LA ZONA FANTASMA. 27 de febrero de 2011. La plaga de la impunidad

Acabo de terminar una nueva novela, titulada Los enamoramientos, después de haber creído que no escribiría ninguna más tras las mil seiscientas páginas, en tres volúmenes, de la anterior, Tu rostro mañana. Durante los más de dos años que me ha ocupado esta nueva obra -siempre con muchas interrupciones externas, como sucede hoy en día a casi todos los novelistas-, he tenido la insistente impresión de que se trataba de un libro particularmente pesimista y sombrío, aunque no carezca de alguna breve escena humorística. Ahora, al leerla entera por primera vez para efectuar la revisión final, he observado con más claridad que el pesimismo no venía sólo dado por el asunto de su título: las cosas mezquinas que -además de las más nobles y desinteresadas, claro está- son capaces de llevar a cabo las personas enamoradas, y que, precisamente por estar dictadas por un sentimiento casi universalmente considerado deseable y positivo, «mejorador», incluso salvífico y «redentor», suelen encontrar fácil justificación, tanto para quien las comete como para quien asiste a ellas, a veces hasta para quien las padece. «Es que lo quería tanto», se dice comprensivamente. «Es que ha sufrido mucho por amor», se disculpa a menudo a quienes incurren en actos viles o imperdonables. Si no en un salvoconducto, el estado de enamoramiento se convierte con frecuencia en la mayor atenuante imaginable, aunque ese estado lleve a personas bondadosas a comportarse en ocasiones como malvadas; a personas generosas a ser ruines; a personas compasivas a ser despiadadas; a personas normales a actuar como criminales.

Pero, como he dicho, creo que el carácter más sombrío de esta novela que aún no sé ver con una mínima distancia (si es que eso nos resulta posible a los autores alguna vez), tiene que ver con otra cuestión, la impunidad que cada día más impera en el mundo, o esa es la sensación que muchos tenemos y que crece en nosotros a diario. No sé citar de memoria, pero en Los enamoramientos uno de los personajes dice algo parecido a esto: «El número de crímenes desconocidos supera con creces el de los registrados, y el de los que quedan impunes es infinitamente mayor que el de los que son castigados». En contra de lo esperable, y de lo que debiera suceder, la justicia parece cada vez más impotente, o más indolente, o más corrupta o connivente, o más cobarde, o más manipulable, o más susceptible de tergiversación y de perversión. Las triquiñuelas para burlarla se multiplican, y hay políticos y empresarios -en España, en Italia no digamos- que celebran como un triunfo y una exoneración que el delito del que se los acusa haya prescrito, siempre conveniente o incluso calculadamente, cuando una prescripción en modo alguno equivale a una absolución, sino a una declaración de culpabilidad que sin embargo no se puede materializar. Sí, a eso equivale las más de las veces. Las dificultades de la justicia siempre han existido, y basta fijarse, para comprobarlo, en los poquísimos verdugos nazis que sufrieron condena. No nos engañemos: por un motivo o por otro, la inmensa mayoría se salió con la suya, se libró de todo castigo, incluso de toda amonestación y vergüenza.

De manera sorprendente, esta tendencia, estas dificultades han ido a más. Son numerosos los dictadores (me niego a hablar de «ex-dictadores», como no se puede hablar de «ex-asesinos») que, en el mejor de los casos, acaban abandonando su país con una fortuna en los bolsillos y jamás comparecen ante la justicia, los últimos bien recientes, Ben Ali de Túnez y Mubarak de Egipto (mientras nuestro Parlamento homenajea al sanguinario Obiang de Guinea). La proporción de asesinatos resueltos, entre los centenares o ya millares cometidos contra mujeres en Ciudad Juárez desde hace quince o más años, es ridícula, lo mismo que la de los habidos, también en México, en la llamada guerra contra el narcotráfico (algo así como el 3%). En tono comparativamente menor, los causantes de la actual crisis económica mundial siguen en sus puestos, la mayoría, y además dando órdenes, pese al inmenso daño ocasionado. O bien Bush Jr, Blair y Aznar, que desencadenaron una guerra ilegal e innecesaria que se ha cobrado más de cien mil víctimas, todas evitables, se pasean tranquilamente por el mundo, con frecuencia aclamados y embolsándose grandes sumas de dinero por sus libros, conferencias y «consejos» a grandes empresas (nadie fuera de sospecha puede requerir a semejantes consejeros).

La sensación de que la impunidad domina es inevitable en nuestras sociedades, y eso las lleva, gradual pero indefectiblemente, a tener una cada vez mayor tolerancia hacia ella; a juzgar que a los individuos particulares no les compete intervenir ni poner remedio, cuando ni siquiera lo hacen los jueces, y a considerar que dejar pasar un delito más del que tengan conocimiento o hayan sido objeto, un crimen aislado de la vida civil, no tiene mayor importancia ni cambia nada en esencia, ante la superabundancia de los crímenes públicos, económicos y políticos, que quedan y quedarán siempre impunes. Se trata de una de las más grandes desmoralizaciones de nuestro tiempo, y de ahí, supongo, mi pesadumbre al escribir sobre ello, aunque fuera lateral, indirecta y ficticiamente, en algo tan modesto como una novela.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 27 de febrero de 2011

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Magris y Gracián

Claudio Magris, autor de El Danubio, forma, junto a Umberto Eco, una especie de díptico de la novela italiana capaz de conjugar el rigor intelectual y el interés masivo. Curiosamente, ambos han rendido homenaje a nuestro novelista madrileño Javier Marías: para Magris y Eco, el autor español es uno de los grandes de la novela en Europa. Pero lo que motiva este artículo es otra cosa. En Udine, cerca de Venecia, se otorga el premio Nonino, que fue concedido a Marías por un jurado presidido por Naipaul, el Nobel británico. Claudio Magris, en su semblanza novelesca de Marías en la entrega del premio, utilizó una curiosa cita del Oráculo de Gracián “la verità è un salasso al cuore”, la verdad es una sangría del corazón. A primera vista, al leer ese discurso, en lengua italiana, me quedé perplejo. Me tomé la molestia de bucear y brujulear en el Oráculo y, tras varios asaltos, di con el aforismo de Magris. “No hay cosa que requiere más tiento que la verdad, que es un sangrarse del corazón”. Oráculo, 181. La versión italiana acuña una versión más eficaz, una sangría del corazón. No me atrevo a decir que mejora a nuestro gran escritor. Es curioso el gancho que tiene, siglo tras siglo, para Europa nuestro jesuita barroco. Y más curioso todavía que se cifre en el concepto de la verdad. Schopenhauer tradujo al alemán el Oráculo: “Die Wahrheit ist für weniger”, la verdad es de pocos. Oráculo 43. El sentir es libre, dice Gracián, y Schopenhauer traduce, “das Denken ist frei”, el pensamiento es libre. No es una traducción fiel, pero suena a música celestial.

 CÉSAR PÉREZ GRACIA

 Heraldo, 22 de febrero de 2011

Fallecimiento de Odón Alonso

Odón Alonso y su mujer Gloria Franco en el ingreso en la RAE de su sobrino Javier Marías

Muere a los 86 años Odón Alonso

Tenía Odón Alonso (1925-2011) un porte señorial en el andar, elegancia sobre el podio y un gesto de gran elocuencia ante la orquesta. Durante muchos años fue una referencia inexcusable en el mundo musical español, especialmente mientras fue titular de la Orquesta Sinfónica de Radiotelevisión Española (1968-1984) compartiendo el puesto con Enrique García Asensio. En ese periodo, del que quedan numerosos testimonios en los archivos de RNE y TVE, reafirmó su condición de director minucioso, de cuidada expresividad, acento amable y de intereses musicales poco habituales. A la curiosidad personal se unía el acicate de su cercanía familiar con el crítico Enrique Franco, lo que fomentó que se prodigara en repertorios de lo más heterogéneo desde el barroco, que había tenido ocasión de practicar junto a la Orquesta Solistas de Madrid, a la que dirigió en 1953, al repertorio más actual. Así fue como Odón Alonso se distinguió con personalidad en una España todavía escasa en lo musical y demasiado estrecha de miras tanto en sus propósitos creadores como en los interpretativos. Su presencia regular tenía, además, el atractivo de una musicalidad de buena ley que alcanzaba cotas realmente admirables en los días de inspiración.

Servicio público

Obviamente, aunque preocupado por la fidelidad interpretativa, no fue Odón Alonso un director vinculado al sentir historicista. Sus versiones surgieron en una época en la que todavía La pasión según San Mateo o las Vísperas de Monteverdi podían servirse con gran despliegue sinfónico. En paralelo, Alonso fue intérprete de obras emblemáticas como los Gurrelieder de Schoenberg o la Sinfonía Turangalila de Messiaen cuya versión fue especialmente alabada por el propio compositor que la incluyó entre sus interpretaciones de referencia. Pero con todo lo amplio y diverso que llegó a ser su repertorio, fue la cercanía a la música española lo que le convirtió en un director fundamental, especialmente en lo que se refiere a la interpretación de la llamada música contemporánea, acumulando un número sobresaliente de estrenos que hicieron bueno el propósito de servicio público que dio forma a la Orquesta de RTVE.

Odón Alonso había nacido en La Bañeza, León, el 28 de enero de 1925. Las primeras lecciones musicales las recibe de su padre también director de orquesta. Tras pasar por el Conservatorio madrileño y la Facultad de Filosofía y Letras recaló en Siena, Salzburgo y Viena. En 1950 fue nombrado director musical del Coro de Cámara de Radio Nacional de España, y siete años después del Teatro de la Zarzuela, tras dirigir Doña Francisquita en su reinauguración para lo que contó con un reparto excepcional encabezado por Alfredo Kraus y dirigido escénicamente por José Tamayo. En 1960 se responsabilizó de la Filarmónica de Madrid antes de incorporarse a la Orquesta de RTVE. Cuando abandonó esta se hizo cargo de la Sinfónica de Puerto Rico y del Festival Casals. Odón Alonso también dirigió las restantes orquestas españolas y otras de Austria, Italia, Francia, Portugal y en diversos países americanos. Fue titular de la cátedra de ópera y oratorio de la Escuela superior de Canto de Madrid. Entre los méritos recibidos destacan la medalla de honor de la SGAE, el título de Officer de L’Odre des Arts et des Letres francesas, hijo adoptivo de Puerto Rico, la Orden de Cisneros, la encomienda de número de Isabel la Católica, medalla de oro de Unicef y la medalla al mérito artístico y cultural de la Universidad Complutense de Madrid. En 1976 la revista Records World le nombró el mejor director español del año.

Otoño Musical Soriano

En mayo de 1999 se anunció la presencia de Odón Alonso como director musical en la representación de Las golondrinas en el Teatro Real pero tuvo que ser sustituido por Manuel Galduf. Fue el primer gran aviso de retirada de los escenarios que compensó con una activa presencia en Soria donde dirigió el Otoño Musical Soriano. En reconocimiento el auditorio de la ciudad tomó su nombre. Odón Alonso murió en la madrugada de hoy en Madrid. La capilla ardiente se instalará en Soria donde será enterrado por propia voluntad.

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

Abc, 21 de febrero de 2011

LA ZONA FANTASMA. 20 de febrero de 2011. El Compasivo y las italianas

Hacía veinte meses que no iba a Italia, ahora he pasado seis días repartidos entre Udine, Milán y Venecia; y aunque la gente allí sigue siendo en general grata y simpática –sin el desabrimiento y la mala leche que nos gastamos en España, como si la amabilidad y la buena fe nos parecieran debilidades–, nunca había percibido, en mis visitas a ese país, un grado de desesperación semejante. Cierto que uno trata con personas que, para empezar, leen libros, y que por lo tanto pertenecen a una minoría. Pero cuantas me han hablado –incluidos numerosos periodistas, algunos de medios berlusconianos– oscilaban entre el desistimiento ante la actual situación política (“Lo peor es que no se ve salida”) y una exasperación que afectaba a su razonamiento (“No es descartable una guerra civil a medio plazo”). Cuando uno les preguntaba cómo era posible que sus conciudadanos no reaccionaran ante lo que ya es, a todas luces, una dictadura cada vez menos encubierta, no sabían responder, ellas mismas no acertaban a explicárselo.

En lo que sí se ponían de acuerdo era en considerar que Berlusconi posee un talento empresarial y propagandístico extraordinario, y que ya no cabe menospreciarlo ni como adversario ni como amenaza real y seria. En que, a través de sus televisiones y periódicos, de sus sobornos y escándalos, ha conseguido “anestesiar” a buena parte de la población. Ha logrado convertirse en un espectáculo en sí mismo, en una permanente fuente de entretenimiento de la que ya no quieren prescindir los italianos que se alimentan de reality shows y de sucesos sexuales. Tengo la impresión de que, cuantas más patéticas orgías seniles se le descubran, cuantos más episodios grotescos indignos hasta de las más bufas películas de Sordi, Gassman o Tognazzi, más beneficiado saldrá Berlusconi, porque los italianos no son puritanos y perdonan esas cosas –o las ríen y jalean, incluso si hay menores involucradas–, y porque además distraen de lo verdaderamente grave. Un chófer de edad avanzada, que me llevó de Venecia a Milán y vuelta (y que además resultó ser lector de Wittgenstein y de Bertrand Russell), defendió el comportamiento de su Primer Ministro con esta escueta frase: “Bueno, pero es que las jóvenes levantan el espíritu”. También he visto en televisión cómo una señora de las que allí llaman “per bene”, bien vestida, católica y aparentemente educada, sostenía con aplomo que no le cabía duda de que Berlusconi se limitaba a ayudar a muchachas con problemas porque era un hombre compasivo y bueno, sin que le llamara la atención que todas esas muchachas, casualmente, sean agraciadísimas cuando no directamente explosivas. Aún he de ver a alguna “beneficiada” por el Compasivo que sea fea, desastrada o mayor de treinta y cinco años, porque estoy seguro de que habrá muchísimas así que necesiten tanta ayuda o más que las jóvenes bien parecidas. Alguna de éstas, por ejemplo, cuenta con un novio más o menos narcotraficante, gente por lo general adinerada.

La inteligente periodista Conchita di Gregorio, directora de L’Unità, me decía que en estos momentos, si había una salvación para Italia, habría de venir de las mujeres, o de una parte de ellas: son las únicas no anestesiadas y que conservan intacta su capacidad de indignación, y en estos días así lo he comprobado, en una limitada experiencia, desde luego. Pero lo cierto es que no he sentido en casi ningún varón la vehemencia, la cólera justa y la rebeldía que desprendían todas las mujeres con las que he hablado. Lo interesante es que ese asco y ese hartazgo de Berlusconi y de su aliado Bossi –también de la inoperante y sospechosa izquierda paquidérmica, que no parece del todo incómoda ante una situación de cuasi dictadura ultraderechista– no se debían sólo a una cuestión vagamente feminista, esto es, al desprecio de los gobernantes hacia la mujer y al machismo primitivo y ufano de que hacen gala. No, las italianas no pierden de vista lo verdaderamente anómalo y peligroso: la confección de las leyes a conveniencia del Compasivo, para que no deba ser enjuiciado ni condenado; los constantes ataques de éste a la independencia judicial, con calumnias a los fiscales que lo investigan, bien amplificadas por su monopolio mediático; su propensión a saltarse las decisiones del Parlamento que lo contrarían (pocas) y a hacer decretos; su indisimulada compra de votos en ese mismo Parlamento, cuyas actividades decide suspender durante unas semanas para no exponerse a un revés previsto; su demagogia burda y frenética; su impunidad; la connivencia de la Iglesia; su increíble desfachatez al presentarse como una víctima perseguida (el opresor que se finge oprimido); su censura; su tergiversación sistemática de la realidad; su racismo y su homofobia; su reivindicación de la brutalidad –en lo que Bossi no le va a la zaga–, es decir, su desdén por algo que no es agradable –la hipocresía– pero que siempre es mejor que el cinismo. Como escribí hace años y también opina Claudio Magris, la hipocresía, dentro de todo, implica una conciencia de lo que está mal y debe disimularse; es algo civilizado y supone el reconocimiento de ciertos valores, aunque se los violente a hurtadillas. El cinismo, en cambio, ni siquiera admite esto, es la expresión de la brutalidad en estado puro. Lo que Berlusconi y Bossi vienen a decir es: “No hay nada malo en una dictadura de facto, ni en el machismo, ni en el racismo, ni en la acaparación de poderes y el fin de su separación, ni en la xenofobia, ni en el desprecio a las leyes y al Parlamento. Sean como nosotros, atrévanse, no hay nada malo en ello”. Huelga recordar cuál es el mayor ejemplo histórico de reivindicación de esa brutalidad y voluntario, “fuera máscaras”. Sí, me lo han quitado de la punta de la lengua.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 20 de febrero de 2011

Polémica ortográfica

El novelista, académico, ensayista y traductor Javier Marías Franco (Madrid, 1951) se atrevió a criticar en dos artículos publicados las semanas pasadas en El País algunos aspectos de la nueva edición de la Ortografía de la lengua española (Espasa, 2010) editada recientemente por la Real Academia Española (RAE) -de la que es miembro numerario- y por la Asociación de Academias de la Lengua Española.

El que es para mí uno de los mejores novelistas españoles vivos inicia sus artículos señalando, con indisimulada ironía, que hasta ahora una de las grandes ventajas, o efectos, de la Ortografía española era permitir al lector saber no sólo cómo ha de pronunciarse una palabra al verla escrita sino también lo que significa (recuérdense los casos de «secretaría» y «secretaria»). Y los termina, con la misma razón y valentía, afirmando que «para mí nuestra lengua es ahora un poco menos elegante y menos clara». No creo que la RAE haya conocido una crítica a su trabajo tan contundente como ésta, y además desde su propio seno.

Una de las normas de la nueva Ortografía que critica Marías se refiere a las mayúsculas y a las minúsculas al considerar el académico que la RAE pretende alterar los tradicionales conceptos de nombres comunes y propios para que a partir de ahora escribamos con minúscula palabras como «rey», «papa», «golfo» o «islas», aun cuando nos refiramos al Rey Juan Carlos, a su Santidad Benedicto XVI, al Golfo Pérsico o a nuestras Islas Canarias. Cuesta entender qué necesidad hay de rizar el rizo ortográfico de esa manera.

El Libro de Estilo de El País recomendaba -no sé ahora- que con mayúscula se escribiera la primera letra del nombre de las instituciones y con minúscula el máximo cargo que las representaba (Alcaldía y alcalde, Presidencia y presidente, Consejería y consejero, Concejalía y concejal, etcétera) y bajo similar criterio el nombre de los topónimos y sus gentilicios (España y españoles, Canarias y canarios, Santa Cruz y santacruceros, etcétera). Salvando razones de estilo, creo que ese criterio sigue siendo pertinente.

De todas maneras, si uno lee la nueva Ortografía comprueba que tampoco la Academia pretende imponer estas normas, pues reconoce la imposibilidad de abarcar todos los contextos posibles e intencionalidades del escritor y, por consiguiente, la inconveniencia de hablar de usos correctos e incorrectos.

Y hace bien porque a la hora de utilizar mayúsculas y minúsculas el escritor debe disponer de cierto margen de libertad de estilo personal, y con mucha más razón si utiliza el lenguaje para hacer creación literaria. No debe olvidarse que en ocasiones la desviación de la norma constituye en sí mismo un rasgo estilístico.

No está de acuerdo tampoco Marías con que las academias consideren a partir de ahora falta ortográfica poner tilde (o acento gráfico) en palabras como «guión», «truhán», «guié», «fió» o «crié», pues según ellas son monosilábicas y éstas, como se sabe, no llevan tilde salvo en los casos en que sea diacrítica, es decir, distinguidora.

Esos diptongos, efectivamente, existen, al no romperse para constituir hiatos debido a que el acento prosódico recae sobre las vocales abiertas y no sobre las cerradas.

Pero es que la realidad del habla nos dice que «guion» no se pronuncia con un solo golpe de voz como sucede con «-cion» en «canción» o en «función», por ejemplo, sino que el hablante realiza una pausa fonética (aunque leve) entre «gui» y «-on», lo que no ocurre entre «ci» y «-on». Tampoco se pronuncia igual «truhan» que «Juan» por mucha tilde que le suprimamos. Podría decirse que son monosílabas en teoría, en la lengua, pero bisílabas en la práctica, en el habla. Son fenómenos fonéticos diferentes y, por tanto, no deben considerarse sujetos a la misma norma.

Algunas cosas más habría que comentar de esa oportuna crítica de Marías pero el espacio disponible no da para más. No obstante, parece necesario, antes de concluir, volver a recordar, como también hace el novelista, y para seguir garantizando la buena comunicación entre lectores y escritores, que es la Ortografía la que debe adecuarse a la realidad del habla, de la Fonética y de la Ortología, y no al revés.

AURELIO GONZÁLEZ

Diario de Avisos (Canarias), 17 de febrero de 2011

LA ZONA FANTASMA. 13 de febrero de 2011. Isabel monta a Fernando

Con razón me considerarán un pesado, pero siempre aduciré en mi descargo la vieja excusa infantil: “Yo no he empezado”. Si la realidad es insistente y pelma, además de con frecuencia imbécil, hay que salirle al paso una y otra vez, porque los que la manipulan son tan tenaces –parece que les sobre el tiempo, o que lo dediquen todo a una sola causa– que, en cuanto nos cansemos quienes les contestamos y dejemos de hacerlo, aquéllos impondrán sus memeces como una apisonadora. Leo en una columna de mi colega Pérez-Reverte que la Junta de Andalucía, a través de sus consejerías de Medio Ambiente, Presidencia, Igualdad y Hacienda –cuatro, nada menos, han de estar bien ociosas–, publica una guía de 71 páginas para propiciar “el conocimiento de la perspectiva ecofeminista y potenciar el lenguaje periodístico desde una perspectiva de género medioambiental”. Al redactor o redactora de semejante galimatías habría que enviarlo de vuelta a la escuela, o, mejor, deportarlo. Bueno, ya pueden imaginar de qué va la guía, apenas distinta de las directrices que hace unos años soltó Comisiones Obreras y de las que proliferan aquí y allá: que no se diga “los alumnos” sino “el alumnado”, ni “actor” sino “persona que actúa”, ni siquiera “futbolistas”, que termina en “as”, sino “quienes juegan al fútbol”. Ya lo saben los periodistas deportivos: en aras de las perspectivas “ecofeminista” y “de género medioambiental”, nada de escribir “Los futbolistas del Barça”, sino siempre, y machaconamente, “quienes juegan al fútbol del Barça”. Amenas crónicas íbamos a leer.

Pero lo mejor ya lo señalaba Pérez-Reverte (no me parece justo que no se enteren los lectores de El País Semanal). A partir de ahora, a la “infancia” andaluza se le escamoteará la famosa frase atribuida a la madre de Boabdil al perder éste Granada en 1492, ya se acuerdan: “No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Aquella madre era una machista del copón, y no la disculpan ni la época en que vivió ni que por entonces las mujeres no guerrearan –salvo excepción– ni nada de nada. Así que se censura lo que la leyenda o la poesía popular dicen que dijo, y se sustituye por la siguiente frase, sosa e inexacta a más no poder: “No llores, pues no tienes motivos para ello”. Hombre, motivos no le faltaban, acababa de perder su reino y lo habían largado al exilio, y con él a muchos de sus súbditos. Nada, la guía ni siquiera se ha preocupado de buscar un equivalente más sonoro y lucido: podían haber suprimido lo del hombre y la mujer y haberlo dejado al menos en “No llores ahora lo que no supiste defender”. No sé, lo de “defender” algo les debe de haber resultado sospechoso a las cuatro consejerías, quizá poco medioambiental.

Si la cosa se limitara a Andalucía… No, señor, en las mismas fechas nos enteramos de que un editor estadounidense ha decidido reeditar Huckleberry Finn, de Mark Twain, sustituyendo la palabra despectiva “nigger”, que los personajes del siglo XIX emplean, por “esclavo”, y la más bien humorística “injun” (transcripción de una determinada pronunciación de “indian”) por no sé bien qué, seguramente por “americano nativo”, que es como ahora exige el espíritu censor que se denomine a comanches, siux, cheyenes y demás. Lo peor de todas estas iniciativas no es su ridiculez intrínseca, sino el ánimo que subyace a ellas, y que no es otro que el de mentir, falsear, ocultar, tergiversar, adulterar y censurar el pasado, la historia y la literatura. Ya que el pasado no fue como debería haber sido ni como el presente que aspiramos a instaurar, vamos a falsificarlo sin más. Tiene gracia que alguien como Tarantino, en sus Malditos bastardos, se invente el ametrallamiento de Hitler a manos de un comando judío: es una ficción y todo el mundo sabe –o eso creo, aún– que las cosas no sucedieron así, que Hitler duró más de la cuenta y que le dio tiempo a exterminar a seis millones de judíos sin que ninguno de ellos pudiera soñar ni con tocarle un pelo. Pero si en los colegios se enseñara en serio lo que cuenta Tarantino en su farsa, supongo –supongo– que la gente pondría el grito en el cielo. Pues eso es, nada menos, lo que pretenden la Junta andaluza y el reciente editor de Twain, sin que se les mueva un músculo; es más, orgullosos de su falseamiento. El espíritu es el mismo de Stalin, quien, como es sabido, hacía eliminar de las fotos a los antiguos camaradas según iban cayendo en desgracia, y junto a él era raro que no se cayera en desgracia –es decir, se fuera a Siberia o al paredón– antes o después. “No me gusta que se me vea con quien fue leal amigo pero ahora es un traidor”, pensaría Stalin; “alteremos el pasado, hagamos que el traidor nunca fuera otra cosa”. De la misma manera, estos nuevos puritanos inquisitoriales son capaces de reescribir la historia y la literatura enteras: “No nos gusta que Lady Macbeth, una mujer, instigara a su marido a asesinar. Vamos a convertirla en la que intentó disuadir al muy criminal”. “Lo de la evolución de las especies va contra la religión. Vamos a decir que Darwin es una leyenda urbana, que jamás existió”. “Es intolerable que Don Quijote tuviera escudero, menudo clasismo. Convirtamos a Sancho en otro hidalgo, para que se traten de igual a igual”. “Y eso de ‘Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando’, nada, ni hablar, no es igualitario porque todos sabemos que la lista era ella y hay discriminación a favor del varón. A partir de ahora, ‘Isabel monta a Fernando’, que es mucho más ecofeminista y de género medioambiental”.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 13 de febrero de 2011

Los enamoramientos, la nueva novela de Javier Marías

El próximo 6 de abril saldrá a venta la nueva novela de Javier Marías, titulada Los enamoramientos. Saldrá a la venta cuando se cumplen 40 años de la publicación de su primera obra, Los dominios del lobo, que lanzó con tan sólo 19 años y que Alfaguara también recupera ahora en una nueva edición.

Según explica Javier Marías, Los enamoramientos «se trata de una historia sencilla y de una novela bastante menos sencilla, por no decir compleja, aunque mucho menos que Tu rostro mañana. Como el título indica, habla del estado de enamoramiento, considerado casi universalmente como algo positivo e incluso ‘redentor’ a veces, tanto que ese estado parece justificar casi todas las cosas: las acciones nobles y desinteresadas, pero también los mayores desmanes y ruindades».

Además Marías precisa que en Los enamoramientos también se habla sobre «la impunidad, y sobre la horrible fuerza de los hechos; y sobre la inconveniencia de que los muertos puedan volver».

Los enamoramientos es la primera novela de Javier Marías después de Tu rostro mañana, considerada por gran parte de la crítica nacional e internacional como la obra cumbre de su carrera literaria.

«Al terminar las 1.600 páginas de Tu rostro mañana, dudé seriamente que volviera a escribir otra novela. Así que esta la empecé con mucha modestia y con cierta desconfianza, por no decir escepticismo. ¿Tengo algo más que añadir , en el campo de la novela?, me preguntaba. Luego, poco a poco, descubre uno que sí, que siempre hay asuntos que uno nunca ha tratado, historias nuevas que se han ido condensando en su imaginación y que cristalizan en la escritura. ‘Quizá no me había agotado del todo’, pienso con esperanza», explica el autor.

Javier Marías (Madrid, 1951) es autor de Los dominios del lobo, Travesía del horizonte, El monarca del tiempo, El siglo, El hombre sentimental (Premio Ennio Flaiano), Todas las almas (Premio Ciudad de Barcelona), Corazón tan blanco (Premio de la Crítica, Prix lOeil et la Lettre, IMPAC Dublin Literary Award), Mañana en la batalla piensa en mí (Premio Fastenrath, Premio Rómulo Gallegos, Prix Femina Étranger, Premio Mondello Città di Palermo), Negra espalda del tiempo, Tu rostro mañana, Fiebre y lanza (Premio Salambó), Baile y sueño, Veneno y sombra y adiós.

Fue profesor en la Universidad de Oxford, y en la Complutense de Madrid. Sus obras se han publicado en cuarenta lenguas y en cincuenta países, con seis millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. Es miembro de la Real Academia Española.

Europa Press, 11 de febrero de 2011

Foto. Cristóbal Manuel

Viaje a los bajos fondos del amor

Javier Marías tiene sobre la mesa las pruebas de imprenta de Los enamoramientos, su nueva novela. Alfaguara la publica el 6 de abril pero él sigue retocándola. Dice que le cuesta hacerse a la idea de que está terminada. Por un tiempo, le costó incluso pensar que el libro pudiera existir. La aparición en 2007 de la tercera y última entrega de Tu rostro mañana -1.600 páginas, ocho años de obsesión y trabajo- le dejó agotado. «En todos los sentidos», matiza. «Pensaba que no tenía nada más que decir en el campo de la novela. No era pose, tenía dudas sinceras. Luego uno descubre que hay historias que van fraguando en la imaginación y que cristalizan a medida que se van escribiendo».

En su caso, cristalizan en una máquina de escribir eléctrica que le convierte en una rara avis en la era de la informática. El propio Marías se ríe de sí mismo cuando la narradora de Los enamoramientos, que trabaja en una editorial, despotrica contra las manías de los escritores y contra algún «pirado» que sigue escribiendo a máquina. Según el escritor madrileño, adoptar el punto de vista de una mujer no ha sido reto alguno: «Las mujeres y los hombres somos diferentes en muchas cosas, pero no en la forma de pensar, observar y contar. Y eso es lo que hace un narrador. Las mujeres son tan distintas entre sí como los hombres. No fue un desafío. Uno lleva toda la vida observando, y teniendo novias y amigas».

Los enamoramientos arranca con María, la narradora, fascinada por una pareja que transpira felicidad y a la que contempla cada mañana en la cafetería a la que acuden a desayunar. Un día, se anuncia en la primera línea del libro, desaparecen. Con el tiempo, María sabrá que el hombre ha sido asesinado a navajazos por un indigente.

Pese a sus 400 páginas, dice Javier Marías que su nueva novela es muy concentrada -«pocos personajes, pocos hechos»-, una historia contemporánea que se desarrolla en Madrid. «Esta vez no hay nada de inglés ni nada que suceda en Inglaterra», subraya aludiendo con una sonrisa a su fama de anglófilo y a una de las constantes de su obra.

Otra de esas constantes es la dialéctica entre lo que se dice y lo que se calla, un juego en el que la gente no siempre es lo que parece. Todo eso está presente en Los enamoramientos, que reflexiona también sobre el sentimiento de impunidad. Con los políticos dando ejemplo, es algo que se ha instalado en la sociedad actual: «Son más los crímenes desconocidos que los registrados e infinitamente mayores los que han quedado impunes que los castigados».

Con idéntica contundencia, Marías bucea en el estado al que alude al título: «El enamoramiento es algo que normalmente se juzga deseable y positivo, redentor incluso. Y es así. Permite hacer cosas nobles, desinteresadas y de enorme generosidad y sacrificio. Lo que no se tiene muy presente es que también permite las mayores ruindades. Por su estado de enamoramiento una persona generosa puede ser mezquina y alguien normal puede convertirse en un criminal. El amor parece justificarlo todo, lo bueno y lo malo. Es algo que ennoblece, pero se olvida que también envilece».

Pese a proponer un viaje lúcido y crudo a los bajos fondos de los sentimientos, el autor de Corazón tan blanco dice que su nuevo libro es pesimista «y un poco sombrío», pero no sórdido. «Uno se engaña menos en las novelas que en un artículo o en la vida real», explica. «En las novelas es donde uno expone las cosas como realmente las ve». Lo cual no le lleva a aplicar esa lucidez radical a su propia vida: «Hay amigos que me han dicho: ‘Habiendo en tus novelas tanta fineza para percibir ciertas cosas, ¿cómo es que en la vida real no te enteres de la misa la media?’. Yo respondo: ‘Por fortuna’. Que tenga una cierta visión no me lleva a aplicármelo a mi vida cotidiana. Sería calamitoso».

Esa visión es la que le lleva a señalar que a veces los enamoramientos son una rueda de sustituciones: «Nos cuesta admitirlo porque pensamos que la última historia es la de verdad y porque nosotros mismos también somos sustitutos de alguien». Y otra vuelta de tuerca: el inconveniente de que volvieran los muertos si pudieran: «Incluso aquellos que más hemos querido y a los que más hemos llorado, aquellos cuya desaparición destroza la vida». Con el tiempo, afirma, su hipotético regreso sería una catástrofe: «La reaparición de alguien cuya desaparición fue motivo de desolación podría, a su vez, ser motivo de desolación, por paradójico que parezca. Basta con pensar en un padre o una madre, que son muy llorados. Al cabo de unos años, suponiendo que pudieran volver, dices: un momento, ¿y qué hacemos con la herencia?». Para Marías, ese es el tipo de dilemas que, apurando la crueldad, las novelas pueden todavía plantearse. ¿Por qué? «Porque son un territorio en el que uno está semi a salvo, un territorio de ficción».

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS

El joven ya es viejo lobo

Javier Marías (Madrid, 1951) fue durante años «el joven Marías». El adjetivo se lo añadió su amigo Juan Benet porque había un Marías viejo -su padre, Julián, el filósofo- y porque a los 17 años empezó a escribir una novela que publicó con 19. Fue en la primavera de 1971, hace ahora 40 años. Coincidiendo con la aparición de Los enamoramientos, Alfaguara recuperará aquel libro inaugural: Los dominios del lobo. «Está escrito con la absoluta irresponsabilidad del que no piensa siquiera en publicarlo», dice su autor.

Con 13 novelas en 40 años -si contamos por separado las tres partes de Tu rostro mañana-, Marías no se siente un escritor profesional: «Todavía lo considero un divertimento, algo que puede darse o no. Cuando termino un libro no sé si habrá otro. Y me alegra que sea así, porque en esta tarea siempre tiene que haber algo de azaroso y desinteresado». Desinteresado no es, sin embargo, lo mismo que gratuito, por eso al escritor -cuya nueva novela se publicará simultáneamente en papel y en formato digital- le sorprende que algunos consideren los derechos de autor un privilegio. «Fueron una conquista para evitar que mecenas y editores explotasen a los escritores», explica. «Decir que la propiedad intelectual nos convierte en privilegiados es como decir que los albañiles lo son por trabajar ocho horas en lugar de 14».

Miembro de la Real Academia Española desde 2006, Marías dice que su balance de estas cuatro décadas es «positivo»: «He tenido mucha suerte. La literatura me ha permitido una independencia considerable. Cuando me preguntan por qué escribo digo que para no tener jefe y no madrugar. También porque me permite no deberle casi nada a casi nadie y no saludar a quien no deseo. ¿Lo malo? Darte cuenta de que, por mucho oficio que tengas, cuando empiezas una nueva novela no te sirve para nada. Me cuesta más escribir un libro ahora que hace 40 años».

El País, 11 de febrero de 2011

Foto. Kiko Huesca/EFE

Javier Marías reflexiona sobre Los enamoramientos en su nueva novela

Estar enamorado suele ser algo «deseable, salvífico y redentor», pero «puede llevar a las cosas más atroces». Así lo cree Javier Marías, que reflexiona sobre este tema en su nueva novela, Los enamoramientos, una obra «un poco sombría» protagonizada por una mujer, algo excepcional en este gran escritor.
 
No le ha costado meterse en la piel de una mujer (sólo lo había hecho en un breve cuento de hace muchos años) porque «las diferencias entre hombres y mujeres no son demasiadas en lo que respecta a la manera de pensar, de contar, de reflexionar y de mirar», asegura Marías en una entrevista con EFE.

En su casa de Madrid, donde corrige estos días las pruebas del libro, el escritor adelanta las claves de esta novela que Alfaguara publicará el 6 de abril y cuyas primeras 50 páginas han sido facilitadas a EFE. Los deseos de seguir leyendo son incontenibles.

Marías confiesa que tras terminar Tu rostro mañana, esa gran empresa literaria a la que dedicó ocho años, quedó «agotado» y tuvo «la sensación» de que en esos tres volúmenes «estaba todo lo que tenía que decir en el campo de la novela». «Me parecía improbable que pudiera escribir alguna otra», apunta.

Pero no fue así. Poco a poco se fue fraguando en su imaginación una nueva historia que ha desarrollado en las 400 páginas de Los enamoramientos, un libro ambientado en Madrid que empezó «con mucha modestia y con la sensación de que fácilmente tendría que ser inferior a lo anterior», aunque «no en calidad, porque eso nunca se sabe».

«A veces lo que sale mejor es aquello en lo que uno no ha puesto tanto empeño ni tanta ambición literaria, pero los resultados no soy yo quién para enjuiciarlos», afirma este escritor cuyas novelas son esperadas con expectación por los innumerables lectores que tiene en el mundo. Su obra está publicada en cincuenta países y ha vendido seis millones de ejemplares.

Las diferentes implicaciones del enamoramiento -«cabe la posibilidad incluso de que alguien normal se convierta en criminal por estar enamorado»- son uno de los temas de la nueva novela, pero también reflexiona en ella «sobre la impunidad y sobre cómo en el fondo casi todo el mundo está conforme con lo que pasa, aunque sea una desgracia».

Hay dilemas morales en este libro, en el que se habla además de «la calamidad que sería que los muertos volviesen, tanto para el ‘muerto vivo’ como para aquellos que lloraron su pérdida», un curioso tema del que en su nuevo libro pone ejemplos sacados de la literatura clásica.

Los comienzos de las novelas de Marías suelen ser magistrales y el de Los enamoramientos no defraudará al lector:

«La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás había cruzado con él una palabra. Ni siquiera sabía su nombre, lo supe sólo cuando ya era tarde, cuando apareció su foto en el periódico, apuñalado y medio descamisado y a punto de convertirse en un muerto».

Tras esa muerte del comienzo, «que no se pierde nunca de vista» en la novela, el lector se irá enterando de que la protagonista, María Dolz, trabaja en una editorial y quizá por eso no tiene muy buena opinión de los escritores.

Son «gorrones, tacaños y sin orgullo». «Son gente rara, la mayoría. Se levantan de la misma forma que se acostaron, pensando en sus cosas imaginarias», dice la narradora de la novela, en la que el escritor bromea con sus propias costumbres y afirma que «todavía hay algún pirado» que sigue utilizando la máquina de escribir «y al que después hay que escanearle los textos, cuando los entrega».

El diálogo genial que la protagonista mantiene con un escritor que está convencido de que en cualquier momento puede ganar el Nobel, pese a que nadie lo había pedido para él, y que pretende que la editorial le compre dos gramos de cocaína para poder describir su aspecto con exactitud, constituye una de las escenas humorísticas de la novela.

Pero, en general, «es un libro un poco pesimista, un poco sombrío», con una historia en apariencia «sencilla» aunque la novela «es compleja porque tiene muchas resonancias, muchas aristas».

Y, «cosa extraña» en Marías, en el libro habrá una referencia a Los tres mosqueteros. ¿El motivo? Pues que en esta obra de Dumas «también hay una muerta que vuelve, un ejemplo de los muertos que quizá no han muerto».

ANA MENDOZA

EFE, 11 de febrero de 2011

Marías: «Llevo 40 años como novelista y sigo con la inseguridad del principio»

Javier Marías lleva ya cuarenta años publicando novelas y sabe que tiene «muchos más lectores de los que nunca jamás» pudo imaginar. Pero, en contra de lo que sucede en otras profesiones, la experiencia no le da «ninguna seguridad» y sigue «con las mismas dudas, con los mismos temores» del principio.

«Por más oficio que tenga me sigo moviendo en la misma inseguridad, y a estas alturas sé que eso no va a cambiar. Es un poco ingrato», confiesa Marías (Madrid, 1951) en la entrevista que concede a EFE para adelantar las claves de su nueva novela, Los enamoramientos, que llegará a las librerías el 6 de abril.

En 2011, Alfaguara, su casa editorial desde hace años, reedita la primera novela del escritor, Los dominios del lobo, que publicó con tan solo 19 años. «Es muy pronto y quizá hoy en día lo parece todavía más porque la gente se infantiliza durante más tiempo. Pero en mi generación a esas edades ya teníamos cierta prisa de incorporarnos al mundo».

Cuando salga su nueva novela, en la que, entre otros temas, reflexiona sobre el enamoramiento, ese estado en el que «se pueden hacer las mejores cosas y las peores», será la decimotercera que publique, si se cuenta Tu rostro mañana como tres independientes; y es que para él, afrontar cada uno de esos libros fue «como empezar una novela nueva».

«Eso significaría que, como media, he publicado una novela cada tres años, lo cual no es mucho. Me lo he tomado con cierta calma, quizá porque nunca me he sentido del todo profesional en esta tarea», dice Marías, sin duda uno de los mejores escritores en lengua española de las últimas décadas.

A pesar de esas dudas que reaparecen cada vez que se enfrenta a una nueva novela y de que para escribirlas pasa «mucho tiempo metido en ciertas honduras que la gente normalmente rehúye», Marías es consciente de que ha tenido «mucha suerte con los lectores» (su obra está publicada en 50 países) y eso «es muy gratificante».

También, vivir de la literatura y «poder decir no a muchas cosas» es «un enorme privilegio». Dedicarse a escribir le permite «no deberle casi nada a casi nadie» y «no tener que saludar» a quienes no desea saludar.

«Yo, con los políticos, por ejemplo, me he negado a tener trato siempre. Si alguna vez me ha llamado algún ministro o ministra de Cultura para charlar un poco, les digo que no, que ya nos veremos cuando dejen de ser ministros», asegura Marías que de este modo se siente libre para decir lo que quiera en sus artículos semanales.

«Los políticos en realidad te llaman no porque les interese lo que tú opines, sino simplemente porque saben que luego te va a ser más difícil meterte con la gestión de alguien», concluye.

ADN, 11 de febrero de 2011

HechosdeHoy.com

El Mundo

20 minutos

Diario de Navarra

La República (Perú)

La Tercera (Chile)

Bibliotecas de escritores

Libros y soldaditos

[…]

Últimamente he tenido ocasión de visitar algunas bibliotecas de escritores… la de Javier Marías, vigilada por soldados de plomo, a caballo y a pie, como un minúsculo ejército victorioso.

A Marías le gustan las estanterías de madera, que encargó a medida, del suelo al techo, con un diseño que él mismo dibujó: un estante, abajo, para los libros altos, y una balda más ancha donde acumula centenares de exvotos: una carta autógrafa de Conrad, tazas, coches en miniatura, fotografías… En las estanterías, de pared a pared, literatura inglesa –Pepys (se lee Peps), Swift, Stevenson, y mucho Burton, el capitán–, libros de colores llamativos: azul prusia, verde agua y rojo bermellón. Así que, cuando el encargado de la empresa llegó, tiempo después, para instalar, enfrente, otro cuerpo de baldas, y vio aquel tapiz colorista de libros, los lomos alineados, le propuso utilizar su librería para la publicidad de la marca, a cambio de un descuento.

Marías aceptó, y así, durante años, la biblioteca que aparecía en el cuadernillo que, a veces, encartaban los diarios, era la de Marías, ordenada cronológicamente, lo que le exige a veces consultar una lista de autores donde figura el año de nacimiento de cada uno, y por tanto su ubicación precisa en los estantes.

Me habló Marías, por cierto, de aquella casa paterna atestada de libros, que se extendían, verticalmente, en torres que crecían apoyadas en las paredes, y el invento que tuvieron que idear: una bisagra en los cuadros, en lugar de la hembrilla, de modo que cada uno de ellos era al tiempo una puerta secreta que ocultaba las baldas…

JESÚS MARCHAMALO

Mercurio, nº 128, febrero de 2011

LA ZONA FANTASMA. 6 de febrero de 2011. Discusiones ortográficas II

Además de las expuestas el pasado domingo, hay algunas objeciones que quisiera hacer a las nuevas normas de la reciente Ortografía de la Real Academia Española y de las otras veintiuna, sobre todo americanas, que la han acordado por unanimidad.

a) Mayúsculas y minúsculas. En realidad no entiendo por qué tal cosa ha de ser regulada, ya que, a mi parecer, pertenece al ámbito estilístico personal de cada hablante –o, mejor dicho, de cada escribiente–. Habrá ateos que escriban siempre “dios” deliberadamente, y todo creyente optará por “Dios”, por poner un ejemplo extremo. Según la RAE, supongo, habría que escribirlo en toda ocasión con minúscula, ya que ha decidido que todos los nombres que sean comunes (“rey”, “papa”, “golfo”, “islas”, etc.) han de ir así obligatoriamente aunque formen parte de lo que para muchos hablantes funciona como nombre propio. Así, “islas Malvinas”, “papa Benedicto”, “mar Mediterráneo” o “rey Juan Carlos”. E, igualmente, al referirse a un rey concreto, omitiéndole el nombre, habría que escribir “el rey” y nunca “el Rey”. Yo no pienso seguir esta norma, porque considero que algunos títulos y nombres geográficos funcionan como nombres propios y topónimos, o son sustitutivos de ellos. Cuando en España decimos “el Rey” –y dado que sólo hay uno en cada momento–, utilizamos esa expresión como equivalente de “Juan Carlos I”, algo a lo que casi nadie recurre nunca. De la misma manera, “Islas Malvinas” funciona como un nombre propio en sí mismo, equivalente a “República Democrática Alemana”, que era el oficial del territorio también conocido como Alemania Oriental o del Este. Según las últimas normas, deduzco que nos tocaría escribir “la república democrática alemana”, con lo cual no sabríamos bien si se habla de un país o de qué. Si yo leo “el golfo de México”, ignoro si se trata de una porción de mar o de un golferas mexicano –tal vez del golferas por antonomasia, ¿acaso Cantinflas?–. Y si leo “príncipe de Gales”, dudo si se me habla del tejido así llamado o del heredero a la corona británica.

 b) Zeta. La RAE ha decidido que el nombre de esa letra se escriba sólo con c, porque con ésta se representa ese sonido –en parte de España– antes de e y de i. Siempre me pareció tan adecuado que el nombre de cada letra incluyera la letra misma que durante largo tiempo creí que la x se escribía “equix”, aunque todos digamos “equis” y así se escriba de hecho. Pero es que además el reciente Diccionario panhispánico de dudas, de la misma RAE, valida grafías como “zebra” (aunque la juzga en desuso), “zinc” o “eczema”. Y, desde luego, no creo que se oponga a que sigamos escribiendo “Ezequiel” y “Zebulón”. No veo, así pues, por qué “zeta” pasa a ser ahora una falta. No está mal que haya algunas excepciones o extravagancias ortográficas en las lenguas, y en español son tan pocas que no veo necesidad de suprimirlas.

c) Qatar. La RAE decide que este país y sus derivados –“qatarí”– se escriban con c. El origen de esa peculiar grafía –aceptada en casi todas las lenguas– está, al parecer, en la recomendación de arabistas, que distinguen dos clases diferentes de fonema /k/ en árabe. Por eso, arguyen, se escribe “Kuwait” y se escribe “Qatar”, pese a que nosotros percibamos el fonema en cuestión de una sola manera. La representación gráfica de las palabras –eso lo sabe cualquier poeta– tiene un poder evocativo y sugestivo que las nuevas normas desdeñan. Si yo leo “Qatar”, en seguida se me sugiere un lugar exótico y lejano. Si leo “Catar”, en cambio, lo primero que me viene a la imaginación es una cata de vinos. Pero es que además, para ser consecuente, la RAE tendría que condenar la ortografía “Al Qaeda” y proponer “Al Caeda” o quizá “Al Caida” o quién sabe si “Al Caída”. Los internautas iban a tener graves problemas para encontrar información sobre esa organización terrorista, desconocida en el resto del mundo, y de la que lamentablemente hoy se habla a diario.

d) Ex. Decide la RAE que no se separe ese prefijo del vocablo que lo acompañe, y que se escriba “exmarido”, etc. Sin embargo, y dado que en español hay numerosas palabras largas que empiezan por “ex” sin que esa combinación sea un prefijo, un estudiante primerizo de nuestro idioma puede verse en dificultades para saber si “exayuntamiento” es un vocablo en sí mismo o si “exacerbación” o “execración” se componen de dicho prefijo y de las inexistentes “acerbación” y “ecración”.

e) Adaptaciones. Las grafías “mánayer” o “pirsin”, que la RAE propone, son tan irreconocibles como lo fue “güisqui” en su día (fea y además mal transcrita, como si escribiéramos “güevos”). En cuanto a “sexi”, es directamente una horterada, siento decirlo.

En la Academia hay quienes consideran que discutir y objetar a estas cosas es perderse en minucias. Puede ser. Pero habrá de concedérseme que también lo es, entonces, dictaminar sobre ellas y aplicarles nuevas normas. Si la Ortografía se ha molestado en mirarlas, no veo por qué no debamos hacerlo quienes estamos en desacuerdo con sus modificaciones. Termino reiterando lo que ya dije hace una semana: mis modestas objeciones no me impiden reconocer el gran trabajo que, en su conjunto, supone la nueva Ortografía, obra admirable en muchos sentidos. Habría sido redonda si no hubiera querido enmendar lo que quizá ya estaba bien, desde su versión de 1999. Porque para mí nuestra lengua es ahora un poco menos elegante y menos clara.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 6 de febrero de 2011

Las versiones inglesas de Quevedo y Marías, premio de traducción Valle Inclán

La traducción al inglés de la poesía de Francisco de Quevedo, por Christopher Johnson, y la de el último volumen de la trilogía de Javier Marías Tu rostro mañana. -Veneno, sombra y adiós-, por Margaret Jull Costa, han recibido en Londres el premio de traducción Valle Inclán 2010.

La Sociedad de autores británica ha repartido en esta edición las 2.000 libras del galardón (2.300 euros) entre la «precisa, poética y creativa» traducción de Johnson y la versión inglesa del volumen final de la «trilogía épica del que quizás es el mejor escritor contemporáneo español».»Marías ha llegado a señalar que prefiere la edición inglesa al original», apuntaron los organizadores del premio, cuyos ganadores fueron desvelados hoy en la sede del Instituto Cervantes de Londres.

Jull había recibido el mismo galardón en dos ocasiones, 2006 y 2009, por su trabajo en la traducción del primer libro de la trilogía de Marías, Fiebre y Lanza, y en la de la novela de Bernardo Atxaga El hijo del acordeonista. La traductora ha vertido al inglés a numeroso autores portugueses, españoles y latinoamericanos, entre ellos Fernando Pessoa y José Saramago.

El otro premiado este año es actualmente profesor asociado de Literatura Comparada en la Universidad de Harvard (EEUU), y se le considera un especialista en literatura moderna, retórica y teoría de la traducción. Además del trabajo con la poesía de Quevedo, Johnson ha traducido obras del alemán Heinrich Heine y es autor de Hipérboles: La retórica del exceso en la literatura y el pensamiento barrocos.

EFE, 31 de enero de 2011