueno. No es un ritmo precisamente vertiginoso. Eso sí, he publicado un par de libros de cuentos, y otros de retratos, muchos de artícu­los recopilados. Pero, en lo referente a la narrativa, pues mi producción ha sido muy moderada. Claro que Tu rostro mañana tie­ne en total, en las ediciones españolas, 1.600 páginas… Pero vamos, no es tanto. No sé si escribiré mucho más. No soy aún muy viejo (tengo 59 años), pero llevo cuarenta publicando, escribien­do y también traduciendo. Eso cansa, tal vez agota, tal vez deja seco. Al menos al tipo de escritor que soy yo.

Benet tenía un enorme prestigio en los años 70. Era un escritor difícil, nunca tuvo muchos lectores, pero era muy respetado, sobre todo por sus colegas más jóvenes. Leyó aquella novela mía, a través de un ami­go común. Inesperadamente le gustó (era muy exigente, y mi novela era inevitablemente juvenil). Le hizo gracia, le divirtió, la re­comendó a una editorial cercana y tuve la suerte de que me la pu­blicaran. Siempre le estaré agradecido, no sólo por eso, sino por la amistad que me brindó durante más de veinte años, hasta su muerte en 1993, y lo mucho que me enseñó. Era uno de los hombres más inteligentes que he conocido, si no el que más. Y un gran amigo. Aún lo echo de menos. Por muchos años que yo viva, lo echa­ré siempre de menos. En Italia se publicaron algunas obras suyas, pero no es un autor para grandes públicos, y además, los tiempos han cambiado. Ahora domina mucho más esa pereza intelectual de la que ha­blaba. A Benet no se lo puede leer con esa actitud, es imposible, exi­ge mucho esfuerzo.

Quanto sono stati importanti per lei Cervantes e Borges?

Borges poco. No lo he leído demasiado, desde luego no exhaustiva­mente, ni mucho menos. Reconozco su talento, en cuanto de él he leído. Pero me pareció alguien que podía influir fácilmente a un autor joven, como lo era yo cuando empecé a frecuentarlo, y, qui­zá por prudencia, lo «aplacé» para otras edades. Luego he vuelto a él de vez en cuando. Pero, a la vez que lo admiro, hay ocasio­nes en que lo encuentro un poco irritante. Se gusta demasiado a sí mismo. Está demasiado convencido de su grandeza y de su ori­ginalidad, y eso se nota en sus escritos y los hace algo artifi­ciales. Mejor dicho, demasiado artificiales, porque toda la lite­ratura es artificio, desde luego. Cervantes es mucho más impor­tante, aunque, curiosamente, parte de su influjo me llega a tra­vés de Sterne, un escritor confesamente cervantino, cuyo enorme Tristram Shandy traduje hace más de treinta años. Pero lo que se llama «humor inglés» es a menudo humor cervantino, y español por tanto. A Cervantes lo siguieron mucho más en Inglaterra que en España: Sterne, Fielding, Dickens, hasta Conan Doyle se inspira lejanamente en Don Quijote y Sancho para Holmes y Watson. Cer­vantes se puede leer y releer, y a cada lectura uno descubre nuevas riquezas y cosas que le pasaron inadvertidas. La comple­jidad del Quijote es extraordinaria, da vértigo. Y además, a di­ferencia de Borges, se lo adivina un hombre modesto, en modo al­guno convencido de su genialidad. Me resulta mucho más agradable el personaje que adivino a través de su obra, que el que adivino en Borges. A éste lo vi un par de veces y me cayó bien, pero no logré verle misterio. Quizá es que dio demasiadas entrevistas y en ellas le gustaba decir frivolidades para escandalizar o irri­tar. Fue demasiado esclavo de su ingeniosidad, y todo eso resta misterio. Todos damos demasiadas entrevistas. Nos podríamos haber ahorrado esta.

So che si diletta di editoria e sotto la siglia di «Reino de Redonda» pubblica  una collana di testi indipendente dal mercato, dalle vendite, dai premio. Unico arbitro è il suo gusto. Quali opere sono uscite finora?

Publico sólo un par de títulos al año, y no creo que le quede mucha vida a esta pequeñísima editorial, nacida en 2000. Dema­siadas pérdidas, demasiado poco eco en los suplementos litera­rios. Recuperé algunas de mis viejas traducciones, de Sir Thomas Browne, de Yeats, de Conrad, de Isak Dinesen. He publicado el Viaje de Londres a Génova de Giuseppe Baretti, que trata sobre todo de España en tiempo de Carlos III, que no se había traduci­do nunca a mi lengua y que es interesantísimo. Un par de obras de M P Shiel, primer «Rey» de Redonda. Un par de libros de Runci­man, había viejas ediciones y los he recuperado. Cuentos de Ver­non Lee, de Thomas Hardy (mi primera traducción, de 1974), de Erckmann-Chatrian, de Balzac. Vida de este capitán, de Contreras, una maravillosa e inverosímil autobiografía. El significado de la traición, de Rebecca West, un libro inteligentísimo [saldrá en otoño]. En fin, veintidós títulos hasta ahora. Llegaremos a veinticinco o así, luego, seguramente, basta.

Non la  turba la minaccia che un giorno non troppo lontano il libro possa scomparire a favore degli e-book, della rete, di internet? In Italia è da poco uscito, sull’argomento Dublinesque del conterraneo Enrique Vila-Matas.

Lo que más me preocupa de esta cuestión es la piratería, no que los libros pasen a leerse en pantallas. No creo que los de papel desaparezcan en ningún caso. Convivirán ambos soportes, a menos que la piratería se generalice (España es el tercer país del mundo con más piratería, tras Corea del Sur y Filipinas, una vergüenza; y los políticos no hacen absolutamente nada para impedirlo, tienen miedo a los delincuentes, algo grotesco) y los escritores no ten­gamos ingresos por la lectura de nuestras obras. Entonces no sólo desaparecería el libro de papel: desapareceríamos los escritores, los que publicamos ahora de manera impresa, y quedarían tan sólo los que redactan blogs y demás, los que desean exhibirse pero no vivir de su trabajo de escritores. Si casi nadie pagase nada por leer lo que escribo, una de dos: o no escribiría más, o publicaría sólo en las lenguas en cuyos países mis derechos estuvieran algo protegidos. Pero, paradójicamente, no en la mía, pues España am­para a los delincuentes y no a los creadores. Mire, al menos en un aspecto estamos peor que en Italia, ¿no le parece?

ANTONIO MOTTA

Il Giannone, numero 17, gennaio-giugno 2011

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