‘Il Giannone’. Omaggio a Javier Marías

 

JAVIER MARÍAS

QUARANT’ANNI DI LIBRI

 (a cura di Antonio Motta)

 IL Giannone (Semestrale di cultura e letteratura)

Numero 17, gennaio-giugno 2011

 INDICE

Omaggio a Javier Marías

ANTONIO MOTTA

Fermare il tempo. Conversazione con Javier Marías

 JAVIER MARÍAS

UN INTERVENTO E DUE RACCONTI

Innamoramento e impunità

‘Mentre esse dormono’

‘Quello che disse il maggiordomo’

 SAGGI CRITICI

 STEFANO GALLERANI

Dall’immagine al colore e ritorno. Appunti sui modi dell’interpretazione in Javier Marías

 MANUEL ALBERCA

Javier Marías si ritrae come una spia. Da Tutte le anime a Il tuo volto  domani

 CLAUDIO MAGRIS

Javier Marías, il tempo e il segreto      

 FABRIZIO DALL’ AGLIO

Il tempo e il suo fantasma

 JUSTO SERNA

Spie. Gli sguardi di Javier Marías

 GIULIO FERRONI

Gli incipit di Marías e le sfasature dell’esperienza

 CÉSAR ROMERO

L’uomo che sembrava non avere né peso né misura. Nera schiena del tempo, punto di inflessione nella narrativa mariesca

PAOLO COLLO

«Non ho voluto sapere ma ho saputo»

 PIETRO CITATI

Un allievo di Henry James

 ALEXIS GROHMANN

«Deux hommes qui observent»: Javier Marías e Marcel Proust

 ANTONIO DE VILLENA

Javier Marías, la scrittura e il successo

 GLAUCO FELICI

Tradurre Javier Marías

ISTITUTO D’ISTRUZIONE SECONDARIA SUPERIORE «PIETRO GIANNONE»
CENTRO DOCUMENTAZIONE LEONARDO SCIASCIA/ARCHIVO DEL NOVECENTO SAN MARCO IN LAMIS

 

Falleció Mª Rosa Alonso

La estrella de las letras tinerfeñas se apaga

La escritora y ensayista María Rosa Alonso fallecido durante la noche de ayer a los 101 años en el centro de mayores en el que residía en el municipio tinerfeños de Puerto de la Cruz, según comunicó su familia a la opinión de tenerife. El sepelio de la escritora tuvo lugar ayer por la tarde en la intimidad y sus restos serán esparcidos en Punta del Hidalgo, en el municipio de La Laguna.

María Rosa Alonso nació en Tacoronte (Tenerife) el 28 de diciembre de 1909. Ha sido profesora, investigadora y ensayista. Con el pseudónimo de María Luisa Villalba firmó sus primeras colaboraciones periodísticas en diversos medios de Tenerife. Estudió Filología Española en la Universidad de Madrid, donde fue alumna de Ortega y Gasset, García Morente, José Gaos y Américo Castro, y donde se licenció y más tarde (1948) se doctoró. Fue miembro fundador del Instituto de Estudios Canarios, entidad de la que fue promotora en 1932. Profesora de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de La Laguna (1942-1953). En este último año renunció a su cargo de profesora adjunta y se trasladó a Venezuela. María Rosa Alonso fue profesora de la Facultad de Humanidades en la Universidad de Los Andes (1958-1968) y subdirectora de la revista Humanidades de dicha universidad. Regresó a España ya jubilada y vino a vivir a Tenerife definitivamente en 1998. Ha cultivado la prosa narrativa y de evocación lírica. Además de innumerables artículos en revistas especializadas de España e Hispanoamérica, ha sido asidua colaboradora de la prensa del Archipiélago.

La escritora es hermana del periodista Elfidio Alonso Rodríguez y tía de Elfidio Alonso Quintero, exalcalde de La Laguna, director del grupo folclórico Los Sabandeños y también periodista.

Una vida fuera de casa

María Rosa Alonso estudia la enseñanza secundaria en el Instituto de La Laguna (el llamado Instituto de Canarias) entre 1921 y 1927. En el verano de 1927 aprueba en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna las asignaturas del primer curso, que entonces era común con Filosofía y Letras. Su intención es ir a estudiar la carrera de Filosofía y Letras a Madrid, pero no puede realizar entonces ese proyecto. Durante el curso 1927-1928 asiste de oyente, en la Facultad de Derecho, a las clases de Literatura Española del catedrático Ángel Valbuena Prat. En 1930, cuando cuenta sólo 20 años, comienza a colaborar en los diarios de Tenerife La Tarde, La Prensa y Hoy. Empieza, así, desde tan temprana fecha, la práctica de un tipo de escritura que mantendría de modo regular durante toda su vida y que a ella misma le ha gustado denominar periodismo cultural, invocando una expresión del periodista Leoncio Rodríguez. Aquellas primicias en la prensa insular, ya en vísperas republicanas, son, según el estudioso Miguel Martinón Cejas, como breves ensayos sobre temas de literatura y arte abordados desde la óptica insular definida por Valbuena, Agustín Espinosa, Juan Manuel Trujillo y los otros jóvenes redactores de la revista La Rosa de los Vientos; esto es, desde una exigencia de contemporaneidad y universalidad pero al mismo tiempo empeñada en señalar la existencia de una tradición cultural en Canarias. Frente al regionalismo decimonónico aún vigente y militante, los jóvenes intelectuales canarios propugnan una visión moderna de la insularidad inspirada por la necesaria actitud universalista y apoyada en el rigor universitario. En su libro San Borondón, signo de Tenerife recoge estos artículos, en los que está presente su interés por los estudios canarios. En 1932 propone la creación del Instituto de Estudios Canarios, en el seno de la Universidad de La Laguna, y participa en su fundación.

Desde octubre de 1933 hasta junio de 1936 estudia los tres cursos de que constaba entonces la licenciatura en Filología Románica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. En julio de 1936 María Rosa Alonso se encuentra en Tenerife, disfrutando de las vacaciones de verano, cuando se produce el alzamiento militar contra la República y comienza la guerra civil. Empiezan para la joven escritora unos años de obligada pausa en su carrera universitaria. Quedaban sí interrumpidos sus estudios universitarios, aunque no sus actividades literarias. En enero de 1937 termina la redacción del libro En Tenerife, una poetisa: Victorina Bridoux y Mazzini (1835-1862), que se publica en 1940. En este estudio, María Rosa Alonso evoca las circunstancias y el ambiente social de Santa Cruz de Tenerife durante los años 1852 a 1862. A finales de 1937 termina de escribir Un rincón tinerfeño: La Punta del Hidalgo (que se edita en 1944). En 1939 le llega a María Rosa Alonso un primer reconocimiento de su atención a los estudios insulares, al ser nombrada miembro de El Museo Canario, de Las Palmas de Gran Canaria.

Terminada la guerra y tras larguísima espera, puede, por fin, trasladarse a Madrid en 1941 para realizar el examen final de carrera, con el que logra concluir los estudios de la Licenciatura en Filosofía y Letras. De vuelta a Canarias, en 1942, imparte clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna, en donde investiga, escribe y sigue publicando. Prepara su tesis doctoral con los profesores Dámaso Alonso y Entrambasaguas, doctorándose en 1948. Un año antes, gana por oposición la adjuntía de Literatura en la Universidad de La Laguna, plaza que desempeña hasta 1953.

Problemas políticos le obligaron a abandonar la docencia en La Laguna y, en octubre de 1953, emigra a Venezuela. Se instala en Caracas y aquí reparte su tiempo dando clases privadas, escribiendo en la prensa e investigando. En 1958, es designada profesora de Filología Española en la Universidad de los Andes, en Mérida, Venezuela, en donde impartió clases hasta el año 1967. En 1968 regresa a Madrid, donde continúa con sus trabajos de investigación, y en 1998 fija suresidencia definitivamente en Tenerife.

La Opinión de Tenerife, 28 de mayo de 2011

María Rosa Alonso, escritora rebelde y centenaria

Se pasó la vida estudiando. Fue una de las primeras universitarias canarias, y ayer murió en Tenerife, donde nació hace 101 años. María Rosa Alonso fue una ciudadana rebelde, una mujer de una memoria prodigiosa que conservó hasta después de su centenario.

Lúcida siempre, creía, hace algunos meses, que no valía la pena el cuerpo si la mente no lo acompañaba, y consideró que ya, como estaba, era excesivo andar por estos mundos. «¡Ya sobro, amigo mío!». Irónica consigo misma y con los otros, era de una temible lucidez, y de una escritura tersa y culta, que le sirvió para escribir ensayos, perfiles y novelas. Su largo estudio sobre el poema de Viana, crucial en la historia lírica de las islas, y su novela Otra vez forman parte de lo mejor que ha dejado.

María Rosa Alonso cruzó con rabia el tránsito de la dictadura, que en gran parte vivió en el exilio en América, y regresó a España a incorporarse a una generación de librepensadores que se aglutinaban en las orillas de Ortega y Gasset y, después, de Julián Marías. Dedicó muchísimo esfuerzo a estudiar los ancestros de la poesía de su tierra, pero no se instaló en las torres de marfil de los estudiosos; ni en Madrid ni en la isla, a la que volvió para estar con su hermano Elfidio y con su sobrino, Elfidio Alonso, periodista y musicólogo, líder de Los Sabandeños. María Rosa Alonso dejó la militancia civil a favor de una discusión abierta y disconforme con todo lo que se movía o con todo lo que no se movía.

Como su hermano Elfidio, que murió casi centenario también hace unos años en Tenerife y que fue director de Abc cuando este periódico fue incautado por la República en la guerra, su luz fue republicana, y la ansiedad democrática que vivió siempre se colmó a medias a partir de la transición. Pues siguió manteniendo una aguerrida conciencia crítica que Javier Marías, el hijo de su amigo, subrayaba hace poco aquí señalando una frase de la escritora ahora fallecida: «… Con tanto idiota y sinvergüenza como anda suelto por ahí…»

Miembro, pues, en palabras del joven Marías, de «una generación bien entera», supuso un faro para sus alumnos y también para sus compañeros, desde los tiempos de la universidad. Rafael Fernández, profesor canario que comisarió una muestra sobre su trayectoria, destacó en su centenario que «fue la primera en defender que la universidad, además de ocuparse de conocimientos universales, debía atender también a las raíces, a lo que sucede dentro de la sociedad a la que sirve.

Cuando llegó al centenario, el Gobierno de Canarias impulsó el conocimiento de su personalidad, generó esa exposición sobre su obra y encargó la reedición de sus libros, que llevó a cabo la editora Olga Álvarez de Armas, responsable también de un documental sobre esta mujer de voz singular y potente.

JUAN CRUZ

El País, 28 de mayo de 2011

Mis viejas

No es que me haya vuelto argentino ni definitivamente idiota y que esté llamando de esa forma abominable a mis varias madres, que además ya dice el refrán que de éstas no hay más que una -estaría eso por ver, por cierto- y a las demás os encontré haciendo el trottoir o algo por el estilo, aunque no se sabe si el trottoir lo harían ellas o el hombre que habla, seguramente lo segundo.

No, me refiero a mis verdaderas viejas. Entre las muchas cosas agudas que dijo Faulkner fuera de sus libros, hay un consejo que he seguido al pie de la letra desde hace mucho. «Algunas de las mejores personas son mujeres» , comentó, «y creo que todo joven debería tener trato con una vieja sólo para escucharla. Hablan con más sentido». Yo no soy ya joven, pero lo fui largo tiempo y sigo siéndolo a los ojos de mis viejas. Si esta sociedad inclemente y presuntuosa desdeña a algún colectivo, ese es el de las viejas, más aún que al de los viejos, quienes, al menos por su frecuente mal humor, dan más guerra, se sublevan y se hacen notar más, y disponen de alguna que otra batalla que contar, al haber pasado fuera de casa buena parte de sus vidas. Por supuesto va habiendo viejas que también han corrido lo suyo, pero no es lo habitual todavía, y por tanto poco tienen que relatar en principio de sus andanzas por el mundo. En cambio son las depositarias de los mayores secretos familiares, y a menudo sus transmisoras únicas.

Yo tengo la suerte de tratarme ahora mismo con tres viejas inteligentes y encantadoras, si bien -la maldita falta de tiempo siempre- es un trato más por carta que en persona. A una de ellas, de hecho, a la más joven, nunca la he visto, pues vive en México. Se dirigió a mí por primera vez presentándose, un poco adusta, como «la hermana de Rosa Chacel», otra vieja mucho más vieja a la que también traté hasta sus definitivos noventa y seis años. Doña Blanca Chacel ya no es nada adusta y me escribe de tarde en tarde, y lo que más me llama la atención y más aprecio es su contento, así como su despierta e inquieta mente, a sus ochenta y tantos. Es alguien que se fija mucho más en lo bueno que tiene, o de que dispone, que en las cosas necesariamente malas o tristes o en las renuncias que la edad trae consigo. Publica artículos variados en la prensa mexicana, no soporta la cursilería de las feministas cursis (precisamente por serlo ella de veras, y pionera), y se pone contentísima con cualquier bagatela, por ejemplo, con que yo le mande ejemplares de mis libros. Ayer mismo recibí una nota suya plagada de la palabra «Gracias», y diciéndome que estos envíos míos le «endulzaban la vejez». Estas viejas se conforman con tan poco que resultan emocionantes.

La segunda de mis queridas viejas estará más cerca de los noventa, era una antigua amiga de juventud de mi madre. Se llama María Rosa Alonso, es canaria y también ha escrito libros y artículos, de crítica sobre todo. Es una mujer de gran alegría, con sus carcajadas generosas y sonoras y su sentido del humor de buena ley. Republicana por los cuatro costados, conoció la emigración en Venezuela, y es asombroso lo ocupadísima que está siempre, entre sus estudios (a su edad sigue aprendiendo), sus reseñas y sus viajes. Casi siempre me dice «No tengo tiempo de nada» , y cuando por fin lo encuentra y me habla de algún libro que asimismo le he mandado, su penetración y su finura la envidiarían el noventa por ciento de los críticos que arrastran su pereza intelectual hoy en día por las páginas de los periódicos. Tiene tanta curiosidad y tanto saber, y tantas ganas de satisfacer lo primero e incrementar lo segundo, que resulta emocionante.

La tercera es una antigua profesora de literatura de mi colegio, Carmen García del Diestro, llamada «la señorita Cuqui». Es tan divertida y graciosa que me escribe sobre todo para felicitarme cuando publico algo en defensa del tabaco, del que ella sigue gozando tan tranquila a sus no sé si más de noventa años. Le he hecho un breve retrato en mi último libro, con algo de guasa -ella la exige siempre- y mucho afecto y agradecimiento.

Son personas «mejores», pero no únicas en modo alguno. El mundo está lleno de ancianas benévolas y muy listas en las que casi nadie se fija y a las que no se hace caso, cuando deberíamos hacérselo mucho cuantos tuviéramos alguna a mano. No por compasión, ni por «hacerles compañía» en sus frecuentes soledades, sino más bien para que nos la hagan ellas, y nos enseñen, y nos quieran -ah, qué bien quieren las viejas, tan sabia y discretamente-, y nos transmitan su ironía amable y su gran contento de andar aún por esta vida, disfrutándola, pese a que la vida les devuelva ya tan poco. Larga la tengan aún doña Blanca, mi querida María Rosa y la señorita Cuqui. El mundo será mucho peor y más bobo el día que ellas ya no lo honren con su risa y con su aliento.

JAVIER MARÍAS

El Semanal, 28 de junio de 1998

En Javier Marías, Seré amado cuando falte, Alfaguara, 1999

Ferias del libro de Madrid y Sevilla

Este domingo, 29 de mayo:

En la Feria del libro de Madrid, Javier Marías estará, por la mañana (12 a 14 horas), en la caseta nº 244 de la Librería Visor.

 

 

En la Feria del libro de Sevilla, César Romero, escritor y ciudadano honorario del Reino de Redonda, firmará su último libro El susurro de los arbustos, de 13 a 14 horas, en la caseta de la librería Céfiro.

LA ZONA FANTASMA. 29 de mayo de 2011. ‘Bulla, bulla’

Mientras se afianza la dictadura sanitaria contra todo lo que provoca algún placer -el triunfo de la Iglesia Católica a través de sus representantes seglares, muchos de los cuales además se creen de izquierdas-, a nuestras autoridades cada vez les trae más sin cuidado el mal que hace el ruido en nuestro país, pese a estar comprobado que es el que más arma del mundo después del Japón. Qué digo, no les trae sin cuidado: lo causan, les entusiasma, lo fomentan, le brindan todas las facilidades y les parece poco el que ya hay. La mayoría de los ayuntamientos, por ejemplo, ayudan a la proliferación de terrazas con que los hosteleros intentan paliar los nocivos efectos económicos de la nueva ley antitabaco. De tal manera que la ausencia de humo en el interior de los locales -mucho más vacíos- ha traído un brutal aumento del guirigay en las calles y del insomnio de los vecinos, sin que ese empeoramiento de la salud y los nervios de los ciudadanos les importe lo más mínimo ni a la Ministra de Sanidad ni al persistente y sofista Doctor Córdoba, ex-presidente del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo al que este diario tanto ampara.

Leo en un artículo del <em>New York Times </em>titulado «El silencio de los parques, otra especie en extinción», en el que se habla de lo dañino que es el ruido para la vida salvaje (flora y fauna) y para la humana. Según el Servicio de Parques Nacionales de los Estados Unidos, «la tranquilidad es un componente del bosque tan vital como las agujas verdes de los árboles o los repentinos rayos transversales de la luz solar». En el Muir Woods National Monument, de California, situado en una zona metropolitana de siete millones de habitantes, se ha visto cómo, tras una década de limitar los ruidos causados por los humanos (incluyendo la petición a los visitantes de bajar el tono de voz y un aparato que mide sus decibelios, algo impensable en España), especies que lo habían abandonado hacía tiempo, como las nutrias, los pájaros carpinteros cabecirrojos, los búhos moteados y las ardillas listadas, han regresado y lo vuelven a habitar. Antes de que se tomaran medidas para restaurar el silencio en este templo de secuoyas, el mero ruido del aparcamiento y de la tienda de regalos, a la entrada, «se extendía hasta 400 metros por el interior del bosque». Imagínense cuántos se extenderá el de una trompeta o una verbena con altavoces, de los que están plagados nuestros parques, sobre todo en primavera y verano.

Mientras los directores del Gran Cañón del Colorado piensan exigir a los operadores turísticos que adquieran avionetas y helicópteros cada vez más silenciosos y se abstengan de volar al amanecer y al anochecer, aquí las máquinas que recogen las hojas caídas y limpian son cada vez más atronadoras (en los parques y en las calles), deferencia de nuestros ayuntamientos criminales que ustedes acaban de reelegir. Las noches son tomadas por estruendosas músicas que, con sus amplificadores (celebran fiestas todos los colectivos imaginables, y no hay ni uno que no desee el ensordecimiento), alcanzan los oídos de todo un vecindario al que no le queda sino fastidiarse. El estrépito es sagrado en España, «bien cultural» o tal vez «patrimonio intangible». Ante las quejas de quienes viven en el centro de Madrid por los mal llamados músicos callejeros que se instalan en un punto y no paran de tocar la misma insoportable melodía, a Ruiz-Gallardón no se le ha ocurrido otra gracia que responder: «Hay pocas cosas que me gusten más, en esta y en cualquier ciudad, que oír música en la calle. El sentido común, y en el 99% de los casos el buen gusto, invitan a que no haya ningún tipo de penalización sobre los músicos callejeros». En Barcelona esto le habría costado el cargo.

Gallardón presume de melómano y de ser sobrino-bisnieto de Albéniz, pero si le parecen de «buen gusto» las fanfarrias y murgas que destrozan los tímpanos de los madrileños, es que nada sabe de música ni heredó el fino oído de su tío-bisabuelo. Espantosas bandas de mariachis y de supuestos jazzistas se alternan en Sol, frente a la Comunidad de Madrid, lo cual prueba que ni Esperanza Aguirre ni sus consejeros ponen pie allí para trabajar, porque a cualquier ser medio normal le sería del todo imposible hacerlo bajo semejante permanente tortura. Los presuntos músicos aducen que han de ganarse la vida, lo cual comprendo; pero nadie tiene derecho a ganársela de una manera que impida ganársela a los demás y desde luego descansar, ni a <em>imponerles </em>su matraca. Los vecinos de la Plaza Mayor van más lejos: sostienen que los músicos ni siquiera son tales, sino «verdaderas mafias» que se enfrentan entre sí. Esos vecinos, que ya padecen las expansivas <em>favelas </em>de durmientes que se instalan en los soportales, y a menudo deben entrar en sus casas saltando sobre montañas de cuerpos tirados, hablan de «enloquecimiento» y «desesperación». No le vendría mal a Gallardón mudarse a esa plaza unos meses, a ver si le seguía alegrando tanto «oír música en la calle». Es obvio que donde él vive no hay ningún tío tocando la trompeta o el acordeón todo el santo día y parte de la noche. Ya sé que he hablado de estos asuntos muchas veces y me disculpo, pero es que todo va siempre a peor. El ruido es dañino para las plantas, los animales y los humanos, y eso lo sabe cualquiera, no sólo en los Estados Unidos. Excepto los españoles, que no sólo no ponen remedio, sino que quieren más. Bulla, bulla. Con el beneplácito y el aliento de quienes dicen -hipócritamente- preocuparse tanto por nuestra salud.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 29 de mayo de 2011

Javier Marías: «Tuve grandes dudas de si haría más novelas»

El autor español más importante del momento habla de 'Los enamoramientos', que llega en junio a Chile

Los tres volúmenes de Tu rostro mañana dejaron a Javier Marías (Madrid, 1951) literariamente exhausto, tanto que llegó a plantearse si volvería a la ficción. Finalmente, ha salido del impasse con Los enamoramientos (Alfaguara), un libro que se resiste a ser encasillado en un solo género. Relatada en primera persona por una mujer -por primera vez Marías recurre a una narradora femenina-, es una obra sobre cuya trama conviene extenderse lo menos posible para no revelar demasiado. Ambientado en el Madrid actual, habla del amor, aunque ofrece una visión bastante cínica de los sentimientos y tiene su parte de misterio y su parte de humor.

En su regreso, uno de los autores españoles de mayor proyección internacional, ha optado por mezclar la sabiduría literaria con la tentación de escribir algo distinto a sus libros anteriores. La obra estará disponible en el país desde la segunda semana de junio.

¿No tuvo la tentación de volver a poner un título de Shakespeare?
La verdad es que en esta ocasión no. Ya he puesto no sé si son cinco títulos que vienen de Shakespeare. En un momento dado pensé en este título que se ha quedado, de una sola palabra, pero con el artículo, que es fundamental, porque Enamoramientos sería espantoso. Es el primer libro después de Tu rostro mañana, que es el más ambicioso, aunque solo sea en extensión: me llevó entre ocho y nueve años los tres volúmenes y tuve una cierta sensación de que allí había un punto y aparte. Incluso tuve grandes dudas de si haría más novelas. Se cumplen 40 años de mi primera novela, Los dominios del lobo, y es inevitable hacer un poco de balance de uno mismo. He tenido una cierta sensación de que han sido 40 años de tanteo y me temo que todos los que quedan de seguir escribiendo también lo van a ser. Supongo que hay escritores que tienen las cosas muy claras, que tienen proyectos literarios, ciclos novelísticos concebidos de antemano. Y yo me doy cuenta de que soy todo lo contrario de ese tipo de escritor. De manera que tampoco tenía mayor empeño, hay temas en esta novela que son de mi mundo, de mi territorio, pero digamos que tenía un poco la sensación de que podía no hacer ninguna novela más o hacer cualquier cosa.

¿Para usted es realmente cada novela una aventura que no sabe si va a ser capaz de acabar?
Incluso de publicarla una vez terminada. Con Los enamoramientos he tenido una sensación de más inseguridad. Una de las cosas que si acaso me irritan de llevar 40 años cultivando esta actividad es que no he ganado nada en seguridad. Debería tener una cierta confianza en mis recursos. Y no, nunca la tengo. Cuando termino un libro no hay un proyecto esperándome. Tengo que esperar a que se me condense algo, a que una historia me atraiga como para ponerme a ella.

En esta novela están la ausencia y el azar, algo que aparece mucho en sus libros.
Los enamoramientos, las historias amorosas, la gente tiende a verlas como algo que se ha producido de manera casi inevitable y no es así. Hablo de los enamoramientos verdaderos, no de la gente que en un momento de comodidad se empareja. Hay gente que piensa que estábamos destinados a encontrarnos. Y una de las reflexiones que aparecen en el libro es que todo eso no es más que el producto de una especie de sorteo o de rifa, al final del verano. Depende de verdaderos azares, no suele haber nada grandioso en las historias amorosas, sino que es más bien quién está libre, qué número está libre, por seguir con la idea del sorteo.

En cuanto al relato de Balzac o la cita de Macbeth que aparecen en su novela, ¿la importancia que tiene la literatura en Los enamoramientos es la que tiene en la vida?
Nuestra vida está formada también por esas historias. Uno lee sobre el sitio de Stalingrado y sabe que ha sucedido y que es real y que es espantoso, pero el hecho de que nos lo cuenten lo iguala con las narraciones ficticias. Y en ese sentido aparece en la novela. No es en un sentido metaliterario. En realidad me irritan bastante las novelas que hablan de escritores, que hablan de libros o que son metaliterarias; es algo que me parece bastante amanerado, me recuerda a Ocho y medio, que es una película de Fellini que no me gusta nada, libros sobre literatos, creo que aquí no es así.

En este libro se despacha a gusto con los escritores, también con usted mismo, cuando la editora protagonista cuenta cómo son. ¿Por qué?
Me incluyo también. La narradora trabaja en una editorial y eso forma parte de su caracterización y de la verosimilitud del personaje. Me parece normal que alguien que trabaja en una editorial tenga una cierta visión irrespetuosa de los escritores y totalmente desmitificada porque me temo que las gentes que trabajan en las editoriales están acostumbradas a ver a los escritores con sus pequeñas mezquindades, vanidades, aprovechamientos de las cosas.

Y saliéndonos un poco del libro, usted es muy aficionado a las series, ¿le gusta Mad Men, que describe cómo era el mundo antes de lo políticamente correcto?
El otro día leí un artículo bastante largo en The New York Review of Books escrito por un ensayista, Daniel Mendelson, y no entendía cómo un artículo así, tan malo, estaba en una publicación prestigiosa. Es una serie que me gusta mucho, yo recuerdo esa época, cuando salía un disco nuevo de Dean Martin, recuerdo que los niños o adolescentes de mi época estaban obsesionados con el Rat Pack. Es un mundo que en cierto sentido añoro: en esta reseña larga había como una especie de condena de ese mundo, «mire qué malos eran nuestros padres, cómo fumaban las mujeres embarazadas». Yo no veo que la serie vaya por ese lado; al revés, creo que hay una cierta nostalgia de un mundo un poco más irresponsable, pero un poco menos estricto.

¿Y su resistencia a escribir en un computador tiene que ver con esto?
No, no hay ningún rechazo. En realidad, es que me gusta escribir sobre papel, sacar la hoja, corregirla a mano, hacer mis tachaduras, mis flechas, mis cambios. Me gusta volverla a teclear porque, aunque sea un trabajo y a veces las tecleo hasta cinco veces, o las que haga falta, cada vez que la tecleo no es como si la releo, la hago un poco más mía, la asumo, la apruebo y digo: «Vale, esto va». Le doy el visto bueno.

GUILLERMO ALTARES

La Tercera (Chile), 28 de mayo de 2011

 

‘El Coronel Chabert’

Balzac (1799-1850) es uno de los colosos de la novela europea del XIX, junto a Dickens o Tolstoi. En la propia Francia tuvo rivales como Stendhal o Dumas, Flaubert o Maupassant. Reino de Redonda acaba de traducir su novela breve El coronel Chabert, 1832, junto con tres cuentos. La historia de Chabert destila algo de un Ulises napoleónico; recuerdo la película interpretada por Gerard Depardieu, llena de coraceros siniestros como surgidos en tropel de los aguafuertes goyescos.

Chabert es una de las mejores historias de Balzac. Un personaje realmente inolvidable. La traducción de Mercedes López-Ballesteros es impecable, de una rara diafanidad, un Honorato Balzac del 27, como traducido por Pedro Salinas.

El verdugo es un cuento atroz que transcurre en la España napoleónica. Un Balzac gótico. El elixir tiene algo de fábula oriental injertada en la Andalucía romántica. El volumen culmina con La obra maestra desconocida, una narración pompier sobre pintores barrocos. Poussin se queda turulato ante una especie de Kandinsky barroco, como si Balzac imaginase un híbrido de Turner y Monet “avant le tableau”, si puede decirse así. Balzac derrocha un estilo muy peculiar, escribía como sumergido en un trance de elocuencia febril, una suerte de de brío retórico tempestuoso, y no es tarea flaca el empeño de verterlo al español. “Ojos de un nácar sucio, manos glaciales, la nadería lo es todo”. Son detalles nimios que marcan el tono, el decoro léxico, la diferencia. No es frecuente leer un Balzac de esta calidad en nuestro idioma.

CÉSAR PÉREZ GRACIA

Heraldo, 26 de mayo de 2011

Ian McEwan, XI Premio Reino de Redonda

Fallo del XI Premio Reino de Redonda (2011)

Con fecha de 26 de mayo de 2011, el escritor Javier Marías, en nombre del Reino de Redonda, dio a conocer el fallo del XI Premio Reino de Redonda, instituido en 2001 para distinguir anualmente la obra de un escritor o cineasta extranjero –y de lenguas no españolas-, en su conjunto.

En ediciones anteriores el Premio fue ganado por J M COETZEE, a partir de entonces “Duke of Deshonra” de este Reino literario (2001); SIR JOHN ELLIOT, “Duke of Simancas” (2002); CLAUDIO MAGRIS, “Duke of Segunda Mano” (2003); ERIC ROHMER, “Duke of Olalla” (2004); ALICE MUNRO, “Duchess of Ontario” (2005);  RAY BRADBURY, “Duke of Diente de León” (2006); GEORGE STEINER, “Duke of Girona” (2007);  UMBERTO ECO, “Duke of Isla del Día de Antes” (2008); y MARC FUMAROLI “Duke of Houyhnhnms” (2009); y MILAN KUNDERA “Duke of Amarcord” (2010).

Este año de 2011, han participado en las votaciones los siguientes miembros del prestigioso jurado:

Pedro Almodóvar, António Lobo Antunes, John Ashbery, Antony Beevor, William Boyd, Michel Braudeau, Pietro Citati, J M Coetzee, Artemis Cooper, Agustín Díaz Yanes, Roger Dobson, Sir John Elliot, Pere Gimferrer, Milan Kundera, Eduardo Mendoza, Ian Michael, Arturo Pérez-Reverte, Francisco Rico, Ian Robertson, Fernando Savater, Mario Vargas Llosa, Luis Antonio de Villena y Juan Villoro.

Una vez realizado el recuento de las candidaturas y votaciones, el ganador de la presente edición ha sido el novelista británico IAN McEWAN, nacido en 1948 en Aldershot, Hampshire. Casi todas sus obras han sido traducidas puntualmente al español, y entre ellas cabe destacar las novelas  Niños en el tiempo, El inocente, Perros negros, Amor perdurable, Amsterdam, Expiación, Sábado, Chesil Beach y la muy reciente Solar, todas ellas publicadas por la editorial Anagrama.

IAN McEWAN ha recibido numerosos premios a lo largo de su carrera, entre ellos el Somerset Maugham, el Whitbread, el prestigioso Booker, el Femina Étranger y el Commonwealth Eurasia.

El Reino de Redonda, al concederle el suyo, desea destacar que lo merece “por la exploración, que sus novelas llevan a cabo, de los aspectos más inquietantes, desazonantes y contradictorios de los individuos en nuestras sociedades, sin rehuir las facetas más ominosas y oscuras, y por ser uno de los pocos autores literarios contemporáneos que prestan en su obra gran atención a las ciencias, algo en verdad infrecuente, así como por la indudable calidad e intensidad de su prosa”.

IAN McEWAN ha declarado, con humor, lo siguiente, al conocer la noticia: “Vivo en una monarquía constitucional y siempre he pensado que nunca aceptaría un título, ya que me privaría del elemento de ligereza con el que me gustaría pasar por esta vida. Sin embargo, pasar a ser Duque del Reino de Redonda es algo a lo que no me puedo resistir. Deseo expresar mi más sentido agradecimiento a la fraternidad de Duques y Duquesas, tan distinguida, a la que me uno con asombro. A partir de ahora también se me podrá llamar ‘Duke of Perros Negros’. ¡Viva Redonda!

El Premio está dotado con dos mil quinientos euros (2.500 €), aportados por la editorial Reino de Redonda, S. L., y con el título de “Duque o Duquesa redondinos” para el ganador. IAN McEWAN pasa a ser, así,  “DUKE OF PERROS NEGROS” de este Reino literario y formará parte del jurado del Premio, si ese es su deseo, en el futuro.

Madrid, a 26 de mayo de 2011

Javier Marías

 Ian McEwan gana el premio Reino de Redonda

El escritor Javier Marías ha anunciado hoy mediante un comunicado que el novelista británico Ian McEwan ha ganado el XI Premio Reino de Redonda, instituido en 2001 para distinguir anualmente la obra de un escritor o cineasta extranjero (y de lenguas no españolas) en su conjunto. Además McEwan ha sido nombrado Duque de Perros Negros.

El ganador ha declarado: «Vivo en una monarquía constitucional y siempre he pensado que nunca aceptaría un título, ya que me privaría del elemento de ligereza con el que me gustaría pasar por esta vida. Sin embargo, pasar a ser Duque del Reino de Redonda es algo a lo que no me puedo resistir. Deseo expresar mi más sentido agradecimiento a la fraternidad de Duques y Duquesas, tan distinguida, a la que me uno con asombro. A partir de ahora también se me podrá llamar Duke of Perros Negros. ¡Viva Redonda!

McEwan (Aldershot, 1948) es autor de obras como Expiación, Amor perdurable o El inocente. Ha recibido numerosos galardones, entre otros el Booker y el Somerset Maugham.

El premio está dotado con 2.500 euros y con el título nobiliario citado más arriba. En anteriores ocasiones el galardón ha sido obtenido por J.M. Coetzee, John Elliott, Claudio Magris, Milan Kundera, Umberto Eco y George Steiner, entre otros.

Un Reino real

El Reino de Redonda responde al ideal ilustrado de República de las Letras, un lugar en el que, se supone, gobierna la Razón. Pero Redonda no es sólo un lugar ideal, sino que existe. El Reino fue creado en el siglo XIX por un banquero británico llamado Matthew Dowdy Shiell en el territorio de la isla caribeña de Redonda, que pertenece a Antigua y Barbuda.El dueño de la isla pidió ese título nobiliario de Rey a la Reina Victoria de Inglaterra, quien se lo concedió. Shiell abdicó en un escritor al que financiaba, John Gawsworth. Éste, a su vez, vendió el título al también escritor John Wynne-Tyson quien, en los años noventa, nombró Rey al escritor español Javier Marías, quien ostenta el cargo en la actualidad. Javier Marías creó una editorial y un galardón homónimos y desarrolló la corte de Redonda, un estamento nobiliario intelectual al que pertenecen reconocidas figuras del mundo de la cultura.

El País, 26 de mayo de 2011

Diario de Sevilla

Público

La Opinión

Página 12

Presentación de Los enamoramientos en Sevilla

Foto. El Día

«A veces hace falta mucho valor para no querer saber»

Pasiones, muerte, misterio, humor… La última novela de Javier Marías, Los enamoramientos (Alfaguara), la primera del autor después de su monumental saga Tu rostro mañana, vuelve a demostrar la capacidad del madrileño para nombrar y desarrollar emociones y las dudas humanas en clave de ficción. «Trato de escribir novelas que se parezcan a las que me gustan como lector», explica el escritor, que acudió ayer a Sevilla invitado en el ciclo Letras capitales del CAL. «Cito a menudo esa frase de Faulkner: la literatura es una cerilla que se enciende de noche en mitad de un bosque. No ilumina nada, sólo nos muestra mejor cuánta oscuridad hay alrededor. La literatura nunca da respuestas, y entre mis temas recurrentes está la imposibilidad de saber nada a ciencia cierta».

Protagonizada por el personaje de María Dolz, la novela tiene como eje central ese estado sentimental al que alude el título, el mismo que con frecuencia parece justificar las heroicidades más gloriosas y las más mezquinas ruindades, y que los científicos han aislado del corazón para explicarlo desde el cerebro. Pero, ¿puede un escritor aceptar que el enamoramiento se reduzca a una serie de conexiones neuronales y reacciones químicas? «No digo que la ciencia no tenga cierta razón, pero no es toda la razón. No olvidemos que existe una mente que interviene mucho en los enamoramientos, algo que no es puramente químico, ni puramente animal. Existe el mito de que el amor es inevitable, pero hay ocasiones en las que uno decide enamorarse o no hacerlo, consiente o se frena… Me temo que todo eso la química no lo explica».

Otra de las cuestiones que aborda la novela es la verdad, que aparece como algo inalcanzable. «La verdad cruda y desnuda es difícil de soportar en casi todos los casos, y más en el amor. En Corazón tan blanco trataba justamente sobre el secreto y su posible conveniencia, y se venía a mostrar que no todo debe contarse, y no todo se debe querer saber. Hoy tenemos la tendencia de pedir saber todo, incluso qué hacen los servicios secretos. Pero a veces hace falta mucho valor para no querer saber algo».

Recibida desde su lanzamiento como «una novela moral», el autor matiza los propósitos que le llevaron a escribir Los enamoramientos. «No tiene una intención didáctica y aleccionadora, porque detesto las novelas de tesis, o las que intentan dar lecciones. Una novela es quizá lo contrario de un juicio, que atiende a los hechos y muy poco a los motivos. En una novela se muestran las cosas, se asiste a los motivos y las razones. La mía tiene implicaciones morales, dilemas: ¿Qué hacer ante una situación determinad, qué actitud tomar? ¿Hasta qué punto debemos creer lo que se nos cuenta? ¿Hasta qué punto consentir la impunidad como algo grave, o resulta un mal menor? Eso se plantean los lectores, y creo que sembrar la duda es bueno, sobre todo en una época en la que la gente parece muy segura de todo. En España todo el mundo tiene una opinión a los diez minutos de producirse cualquier hecho. Hay cuestiones de la vida y la realidad de las que no tengo opinión, o no la tengo todavía», comenta Marías.

Por otro lado, la nueva obra del autor de Todas las almas y Mañana en la batalla piensa en mí contiene también un retrato del mundillo editorial donde los escritores no siempre salen bien parados. «La gente que trabaja en editoriales ve de cerca a los autores, padecen sus manías, sus exigencias. Es normal que nos tengan poco respeto. Pero no pretendía ajustar cuentas ni nada de eso», especifica.

Con 40 años de trayectoria literaria -su primera novela, Los dominios del lobo, vuelve a ser reeditada ahora, a la vez que Los enamoramientos y el relato infantil Ven a buscarme-, Javier Marías asegura que su labor como escritor ha sido un largo ejercicio de tanteo, lo que considerando su éxito de crítica y ventas parece un exceso de modestia.

«No es modestia, es la realidad», corrige. «Y es una molestia para mí. Llevar 40 años en un oficio debería de dar seguridad: el carpintero al cabo de tantos años sabe hacer la mesa, el profesor da su clase como es debido, pero cada vez que empiezo una novela no tengo ninguna garantía de que vaya a salir bien. Es peor que empezar de cero, porque además tienes miedo de repetirte. Pero nadie tiene garantizado el talento. De hecho, esta novela estuve a punto de dejarla en un cajón. No le tenía mucha fe. Puede que uno no sea un buen lector de lo suyo».

ALEJANDRO LUQUE

El Correo de Andalucía, 23 de mayo de 2011

 

Javier Marías ante la impunidad

Javier Marías cumplirá 60 años en septiembre pero su universo y talento literarios continúan elevándose sobre cotas cada vez más altas con la energía propia de la juventud. Esta reflexión sobre el paso del tiempo tal vez desagrade al autor, como bien sabrán los centenares de lectores que ayer siguieron con pasión el acto más multitudinario de la Feria del Libro de Sevilla: la presentación de Los enamoramientos. Su regreso a la novela tras la ambiciosa trilogía Tu rostro mañana lleva cinco semanas en las listas de los libros más vendidos y brindó la excusa para que este madrileño «con un cuarto de andaluz, mi abuela María era de Porcuna» deslumbrara con la coherencia de un discurso que no eludió tema alguno por polémico que fuera. «En los artículos de prensa soy muy diferente del que escribe novelas. Y en ellos hace tiempo que digo algunas cosas que defienden los acampados, insistiendo siempre en que los partidos políticos son necesarios porque no hay todavía nada para sustituirlos que no sea peor. Pedir que las listas sean abiertas, que no haya en ellas imputados en casos de corrupción o exigir un recambio en la cúpula de los partidos mayoritarios lo suscribirían muchos. Lo que me parece preocupante es que otro de los partidos que no parece mucho mejor que el PSOE reciba un premio tan magnífico. Que se les castigue se lo merecían los dos, aunque hubiera sido a costa de más votos nulos. Están muy idiotas desde hace tiempo y no me refiero sólo a la gestión de esta crisis», declaró.

Marías, fumador empedernido, continúa escribiendo a máquina y ocupa el sillón que dejó vacante Lázaro Carreter. «Pertenezco a la Real Academia pero estoy enfadado con ella últimamente por la Ortografía», confesó al evocar su discurso de ingreso, que versó sobre la imposibilidad de saber nada a ciencia cierta, tema de Corazón tan blanco (más de 1.300.000 ejemplares vendidos sólo en Alemania) y un asunto al que regresa en Los enamoramientos. Porque su nueva obra, que no es un thriller ni una novela negra aunque esté atravesada por un crimen sanguinario, transita por terrenos comunes, sobre todo la conveniencia de la ignorancia. Y lleva camino de ser otro exitazo. No deja a nadie indiferente porque, entre otras cosas, plantea asuntos universales y shakesperianos como «que en el estado de enamoramiento hay gente noble que se comporta con gran vileza. Por estar con esa persona que nos provoca debilidad somos capaces de cometer actos atroces».

Marías se extendió en la idea de que no le ha supuesto «ningún problema» tener como narradora a una mujer, la editora María Dolz, la Joven Prudente. «Aunque yo no habito ni su piel ni sus tacones. En todo caso su voz y su mente, pero no la encarno», protestó Marías al presentador, Jesús Vigorra, al que el madrileño tomó el pelo cariñosamente en varias ocasiones. «Un varón miraría a la Pareja Perfecta de otra manera y no podría funcionar esta historia. Creo que esta voz de mujer no resulta inverosímil como tal: tiene un problema con un sostén, no sabe si ponérselo o no… Pero lo que hace un narrador de una novela es contar, observar y reflexionar y en eso no nos diferenciamos mucho los hombres de las mujeres. La voz que narra en Los enamoramientos no es tan distinta a la de otras novelas mías», defendió Marías antes de añadir que «quienes protestan por que la sensibilidad femenina no esté presente en un sitio u otro» incurren en una especie de «machismo involuntario».

El autor, que desde 1986 escribe siempre en primera persona, explicó que «a diferencia de mi gran amigo Arturo Pérez Reverte, que antes de empezar una novela lo sabe todo, yo voy improvisando y averiguando a medida que narro. Escribo con brújula, no con mapa».

Y así, orientado hacia el norte, en la literatura como en la vida, el autor de Los dominios del lobo -de cuya publicación se han cumplido 40 años- reflexionó sobre la idea de que «uno va siendo varias personas a lo largo de la vida, y también el que no llegó a ser. En la vida práctica nos manejamos pero nunca estamos seguros del todo de si lo que pasó fue así o asá. Como se dice en Los enamoramientos, la verdad siempre es maraña, incluso aquella que ya hemos desentrañado».

CHARO RAMOS

Diario de Sevilla, 24 de mayo de 2011

Javier Marías reflexiona en su novela Los enamoramientos sobre este estado, que «no es puramente químico ni animal»

El escritor Javier Marías reflexiona en su última novela, Los enamoramientos (Alfaguara), sobre este estado, del que piensa que «no es puramente químico ni animal», ya que el elemento racional «interviene mucho» dejando de tener validez «el mito de que el amor es inevitable», reflexiones que narra la protagonista de esta obra, la editora María Dolz.

En un encuentro con los periodistas este lunes en el Hotel Inglaterra de Sevilla, Marías ha manifestado que, a pesar de que la ciencia interviene en el enamoramiento, «hay un elemento que la misma parece olvidar, y es que, existe una mente, que interviene mucho», a lo que ha añadido que «hay veces que la gente se frena, o bien, decide o consiente enamorarse» y la prueba de esto está en que «al principio de una relación no es muy difícil acabar con ella si uno de los componentes ve que la otra persona no le conviene».

Ante la pregunta de «si es más frecuente matar por amor que morir por amor», el escritor y autor de artículos de opinión de El País Semanal ha sonreído señalando que «hoy día creo que es más frecuente matar por amor, porque morir por amor no creo que se suela dar». No obstante, ha querido aclarar, en cuanto a la primera idea, que «depende de cómo se entienda, ya que muchos de los numerosos asesinos de violencia doméstica es muy probable que piensen que han matado a su pareja por amor».

De otro lado, y en cuanto a «si el amor puede soportar la realidad más cruda», Marías se ha mostrado convencido de que «la verdad cruda, desnuda y moral es difícil de soportar en todos los casos, no solo en el amor» y ha aprovechado para recordar la novela que escribió hace casi 20 años, Corazón tan blanco, que trataba sobre el secreto y su posible conveniencia, y en la que «se mostraba que no todo debe contarse ni se debe saber», apuntando que «hoy día la sociedad tiene la tendencia a querer saber todo».

Al respecto, ha detallado que, «a veces, hace falta mucho valor para decir que no se quiere saber algo» y se ha vuelto a referir a Corazón tan blanco para mencionar que en ella incluyó la frase «los oídos no tienen párpados», que se refiere a que «cuando prevemos que no queremos ver algo, cerramos un poco los ojos y lo evitamos, pero con los oídos no se puede hacer eso porque, si me quieren contar algo, yo estoy inerme ante ello». Así, ha concluido que «hay muchas cosas que es preferible ignorar y que, en contra de que esta actitud pueda parecer cobarde, hace falta mucho valor para decir que no se quiere saber algo».

«La novela es lo contrario a un juicio»

Por otra parte, Marías ha aseverado que Los enamoramientos no tiene una intención didáctica ni aleccionadora, puesto que «detesto la novela moralista que intenta exponer una tesis o dar lecciones». «No es la función de la novela, que es lo contrario de un juicio, en el cuál se atiende poco a los motivos y solo se tienen presentes los hechos», ha apostillado.

En este sentido, ha expresado que en su última novela «se asiste a los motivos y a la razones, aunque hay dilemas de tipo ético y moral, como los hay en la mayoría de las novelas que me han gustado», al objeto de reflexionar sobre «qué hacer ante una situación determinada, qué actitud tomar y hasta qué punto creer lo que se nos cuenta», agregando que este estado dubitativo le parece bien, «sobre todo en una época en la que parece que la gente está muy segura de lo que dice».

En esta línea, el escritor ha argumentado que «en España enseguida se tiene opinión de algo que ha sucedido», sin embargo, ha ejemplificado, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, «estuvo 16 horas dando vueltas al asunto de Osama Bin Laden», mientras que los españoles, a los diez minutos de conocer la noticia, ya se estaban posicionando.

De esta forma, ha mencionado que «hay cosas que no están muy claras, para las cuales habría que reflexionar, e incluso, en ocasiones no llegaríamos a verlo nunca claro». Así, Marías ha criticado la «rotundidad» con la que la sociedad española opina, de inmediato, sobre algo que sucede y que no tiene por qué ser opinable, y ha añadido que «hay muchas cuestiones de la vida y de la sociedad sobre las que yo, que me pagan por opinar, no tengo opinión».

«La literatura no ilumina»

Asimismo, ha destacado que, como dijera el escritor norteamericano William Faulkner, «la literatura no ilumina nada, es más o menos como una cerilla que se enciende en mitad de la noche, que solo ilumina cuanta oscuridad hay alrededor». Normalmente la literatura «no da respuestas, sino que muestra lo que hay alrededor, muchas inseguridades, penumbra, incógnitas y la imposibilidad de saber nada a ciencia cierta».

El escritor madrileño, de cuya primera publicación, Los dominios del lobo, se cumplen 40 años al haberla escrito Marías con 19, afirma que tiene «una cierta sensación de que han sido 40 años de tanteo» y que este comentario «no es algo modesto, es la realidad y, en cierto sentido, molesto para mí», pues, ha puntualizado, «al cabo de tanto tiempo sigo sin tener seguridad, cada vez que empiezo una novela, incluso suponiendo que otras anteriores hayan salido bien, no tengo la garantía, en absoluto, de que la siguiente también saldrá así».

De esta manera, ha indicado que «nadie tiene garantizado el talento, en el supuesto de que lo haya tenido alguna vez», volviendo a aludir a Faulkner, en cuya bibliografía «la mayor parte de los grandes libros que escribió pertenecen a un período de diez años», aunque escribiera «otros títulos buenos e interesantes antes y después».

Por último, Marías ha trasladado a los periodistas su pensamiento de que «la Cultura no puede ser gratuita», ya que si es así es «porque la paga el Estado» teniendo en cuenta que «ningún escritor, cantante o cineasta va a seguir trabajando para no ganar nada a cambio». Además, ha detallado, una cultura subvencionada significaría «escribir solo lo que dice el Estado que se escriba». «Se haría bazofia, sería una cultura hecha por funcionarios» y, por tanto, «un disparate», ha concluido el escritor.

Europa Press/20 Minutos, 23 de mayo de 2011

El Día

Más reseñas de Los enamoramientos

Javier Marías y los enamoramientos sombríos

Javier Marías escribe como piensa y, siendo así, no es sorprendente que la primera narradora mujer de sus obras, María Dolz, observe, cuente y reflexione en su nueva novela, Los enamoramientos (Alfaguara: Madrid, 2011), con la misma esmerada y envolvente intensidad que cualquier otro de los narradores de sus libros precedentes. Porque, aunque haya dicho Italo Calvino que no hay que buscar al autor en su obra, que solo ella debe interesarnos, tratándose de Marías, como de Cervantes, Conrad -por solo mencionar dos que le son caros- y un larguísimo elenco de escritores de valía, no es posible (ni deseable) evitar encontrarse al autor en las páginas que entrega: su mente se nos ofrece sin más, imperiosa, en bandeja de letras.

Que no es optimista el modo en que se enamoran los personajes, lo ha dicho su autor, y lo vemos desde el inicio, ya empujados hacia el desenlace como si de un Proust-Hitchcock se tratara: la literatura y el cine en perfecto contubernio. Y como éste, en cada filme, asoma y nos hace un guiño al principio, estampando su firma dentro de la trama: Javier, como el protagonista, María(s), como su contrafigura narradora, que para mayor claridad es editora y tiene que lidiar a diario con los más extravagantes personajes de letras: ufanos y engreídos algunos, despistados y de mal gusto otros, y sin que falte el que, con garbosa autoironía, habla por su boca.

Escuchémosla: “no se mueven de sus casas y lo único que tienen que hacer es volver al ordenador o a la máquina -todavía hay algún pirado que sigue usando esta última y al que después hay que escanearle los textos, cuando los entrega- con incomprensible autodisciplina. Hay que ser un poco anormal para ponerse a trabajar en algo sin que nadie se lo mande a uno”. Miguel Deverne, hombre al parecer ideal, ha sufrido una muerte violenta y absurda antes de comenzar la novela; su viuda, adorado tormento y a la caza de Javier Díaz-Varela, el mejor amigo del difunto, se llama Luisa, como la elusiva mujer de Corazón tan blanco, Todas las almas y Tu rostro mañana. La felicidad de Miguel y Luisa despierta la admiración de la narradora a quien ellos bautizan como La Joven Prudente, pero desata a su vez la envidia original que se bifurca en los enamoramientos sombríos que dan cuerpo a la trama y, tal vez, hasta en la violencia que le ocasiona a él la muerte a los 50 años, aunque le tocaba más adelante.

Algo que con claridad nunca sabremos, porque uno de los leitmotivs de Javier Marías en esta obra, además de la creciente impunidad de tantos crímenes, la inconveniencia de que regresen los muertos y la capacidad de muchos para justificar e incubar sentimientos malvados, es la imposibilidad de conocer la verdad o de saber cuándo otros nos mienten. Su prosa es como la gran ola (cavallone) que nos lleva hasta la orilla: “Es lo malo de que se hayan perdido ya todos los códigos, que no sabemos cuándo toca nada ni a qué atenernos, cuándo es pronto y cuándo es tarde y nuestro tiempo ha pasado. Debemos guiarnos por nosotros mismos y así es fácil meter la pata”.

La narradora se plantea todos los problemas que nos atañen, y no solo como lectores de la ficción en que le hemos consentido embarcarnos. Hay diálogos que se enmarañan a sabiendas con referencias literarias ( Macbeth, Los tres mosqueteros y una novela casi desconocida de Balzac que se acaba de publicar Reino de Redonda) dando inquietantes indicios a la narradora y por ende al lector.

Hay diálogos que acontecen en su mente: especulaciones derivadas de su perpetuo escrutar los sentimientos, ideas y motivaciones (propios y ajenos) en su intento por orientarse en la realidad de la que no hay escapatoria hasta salir del mundo de los vivos.

Esta nueva novela de Javier Marías ha salido justo para celebrar el Premio Literario Europeo 2011 que recibió su autor poco antes de imprimirse. Esperemos que cuando le den el Nobel se resalte entre las motivaciones su sostenida indagación del tiempo, que “se va pisando los talones eternamente, impaciente y sin objetivo, se va atropellando como si no estuviera en su mano frenarse e ignorara él mismo su propósito”, de la incomprensibilidad de la muerte y del mudo abandono en que se sumen las cosas cuando desaparecen sus dueños.

JUANA ROSA PITA

El Nuevo Herald (Miami), 22 de mayo de 2011

La fragilidad del amor

Javier Marías (Madrid, 1951) retoma su particular estilo para profundizar en lo más visceral, sin necesidad de grandes historias o sucesos ilustrativos.

Como en otras novelas (Mañana en la batalla piensa en mí), apenas existe un móvil como pretexto para dar cuenta de infinitas sensaciones, más próximo al sentir humano que a la anécdota ficcional.

En aquél (Mañana…), era la muerte de una mujer; en éste, el asesinato de un hombre lo que provoca en el protagónico un ronroneo interminable sobre las mil y una posibilidades que seguramente, quizás, tal vez, se ciernen en circunstancias similares. Ese regodeo -lingüístico y expresivo- es la clave que seduce y atrapa, ya que involucra gradualmente al lector hasta inmiscuirlo en la problemática y convertirlo en interlocutor de esa voz narrativa que avanza y retrocede para dar cuenta de lo terrible, lo trágico y a la vez sublime del amor.

La novela está dividida en tres partes. En la primera, y desde las primeras líneas, irrumpe el tema de la muerte. Pérdidas fatales que se lamentan, se sienten, se extrañan, hasta que paulatinamente comienzan a desdibujarse. El tiempo inexorable- va envolviendo como una sutil telaraña las emociones, en una variedad de manifestaciones, hasta que de pronto comienzan a olvidarse, trayendo consigo culpa y arrepentimiento, buscando mil maneras distintas de presentificar la ausencia.

Un narrador testigo -una mujer- que presencia con asombro la rutina diaria del desayuno de una pareja a la que admira, ante las muestras de amor que se prodigan, un buen día no los ve más. Al tiempo y de modo casual, descubre que el hombre fue muerto a tiros por otro con cierto desorden mental.

Desde esta situación inicial, comienzan las elucubraciones que llevan por intensos recorridos en el Madrid actual y en pleno barrio Serrano, cercano a sitios emblemáticos (el famoso colegio Estilo, de Josefina Aldecoa). Las descripciones son minuciosas al extremo, sin olvidar detalles, físicos o emocionales.

Hay que calmar la ansiedad hasta que se descubre el móvil o más bien la desaparición del hombre de la escena cotidiana, y reconocer que no es ése el motivo principal de la historia sino el asombro, la perplejidad y las innumerables reflexiones generadas por el tema de la muerte de un ser querido. Las asociaciones afectivas calan hondo y por momentos se tornan obsesivas y hasta morbosas, pero despiertan la ansiedad por continuar.

En la segunda parte, si bien aparecen nuevos personajes, todos relacionados con la pareja del muerto y con la voz femenina, testigo ocular que memora y asocia, continúan barajándose las hipótesis, a pesar de la contundencia de ciertas aseveraciones: “Me siento obligado a estar triste”, o bien “lo que dura se estropea y acaba pudriéndose, nos aburre, se vuelve contra nosotros, nos satura, nos cansa…”.

La selección del personaje femenino es un acierto, tanto por el tono melodramático como por las interminables elucubraciones, afines al género, en oposición al pragmatismo de otros. Esta certeza revela una vez más el placer de la lectura y la condición de un escritor capaz de plantear, a lo largo de toda la novela, la fragilidad del amor. Al deslizarse detrás de la voz femenina tiene más libertad para “marcar” esos aspectos negativos y dejar al descubierto las facetas de su debilidad.

En la tercera parte, no hay grandes revelaciones sino las necesarias para entender el mundo de emociones que vamos tejiendo en torno a seres y objetos, lo que significan, lo que realmente son, lo que prevalece y continúa, hasta llegar a comprender que “todos buscamos sustitutos” y de alguna manera, “nos pasamos llenando huecos”.

MARÍA LUISA MIRETTI

El Litoral (Argentina), 22 de mayo de 2011

La flor de lis

Después de la monumental trilogía Tu rostro mañana, algo quedaba en los anaqueles de Javier Marías. Se trata de Los enamoramientos, una novela que tras los pasos de Los tres mosqueteros indaga en el implacable destino que condena al amor cuando se mezcla con el delito.

John F. Kennedy, Marilyn Monroe y Miguel Desvern tienen algo en común: los tres tuvieron un final trágico que terminó por devorar su imagen a tal punto que parecen ser recordados más por su muerte que por lo que hicieron a lo largo de sus vidas. Miguel Desvern es el muerto de Los enamoramientos, la última novela de Javier Marías en la que repite sus obsesiones de siempre: el engaño y la muerte o, mejor aun, el gran engaño de esta época que consiste en olvidar muy rápido a sus muertos. Un tema que, posiblemente, se deba a la muerte temprana de su madre quien, según cuenta Marías, solía leerle un cuento en su infancia que nunca volvió a encontrar de adulto, “El castillo de irás y no volverás”. Hijo del filósofo Julián Marías, Javier es uno de los escritores más importantes de España, miembro de la Real Academia Española desde 2006, un candidato natural a ganarse el Nobel en algunos años, a pesar de las polémicas que viene acumulando con cineastas que versionan mal sus películas; y con el mismo Jorge Herralde, a partir de lo cual decidió borrar el premio de su biografía oficial.

Así como Mañana en la batalla piensa en mí y Corazón tan blanco fueron títulos inspirados en versos de Shakespeare, Los enamoramientos salió de un episodio de Los tres mosqueteros, precisamente en el que Athos le cuenta a D’Artagnan acerca del amor de su vida: una chica de dieciséis años, hermosa y suya, bella como los enamoramientos. Luego de desposarla, Athos descubre en su hombro la inconfundible flor de lis con la que se tatuaba por aquella época a los criminales y, sin más, decide matarla. Aun enamorado.

Una de las grandes habilidades de Javier Marías reside en mezclar ficción y realidad. Por eso se lo considera un verdadero maestro de una escuela bautizada con el espantoso nombre de “hibridismo genérico”. En Todas las almas (1988), por ejemplo, se mezcla y confunde más de lo aconsejable con un profesor español que dicta clases en Harvard, mientras que diez años después, en Negra espalda del tiempo, Marías sale a explicar, de alguna manera, todos los equívocos que había generado aquella novela; además de incluir la historia del Reino de Redonda –un chiste entre la patafísica y Bloomsbury–, del que el escritor acababa de asumir como soberano con el nombre de Xavier I.

Pero la prueba de su maestría en este terreno radica, en realidad, en la abundancia de referencias literarias y hasta cinematográficas que pueblan sus historias. Lejos de servir como adorno, se meten en el hueso de la trama, dando la impresión de que fueron escritas sólo para que él las tomara en cuenta: en este caso, una de las frases más enigmáticas de Macbeth, lo primero que dice el rey al enterarse de la muerte de su esposa, “debería haber muerto de acá en adelante”; la glosa de El coronel Chabert de Balzac, una historia fantástica pero real sobre aparecidos; y una cita implícita, invisible y también tanática, pero más latente que todas las demás: Hamlet.

María Dolz trabaja en una editorial y cada mañana ve en el bar donde desayuna a una pareja que le cae bien: los admira, le hacen creer en el amor. Son su fetiche del día. Hasta que desaparecen y se entera por los diarios de que él, Miguel Desvern, fue salvajemente asesinado por un mendigo que le asestó, sin motivo aparente, 16 puñaladas (exactamente la edad que tenía la esposa de Athos al ser atacada por el futuro mosquetero). Lo paradójico es que, a partir de ese asesinato, empieza a involucrarse aun más que antes con el mundo de esa pareja, con la viuda, pero también con el mejor amigo del difunto, un hombre enigmático y seductor que sabe más acerca de esa muerte, y está secretamente enamorado de la viuda.

Luego de haber dado a luz Tu rostro mañana, su obra más ambiciosa, una trilogía que marcó un antes y un después en su carrera de por sí marcada, Javier Marías volvió con una novela que mira más hacia atrás que hacia delante, una obra que reflexiona más de lo que actúa: un libro notable sobre las atrocidades que suelen cometerse en nombre del amor. O un libro hermoso sobre esos enamoramientos excepcionales que justifican cualquier acto.

JUAN PABLO BERTAZZA

Página 12 (Argentina), 22 de mayo de 2011

Javier Marías en Sevilla

Javier Marías presentará en la Feria del Libro de Sevilla su última novela Los enamoramientos. El acto, organizado por el Centro Andaluz de las Letras en el marco del ciclo Letras capitales, se celebrará el lunes 23 a las 20:30 horas en la carpa central de la Feria. La presentación correrá a cargo del periodista de Canal Sur Jesús Vigorra.

Además de entrevistas con la prensa escrita, grabará entrevistas: con el periodista Manuel Pedraz. para el programa Historias de papel de RNE, con Jesús Vigorra para el programa de Canal Sur Radio El Público, y con Miguel Chaparro para el programa Al Sur de Canal Sur TV.

LA ZONA FANTASMA. 22 de mayo de 2011. Esas opiniones tan raudas

Francamente, a mí me asombra -y me da muy mala espina- la inmediata seguridad con que la mayoría de nuestros opinadores profesionales, columnistas, tertulianos, analistas, «especialistas», se pronuncian ante cualquier acontecimiento que ocurra en el mundo. Aunque pille por total sorpresa, da la impresión de que ellos no sólo lo tuvieran previsto, sino que además le hubieran dedicado de antemano jornadas completas de reflexión. Hace poco, tras el terremoto y el tsunami del Japón y su afectación a la central nuclear de Fukushima, las televisiones, radios y diarios se llenaron al instante de supuestos expertos en todo ello, que hablaban con soltura del «reactor número 4, que es el peligroso», o del plutonio y el uranio, como si llevaran toda una vida estudiando sobre el asunto; y no sólo eso, sino que pontificaban con voz engolada o solemne sobre lo que debía hacerse con la energía nuclear, así en general, en el planeta entero. No hace falta decir que a casi todos se les notaba, al primer vistazo, que no tenían la menor idea de nada, que se habían apresurado a tomar cuatro datos de Wikipedia y otros cuatro de lo que iban publicando los periódicos más serios, y que con eso -santo cielo- se habían formado sin demora una opinión bien contundente. A la gran mayoría, qué quieren, se les nota a la legua que tan sólo son una pandilla de farsantes. Y cuanto más claras aseguran tener las cosas, más farsantes y cantamañanas parecen.

Lo mismo ha sucedido con el asesinato, ejecución o simple apiolamiento de Bin Laden. Aquí no se trataba tanto de poseer conocimientos científicos cuanto de condenar o aplaudir la operación, en función de su carácter «ético», «legítimo» o «moral». No me parece un asunto fácil de dirimir. Se ha contado que el propio Presidente Obama dedicó dieciséis horas a meditar, antes de tomar su decisión, quizá imitando una vez más a su modelo el Presidente Bartlet, encarnado por el actor Martin Sheen en El ala oeste de la Casa Blanca, que de hecho dedicó mucho más tiempo -varios capítulos de esa magnífica serie- a dilucidar una cuestión semejante, a saber, si daba o no la orden de cargarse a un ministro de un país árabe, de cuyo apoyo y financiación de actos terroristas había plena constancia. A Bartlet le repugnaba obrar al margen de la ley, pero sabía que con la eliminación de aquel ministro estaría salvando muchas vidas de compatriotas. La serie mostraba la complejidad del dilema, y cuando Bartlet por fin daba la orden, lo hacía sin la menor certeza de estar siendo justo, violentándose a sí mismo y con la conciencia de que nunca estaría en paz con esa acción suya, de que siempre conviviría con ese peso y ese pesar. A nuestros tertulianos y analistas, a nuestros políticos y a no pocos ciudadanos que han expresado su veloz opinión en las redes sociales y en cartas a la prensa, no les ha llevado ni diez minutos ver la cuestión con meridiana claridad y pronunciarse al respecto, sea para aprobar o reprobar la operación llevada a cabo por los SEALs en Abbottabad.

No he visto a nadie decir: «No lo tengo claro»; o «He de reflexionar sobre ello, tal vez durante muchos días, y aun así es posible que no llegue a una conclusión»; o «El asunto es complejo, carezco de una opinión formada». No. Todo el mundo aquí la tiene, a los treinta segundos de enterarse de la noticia. Supongo que también la habrían tenido, de haber vivido entonces, sobre la tentativa de ¿asesinato? ¿ejecución extrajudicial? que llevaron a cabo unos cuantos oficiales alemanes contra Hitler en 1944, con Von Stauffenberg a la cabeza, y de la que supongo enterados a muchos lectores tras las películas de Pabst, Hathaway y más recientemente Tom Cruise (no recuerdo el director), que interpretó al propio Stauffenberg con su parche en el ojo. El ejército alemán de la época, como es lógico, consideró altos traidores a los conspiradores y los fusiló de inmediato. Hoy se los tiene por héroes, hasta en su propio país, como quizá se tendría por héroe a quien hubiera logrado cargarse a Franco durante su larguísima y sanguinaria dictadura. Aunque no faltaría gente que les reprochara, a ese «héroe» inexistente y a Stauffenberg, no haber llamado educadamente a las respectivas puertas de Franco y Hitler y, tras preguntar «¿Se puede?», no haber procedido a relevarlos del mando y arrestarlos, no sin leerles antes sus derechos cumplidamente. No sé. En 1998 cité de un libro extraordinario que hasta 2009 no ha podido leerse en español: Diario de un desesperado, de Friedrich Reck, un caballero prusiano, conservador y civilizado, que acabó muriendo en 1945 de un tiro en la nuca en el campo de concentración de Dachau. En 1936 contó cómo cuatro años antes había coincidido con Hitler en un restaurante muniqués, solo y sin sus acostumbrados guardaespaldas, pues éste ya era entonces una celebridad. Como las calles eran poco seguras, Reck llevaba siempre una pistola cargada. «En el restaurante casi desierto», dice el autor, «podría haberle disparado con facilidad. De haber tenido la menor idea del papel que esa inmundicia iba a desempeñar, y de los años de sufrimiento que iba a infligirnos, lo habría hecho sin pensarlo dos veces. Pero lo vi como a un personaje salido de una tira cómica, y así no le disparé». De su Diario se desprende que Reck no era mala persona ni un asesino, y aun así, tres años antes de que se iniciaran la Segunda Guerra Mundial y sus atrocidades, ya escribe: «Lo habría hecho sin pensarlo dos veces». Yo no soy hoy capaz de pronunciarme sobre lo sucedido con Bin Laden, de cuyos crímenes hay plena constancia, y puede que no lo sea jamás. Por eso me asombra tanto -y me da tan mala espina- que en España todo el mundo tenga tan clarísima su opinión, a favor o en contra, tanto da.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 22 de mayo de 2011

Una crítica incompleta: Las nuevas relaciones peligrosas

Desvelar el desenlace de antemano es una costumbre en las novelas de Javier Marías (Madrid, 1951) y el cadáver apuñalado que se desploma en el primer párrafo de Los enamoramientos no la altera. La razón es que en su literatura no importa tanto la anécdota sino cómo se la cuenta. Y qué más perspicaz para sosegar impaciencias y afinar la escucha del lector que remontar una historia de la que se conoce el final. De esto último se ocupa María Dolz, aprendiz de editora […]

Si bien es evidente que Los enamoramientos no es una ficción autobiográfica, también es cierto que -parafraseando al mismo Marías en relación con el «caballero español» de Todas las almas, otra de sus novelas- casi todos sus protagonistas son «quien él pudo ser pero no fue». Y María Dolz es la voz de la que aquí se sirve el autor para denunciar ciertos usos y costumbres del presente: la facilidad confianzuda con que el tuteo se hace extensivo a todo el género humano, las «modas que nacen caducas» y marcan el estilo de los «desharrapados tiempos intelectuales». O cuestiones menos frívolas como «esa manía actual de la prensa de no ahorrarle al espectador las imágenes más brutales», o la instintiva predilección de editores y lectores por cualquier mediocre autor contemporáneo por sobre los clásicos. Pero sería falso pensar que el ya no tan «joven» Marías -adjetivo afectuoso que Juan Benet anteponía a su apellido para diferenciarlo del padre, el filósofo Julián Marías- quisiera hacerse viejo de repente para constatar que todo tiempo pasado fue mejor. Marías es un hombre de su tiempo (¿para qué si no oficiar de articulista crónico y comprometido en la prensa de su país?) que corteja la incomodidad y que, al igual que su protagonista, se contenta con esos avatares que ya a nadie le importan, como el valor que todavía tiene una definición de un diccionario de 1611: «Es desolador que algunas cosas no cambien nunca en esencia, aunque también es reconfortante que algo persista».

Pese a pertenecer al género femenino, una rareza dentro del conjunto de los narradores de sus novelas, María Dolz no es una excepción: lee del francés y del inglés, es experta en descifrar a los demás, curiosa al punto de preguntarse cómo es que hace un desconocido para afeitarse tan bien el hoyuelo de la barbilla y propensa a la digresión sin fin. Reflexionar, argumentar y hasta divagar. Para Marías, todo ejercicio mental es lícito a la hora de lucir su retórica pulida y persuasiva: frases largas escandidas por la vacilación y enumeraciones profusas que no temen repetirse ni escatiman en conjunciones para describir los zigzagueos de la memoria.

Dentro de la obra de este escritor de prosa proustiana, la discusión alrededor del lenguaje es una constante. Sus personajes, generalmente cultos, siempre están dispuestos a bucear en una etimología, detectar la inexactitud de una traducción o consultar un diccionario confiable para verificar el alcance de un vocablo, como hace Luisa, profesora de filología inglesa y viuda del muerto, al leer en el Covarrubias parte de la definición de «envidia»: «Lo peor es que este veneno suele engendrarse en los pechos de los que nos son más amigos, y nosotros los tenemos por tales fiándonos de ellos; y son más perjudiciales que los enemigos declarados». […]  Otra práctica corriente en la personal literatura del autor de Negra espalda del tiempo es el diálogo con la cita shakesperiana, que cuando no titula libros es empleada a modo de ritornelo. Tal es aquí el caso de «She should have died hereafter» o «debería haber muerto a partir de ahora», la enigmática respuesta dada por Macbeth ante el anuncio de la muerte de su esposa.

Sin embargo, en Los enamoramientos , el anglófilo empedernido que es Javier Marías opta por que sus personajes conversen con la literatura francesa. Los tres mosqueteros de Dumas, por un lado, pero sobre todo  El coronel Chabert  de Balzac son las novelas elegidas para demostrar la inconveniencia del regreso de los muertos (o, más exactamente, de aquellos que la sociedad había dado por muertos) a la vida. Una coartada de Díaz-Varela un tanto rebuscada para justificar su deseo de que Luisa destierre cuanto antes el recuerdo de su marido.

Muy en las antípodas de lo que un título como Los enamoramientos promete -un arco de variables que abarca desde los sentimientos elevados hasta los más cursis- las ideas de María Dolz acerca de la pareja son absolutamente pragmáticas y vacías de romanticismo: «No podemos pretender ser los primeros, o los preferidos, sólo somos lo que está disponible, los restos, las sobras, los supervivientes, lo que va quedando, los saldos». Tampoco su amante Díaz-Varela insufla ninguna cuota de optimismo cuando se reconoce vulnerable respecto de Luisa, o bien víctima de lo que él entiende por enamoramiento («sentir verdadera debilidad por alguien, y que nos la produzca, que nos haga débiles») para justificar la planificación del asesinato de su amigo. Se trata, sin duda, de un libro plagado de contradicciones morales y «algo sombrío», según admitió en una entrevista el propio Marías, en el cual el que mata no recibe castigo y la que calla se convence de estar haciendo lo correcto.

El humor con el que se busca desmitificar el mundillo editorial y del que, puede adivinarse, ni siquiera se salva el propio Marías («Todavía hay algún pirado que sigue utilizando la máquina de escribir y al que después hay que escanearle los textos, cuando se los entrega»), así como las hilarantes observaciones que se disparan sobre ciertos autores presumidos que se creen los futuros destinatarios del Nobel, inútiles hasta para combinar sus mocasines con un par de medias de rombos, o miserables al extremo de cargar con ropa sucia a los coloquios para hacérsela lavar en el hotel y después pasar la factura, no alcanza para contrarrestar la profunda desesperanza que corroe el núcleo de Los enamoramientos . Un libro lúcido basado en la certeza de que, en el reino del revés en que vivimos, la delación tiene mala prensa y «la impunidad es tan abarcable, tan antigua y ancha que hasta cierto punto nos da lo mismo que se le añada un milímetro más».

Pese a este final clausurado por la idea de que en toda sociedad la justicia es una batalla perdida, la narradora se permite una fantasía de último momento. […] Pero en el fondo María Dolz sabe que esto no es más que abrir el juego en vano, engañarse a sí misma por el compulsivo placer de seguir especulando hasta el final. Y en esta actitud la narradora una vez más recuerda al propio Marías, o al menos al escritor maduro que aún hoy conserva en su interior algo de aquel niño que, cuando discutía con su padre y creía haber pronunciado un razonamiento ejemplar, terminaba por sentirse en falta no bien el filósofo Julián Marías le retrucaba: «Ya, ¿y qué más?», como si recién acabara de empezar y siempre hubiera tiempo para seguir pensando.

DÉBORA VÁZQUEZ

La Nación (Argentina), 20 de mayo de 2011

[Hemos preferido no incluir los párrafos que revelan el desenlace de la novela]

Javier Marías en La Feria del libro de Madrid

Foto. Kiko Huesca

Javier Marías estará los tres fines de semana en la Feria:

El domingo, 29 de mayo, por la mañana (12 a 14 horas) en la caseta nº 244 de la Librería Visor.

El sábado, 4 de junio, por la tarde (19 a 21 horas) en la caseta nº 191 de la Librería Méndez.

El domingo, 5 junio, por la mañana (12 a 14 horas), repite en la caseta nº 191 de la Librería Méndez.

El sábado, 11 junio, por la tarde (19 a 21 horas), en la caseta nº 349 de El Corte Inglés.

El domingo, 12 de junio, por la mañana (12 a 14 horas), en la caseta nº 97 de la Librería Rafael Alberti.

DEBOLS!LLO: Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrás

AQUELLA MITAD DE MI TIEMPO. AL MIRAR ATRÁS

JAVIER MARÍAS

Prólogo de Miguel Marías

Presentación de Javier Marías

Edición de Inés Blanca

Debols!llo, mayo de 2011

A lo largo de estas páginas, que recogen los artículos más personales del autor y una larga entrevista concedida a The Paris Review, Javier Marías repasa los años de su infancia, los recuerdos familiares, sus primeros pasos en la literatura, sus maestros dentro y fuera de los libros, amén de un emotivo apartado dedicado a los que ya no están. También tienen cabida aquí aspectos de su trayectoria de carácter más curioso, como, por ejemplo, la explicación de cómo llegó a ser monarca del curioso Reino de Redonda.

LA ZONA FANTASMA. 15 de mayo de 2011. Un chamán de feria

Por poner un ejemplo ya lejano pero no antediluviano: 7 de junio de 1992. Última jornada de Liga. Tenerife-Real Madrid. Si éste gana, se proclama campeón. Si pierde y el Barça vence, será este equipo el que se lleve el título. Con 1-2 en el marcador, el Madrid marca un gol legal, que habría sido casi definitivo. El árbitro lo anula, por inexistente fuera de juego. Continúa el encuentro, el Madrid se mete dos goles en propia puerta (o uno y medio), la cosa acaba 3-2 y el campeonato vuela a Barcelona. Hoy se habría armado un escándalo. Entonces casi nadie mencionó el gol invalidado ni el Madrid se quejó. Reconoció haberse «suicidado» en el segundo tiempo. Este partido fue además transcendental para la historia: el Barça se sacudió muchos de sus complejos, empezó a quitarse su ancestral disfraz de víctima e inició su mejor época, que se prolonga hasta hoy.

A los madridistas verdaderos nos pareció lo normal la actitud del club. El Madrid no se quejaba bajo ningún concepto. Si se le anulaba un gol injustamente, era un lance o un azar del juego y había que meter otro, eso era todo. Lo mismo en lo que respectaba a penalties pitados o no pitados, a expulsiones rigurosas o injustificadas, a lesiones de jugadores fundamentales. El Madrid seguía atacando con diez o con nueve, no se daba por vencido, casi ni admitía un empate, sobre todo en su propio feudo. Sus entrenadores podían tener más o menos talento, pero solían saber dónde estaban y eran educados. Aquí no se buscan excusas, aquí no se protesta, se acepta la derrota cuando el otro ha sido mejor o la suerte no ha acompañado, se intenta el triunfo siempre, aunque se corra el riesgo de salir goleado; aquí nunca se siente uno vencido de antemano. Un entrenador fue destituido porque, tras perder 6-1, creo, en la Copa, declaró que no intentaría salvar la eliminatoria. Si no recuerdo mal, en la vuelta el Madrid, gracias al espíritu de sus jugadores, ganó 4-0 y se quedó a un solo gol de coronar la hazaña. Ese ha sido mi Real Madrid desde que tengo memoria futbolística, y ya van cincuenta años. Aquí, además, se juega bien y con limpieza y generosidad. No toleramos cicaterías ni especulaciones mezquinas ni pelotazos. Hemos visto a Di Stéfano, a Puskas y a Gento; a Velázquez y a Pirri; a Netzer y a Santillana; a Míchel, a Butragueño y a Martín Vázquez; a Laudrup, a Zidane; a Raúl y a Guti hasta el curso pasado. Florentino Pérez tiene cuatro años más que yo. Ha asistido a lo mismo. Será un lince para sus negocios, qué duda cabe, pero está demostrando ser un hombre poco inteligente, para haberse entregado a un chamán de feria como Mourinho, alguien mucho menos inteligente aún que él. Un individuo que no sabe de fútbol y al que el Madrid le trae sin cuidado, que no tiene reparo en traicionar su centenaria tradición y en arrojar sobre él una mancha que se hará difícil borrar. Su Madrid es un equipo con buenos jugadores a los que manda jugar feo y mal; con excelentes atacantes a los que, en los partidos cruciales, no permite atacar; con futbolistas honrados -la mayoría- a los que obliga a comportarse deshonesta o brutalmente en el césped, como si estuvieran en los más broncos Sevilla, Valencia o Atlético de Madrid de sus respectivas historias; a los que, con su resentimiento infinito y notorio y su poder casi absoluto, mantiene bajo un reinado de terror (no sé en qué desacato incurrieron, pero de Pedro León no se ha vuelto a saber, de Canales apenas).

Hace ya muchos meses escribí aquí un artículo, «El triste lo contamina todo”, referido a Mourinho. Me costó un aluvión de reproches de madridistas -me temo- «advenedizos» o fanatizados, que desconocen la trayectoria del club o que lo apoyarían aunque a su frente estuviera Himmler redivivo. En todos los equipos hay gente así: yo me preguntaba cómo amigos míos del Atleti no se daban de baja mientras lo gobernaba Gil y Gil; cómo otros del Barça no desertaban, sólo fuera transitoriamente, con Gaspart de Presidente o Van Gaal de entrenador. Es difícil, casi imposible, ya lo advirtió Vázquez Montalbán: la única fidelidad segura, de la infancia a la tumba, es la futbolera. Escribo esto cuando ya sólo falta el último de los cuatro Barça-Madrid encadenados, del que no espero nada. Porque lo que no puede ser es que el propio equipo dé vergüenza, en el campo y fuera de él: se le toleran el juego pobre y el escaso acierto, los entrenadores rácanos como Capello o Juande Ramos, aun los Presidentes delincuentes, porque éstos, al fin y al cabo, quedan lejos de la hierba y del vestuario. Pero no un entrenador omnipotente, omnipresente y malasangre, un quejica que acusa a otros siempre, un individuo dictatorial, ensuciador y enredador, soporífero en sus declaraciones, nada inteligente, mal ganador y mal perdedor, y que, como dijo Di Stéfano, hace que el Madrid juegue «como un ratón» mientras el Barça juega «como un león». El Madrid no ha sido nunca sino el mayor león. Como tal ha de morir, si es eso lo que le toca ahora. Mourinho ha logrado amargarme hasta las victorias: en la Final de Copa (no se olvide, un trofeo al alcance del Mallorca o el Getafe), me alegré durante treinta segundos del gol de Cristiano -la costumbre de toda una vida-. A continuación pensé: «Pero si esto acaba así, nos toca Mourinho para rato», y el contento se me evaporó. No creo que lo logre, pero, si él se prolonga aquí, tendré que probar a hacerme provisionalmente de otro equipo. Dudo entre el Athlétic de Bilbao, la Real Sociedad y -lo inimaginable- el Atlético de Madrid. Quién me iba a decir que a mi edad tendría que plantearme tan antinatural posibilidad, por culpa del catoliquísimo ídolo de Esperanza Aguirre. No, si Dios los cría y ellos se juntan, debería haberme acordado.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 15 de mayo de 2011

Un thriller sentimental 

Foto. B Doral/Elle

Decía Juan Benet, maestro reconocido por Javier Marías (Madrid, 1951), que lo más sencillo era escribir una novela con argumento, que el punto y la fineza del negocio radicaba en hacerlo sin argumento. Tan aparente extravagancia ocultaba una verdad que afecta al estilo literario: es fácil escribir una historia basándose en hechos conmovedores, fabulosos, sorprendentes; no tanto apoyado el autor en una trama mínima a la que sepa sacar todo el jugo posible. Hay, pues, novelas para leer y novelas para saber quién es el malo. Lo primero parece haber sido el propósito de nuestro autor con Los enamoramientos: una narradora que interviene en la acción, un asesinato, el protagonista masculino y unos pocos secundarios. Nada más. A partir de ahí, vueltas y vueltas de tuerca al enamoramiento, al amor, a las lealtades, a las decisiones tomadas y por tomar, a los sentimientos racionalizados, a la razón sentimental. Aunque hay giro final sorprendente (puede abordarse esta novela como un thriller), poco importa en sí: lo notorio es el lenguaje, es la escritura, es el estilo al servicio de tan eternos temas.

Tras el prolongado esfuerzo de Tu rostro mañana, da Marías la voz a una mujer joven que trabaja en una editorial. Es una mirona del comportamiento ajeno, una escuchadora de conversaciones, que traba conocimiento con un matrimonio al que observa y con un par de amigos de la misma. Uno de ellos es el muy real profesor Francisco Rico, habitual y jugoso secundario de otras obras del autor, y Javier el otro, el que se convertirá en eje de la trama. Muerto por mano violenta el marido, la narradora, María, y Javier son presa de enamoramiento, por decirlo así (véanse las páginas 307 y 308 para aclarar el concepto y el título), lo que le permitirá a ella ir conociendo qué ocurrió en realidad con el crimen de Miguel Desvern, quién lo dispuso, qué tuvo que ver en el mismo el taimado Ruibérriz. La novela se trufa con una larga explicación de una «nouvelle» de Balzac, casi un comentario de texto sobre la misma, titulada El coronel Chabert, la historia de un militar dado por muerto sin estarlo y cuya vuelta a su familia y a su círculo no convoca más que problemas. El porqué de usar Marías la novelita balzaquiana -y hago todo lo posible para no ser «espoiler», aguafiestas que desvela la intriga- estaría en especular sobre las personas que bien están muertas una vez que se les tiene por tales, se les llora y se pasa el duelo. Su retorno sería un engorro para los vivos, máxime cuando uno dispone lo necesario para desaparecer, como dicen que hizo el Conde de Villamediana al planificar su propio asesinato.

Aun así, lo dicho no da para 400 páginas y si lo diese sin alto estilo sería la novela un tostón. Empero Marías es ya dueño de un alto estilo -demorado, largo-, que nos agarra a la frase, al párrafo, para, por ejemplo, afilar cualquier opinión (no necesariamente suya, no confundamos, son sus personajes quienes hablan): «Muchas mujeres tendemos a ser optimistas y en el fondo engreídas, más profundamente que los hombres, que en el terreno amoroso lo son sólo pasajeramente, se olvidan de seguirlo siendo: pensamos que ya cambiarán de actitud o de convicciones, que descubrirán paulatinamente que sin nosotras no pueden pasarse, que seremos la excepción en sus vidas o las visitas que al final se quedan, que acabarán por hartarse de esas otras invisibles mujeres que empezamos a dudar que existan y preferimos pensar que no existen, según vamos repitiendo con ellos y más los vamos queriendo a pesar nuestro; que seremos las elegidas si tenemos el aguante para permanecer a su lado sin apenas queja ni insistencia» (149). O desarrollar con calma una sentencia: «La espera es acumulativa para con lo esperado, lo solidifica y lo vuelve pétreo, y entonces nos resistimos a reconocer que hemos malgastado años aguardando una señal que cuando por fin se produce ya no nos tienta, o nos da infinita pereza acudir a su llamada tardía de la que ahora desconfiamos, quizá porque no nos conviene movernos» (186). O recrearse en el párrafo largo: «Vamos aprendiendo que lo que nos pareció gravísimo llegará un día en que nos resulte neutro, sólo un hecho, sólo un dato. Que la persona sin la que no podíamos estar y por la que no dormíamos, sin la que no concebíamos nuestra existencia, de cuyas palabras y de cuya presencia dependíamos día tras día, llegará un momento en que ni siquiera nos ocupará un pensamiento, y cuando nos lo ocupe, de tarde en tarde, será para un encogimiento de hombros, y a lo más que alcanzará ese pensamienro será a preguntarse un segundo: «¿Qué se habrá hecho de ella?», sin preocupación ninguna, sin curiosidad siquiera» (143-144).

Una novela, como se ve, para leerla, no para usarla como medio, un thriller sentimental espléndido, con partes de descarga que tanto agradece el lector apresurado: las frases del profesor Rico, la tremenda historia tomada de Los tres mosqueteros (266), y, sobre todo, los descacharrantes momentos en que María habla con los escritores de su editorial, con Cortezo o con Garay Fontina, un par de imbéciles a los que no resultaría difícil encontrar su paralelo real entre la fauna del gremio.

FRANCISCO GARCÍA PÉREZ

La Nueva España, 12 de mayo de 2011

EN EL REINO DE MARÍAS

 

Tras abordar en su nueva novela los pros y los contras de los sentimientos, Javier Marías, escritor de escritores, nos enamora en su casa. En su mundo.

Vive en plena Plaza de la Vi­lla, el corazón más bello del Madrid medieval. Desde una tercera planta con bal­cones ha hecho latir su esperada novela, Los enamoramientos (Alfaguara). Una nueva obra maestra que bombea luz so­bre las sombras del amor. Javier Marías, uno de los escritores más importantes de este siglo, no suele dar entrevistas. Ésta es un privilegio, más aún si nos recibe en su reino. Un gran piso empapelado de libros y atravesado por cosas diminutas, tan ex­quisitas como cargadas de sentido. Aquí reside el académico de la Lengua que es­cribe con máquina eléctrica y envía sus brillantes artículos para El País Semanal todavía por fax. Aquí también descansa del genio el hombre que usa lentillas, fuma R1, le espanta verse en una foto, bebe Coca-Cola Light y está enamorado.

Por curiosidad, ¿cuántos libros hay aquí?

Unos veinte mil.

¡Veinte mil!

Es que tengo otro piso abajo que utilizo sólo como biblioteca, allí recibo cuando vienen invitados y me encierro a escribir si no quiero que me molesten… porque nadie sabe el número de teléfono.

Es curioso, pero vives frente a una de las plazas más turísticas de Madrid, ¿cómo llevas tanto jaleo a la hora de escribir?

Antes mal, sobre todo porque estaban las oficinas del Ayuntamiento. Sin embargo ahora sólo vienen manifestantes una vez a la semana, cuando hay pleno. Entonces tengo que dejar de escribir por unas ho­ras, pero la verdad es que vivir en la Plaza de la Villa es una delicia. Para mí es de las más agradables. Esta casa la ocupaba antes Javier Gurruchaga y, a través de un amigo común, cuando él la dejó, tuve la suerte de. cogerla. Llevo aquí ya 15 años.

Y de aquí ha salido tu nueva novela, Los enamoramientos. En cierta ocasión leí que decías: «No releo nunca lo que escribo hasta al final. Entonces, ya no hay vuelta atrás; o lo meto en un cajón, o lo publico». No me imagino una novela tuya en un cajón de esta casa…

No te creas, en este caso no la he metido en el cajón, aunque la cosa ha estado más dudosa de hacerla que otras veces. Tra­bajo siempre con mucha inseguridad.

¿Cómo se puede tener inseguridad tras 40 años de oficio y ser el escritor español más premiado internacionalmente?

Publiqué mi primera novela con 19 años. Toda esa veteranía me ha servido para aprender una cosa: al escribir, como en cualquier tipo de trabajo artístico, se gana muy poca seguridad. Lo cual es un poco desesperante. Y te confieso que en este caso la inseguridad ha sido mayor, porque era la primera novela después de Tu rostro mañana, que fueron tres vo­lúmenes, 1.600 páginas y ocho años de trabajo. Mi libro con mayor ambición literaria. Tanto, que cuando lo terminé pensé que nunca más iba a escribir. Así que cuando comencé Los enamoramien­tos lo hice como si volviese a empezar. Fíjate que a la primera persona que se lo dejé leer le pregunté: «Pero, entonces, ¿tú lo ves publicable?» (risas). «Sería un pecado no publicarlo», me dijo.

¿Cuál fue el primer latido de esta novela?

A mí me sucede mucho que tengo una idea inicial para un libro y, tras buscar un itinerario para llegar hasta ella, lue­go no queda como la principal. En este caso, el primer latido fue una pregunta: ¿se puede seguir al lado de una persona a sabiendas de que ha hecho algo espan­toso que además ha repercutido indirec­tamente en tu vida?

¿Y… ?

Todo el mundo quiere enamorarse, es un tipo de sentimiento apreciado, positivo. Aunque puede sacar lo peor de las perso­nas. Y el que está al lado puede consen­tir algo que de ninguna manera dejaría pasar si no mediase ese sentimiento. Yo he visto, incluso he experimentado cosas magníficas, pero también muy desolado­ras en el terreno del amor.

El filósofo y psicólogo Erich Fromm dice que «uno empieza a amar cuando deja de enamorarse», ¿estás de acuerdo?

Para mí el enamoramiento es un estado, no un proceso. La gente confunde el enamoramiento con la pasión, con el momento de la ilusión. Yo pienso que es posible estar profundamente enamorado después de los años. Obviamente, tras una década no vas a estar mirándote a los ojos todo el día y sin salir de la cama. Pero dos personas pueden tener la  plena conciencia de estar enamorados a pesar del tiempo, y creo que es precisa­mente por esa lucidez, y no por un des­varío, por lo que se está dispuesto a pasar por cosas que normalmente no tolerarías. Aunque sean atroces. Entonces, cabe pre­guntarse: ¿hasta qué punto se debe callar aun a riesgo de dejar algo impune?

¿Hallaste la respuesta después de escribir?

No. Sigo sin tenerla. Pero no escribo para encontrar respuestas, ni creo en las nove­las que lo hacen. Faulkner decía que la literatura logra lo mismo que una pobre cerilla que se enciende en mitad de la noche, en mitad de un campo. No sirve para iluminar nada, solamente para ver cuánta oscuridad hay a nuestro alrededor y lo poco claras que tenemos tantas cosas.

Llevas encendiendo cerillas en 19 libros y un sinfín de artículos. ¿Cómo convives con el paso del tiempo?

Pues depende del día. Cuando frecuen­tas a las mismas personas o vives en un mismo lugar conservas una sensación de presente prolongado. Pero si cambias de casa o te separas se produce un quiebro en la continuidad que abre un nuevo pre­sente y te hace sentir el peso del tiempo. En mi caso, con eso tengo un cier­to espejismo, por­que hay algunas cosas de mi vida que siempre se han mantenido parecidas.

¿Cuáles?

He publicado una media de un libro cada tres años, no he tenido hijos, algo que te hace ver pasar los días, y luego, claro, está el hecho de vivir solo. Así que me creo que soy bastante el mismo que hace veinticinco años. Pero quizás en esto me engañe un poco.

¿Nunca has vivido en pareja?

Siempre he tenido pareja, pero casi nun­ca he vivido con ellas. Incluso la actual está en otra ciudad.

¿Y has echado de menos tener hijos?

No. No especialmente. La parte del afec­to lo pongo en sobrinos o hijos de amigos.

Hay cosas que sí cambian. Tus narra­dores siempre han sido masculinos, pero en tu nueva novela es una mujer. ¿Cómo te has sen­tido dentro de una voz femenina?

No he notado tanta diferencia. Esta idea de que las mujeres tienen una psicolo­gía determinada me parece una tontería machista. Hay tantas mujeres dis­tintas entre sí como hombres distintos entre sí, si es que no más. Y también hay muchas mujeres que no tienen nin­gún tipo de afinidad con otras.

Con quien compartes afinidades, y espacio en la Real Academia, es con tu amigo Arturo Pérez-Reverte…

Es una amistad curiosa porque somos dos escritores muy diferentes. Es posi­ble que mis libros no sean los que más le gusten a Arturo. Pero yo admiro mucho lo que no sé hacer, por eso tengo fascina­ción por lo que él escribe y creo que además lo hace extraordinariamente bien. Disfruto mucho con todos sus libros. Y luego con Arturo me pasa que somos del mismo año: del 51. Sólo le llevo un par de meses. Él es de noviembre y yo soy de septiembre. No diré que es una persona de cuya incondicionalidad o lealtad esté completamente seguro, porque de eso no se puede estar seguro con nadie, pero sí que Arturo es una de esas personas con las que uno sabe que puede caminar por cualquier territorio. En cambio con otras, ni cruzar la calle.

Arturo me dijo que eras un «psicópata» en cuanto a coleccionar soldaditos de plomo. ¿De dónde surge esa afición?

Creo que para mí son una manera in­consciente de tener una representación de eso a lo que nos dedicamos los nove­listas, que es manejar figuras a las que les hacemos hacer y padecer cosas.

GEMA VEIGA

FOTOS: BERNARDO DORAL

Elle, mayo de 2011

5 reseñas de Los enamoramientos

Foto. Elliot Erwitt

Los enamoramientos, de Javier Marías

El autor español vuelve a entregarnos una obra que profundiza en las dudas más recónditas del ser humano.

¿Hasta dónde se puede llegar en el amor? Esta es la pregunta que sobrevuela la nueva novela del español Javier Marías, Los enamoramientos (Alfaguara). Como ya nos tiene acostumbrados, Marías nos entrega otra obra íntegra, sólida y que se mete con las complejidades de las relaciones humanas. Los enamoramientos es, a todas luces, más que una novela.

Es una búsqueda de respuestas, porque, justamente, deja al lector lleno de preguntas sobre eso tan difícil de definir y que ha colmado de páginas la literatura universal. Con simpleza en la construcción de la trama y con el cuidado permanente en la estructura integral de la obra, Marías recurre a una historia con pocos protagonistas (a la postrer, serán sólo cuatro los intervinientes, además de dos esporádicos personajes) pero de una solidez literaria que atraviesa lo meramente narrativo para involucrarse en el planteamiento de temas universales que, como tales, dejan abiertos varios interrogantes.

ENAMORAMIENTO Y AMORES

María Dolz es secretaria en una editorial, una persona sola, tranquila, «prudente», como es catalogada por la pareja conformada por Miguel y Luisa. María y el matrimonio sólo se conocen de vista, por compartir el desayuno en el mismo lugar muchas veces durante varios años. La muerte repentina de Miguel en manos de un «gorrilla» (un cuidacoches) generará en María una extraña angustia que la llevará a establecer contacto con la viuda (luego de que esta regrese, tras el asesinato y cierto tiempo), a partir de lo cual se introducirá en una historia en la que sus sentimientos se pondrán en juego.

La trama de Los enamoramientos lleva a un diálogo entre las éticas y las morales a través de los tiempos, usando como referencia para esto grandes temas que han motivado a la humanidad desde tiempos inmemoriales. El amor, la muerte y la justicia son puestos bajo la lupa de los diálogos de los protagonistas, usando como referencia textos de Balzac y Dumas que sirven como disparadores para cuestionar tanto el presente como el pasado. Los enamoramientos propone una lectura que va más allá de una trama literaria, para llegar a las profundidades humanas. 

ALEJANDRO FRÍAS

El Sol (Argentina), 10 de mayo de 2011

Corazón tan negro

En las páginas de esta novela nada es lo que parece en un principio. Una muerte accidental puede ser un crimen premeditado o un extraño suicidio planeado con detalle. Los enamoramientos no es una historia sentimental como puede sugerir el título. En ella se indaga en los recovecos oscuros del corazón humano, en los que pueden ir enredados el amor y el crimen.

El crimen

La novela está estructurada en tres partes. […]

Una novela hablada

Los enamoramientos es una historia contada a tres voces: la de María Dolz, que conocía casualmente al muerto, porque coincidía con él desayunando en el bar, aunque nunca se dirigieron la palabra; la de su esposa Luisa, serena y turbada por la impotencia ante la muerte; y la del amigo de ambas, Díaz-Varela, que tiene diferentes caras en cada capítulo. Es una novela hablada. De una forma sintética, puede decirse que esta novela está compuesta por tres conversaciones largas. Se sustenta en el diálogo y en el estilo indirecto. Cada intervención de los personajes puede ocupar varias páginas. Porque esos diálogos son discursivos: están hechos mediante largas disertaciones, discursos sobre la muerte, sobre el azar, sobre el amor o el accidente imprevisto. Incorporan en varias secuencias reflexiones sobre la novela de Balzac El coronel Chabert, que acaba de publicarse en la editorial Reino de Redonda, que dirige Javier Marías; y sobre Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas.

La impunidad

En Los enamoramientos se reiteran temas que son característicos de la narrativa de Javier Marías: la traición, la culpa, la imposibilidad de conocer la verdad con certeza, el azar de «empezar un día como cualquier otro, sin tener la menor idea de que se te va a acabar la vida», la obligación de asumir la muerte como un hecho cotidiano: «luego pasan los días y los meses y los años y nos acomodamos» (pág. 161).

Aunque la novela se estructura en torno a la muerte de Miguel Deverne, que da lugar a una historia criminal, se impone en ella la discusión sobre esos temas planteados. Es una novela más ensayística que narrativa. Se permite alguna broma. Por ejemplo, la narradora trabaja en el mundo de la edición y su opinión sobre los escritores es poco condescendiente: «gente rara, la mayoría», dice de ellos; «Cortezo» llama a uno de los que publican en su editorial; y a otro, «el repelente Garay Fontina». Pero salvo un par de bromas, el libro es bastante pesimista y sombrío. Expone que el enamoramiento no es un estado tan maravilloso como se califica generalmente y que en su nombre se pueden cometer las mayores atrocidades. La novela observa con preocupación la sociedad actual, cada vez más aletargada ante la impunidad con la que se comenten crímenes y desmanes. Parte del hecho de que «el número de crímenes impunes supera con creces el de los castigados» (pág. 398).

Y al final, la narradora afirma sin matices: «Ya he dicho que la justicia y la injusticia me traían sin cuidado». La impunidad es una de las ideas que denuncia esta novela como uno de los síntomas más preocupantes de la sociedad actual.

Javier Marías

Este año se cumplen los cuarenta años desde que Javier Marías publicó su primera novela: Los dominios del lobo. Nació en Madrid en 1951, tiene sesenta años y es uno de los escritores más reconocidos internacionalmente. Ha publicado doce novelas, dos libros de cuentos, cuatro ensayos y once colecciones de artículos. Las tres últimas novelas las agrupó en una trilogía, con un título común: Tu rostro mañana. Javier Marías ha afirmado que al acabar ese proyecto dudó si escribiría más novelas, porque pensaba que «ya había dicho todo lo que tenía que decir en el campo de la novela». Los enamoramientoses su respuesta a esas dudas, cuatro años después de la publicación de la última entrega de Tu rostro mañana.

J. L. MARTÍN NOGALES

Diario de Navarra, 9 de mayo de 2011

Los amores difíciles de Javier Marías

Es difícil no rendirse a los pies de una escritura como esta si, como el que suscribe cree, detrás de ella se encuentra el mejor prosista español. Leo a Marías con el terrible prejuicio, con la expectativa malsana, de que hará llegar una vez más una obra maestra. Lo consigue otra vez. Los enamoramientos (Alfaguara) no defrauda, sino todo lo contrario.

María Dolz, quien nos cuenta en primera persona la trama, trabaja en una editorial. Desayuna en la misma cafetería todos los días donde contempla a una pareja, formado por Miguel y Luisa, que parecen perfectos, el uno para el otro. Un día dejan de venir. María se entera que el marido ha muerto asesinado en la calle. De repente ella se acerca a la viuda y entabla con ella una especie de amistad. Detrás de esta mujer estará el amigo del muerto, pieza clave para entender la desaparición del mismo.

Con las piezas de un thriller Marías hace un tratadao filosófico y psicológico del alma humana. Pocos personajes, mucha especulación, el ser humano moderno en carne viva. Imperdible.

GUILLERMO ROZ

Periodista digital, 9 de mayo de 2011

Los enamoramientos

Ojos de papel

Javier Marías: «Uno tiene que decidir cuáles son sus secretos»

Foto. Fernando Gómez

Hablar con Javier Marías es, como adentrarse en sus novelas, un ejercicio de reflexión. El escritor madrileño (1951), autor de una obra con un inequívoco sello personal, siembra dudas y obliga a hacerse preguntas a quienes lo siguen. En su última novela, Los enamoramientos, pone el foco sobre el azar de los emparejamientos y la debilidad incluso ética que padecen quienes aman, como si fueran víctimas de una enfermedad moral. Personajes que quieren saber pero que causan daño con ello, secretos ominosos que es mejor que lo sigan siendo, verdades que no deben repetirse para poder vivir. Todo ello está en su obra y de todo ello habla en una larga entrevista mantenida en Bilbao, donde esta semana ha recogido el premio Hotel Carlton-Argital.

– Al presentar el último volumen de su trilogía Tu rostro mañana anunció que quizá no volviera a la novela. No ha sido así. ¿Por qué?

– Después de ocho o nueve años de trabajo en esos tres libros, estaba exhausto en un doble sentido. Agotado por el esfuerzo y con la sensación de que en el campo de la ficción no tenía más cosas que contar. Pero luego pasó el tiempo y como por fortuna nunca se mete todo en una novela se me fueron ocurriendo cosas que cristalizaron en la escritura misma. Pero estuvo en un tris de quedarse en el cajón.

– ¿Qué sucedió?

– Me sentía inseguro. Incluso pedí una prórroga sobre el plazo que yo mismo había dado a mi editora, para decidir si lo publicaba. Al final, la di a leer a varias personas que me animaron a hacerlo y cambié alguna cosa. Pero podía no haber habido novela.

Los enamoramientos parece ir más en la línea Mañana en la batalla piensa en mí que en la de Tu rostro mañana.

– El proyecto de la trilogía es de los que solo se abordan una vez en la vida, por su longitud y su ambición. Desde luego, no creo que a mí me dé para otro similar. Yo pensaba que esta novela iba a ser menor por comparación, en el sentido de la ambición y en el de la extensión, aunque tiene 400 páginas. Pero parece que los lectores y la crítica la están apreciando. ¿En la línea de Mañana…? Pues no lo sé. No releo nunca mis novelas y la recuerdo ya bastante mal.

Los mitos del amor

– Vuelve a la novela después de esa advertencia y el resultado es derribar el mito de dos siglos de literatura romántica, pese al título.

– A la gente le gusta creer en esos mitos del romanticismo. Las parejas gustan de rastrear cómo se conocieron y piensan que hay predestinación en ello. Pero todo es casi como una rifa de feria al final del verano. En nuestras relaciones dependemos de cosas azarosas y de poca enjundia: quién está libre o abandonado en un momento preciso, por ejemplo. Salvo en los primeros amores, siempre estamos sustituyendo a otras personas o buscamos sustitutos. A veces, ni lo sabemos. Aunque eso no quita para estar verdaderamente enamorado.

– Acaba de hablar de saber y no saber. Uno de los grandes dilemas de sus novelas, también la última. ¿Es mejor saberlo todo o nos haría más felices ignorar algunas cosas?

– No he logrado dilucidarlo yo tampoco. Las cosas atroces da mucha rabia que no se sepan, sobre todo cuando uno las conoce y ve que otros fingen. He sentido mucha rabia al ver en la Transición a gente que decía que había vivido exiliada y yo sabía por mi padre que se habían ido porque les había surgido un contrato en una universidad extranjera o habían trabajado en una embajada al servicio del Gobierno de Franco. Creo que hay que contar la verdad pero no repetirla una y otra vez. Hacerlo solo trae más desdichas.

– ¿Desdichas para gente que no tiene culpa de nada?

– Puede ocurrir, sí. Puede suceder que indagar sobre algo sucedido, sobre algo que hizo una persona, termine dañando a otra que no tiene responsabilidad alguna. Pero es que ahora es eso lo que se lleva. La gente quiere saber, lo dice así. Hasta quiere saber lo que hacen los Servicios Secretos, cuyo trabajo es por definición eso, secreto, así que o no lo cuentan o mejor no tenemos ese servicio.

– A cambio, cada uno narra al mundo su vida a través de las redes sociales. ¿Quedarán secretos personales para construir literatura con ellos?

– Estamos radiando nuestra propia existencia. Lo que pasa es que no todo debe ser sabido, de nadie. La gente lo cuenta todo y luego se lleva grandes sorpresas. Quienes hemos vivido una parte de nuestra vida en una dictadura teníamos una clara conciencia de que había cosas que era mejor no decirlas. Deberíamos tener presente que no todo puede contarse porque todo puede ser usado en nuestra contra. La gente ha perdido la noción de lo secreto.

– ¿Cómo se explica?

– Uno de los personajes de Corazón tan blanco decía que los secretos dependen de que uno decida no contar algo de su vida. Pueden ser cosas sin trascendencia: por ejemplo, un café que hemos tomado un día con una antigua novia y que no contamos a nuestra pareja actual porque no ha sido más que una conversación intrascendente. Pero en adelante deberemos seguir ocultándolo, deberemos crear una vida ficticia y paralela. Uno tiene que decidir cuáles son sus secretos. La gente ha perdido ahora esa noción, y eso es perjudicial.

– ¿Ya solo es secreto lo que está en nuestra cabeza mientras no lo contemos a alguien?

– Es uno de los pocos reductos que nos quedan. La narradora de Los enamoramientos dice que no hay testigos de sus pensamientos. Es así. Puedo fantasear y hasta desear la muerte de una persona, y nadie lo sabrá. Aunque quién sabe si algún día no habrá una máquina que incluso sacará eso a la luz.

Escritores y premios

– En este libro está también su opinión sobre los escritores, sus colegas. Y no es muy buena.

– Son opiniones que vierte la narradora, que trabaja en una editorial. Conoce a los escritores de cerca, sabe de sus manías, así que sería raro que trabajando en eso tuviera una buena opinión de los mismos. No todos seremos así, como ella dice, pero seguro que algunos sí son, o somos, insoportables.

– A usted tampoco le gustan las gentes de opiniones rápidas, instantáneas. ¿Por eso la meditación continua de sus personajes, ese ir y venir reflexionando sobre lo ocurrido?

– Me asombra la gente que enseguida tiene opiniones, que pocos minutos o pocas horas después de sucedido algo ya sabe si está bien o no. A mí me cuesta días de pensar y darle vueltas hasta que me hago un juicio, si lo consigo.

– Hablemos de premios. Llegó a la última votación en el Cervantes que ganó Ana María Matute y estaba bien situado en las apuestas del Nobel 2010. ¿Cómo se lo toma?

– Conozco bien las casas de apuestas inglesas. Allí apuestan por todo, ya sabe. Son gente loca y basta con que cuatro apuesten por alguien que no es favorito para que suba mucho su cotización y lo sea. Pero eso no es nada. De hecho, en Suecia estoy muy poco traducido. Mi novela de más éxito internacional, Corazón tan blanco, está traducida a lenguas verdaderamente extrañas, y no al sueco, así que no creo que sea cierta esa buena posición.

– ¿Y el Cervantes?

– Es sabido que no acepto premios de índole estatal…

– ¿Tampoco ese?

– Lo da el Ministerio de Cultura… Y es un premio a la edad, lo que es un poco lamentable. Pero debo aclarar que no es que me lo hayan ofrecido y lo haya rechazado, en absoluto. Ante su pregunta, solo recuerdo que no acepto los estatales. Los premios se agradecen, algunos de forma especial. Siempre he pensado que los extranjeros son más objetivos, por la distancia. En 1986 me presenté a un premio por primera y última vez. Aspirar a ellos me parece absurdo, revela cierto engreimiento.

– ¿Y haber recibido uno muy importante o la expectativa de recibirlo no afecta a la escritura?

– No tiene la menor importancia ni debería tenerla. A la hora de escribir, casi ni se piensa en los lectores. Algo se tiene en la cabeza, pero más bien es para fijarse en la parte artesanal de cualquier novela. Lo último son los premios o las responsabilidades. Hay gente que ha recibido incluso el Nobel y está abrumada por dar la talla en su siguiente libro… No lo entiendo. Nadie tiene responsabilidad de nada cuando escribe.

 «Si Mourinho sigue en el Madrid, tendré que pasar a otro equipo»

Foto. F Gómez

Javier Marías es uno de los escritores españoles que más y con mayor profundidad ha escrito sobre fútbol. Quién mejor para hablar de la crispación generada en torno a los duelos entre el Real Madrid, su equipo, y el Barcelona.

– Madridista confeso, ¿cómo le ha dejado la larga serie de enfrentamientos de su equipo con el Barcelona?

– Vamos a ver cuánto me dura ser madridista. Si Mourinho sigue mucho en el Madrid, voy a tener que buscarme otro equipo. Quizá el Athletic, la Real Sociedad o, por extraño que parezca, el Atlético de Madrid. Estoy muy disgustado con él y su actitud y con la imagen que está dando del equipo, tan distinta de la cultivada a lo largo de su historia. Es la imagen de un quejica y nunca lo había sido. Ahora tenemos una plañidera.

 – Dice que el Real Madrid está perdiendo su estilo. Pero, ¿no les pasa a todos desde el momento en que lo único importante es el negocio y para ello hay que ganar como sea?

– Solo puede ganar uno, así que no ganar no puede ser tan grave, ni siquiera para los equipos grandes. Y el negocio no está solo en ganar, basta con participar en el espectáculo. Los madridistas estamos entendiendo ahora lo que para otros fue enfrentarse con Di Stefano. Es lo que pasa hoy con Messi. Pero eso no debe llevarnos a ciertas cosas.

– ¿Como cuáles?

– Como perder las formas y buscar conspiraciones en todas partes. Lo tradicional del Madrid ante un error arbitral ha sido callarse y aguantar.

– ¿Están el fútbol y sus actores alimentando la crispación nacional?

– Las cosas del fútbol, aunque son aparatosas, duran poco. Mourinho ha enrarecido y envenenado el ambiente, es cierto. Pero lo que pasa con el fútbol es que aunque el día que pierde tu equipo y el siguiente estás deprimido, enseguida te das cuenta de que nada importante ha cambiado en tu vida y lo olvidas. Tiene más importancia lo que hacen los políticos; esos sí que emponzoñan y de manera continua. El fútbol, como la novela, tiene mucho de ficción, y ahí se está a salvo. Un partido, como leer una novela, te permite visitar otras cosas, pensar en ellas un rato, y luego vuelves a tu vida normal.

– Las broncas, el dopaje, las irregularidades… ¿Los intelectuales que tanto han defendido el deporte en las últimas décadas podrán seguir haciéndolo con este panorama?

– A mí nunca me ha interesado lo que pasa fuera del campo, esas historias de los presidentes, sus vidas y negocios. Eso es deprimente, pero supongo que sucederá en otros ámbitos. Lo del dopaje es distinto pero creo que se está exagerando: se piden récords continuos, que los deportistas no paren… y nos echamos las manos a la cabeza porque toman cosas que tomamos a diario los no deportistas para aguantar una jornada de trabajo normal. Quizá deberíamos dejar a un lado hipocresías y aceptar ciertos grados de dopaje. Allá ellos si revientan en el campo. No me gusta esta hiperprotección de la salud ajena. Se nos trata como a menores, como en tiempos de Franco.

CÉSAR COCA

El Correo, 8 de mayo de 2011

LA ZONA FANTASMA. 8 de mayo de 2011. Una minoría caballerosa y conforme

Quien no pertenece hoy a alguna minoría más o menos oprimida tradicionalmente -o incluso a alguna mayoría; parece que las mujeres, al menos en lugares y tiempos de paz, son siempre más que los varones-, o a algún colectivo de víctimas o a alguna porción de la humanidad real o imaginariamente desfavorecida, lo tiene mal en muchos aspectos. Cualquier «discriminación positiva» irá en contra suya, y en los Estados Unidos, donde se creó y desde donde se exportó la política proteccionista, es sabido que un hombre blanco, heterosexual, no grueso, con aceptable salud y sin discapacidades notorias, estará en desventaja a la hora de conseguir un empleo, porque con sus características no contribuirá a llenar ninguna de las «cuotas» que toda institución o empresa deben exhibir para no ser acusadas de racismo, sexismo, aversión a tal o cual religión, homofobia o gordofobia. Ya en los años ochenta, cuando di clases en una selecta Universidad de ese país, vi cómo ciertos candidatos eran preteridos porque no «ayudaban» a la buena imagen exigible al College, y cómo algunos de sus responsables se frotaban las manos si, entre los aspirantes a un puesto, había una lesbiana negra y obesa o un hispano invidente, porque con ellos, decían, mataban dos o tres pájaros de un tiro. No digo que ciertas discriminaciones positivas no hayan sido necesarias o no sean todavía hoy convenientes, y si algo me subleva y me parece incomprensible es que siga habiendo mujeres que cobren menos que sus colegas varones por el mismo trabajo e idénticas responsabilidades. Pero también es verdad que, como en todo, se ha creado en este asunto una industria de la picaresca, del abuso, de la ridiculez y de la hipocresía.

Yo pertenezco al tipo de hombre que he descrito antes, y encima soy europeo, fumador y sin religión, tres elementos que me complican aún más las cosas. Me he dado cuenta, sin embargo, de que formo parte de una minoría discriminada y maltratada desde siempre y que, extrañamente en estos tiempos quejicas, nunca protesta de nada -de que el mundo esté hecho «contra» ella, nada menos- ni reclama ninguna cuota: soy zurdo. En un reportaje del New York Times leo que ese colectivo seguimos siendo «un enigma», y que, pese a que en Occidente ya no se nos corrija en la infancia ni se nos haga violencia obligándonos a ir contra nuestra naturaleza y a utilizar la diestra; pese a que ya no se nos acuse, como sucedió durante siglos, de pactar con el diablo y de criminalidad congénita, continuamos formando sólo un 10% de la población mundial, el mismo porcentaje, parece, que en épocas remotísimas, según han comprobado los más detallados estudios de las pinturas rupestres, que han observado con qué manos empuñaban los cazadores sus lanzas. No importa que, de los siete últimos Presidentes de los Estados Unidos, cuatro hayan sido zurdos (Ford, Bush Sr, Clinton y Obama), ni que lo sean Nadal, Messi, Raúl, Özil y otros muchos ídolos deportivos. Los zurdos vivimos discriminados.

Todo está concebido y hecho para los diestros, si se fijan. La gente se estrecha la mano derecha, a lo que tenemos que acostumbrarnos desde niños, ya que nuestra tendencia sería a ofrecer la izquierda. El uso de los cubiertos contraviene nuestra inclinación, y nos vemos cortando la carne con la mano en la que tenemos menos fuerza, y asimismo damos cuerda a los relojes de muñeca con la que no nos tocaría hacerlo. Nos anudamos la corbata al revés, utilizamos las tijeras impepinablemente con la derecha, y cuando algún bienintencionado nos regala unas «adaptadas», ya no sabemos cortar con la izquierda. Si queremos tocar buen número de instrumentos musicales -guitarra, violín, violonchelo-, lo tenemos muy difícil o hemos de cambiar todas las cuerdas de sitio. Si escribimos con tinta, nos vemos forzados a poner la pluma en vertical para evitar correr aquélla con nuestra propia mano, y los libros están pensados para diestros, ya ven con cuál se abren y se pasan las páginas, indefectiblemente. Las barandillas de las escaleras quedan siempre a la derecha, y hacia ese lado giran casi todas las llaves del planeta. Excepto en Gran Bretaña y en algún otro sitio, se conduce por el carril que saben. La lista sería interminable, pero casi nadie repara nunca en ella. El mundo, se dice a menudo, está hecho por y para los hombres. Puede. Pero yo diría que está aún más hecho por y para los diestros.

Nuestra mala fama no ha terminado. Al parecer hay un gen, LRRTM1, «relacionado» con el desarrollo de la zurdera, y un genetista del Instituto Max Planck de Psicolingüística sostiene que dicho gen también se encuentra, en proporción exagerada, en las personas con esquizofrenia. No sé. Mis cuatro abuelos y mis padres eran diestros, pero de los cinco hijos que tuvieron estos últimos, nada menos que tres salimos zurdos. El mencionado porcentaje del 10% causa perplejidad en los científicos, uno de los cuales señala que, aunque los zurdos podrían estar expuestos a algunos riesgos durante el desarrollo (sobre todo cuando se los demonizaba y se los consideraba «torcidos», añado yo, y en España eso ha durado hasta la muerte de Franco), «está claro que también debe de haber ventajas. Nadie sabe el motivo por el que se mantiene así». Sea como sea, somos casi 700 millones de individuos, y aun así se nos discrimina. Si, como las demás, fuéramos una minoría quejica y a veces oportunista o ventajista, clamaría desde aquí: «¡Justicia e igualdad para los zurdos!» Pero también debe de estar en ese gen raro que quizá poseamos no dar a los demás la lata y mostrarnos conformes y caballerosos. A ver si otros aprenden.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 8 de mayo de 2011

Vídeo de la presentación en Madrid de Los enamoramientos

Las 1.600 páginas de Tu rostro mañana dejaron a Javier Marías tan agotado que pensó que ya no volvería a escribir. El tiempo ha demostrado lo contrario y cuando se cumplen 40 años de su primera obra, el escritor regresa con Los enamoramientos, una novela sobre la que conversó con el crítico Manuel Rodríguez Rivero en la sede central del Instituto Cervantes.

Cervantes TV

Fotos de la presentación de Los enamoramientos en el Instituto Cervantes

Javier Marías-Manuel Rodríguez Rivero